MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XVIII

Tal vez muchos no lleguen nunca a explicarse el valor de la maravillosa misión de Manantial Salvador. Él muchas veces lo había dicho mientras predicaba: No había venido a este mundo a cambiar nada de lo que el Padre había creado, no había venido a destruir la ley de Dios, sino, en realidad, a cumplirla. Desde los comienzos, desde toda la eternidad, él sabía que su misión consistía, finalmente, en venir a restaurar la naturaleza caída del hombre, aquel error por el que había perdido el Paraíso y había sido condenado a morir. Él, en verdad, había venido a pisotear a la muerte con su muerte, como dijeron aquellos primeros estudiosos de su vida y de su obra y de su sentido.

Dios había amado tanto al género humano que decidió encarnar su divinidad en Miryam para que él, su hijo muy amado, Manantial Salvador, del que brotaría el agua viva por siempre, salvara también de la muerte al género humano mediante su propia resurrección. Y esto, Manantial lo había dicho en numerosas ocasiones, a veces tenidas en cuenta por quienes lo escuchaban, otras, pasadas por alto.

Cuando delante de los sacerdotes del templo afirmó que ante ese templo destruído él podría reconstruírlo en tres días, estaba anticipando su propia muerte y resurrección. ¿Qué era el cuerpo de Manantial Salvador sino templo vivo del Espíritu Santo? ¿Qué era el Espíritu Santo sino ese amor indescriptible que iba del Padre al Hijo y del Hijo al Padre con tanta entidad que resultaba ser Persona?

Todo esto lo sabia desde los comienzos Manantial Salvador, desde toda la eternidad, ya que él era la Palabra. Como lo explicitaría Juan después, al principio existía la Palabra que estaba junto a Dios y que era Dios. Y todas las cosas habían sido hechas por la Palabra, porque en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres que brillaba en las tinieblas, y las tinieblas… no la recibieron. La Palabra, luz verdadera, al venir a este mndo, ilumina a los hombres. Por eso dice Juan luego: Estaba en el mundo, el mundo había sido hecho por ella pero el mundo no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. No a tener una chispa del Padre, ni una partícula ni nada de eso. Les dio el poder de llegar a ser… Hijos de Dios. ¿Se imaginan qué maravilla? Esos hijos que no nacieron ni de la carne ni de la sangre ni de la voluntad del hombre sino que fueron engendrados por Dios.

Ojalá los hombres pudiéramos llegar a entender ésto: la verdadera y maravillosa misión de Manantial Salvador, de aquella Palabra que existía en Dios y que era Dios. Y que vino a los hombres y ellos no la recibieron. Ojalá podamos comprender que, a aquellos que la recibieron cuando la Palabra habitó entre nosotros para que viéramos su Gloria… les dio el indescriptible, sublime poder de llegar a ser Hijos de Dios.

(continuará)

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