ESA RIVAL (LA HISTORIA DE ELIZA BROWN)

 

 

 

 

 

Lauro Campos

 

 

 

 

 

 

 

“ESA RIVAL”

 

 

 

 

(La historia de

 Eliza Brown)

 

 

novela corta destinada a

adolescentes, para ser ilustrada por

Victoria Corvalán

 

 

 

 

 

 

 

A MANERA DE PRÓLOGO Y DEDICATORIA

 

            La idea de escribir sobre Eliza Brown data de hace años. Cuando era aún un adolescente y había comenzado a hacer teatro, leí “La novia de arena” , una pieza de Ulises Petit de Murat y Homero Manzi que en el teatro profesional había estrenado mi admirada por siempre Delia Garcés. La historia trágica de esta adolescente argentina me pareció siempre un medio formidable para que, a través de una trama romántica, los adolescentes se acercaran a la interesante vida del Almirante Brown, un héroe de nuestra historia que, curiosamente, ha sido casi silenciado por la historia oficial.

            Siempre tuve – desde mi lugar como dramaturgo – la intención de  escribir una nueva obra de teatro de formato más moderno y potable que la de aquellos dos grandes e inolvidables poetas. Pero no tuve nuevo acceso al texto de la pieza y, aunque lo hubiese tenido, cualquier cosa que hubiese escrito habría remitido a aquél.

            Hablando con mi hermano acerca de mis intenciones, él me señaló la novela histórica de Marcos Aguinis “El combate perpetuo” como el libro más logrado sobre el Almirante. Lo busqué en Rosario y no lo encontré. Sólo pude comprarlo en Miramar durante este verano y, en la búsqueda, encontré también el libro de Félix Luna, interesante combinación de texto con notas y datos históricos. Sin embargo, ambos libros, devorados por mí y útiles como fuentes para mi trabajo – que siempre sería para el teatro – poco hablaban de Eliza, su personalidad y su romance con Drummond, nudo del conflicto posterior.

            De visita en casa nuevamente mi hermano con motivo del nacimiento de Ignacito, mi primer nieto, y ante mi intención de comenzar a esta altura una trayectoria en la narrativa, me sugirió realizar una “nouvelle”, esto es, una novela corta, romántica y trágica al mismo tiempo y con datos históricos precisos, destinada justamente a los adolescentes. La idea me fascinó: Había que recrear toda una personalidad y una historia casi nueva, ya que, como dije, Eliza Brown ha pasado por la historia oficial y por los biógrafos del Almirante “de puntillas”, para usar la expresión de mi amigo el padre Pedro Villarejo, poeta y escritor inspirado, para hablar de María, la madre de Jesús, en su tránsito por el Evangelio.

            Me volqué al proyecto con toda mi ansiedad creativa puesta al servicio de un trabajo digno y que, al mismo tiempo, nos retratara mínimamente como país. Allí están pues, estos veinte capítulos cortos que configuran exactamente la “nouvelle” o novela corta buscada. Su poca extensión animará sin duda a los jóvenes a leerla con facilidad, y aquellos que se interesen por el tema histórico y la rica vida del Almirante – en mi novela sólo se desarrolla la época de la guerra con Brasil a partir de 1825, aunque se arriman otras referencias – podrán ahondar yendo tanto a los libros que me han servido de fuente como a la historia oficial.

            La dedico en primer lugar a Daniel, mi hermano, sin cuyo “- Dale, animate!”, no hubiese podido escribir esta historia. También, claro, a mi mujer, a mis padres, a mis hijos, propios e “in law”. A mis sobrinos, a mis ahijados. Con el reblandecimiento que corresponde a Ignacio, mi nieto mayor y a Paula, mi hija y su mamá, excelente actriz, con la ilusión secreta de que algún cineasta se interese por la historia y la contrate para hacer la protagonista. Pronto, por favor, porque el tiempo pasa y los años de Paula también. Y a mi nieto menor, esa maravilla de nene que es Juan Martín, cuya salud nos ha tenido en vilo desde que nació y que, sin embargo, es un milagro de alegría y ganas de vivir. Por supuesto a ese prodigio de Margarita, mi única nieta, que ha venido a conmocionarnos a todos, y a la que veo tan poco.

            A las mujeres de los marinos que padecieron o padecen el dolor insuperable de Eliza Brown, y, en especial, a las novias de quienes combatieron en Malvinas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

         Era abril. Y abril en la Argentina tenía todos los tonos del ocre. Porque no era la primavera que había conocido allá, en la tierra de sus padres. Abril aquí, en el Plata, era el otoño. Un otoño casi sepia que iba del rojo lacre al más brillante de los amarillos a través de los marrones

y todos los tonos del beige y del mostaza.

         En Monte Santiago, con las naves imperiales jugándole una mala pasada a las fuerzas de la república, el otoño se hacía notar en un frío intenso sobre la ensenada de Barragán. Y el frío intenso – y ésto lo saben bien los marinos y sobre todo los marinos británicos – es mal consejero a la hora del combate.

         Esto debió haberlo previsto Frank, su amado Frank, su ídolo, siete años mayor que ella.

         Francis Drummond había nacido en Escocia y aunque se había radicado en el Río de la Plata, había servido en la Armada Imperial de Brasil desde 1821. Pero, al declararse la guerra en 1825 entre el Imperio y las Provincias Unidas, dejó aquellas fuerzas y a pesar de haber permanecido preso de los brasileños en Montevideo, había logrado escapar y ponerse al servicio de la gloriosa Escuadra Argentina. La Armada Imperial no se lo perdonó. Y el bravo capitán de veinticuatro años, el marino ya experimentado a pesar de su juventud, el oficial lleno de valentía, no previó que el frío de abril en las costas atlánticas y en el Plata adormecen los reflejos. Herido seriamente en el “Independencia”, pudo llegar a la goleta “Sarandí” – ay, Frank! Será posible tanta mala suerte? O acaso fue como a veces ella lo había pensado: un acto de infidelidad con aquella a quién tal vez amaba más que a ella misma? – pero al abordar la “Sarandí” recibió un nuevo disparo. Este, mortal.

         Su padre, por su parte, recibió este primer impacto, este dolor, este golpe tan duro y terrible, al enterarse de que Pancho – como él le llamaba – había sido víctima al poner pie en ese mismo barco que él comandaba. Ordenó que se lo trasladara a su propio camarote y acudió a su lecho para abrazarlo mientras ya agonizaba.

         Pocas fueron las palabras  del mal herido Francis Drummond. Pero finalmente, con su voz juvenil  entrecortada por el dolor, había entregado a su jefe, el Almirante, su anillo, mientras partía en los brazos de éste.

         – What do you give me, dear son? – “Qué me das, hijo querido?”, había preguntado su padre en el cariño, con su inconfundible acento irlandés.

         – This is for my dearest Eliza – contestó él, decidido a terminar sus días desgranando su idioma de origen. “Esto es para mi queridísima Eliza”, fue tal vez lo último que dijo, ante la congoja del Almirante.

         Cuando su padre le entregó ese anillo, ella, Eliza Brown, sin siquiera poder respirar por la angustia instalada en su pecho, pensó de inmediato que Frank, a través de ese anillo, le devolvía su compromiso, aquel sellado tiempo atrás en la sala de su casa en Barracas.

         No. No podía hacerse a la idea de la muerte. Prefería la otra: Su adorado Francis Drummond le devolvía su promesa de amarla eternamente. Alguien más fuerte que ella, generadora de un sentimiento más intenso, ése que lo había llevado a la misma muerte, se había interpuesto entre los dos: la Patria.

 

2

         Guillermo Brown apretaba fuertemente la mano de su hija mayor, de su queridísima Eliza, al descender a las embarcaciones menores que rodeaban al navío inglés en el que el Coronel de Marina regresaba a  Buenos Aires desde Londres para rendir cuentas al Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

         Eliza se sentía segura tomada fuertemente de la mano de su padre a pesar de que, mientras los maleteros bajaban también los baúles del equipaje, los botes – de una inestabilidad aterradora – se hundían y se elevaban por acción de las olas oscuras que venían de Buenos Aires.

         A su padre lo esperaba el Director Supremo de las Provincias para escucharlo, y su padre acudía empecinado en tener la razón, confiado en que se le haría justicia, aconsejado ese viaje por el mismísimo Rivadavia, sin sospechar siquiera que ese 1818 no era precisamente el año en que podría aclarar rápidamente el entredicho con el gobierno y que esa llegada traería a su familia una lucha larga y humillante: la de un juicio interminable y estéril, la de una prisión mortificante.

         En verdad, la lucha por la independencia ha sido, desde que arribaran sus padres a estas tierras, un pantano rodeado de intrigas e incomprensiones. Ella lo sabía porque había sido testigo desde muy pequeña de las tribulaciones del marino, en aquellas frecuentes sobremesas interminables en que la familia dormía y él le comunicaba a su madre sus luchas y desazones mientras desde algún lugar, esa niñita de rara percepción que había sido ella misma en sus primeros años de vida, espiaba y devoraba charlas, confesiones y tribulaciones. Su madre, que siempre había sido una esposa comprensiva y un oído atento, escuchaba a su padre sin hablar siquiera mientras él insistía en su discurso de encender la Revolución por todo el continente americano, fracturar el poder anclado en Lima, extender la lucha hacia el Pacífico, ayudar a libertar Chile y Perú.

         Eliza recordaba sus quejas contínuas acerca de este país lleno de oportunistas donde se confiaba en que las fuerzas armadas tuvieran que ser sostenidas por la propia vocación, sin pagar sueldos, sin proveer de ropa. El gobierno había creído que con el solo regalo de la “Hércules”, regalo excesivo que sin embargo él había tenido que reparar y aprovisionar, la situación con la armada ya estaba solucionada. Y no era así. En ese momento, sentada en el bote que se balanceaba rumbo a Buenos Aires, podía rememorar – a pesar de sus pocos años – lo dura que había sido aquella campaña, los sacrificios innumerables de su padre, sus expediciones que terminarían en definitiva en el quebrantamiento de su salud, en el espanto, en ser tachado de traidor a la patria, de aventurero y por sus ancestros, aún de pirata.

         Sí. Todo eso recordaba Eliza ubicada en el bote inestable, mientras sostenía con sus manos su somprero y miraba la costa, allí adonde esperaban las carretas atadas a los bueyes. Momentos más tarde, y ya en ellas, los enormes animales hundirán gracias a su esfuerzo atroz las ruedas en la arena bajo el agua hasta llegar a la pasarela de la Alameda. Allí  la familia tendría que someterse al control de la aduana.

         El Río de la Plata volvía a recibirlos, pero ella era la primera vez que experimentaba el desembarco. Ocho años antes había arribado en el vientre de su madre, cuando por primera vez Guillermo Brown y Elizabeth Chitty, sin proponérselo siquiera, comenzarían a apasionarse por esta tierra.

3

Buenos Aires, Kinta on Barracas’Road, 23 dic.1825

 

Mi querida y recordada prima Annie:

         Próxima a llegar la Natividad  de Nuestro Señor, la familia entera se prepara para recibirla aquí, en nuestra casona de Barracas. Con mamá hemos armado canteros a lo largo de las galerías y hemos llenado de flores el jardín. Esto otorga a la casa un paisaje diferente al que hay que atravesar para llegar a ella desde la ciudad: enormes galpones utilizados para almacenar cueros y panes de cera y otros destinados a malolientes saladeros.

         Papá está mejor, a Dios gracias. Sólo que él, como apasionado católico que es, haciendo honor a su temperamento irlandés, no puede – por momentos – dominar su ira por los acontecimientos pasados y en cambio hay otros en que su mente vuelve a poblarse de fantasmas depresivos que lo perturban y lo llenan de angustia. A pesar de ello, está mejor, ya que se ha refugiado en la agricultura en estos siete años de retiro voluntario. Y el trabajo en la tierra calma sus tensiones, al menos durante el transcurso del día. No obstante, durante la noche,  aquellos conocidos visitantes perturbadores visitan su sueño, y aunque trata de disimular sus sobresaltos, más de una vez he sido despertada por sus gritos de horror y me he lanzado de la cama para correr a su cuarto a tranquilizarlo. Por supuesto que, siempre, he encontrado ya a mamá despierta a su lado, sentada en el lecho y con su habitual paciencia, tratando de calmar sus nervios con paños fríos en sus sienes.

         La vida del pobre papá no ha sido fácil, Annie, querida prima. Recordarás cuando, de vuelta a Londres luego de su periplo, al no poder enfrentar el juicio por su desobediencia, se encontró con la sorpresa de vernos a mamá y al resto de la familia junto a ustedes: Nosotros tampoco lo habíamos pasado bien en Buenos Aires y mamá había creído conveniente – tras vender algunas tierras y en ausencia tan prolongada de papá – volver a Inglaterra con los Chitty. Pero cuando creímos que Londres sería nuestro hogar definitivo, mi querido papá decidió regresar al Plata y enfrentar aquella engorrosa situación, ya que él creía firmemente que le asistía la justicia. Pues bien, a los tres días de arribar fue arrestado y encarcelado en un cuartel donde enfermó y donde permaneció detenido por cuarenta días. Trasladado a una prisión fue juzgado por el Consejo de Guerra Militar en un proceso que duró casi un año y en el que se dictó una injusta sentencia que disponía su absolución pero “con sólo goce de fuero y uniforme”. La injusticia y tanto dolor hicieron mella en su mente. Separado de su familia y pensando que nosotros de nuevo comenzaríamos a pasar necesidades materiales, sus defensas físicas y espirituales se resintieron considerablemente. Ya en libertad enfermó de tifus y, privado de su razonamiento, en un momento fatal de perturbación, se arrojó desde la azotea de su amigo Mr. Reid. Caer desde una altura de tres pisos le significó la ruptura del fémur y una renguera permanente luego de seis meses de reposo obligatorio.

         Ahora, después de siete años de autoreclusión en esta casa de dos plantas enclavada en un extenso terreno que adquiriera hace ya muchos años y que, luego de serle confiscada recuperara a través de otro largo y costoso juicio, su mirada se ha ilusionado nuevamente. Pedro I, el emperador de Brasil, ha declarado la guerra contra las Provincias Unidas del Plata. El Gobernador de Buenos Aires, don Gregorio de Las Heras, ha contestado el desafío, ofreciendo el mando de la fuerza naval al Capitán de Navío Robert Ramsay, a quien tu papá, el querido tío Walter, conoce tan profundamente. Pero el Capitán Ramsay ha rehusado manifestando que sólo papá era la persona idónea para ocupar ese cargo y el gobierno, olvidando esta vez viejos resentimientos y tontas formalidades ha venido a Barracas a pedirle que se haga cargo de la dirección de la Armada nacional.

         Debo confesarte, Annie querida, que hemos llorado abrazadas con mamá. Si papá no ha ofrecido resistencia y su mirada ha recuperado su brillo y su mentón la antigua energía que creíamos para siempre perdida, ni mamá ni yo tampoco debemos reprochar nada, no te parece? La Patria está en peligro. Annie, es nuestra patria y será la de mis hijos algún día. No podemos negar, además, que nos produce cierto orgullo, cierta emoción que sea precisamente papá el hombre buscado para salvar al país, y nosotros ser su familia.

         Debo dejarte, ahora. Buena y santa Navidad para todos. Cariños a tío Walter, a tía Betsy y a mis otros primos, tus hermanos. Envío ésta con el Capitán Ramsay, quien es enviado a Londres por el gobierno en misión especial.

         Un beso grande de

                                                                  Eliza

 

P.S.: Ha aparecido por casa un joven capitán escocés que ha estado preso en la Banda Oriental y que ha huído para unirse a la fuerza naval argentina. En mi próxima correspondencia te contaré sobre él porque, si bien me lleva siete años, es amable conmigo y goza también de la simpatía de papá.

 

 

 

4

 

         Un penetrante perfume a glicinas y a madreselvas en flor invadía el jardín de los Brown en Barracas. Eran dos mundos: Allá, el desagradable olor a los saladeros y a las curtiembres. Aquí, un oasis de aromas exquisitos.

         El joven Capitán Francis Drummond – Frank o Frankie para la mayoría de las personas que lo conocían; Pancho, para el Almirante Brown quien, aunque aún firmaba con su nombre inglés, William, era llamado por todos don Guillermo – flanqueó la pesada puerta de rejas que, no sin dificultad, como si un compás marcara la tierra cubierta de gramilla, abrió la criada, y entró al solar donde la naturaleza parecía haberse regodeado en formas, perfumes y colores. Unos pocos pasos y llegaron a la galería que bordeaba la casa, casi cuadrada como un templo griego, con una planta alta en su centro y desde donde se divisaban las barrancas y el río. Una puerta más que se abría y allí estaba, en medio de la sala principal, austeramente decorada y amueblada con muebles oscuros de estilo inglés que el Almirante había hecho hacer especialmente a Duddley Hastings, el viejo ebanista radicado en el mismo barrio y cuya familia tenía íntima amistad con la suya propia.

         La criada le señaló un sillón Chipendale:

         – La niña Eliza vendrá enseguida. Lo estaba esperando – y desapareció por una de las puertas que comunicaban con otras dependencias de la casona.

         Frankie Drummond sonrió, se miró de reojo en el enorme espejo ubicado frente a él y que ocupaba la pared principal de la sala y tomó asiento en el sillón indicado. La imagen que el espejo le había devuelto era la de un muchacho de poco más de veinte años de abundante cabello rojo y ojos de un extrañísimo verde grisáceo, que semejaba más a un “dandy” de la época que a un rudo marino.

         Este aspecto exterior del capitán le solía jugar malas pasadas con los hombres y excelentes momentos con las mujeres. Aquellos – sobre todo los de su profesión, solían tomar a broma su hombría creyendo que la debilidad anidaba en ese aspecto casi adolescente y generalmente la broma debía ser contestada con una firmeza – cuando no con ira – que ponía las cosas en su lugar y acallaba rápidamente apariencias y juicios equívocos. Éstas se sentían a menudo conmovidas en su instinto maternal frente a este muchacho que, con una mirada o una sonrisa, solía despertar pasiones inconfesadas en el Buenos Aires de 1825 al que había llegado huyendo de la Armada de Pedro I no sin antes haber sufrido prisión y tortura que, ni siquiera ellas, habían logrado endurecer su aspecto.

         – La niña Eliza vendrá enseguida. Lo estaba esperando.

         Volvió a sonreír. Había pedido al Almirante autorización para visitar a su hija, a quien había conocido casi por casualidad en esa misma casa, cuando el Almirante había reunido a los que serían sus oficiales y colaboradores. Y Brown, sin prejuicios, con una sonrisa cómplice y la mirada brillante, le había advertido:

         – Sabe que ella es protestante? Anglicana, como su madre. Un viejo acuerdo, se da cuenta?: Los varones, católicos como yo. Las mujeres… Tal vez usted, que es también católico, deba hacer un acuerdo similar.

         Imaginó que toda la familia estaría reunida en ese primer té al que lo había invitado Eliza. Volvió a equivocarse: Vestida de rosa asalmonado entró sola a la sala, las puntillas del vestido recién almidonadas acariciando las maderas del piso, el cabello rubio recogido en un impecable moño blanco y una sonrisa confiada y confiable en sus labios.

         Él se puso de pie para saludarla pero ella, con una rara determinación, tomándole ambas manos con las suyas, lo hizo sentar y ella misma se sentó a su lado. Le ofreció té con scons recién hechos y aún calientes que Drummond elogió.

         – Los hice con ayuda de mamá – dijo. Y volvió a sonreír, esta vez con una pícara expresión – No soy buena aún para cocinar a pesar de mis empeños, de modo que el elogio lo merece ella.

         Después, mirándolo con una rara intensidad, agregó:

         – Pero voy a esforzarme, se lo aseguro.

         Fue tal vez en ese preciso momento en que Francis Drummond pensó que sí, que era muy probable que, a corto plazo, debiera llevar a cabo el acuerdo sugerido por el Almirante.

5

 

         El Imperio había declarado formalmente la guerra y el bloqueo a aguas y a puertos. Papá, con una nueva energía palpitando en su corazón, con un brillo en su mirada que hacía tiempo no lucían sus ojos claros, se dedicó a organizar y a comandar la Escuadra Naval. En muy poco tiempo, con medios improvisados, con el esfuerzo personal y de los que lo secundaron, alistó los escasos buques disponibles y a sus tripulaciones, mientras el gobierno de Buenos Aires preparaba un ejército terrestre para combatir en la Banda Oriental. Es por eso que el bloqueo, al mismo tiempo que destruía el comercio marítimo, trataba de impedir que nuestra tropa cruzara los ríos Paraná y Uruguay hacia Montevideo, ciudad controlada por la flota imperial que dominaba así las aguas del Río de la Plata.

         Al mando de estas tropas terrestres fue puesto el General Alvear y el ejército fue concentrándose sin pausa en el campamento de San José.

         Papá decidió acometer agresivamente su empresa, con sus pequeñas embarcaciones lanzadas con valor a un juego desconcertante de ataques y retiradas, burlando el bloqueo una y otra vez y perjudicando de esta manera la operatividad del enemigo.

         Primero fue el combate de Los Pozos donde la escuadra imperial se vio sorprendida por la Armada comandada por papá. Desgraciadamente, sólo un mes después serían sometidos sus ocho buques por las veintidós naves brasileñas frente a las costas de Quilmes.

         Él comandaba la fragata “25 de mayo”, que fue despedazada luego de dos horas de intenso fuego con cubierta y puentes repletos de muertos y heridos. Rosales, desde la goleta “Río de la Plata”, la nave más próxima, trató de defenderlo. El Capitán John Pascoe Grenfell, que comandaba el velero bergantín “Caboclo”, uno de los barcos más grandes de la armada brasileña, invitó a papá a claudicar y a tomar el té en su camarote hablándole a través de la bocina.

         Esto lo enfureció. Decidido a no rendir el pabellón nacional, logró que los sobrevivientes pudieran abandonar los restos del buque sin haberse rendido. Y al final del día, el enemigo, aún sin graves daños, fue rechazado.

         La furia de papá llegó a decidir el relevo del Capitán Clark por su cobardía. En un ataque de ira que le era tan propio, gritaba:

         – No conozco más valientes que Brown, Espora y Rosales!

         Y a partir de allí, después del mal momento, comenzó a luchar intensamente contra las costas brasileñas a bordo de la goleta “Sarandí”. La ofensiva terrestre se vio interrumpida luego del relevo de Alvear y la escuadra imperial siguió bloqueando nuestras costas. Frankie se había unido a papá y fue necesario que juntos enfrentaran el ataque a Carmen de Patagones. Un mes después, vendría Monte Santiago, y con ese combate, el dolor que destrozaría sorpresivamente mi enamorado corazón.

 

6

 

         Le decía que la amaba y era como si la felicidad del mundo se conjugara armónicamente en ese amor expresado: La añoranza de la tierra lejana, con sus acantilados y sus montañas, su padre marino muerto allá, en Escocia, la angustia y la depresión de su madre a la que debió proteger después que la muerte del padre los dejara solos en el mundo, su incorporación a la Armada y su traslado al Plata por gestión del señor de Rivadavia realizada allí mismo, en Europa. Finalmente, el requerimiento de la armada brasileña y su arrepentimiento que culminó en prisión y en huída.

         Esa era su vida en sus agitados veinticuatro años: Dolor, lucha, vocación, arrepentimiento, prisión, huída. Ahora, en esta tierra que se le antojaba suya, que sentía suya en lo más profundo de sus entrañas, encontraba además esta sonrisa franca y tranquilizadora, este pelo rubio que le recordaba a su madre a quien no había vuelto a ver, estos ojos claros que le transmitían paz, la paz que, desde chico, había estado buscando. Eliza, en verdad, era esa paz. Pero no sólo eso. Era la mujer que, desde esa seguridad, desde esa inusual libertad de pensamiento y conducta, agitaba también todas sus pasiones, desde las sensuales a las intelectuales.  

         Le decía que la amaba, y ella lo miraba embelesada, confiada y protegida por su sombra de enorme altura y hombros anchos. Cuando el Almirante le propuso unirse a las tropas que comandaba para romper el bloqueo imperial, él sintió que tocaba el cielo con las manos. Porque había aprendido a amar a esta tierra como propia. Y el llamado a defenderla era lo máximo a que un marino podía aspirar.

         Sin embargo, sin embargo… aquel atardecer en que se lo comunicó a Eliza, pudo ver cómo sus ojos claros se ensombrecían, cómo todo su cuerpo se tensionaba por la noticia, cómo aquellos momentos que habían sido hacía sólo instantes plenos de romanticismo, comprensión y pasión, se tornaban ríspidos e incomprensiblemente fríos y distantes. El comportamiento de su amada cambiaba de golpe y allí sí aparecía aquella flema británica que no era precisamente la característica y habitual de la personalidad de la muchacha. A pesar de ello, cuando él creía que iba a darle la espalda y, corriendo, iba a desaparecer hacia otros rincones de la casa, lo enfrentó y clavó en él su mirada desalentada y desalentadora:

         – Lo sabía – dijo – Vas a irte como tantas veces papá nos abandonó para correr tras sus quimeras.

         – Quimeras? Eliza: Tu padre es un patriota.

         Ella entonces lo miró hondamente, los ojos llenos de infinita tristeza:

         – La patria? – preguntó – Entonces de eso se trata? Ella ha de ser mi rival?

7

 

         Acaso es posible que todo ésto, toda esta desgracia, haya sucedido? Contrariando los ruegos de mamá me encierro en la sala y me miro en los espejos atónita, desesperada, buscando en el fondo del azogue algún rastro de su imagen para siempre perdida. Porque él estuvo aquí, allí. Yo pude acariciar su imagen allí, aquí. Sentado en los sillones me hablaba, me abrazaba, me besaba… Y ahora lo he perdido para siempre. Para siempre, para siempre.

         Y despeino mis cabellos y lloro y gimo sin poner nunca punto final, sin que pueda llegar nunca ese punto final. Y miro cómo el atardecer rojizo se filtra por las rejas de las altas ventanas y yo, abandonada en ese sillón doble donde tantas veces me ha abrazado, dejo que el tiempo transcurra con el solo fin de descubrir si el paso de las horas y los días logra traer un poco de paz a mi corazón.

         Pero todo es inútil y yo lo sé. Lo supe desde aquella tarde maldecida luego tantas veces en estas otras tardes de amargura, de dolor y quebranto, cuando él me dijo que me amaba tanto como a su madre, como a la misma tierra que como madre amorosa lo había cobijado. Y que por ese amor que era tan hondo como el mismísimo sentimiento que a él y a mí nos unía, debía partir a defenderla, ya que ese era el momento en que ella necesitaba que él la defendiera.

         Ella era mi rival? Dios. Apenas si puedo creerlo. Pero es así y no debo engañarme. Nunca he sido mujer que negara la realidad por dolorosa que fuera: Ella ha sido mi rival, la otra, aquella contra la que ni siquiera he podido luchar como tal vez hubiese podido luchar contra otra mujer. Porque si de otra mujer se hubiese tratado, podría estar seguro el mundo de que Eliza Brown no habría salido en la contienda ni desposeída, ni burlada, ni tampoco humillada. Tengo sangre irlandesa que corre por mis venas, tengo la fuerza de mi herencia inglesa de mi rama materna. Tengo la determinación que ha sido siempre virtud fundamental para mis padres. No habría existido mujer en todo el universo que hubiese podido arrebatarme a mi Frankie de los brazos.

         Mas, sin embargo, ante esta rival, ésa, la indestructible, contra la que hubiese sido hasta inútil luchar y absurdo desterrar de su sensible y valiente corazón… mi determinación se quiebra, se doblega, se pulveriza en el viento, se diluye en las aguas que se divisan más allá del barranco que bordea la casa.

         Mi determinación, inservible y ajado terciopelo, cinta de seda que deshilachada no he de volver a usar, me desploma ahora en la oscuridad de esta sala en cuya penumbra su presencia busco inútilmente en los espejos o en el mullido sillón, ése, el de los besos pasados y perdidos.

         Ya no está. Ya no está aquí. Ya no estará: eso es lo cierto. Su vigor, su espíritu y su cuerpo han marchado embelezados tras mi rival, ésa que llaman Patria y cuya sugestión no se relaciona con la tierra de origen, ni con el país de los padres, ni con las costumbres de los antepasados, no.

         Tal vez, para internalizar de un modo más rotundo, más definitivo esta angustia en mi pecho, el enorme espejo de la sala me devuelve de una manera fiel y dolorosa la imagen de mi rival en el reflejo de mi propia imagen:

         – Te amo como a mi madre, más que a ella – me había dicho – como a la misma tierra que me ha cobijado. Por ese amor tan hondo, comparable al que siento cuando estoy a tu lado, es que debo partir.

         Allí, en ese espejo, en la penumbra ahora violeta de la sala, la imagen de esa rival indestructible me mira con dolor, despeinada, ojerosa. Y es que, ahora lo comprendo llegando hasta el final de la triste metáfora, en esa loca lucha por salvarla y amarla, ella también – pobre Patria, pobre tierra arrasada – ella también, sin remedio al final, lo ha perdido para siempre.

8

 

         No te engañes, mi niña. No es hora de melindres, que esta tierra necesita héroes. O por lo menos, mi querida, un puñado de gente decidida, valiente, que pueda defenderla en esta hora terrible. El emperador del Brasil no ha tenido compasión con nuestros marinos en esta lucha por mantener el bloqueo que pone en peligro nuestro comercio exterior, nuestra economía, nuestro destino como país. Es preciso entender a tu padre, Eliza, vida mía: No estés molesta con él por el ofrecimiento que le ha hecho a tu Frankie. El Capitán Drummond, además de ser tu adorado, es un marino de coraje y experiencia a pesar de su juventud. Eso lo sabe tu padre. Y tu padre pocas veces se ha equivocado en sus apreciaciones, a pesar de que tantas veces, después, lo han defraudado. Pero mi niña: Él sabía siempre de antemano tanto cuando le iban a jugar una mala pasada como cuando le iban a responder hasta con la propia vida. Por eso luchó junto a mi hermano, tu valiente tío, Walter Chitty, a lo largo de toda su campaña a través del Pacífico. Soy una Chitty, hija mía, y sé muy bien que cuando tu padre elige un compañero es porque es su infalible intuición la que lo ha elegido. Esa común pasión por el mar compartida con Walter, lo había introducido para siempre en nuestra familia, colmada de vocaciones similares. Pero eso fue hace mucho tiempo, ya hace casi veinte años, antes de que nos viniéramos a esta tierra que sería finalmente la nuestra. Porque es necesario que lo comprendas y que de una vez lo comprendas  muy bien, hijita mía. Cuando defraudado por los gobiernos, cuando exhausto por la desastrosa campaña que casi termina con la vida de ambos – de tu padre y tío Walter, digo -,  cuando emprendieron el regreso aún mientras la cicatriz abierta en la “Hércules” hacía abundante agua y debieron repararla, pero Will, enfermo y cansado terminó decidiendo su vuelta a Londres donde ansiosos lo esperábamos nosotros…, aún así y a pesar de todo eso he sido yo, sí!, yo misma la que frente a su nostalgia sin remedio lo ha impulsado a volver a esta tierra. Yo he sido la que le he comenzado a preguntar día a día, denodadamente, acerca de sus deseos de retornar, aún sabiendo que nada bueno le sucedería aquí. Y más aún, cuando él de pronto vacilaba, he sido yo misma la que lo he instado a volver. Por qué? Porque él y yo sabíamos que, nos gustara o no el resultado del viaje, confiáramos o no en la gente, fuera éste un país de bribones como solía decir él, ésta era la Patria, definitivamente ya para nosotros. Y contra la Patria no se puede luchar, no, Eliza. No se puede luchar contra ella ni contra el amor conque ella te atrapa. Tal vez no puedas comprenderme ahora, con tus diecisiete años. Pero yo he sabido siempre que Will no me ha sido nunca infiel sino con esta Patria que siempre lo ha apasionado casi… hasta consumirlo. Podrás comprender eso alguna vez, muchachita mía, mi pobrecita tonta y celosa? Cuando uno finalmente encuentra a la Patria y logra amarla más allá de las distancias y más allá de los propios hombres que la habitan… cuando sucede eso, hijita mía de mi corazón… nuestro destino de mujer está perdido para siempre, como perdido para siempre en su fuego estará el destino de nuestros hombres. Ellos han de ser, o su hijo, o su amante o, tal vez, su padre. Ella será para ellos la madre tierra, el amor que lo obsesionará hasta ponerlo al borde de la misma muerte y también, también chiquita mía, una hija vulnerable a quien el hombre – nuestro hombre – deberá cuidar y alimentar en cuerpo y alma como un padre amoroso para que no perezca. Fundamentalmente… la Patria  ha de ser para nosotros… como una herida siempre abierta en el costado, como aquella del Señor que mana sangre y agua, que duele y vivifica, que enfurece y transporta a la dicha, que pase lo que pase estará siempre allí, más allá de nosotros y aún a pesar de nosotros. Por eso… no te engañes. No es hora de melindres, niña mía: Cuando esta tierra nos necesita a su servicio todos hemos de estar dispuestos a entregarle lo mejor que tenemos, aunque eso signifique entregarle sin dudas ni protestas todo el amor del que hubiésemos podido disfrutar en nuestra corta vida. Eliza, vida mía: No se puede, no se debe luchar contra la Patria, sino precisamente todo lo contrario: por ella lucharemos, a ella entregaremos lo mejor que tenemos.

9

 

         Mientras recorre con lentitud cada rincón de su casa de Barracas, el viejo marino espera. Según suele manifestarlo con frecuencia cuando dicta sus memorias a Tomás Guido, aguarda que transcurra el tiempo que le queda “antes de emprender el gran viaje hacia los sombríos mares de la muerte”.

         Contempla el retrato de su amada hija Eliza y escucha las noticias que le llegan desde afuera: la capitulación de las fuerzas de Oribe debida a la alianza de Urquiza con orientales y brasileños. En Colonia, la escuadra de Brasil ha sido comandada por aquel viejo enemigo que, alguna vez, bocina en mano, lo invitara a capitular y a tomar el té en su cámara en el combate de Quilmes: John Pascoe Grenfell, ahora almirante.

         Todo ello ha devenido en la caída del Restaurador de las Leyes, en su refugio en la fragata inglesa “Centaur”, en su exilio en Gran Bretaña.

         Aunque el salvador Urquiza ha proclamado que no habrá “ni vencedores ni vencidos”, el Almirante ha tenido acceso no oficial a la resolución del primero de marzo de 1852 en que se da de baja a una larga lista de jefes y oficiales de la Confederación que sirvieron bajo las órdenes de don Juan Manuel. El viejo marino ha experimentado un escalofrío que le ha helado el alma: la encabeza él mismo, el Brigadier General Guillermo Brown. También su hijo Eduardo, marino como él, figura en esa lista y las razones que se han esgrimido para la exclusión destilan una conocida y a la vez concentrada hipocresía: se habla de la economía que pesa sobre el nuevo gobierno, cuando otros son los ejemplos que dan las nuevas autoridades.

         Es claro, el estupor no ha sido sólo patrimonio del excluído. El propio Ministro de Guerra y Marina, Manuel de Escalada, ordena que se excluya de la medida torpe al “respetable veterano del Río de la Plata como tributo a un mérito muy especial”.

         Pero el viejo marino no necesita que se le ahorre un mal momento, una nueva bofetada que, de todos modos, ha recibido ya… y por tantas veces! Sólo le preocupa el destino de su hijo, ya que él piensa volver a refugiarse en las tareas de su Kinta.

         Al mismo tiempo, recibe la noticia del regreso al país de Trinidad Guevara, esa gran actriz a quien con su mujer admiraron hace más de tres décadas en el Coliseo Provisorio – ése enclavado frente a la Iglesia de la Merced – en “Siripo”, aquella tragedia americana original de Manuel de Lavardén basada en un episodio de “La Argentina” de Ruy Díaz de Guzmán, en la nueva versión de Luis Ambrosio Morante – ya que los originales de la obra se habían quemado en el incendio de La Ranchería, el primer teatro de Buenos Aires – donde la actriz interpretaba magistralmente a Lucía Miranda, esposa del oficial español Sebastián Hurtado, de la tripulación que Gaboto había dejado en el fuerte Sancti Spiritu y de la que se enamoraba perdidamente Mangoré, hermano del cacique indígena Siripo. La Guevara, como tantos otros, tuvo que exiliarse durante el gobierno de Rosas.

         Abrazado al retrato de Eliza, el corazón se le encoge al pensar en la Patria. Así ha sido la historia – se pregunta si así será por  siempre – de este país. Historia de absurdas luchas fraternas y de exilios. El destierro fue un castigo que inventaron los griegos con su gran sabiduría: Ellos sabían que era la condena más destructora con la que se podía horadar el alma humana. Trinidad Guevara, como otros exiliados, regresaba ahora. Le tocará esta vez a su hijo exiliarse como lo hizo el Restaurador, como debió hacerlo el propio General San Martín después de Guayaquil?

         Hoy, Elizabeth, su mujer, le ha anunciado que el Almirante Grenfell, su antiguo contrincante, desembarcado recientemente en Buenos Aires, se llegará hasta la casona amarilla para tomar el té.

         El viejo marino está por demás molesto. No quiere recibir gente, en verdad. No quiere hablar de la famosa resolución. No quiere dar razones ni recibir condolencias. Su conducta ha sido siempre clara y no necesita explicar nada ni tampoco que le tengan piedad. En el país todos saben muy bien que, aunque no comandaba naves desde 1845, él encabezaba la lista de oficiales navales en actividad a pesar de que sus relaciones con don Juan Manuel se habían vuelto distantes en los últimos años, sin haber sido molestado en ningún momento, sin embargo, por los partidarios del gobierno. Pero eso nada le importa. Es que acaso un comandante de su trayectoria debe dar explicaciones por haber defendido a la escuadra nacional sea cual fuera el carácter del gobierno de turno?

         Esto era sin duda una nueva injusticia. Pero él se sentía argentino por sobre todas las cosas, y le molestaba comentar este tema con un inglés que se presentará en su casa luciendo… uniforme de gala! – “- Estos ingleses, qué cosa, no?, siempre tan desubicados…” – a tomar té mientras él lo recibe vestido con sencillas ropas de trabajo dirigiendo la siembra de alfalfa en la kinta.

         No obstante su prevención, la reunión es meramente social. Sólo perderá la paciencia ante el irónico comentario de Grenfell, que, mientras Elizabeth sirve el té, exclama:

         – Más le habría valido aceptar mi té en aquella ocasión. Está visto que las repúblicas son siempre ingratas con sus buenos servidores.

         El viejo marino clava en los ojos del inglés su clara mirada desafiante que, de pronto, se ha vuelto casi oscura. Un viejo proverbio británico brota de sus labios en el sonido de su voz ronca impregnada de mal humor:

         – De más están honores y riquezas, Almirante – dice – cuando bastan sólo seis pies de tierra para descansar de todas las fatigas, no cree?

         Mientras Grenfell sigue tomando aquel té con los scons aún tibios preparados por Elizabeth Chitty, una mirada cómplice entre ella y su marido afloja la tensión de los dueños de casa, a pesar de que los sigue preocupando aún el futuro de Eduardo.

         En verdad, pensarán, después de todo lo que hemos pasado en esta bendita tierra, qué importa honor o traición más o menos si es únicamente el Señor quien nos espera hacia el fin del camino.

 

10

 

         – Benita! Benita!

         Con las enaguas blancas por todo atuendo corrí por las barrancas resbalosas de lodo llamando a la criada que había sido ama de leche de mi hermano Eduardo y que ahora vivía en la casona amarilla ayudando a mamá en las más diversas tareas.

         Ensimismada, lavaba la ropa en el agua del río: el bollo de tela sobre unas piedras grandes y un palo resistente de madera para golpearlo. Abstraída en su tarea, concentrada, ensordecida probablemente por los golpes que el agua acrecentaba con sus ecos, no escuchaba mis gritos. Y yo, riendo a carcajadas, feliz por la esquela que Frankie – Pancho, como lo llamaba papá en broma, argentinizando su apodo – me había enviado junto a un ramito de “no me olvides”, me acercaba a ella resbalando casi sin poder detenerme.

         Sí, reía y resbalaba por la barranca hacia Benita sin que ella me escuchara. Y por un momento temí caer en el río – ese río conocido por mí y en el que solía bañarme en enaguas en las insoportables siestas del verano – y así, mojándola, echar a perder la prolija cartita que decía:

 

         “Ayer por la tarde me ha hecho usted feliz tratándome como si me conociera de toda la vida. Su té, delicioso, me ha parecido menos agradable que su conversación. He hablado con su padre para visitarla los jueves. Me hará usted el honor de recibirme? No hace falta que se esfuerce con los scons. Me bastará con sus ojos azules, su sonrisa, sus mejillas encendidas y ésa, su  demoledora  y bella sinceridad.                           Suyo

         Francis Drummond

 

         Me senté en la barranca sin poder contener la risa, una risa nerviosa que para nada era de burla sino de extrema felicidad, viendo cómo el barro ensuciaba las níveas enaguas sin importarme nada la reprimenda posterior de mi madre.

         Era verdad. El encuentro del día anterior me había revelado que tal vez había conocido a Francis Drummond en otra vida. O tal vez no era así. Tal vez no hacían falta otras vidas para conocerse de una vez y para siempre. A veces eso sucedía. En ese momento recordé que mi padre, católico ferviente que no podía siquiera pensar en la posibilidad de la reencarnación, solía decir:

         – Es que el Señor necesita hacer borradores? Una vida le es suficiente a cada ser para salvarse por Su Misericordia y marchar a la Luz después de la muerte. Pero cuidado, niña, que la Misericordia basta, pero hace falta portarse bien. De otro modo en vez de Luz puede esperarnos la tiniebla.

         Este papá! Debatiéndose ahora y siempre en medio de sus fantasmas que nunca lo han dejado ser feliz totalmente. Yo podía afirmar hoy que sólo la luz brillaba para mí. Y no podía pensar ni en la muerte ni en la tiniebla. Todo mi pensamiento estaba en Frankie, si bien no hubiese podido decírselo así, tan fácilmente a papá. Confesar semejante disfrute hubiera significado demasiado derroche de sensualidad. Demasiada pasión. Y aunque papá era singularmente apasionado en todo lo que emprendía, la pasión en los sentimientos no era algo que se permitía ni a sí mismo ni a los demás miembros de la familia con tanta ligereza. De allí que esta felicidad nueva que me había brindado la nota de Frank debía disfrutarla a solas o tan sólo con Benita.

 

“Me hará usted el honor de recibirme?”

 

         Por cierto que le haría el honor. Por cierto, que de no haberse comunicado conmigo de alguna manera así tan pronto como lo había hecho, me habría puesto a llorar como loca. Porque esa demora habría significado que aquel relajado encuentro de la tarde anterior habría sido sólo una farsa social, una simple demostración de esperados buenos modales, una mentira. Y eso me habría roto el corazón.

         De pronto, Benita alzó la vista y, saliendo de su ensimismamiento, me vió allí, a metros de ella, embarrada hasta los cabellos y ahora – después de la risa incontenible – sumida en mis pensamientos, también imparables. Alzó las cejas, abrió los ojos oscuros, se tomó la cabeza con ambas manos y exclamó con voz de contralto contrariada:

         – No es posible, niña Elicita! Usted quiere que la señora me reprenda: Una niña de sociedad, la hija de un personaje conocido como su padre, no puede revolcarse en el lodo de esa manera! Acaso piensa volver a la casa en esas condiciones y así enfurecer a su mamá?

         Comencé entonces a reír nuevamente. Tratando de no manchar con el barro la esquela se la mostré, leyéndole el contenido, ya que Benita no sabía leer. Su ira se transformó de inmediato en una enorme sonrisa en la que resaltaron sus dientes blancos y brillantes:

         – Guarde eso, mi amita – dijo – No vaya a ensuciarlo, que ese recuerdo vale más que el oro o la plata del Perú, esa que según dice el amo se robó Pizarro. A ver, póngalo aquí, en este atado de ropa seca y limpia que debo llevar a la casa envuelta en mi delantal. Si llega a mojarse un poco, lo secaremos junto a la chimenea. Pero ahora usted, ya mismo se me mete en el río. No puede volver a la casa con esa facha, niña Elicita!

         Intenté protestar:

         – El agua debe estar muy fría, Benita!

         – Nada, nada. Sin excusas, que no quiero malas caras en el ama. Vamos, niña, pronto, que vale más un resfrío de verano que la protesta de sus padres. Vamos, le digo. Que yo ya he terminado con mi tarea y usted tiene que darle pronta respuesta a ese caballero – dijo, mientras hacía un guiño de picardía.

         Me sumergí en el río. Mientras sentía que el agua fría con sus corrientes contínuas de la orilla del barranco me envolvía el cuerpo y me acariciaba a través de las enaguas, me imaginé, no sin rubor, que eran sus manos – frías pero hábiles – las que me estaban acariciando.

11

 

            Le decía que la amaba. Semana tras semana, en sus encuentros impostergables, le decía que la amaba. Y Eliza Brown, con sus diecisiete años, con esa adolescencia mezcla de timidez y picardía, siempre ruborizada pero llena de sensatez y realismo, razonadora y loca como digno miembro de la familia, creyó que ese amor que la transportaba al Paraíso duraría para toda la vida. Que era posible que en su devenir tuviera, como había tenido la unión de sus padres, aquellos frecuentes, no queridos y por demás  absurdos desencuentros, aquellas idas y vueltas que conocía tan bien desde pequeña, pero que, de todos modos, se prolongaría en el tiempo con otros nuevos y prolongados encuentros, también, como en la historia de sus padres.

         Eran las épocas en que, con toda la efervescencia juvenil instalada en su cuerpo, se imaginaba siempre,  se pensaba constantemente como la “Julieta” de la obra de William Shakespeare, el poeta y dramaturgo inglés tan admirado en el seno de su familia. Se pensaba en realidad como una verdadera heroína romántica. La protagonista de “Romeo y Julieta” tenía, a pesar del final trágico, esos rasgos románticos, esas aventuras y desventuras que tanto ella como sus amigas, las hijas de los colegas de su padre, soñaban en todo momento con relación al sexo opuesto.

         Una tarde en que esperaba a Francis a tomar el té y aún no había podido bajar a la sala porque Benita se había demorado en vestirla y en peinarla – la culpa había sido de ella en realidad ya que se había demorado eligiendo vestido y peinado para recibir a su enamorado -, lo vió llegar a través de la ventana de su cuarto, ubicado en la planta alta de la casa amarilla. Cruzaba el jardín vestido impecablemente, alto, buen mozo, con todo el sol reflejándose como fuego en una fragua en sus cabellos rojizos. Sin poder refrenar su impulso, abrió la ventana y, envuelta aún con su bata, gritó:

         “- Oh, Romeo, Romeo! Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto!”

         Drummond, cuya ardiente sangre escocesa le otorgaba un apasionamiento singular en sus reacciones y un histrionismo desatado cuando lo provocaban así, de esta manera, amante también del genio de Shakespeare, no tardó en trepar alrededor de un metro por la enredadera que subía por esa pared y desde allí, desde esa altura, le contestó con grandes aspavientos:

         “- Oh! Debe seguir hablando o le respondo?”

         Ya casi riendo a carcajadas por lo absurdo de la situación y mientras Benita trataba de arrastrarla hacia adentro a la vez que casi lloraba y le suplicaba con desesperación “- Niña, por favor, que su mamá se va a enojar…”, Eliza continuó el diálogo del poeta:

         “- Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. Cámbiate ese nombre y a cambio de él, que no forma parte de tí mismo, tómame a mí, Romeo, toda entera!”

         Frank trepó divertido otro metro más. La frágil enredadera crujió peligrosamente y él se balanceó con un pie apoyado en un nudo de la rama y el otro libre en el aire. Resistiría su peso?

         “- Te tomo la palabra – gritó – Llámame sólo amor mío y seré nuevamente bautizado!”

         En ese momento la enredadera cedió y Francis Drummond cayó al suelo acompañado en su cómica caída por las carcajadas de Eliza.

         Un rato después, la cara aún congestionada por la vergüenza, las ropas manchadas por el polvo de ladrillo conque los Brown cubrían los senderos hacia la casa, daba sus excusas ante una impertérrita señora Brown,   que no obstante su expresión seria apenas podía contener la risa por la chiquilinada de los enamorados.

         – Deberá poner la enredadera en orden – sentenció la madre guardando gesto adusto como correspondía a lo que se esperaba de su flema inglesa – Qué dirá mi marido el Almirante si se entera?

         – Lo haré mañana mismo, señora Brown – aseguró – Se lo prometo.

         Un rato después, la señora Brown, secundada por Benita, espiaba desde la cocina los arrumacos que se hacían los enamorados.

         Sí. Siempre se había pensado como Julieta. Ni siquiera sospechaba que el papel que finalmente la vida le tenía reservado, era el de otra heroína shakespeariana: el de la bella y torturada Ofelia.

         Le decía que la amaba. Semana tras semana, en sus encuentros impostergables, le decía que la amaba. Y Eliza Brown, con sus diecisiete años, con esa adolescencia llena de timidez y picardía, razonadora y loca al mismo tiempo como todos los miembros de su singular familia, creyó – inocente! – que ese amor duraría para siempre.

 

 

12

 

         Cómo ha sido posible que todo aquello sucediera? Cómo ha sido posible que el destino se ensañara con la vida y el amor de una manera tan trágica? Cómo es que Dios ha permitido que el dolor volviera a entrar en el seno de la familia de los Brown?

         Preguntas. Preguntas que los hombres se hacen ante ciertos acontecimientos que llegan sin ser esperados, que golpean, que sin pensarlo suceden inevitablemente y que, generalmente, nunca, nunca tienen respuesta. Y es en esas preguntas y es en la imposibilidad de enunciar una respuesta que la razón acepte con ecuanimidad, donde verdaderamente reside la tragedia de la vida.

         A Eliza Brown, en medio de una angustia que no puede serenar a pesar de las reconfortantes palabras del pastor, le llegan como en ráfagas los ecos de la tragedia y su desarrollo.

         Al amanecer de ese fatídico día de abril de 1827, los buques de la flota brasileña parecían de pronto haberse reproducido. Se asemejaban a tiburones que, sigilosos,  hambrientos y enfurecidos por no haber podido vencer aún a la miserable armada republicana, se acercaban peligrosa y lentamente pero sin pausa. Su objetivo inmediato era el banco de arena en donde, por un mal cálculo, el bergantín rioplatense “Independencia”, comandado por el Capitán Francis Drummond, se encontraba trabado. Su propósito decidido era destruírlo si no se rindiera.

         Pero el capitán Drummond se defendía con lo que era – tal vez – en el combate, su mayor virtud: su bravura manifiesta. La pólvora acabada y reemplazada con cadenas le habían otorgado nuevos proyectiles para proteger su nave. Sólo que después de dos días de lucha ininterrumpida ésta era poco menos que un despojo y seguir resistiendo era peligroso, casi suicida. Así lo comprendió Brown, que con señales le ordenó rotundamente a Frank:

         – Rescate lo que pueda pronto, y prenda fuego al casco!

         Pero Frank era escocés, y como tal, empedernido. No se resignaba a dejar mansamente el “Independencia”, a pesar del dolor físico que lo agobiaba desde que un disparo enemigo le había volado la oreja.

         Reclamará más pólvora. Brown no tardará en responderle que no tenía municiones ni para defender su propio barco, que el reclamo de pólvora no podrá ser satisfecho.

         El joven y valiente escocés, entonces, se subirá al último bote que queda. Justo al arribar al “Sarandí”, el barco que comandaba el Almirante, sentirá un insoportable dolor en el muslo producido por uno de los tantos disparos que, atravesando esas aguas, invadían hasta el aire respirable. Así es: Una bala lo ha herido, abriéndole, ya sin remedio, una gruesa arteria de la pierna.

         Ya todo lo demás no será sino la agonía, lenta, dolorosa, casi interminable para los que lo han amado tanto como a un valioso compañero de lucha. En la propia cámara del Almirante Brown, junto a éste y al Capitán John Coe, el gran y fiel amigo del malherido oficial, un discurso cada vez más languidecido ha ido invadiendo sin remedio el camarote, mientras los demás observaban impotentes, rabiosos, que la ligadura no ha sido eficaz y que Frankie Drummond se desangrará irremediablemente.

         – Ya no veré las montañas de Escocia, ya no veré más a mi madre. John: Este reloj es para ella. El anillo… para Eliza. Almirante: Dígale que lo siento, que lo siento tanto… No he podido dejar de luchar. Almirante: Su Pancho muere tranquilo porque ha cumplido con el deber. Así debe morir un hombre, no cree?

         Al Almirante, conmovido, con un nudo en la garganta por la angustia del momento,  le ruedan las lágrimas desde los ojos, mientras el breve gesto dirá que sí, sólo con los músculos de la frente.

         – Dígale a Eliza que no se angustie ni sufra. Ella es jovencita y pronto ha de pasar el dolor. Dígale… que la Patria lo ha querido así. Sólo que… me habría gustado morir un poco más dignamente. Mire qué sucio estoy, cuánta sangre!

         Apenas un murmullo el del Almirante:

         – Te vas limpio, Pancho. Dios sabe de la limpieza de tu corazón.

         El “Sarandí” todo será un ataúd mientras el “Independencia” arderá todavía durante varias horas más.

         La acción de la armada nacional no se ha reducido a la defensa, sin embargo. A pesar de la trágica muerte de Drummond, el Almirante Brown y su armada han puesto en jaque a nueve barcos enemigos y a dos, fuera de combate.

         Cuando el cuerpo del héroe caído sea conducido a tierra, el cañón disparará cada cuarto de hora ante la congoja desmedida y el impacto emocional en el pueblo del Plata.

13

 

         Se marchitan las flores. Se marchitan. Mamá no dice nada. Por el contrario, le echa la culpa al clima frío, a las heladas. Lo cierto es que ya no me ocupo de ellas, ésas que solía cuidar con tanto esmero para que adornaran con sus colores y perfumes las galerías de la “Kinta”, como papá llama a la casa y a sus terrenos aledaños en Barracas.

         Mamá hace todo lo posible para que no se mueran. Pero es inútil.  Sabe que ellas solamente esperan mi afecto, ése al que se acostumbraron por años, para conservar la vida. Sí, sólo mi afecto las salvaría. Y mi corazón está seco, negado para afectos. Mi terco corazón sólo se reconcentra en la idea del dolor.

         Ese invierno en la “Kinta” es tristísimo. El más triste tal vez que haya vivido la familia a pesar de tantos traspiés sufridos. Los árboles permanecen sin hojas, sin color y sin vida, tan tristes como perros que aullaran su dolor alrededor de la casa pintada de amarillo, tal vez, único color que se permite el paisaje.

         Se marchitan las flores en los canteros. Y yo, con su anillo apretado fuertemente contra mi pecho, no logro reaccionar, no logro comprender hacia dónde ha ido su amor, preso ya para siempre de su amada, la otra, la que me lo ha quitado, aquella que no se pudo ni se puede destruir.

         Qué es eso que ella le ha ofrecido para que él estuviera dispuesto a dar su vida para defenderla?

         Cuál es ese vínculo tan profundo, tan irrompible, que ha permitido que él se entregara a sus reclamos sin ofrecer resistencia sino que, por el contrario, lo ha hecho ante mis ojos atónitos voluntariamente, consciente y obsesivamente?

         Ella, esta Patria que se lo ha llevado de mi lado de modo tan brutal, no es siquiera su tierra, ni aquella de sus padres, ni el solar de su niñez, ni el cómplice de su adolescencia. En cambio, es el lugar donde ahora descansan, marchitos como flores, sus despojos mortales, donde ya nunca nacerán sus hijos, donde, mientras dure mi vida, he de llevar la cruz de mi tragedia. Tenía razón mamá: No es sino un profundo dolor en el costado de donde brota sangre y agua, como del cuerpo crucificado de Nuestro Señor. Duele, ay, duele tanto, que hay momentos en que no puedo soportar tanto dolor.

         Miro el jardín a través de los vidrios de la ventana de la sala: Se marchitan las flores, como él. Creo firmemente que ya no revivirán por más esfuerzos que haga mamá por cuidarlas, por ofrecerles el afecto que ellas reclaman. Que reclaman de mí. Es inútil. Inútil. Mi afecto, mi afecto todo, mi corazón, diría, ha sido ya enterrado junto a él.

14

 

– No puedo ver a la niña Elicita en ese estado de postración. Es que no puedo, mi ama. Usted sabe cuánto la he querido desde siempre, desde siempre. Desde que usted me llamó para ser el ama de leche del niño Eduardito al morirse mi hijito en el parto, desde que sirvo aquí en la quinta, ella siempre ha sido para mí una hijita, con el debido respeto, se comprende. Una hijita amada y admirada por mí, no sé si usted me entiende. Porque la niña fue siempre tan inteligente, tan vivaz… Un cascabelito. Un prodigio de Dios, eso es, mi ama. Así ha sido siempre mi niñita adorada. Desde pequeñita, que a los ocho años, cuando yo entré a servir aquí, ya era como una señorita por lo dulce, por lo atenta y lo bien educada. Entonces, dígame, mi ama: Cómo no quererla como yo la quiero? Muchas veces he soportado sus reproches por malcriarla un poco, por ceder ante sus ocurrencias que, usted bien lo sabe, nunca han sido caprichos. Después, durante casi dos años – gloriosos dos años, mi ama! – todos hemos seguido de cerca las alternativas de su romance con el pobrecito señor Pancho, que en Gloria esté. Una parejita tan hermosa, ama. Verdaderamente hermosa. Estaban tan locos de enamoramiento los dos! La niña parecía no pensar en otra cosa más que en el momento de encontrarse con el Capitán. Y él… había que ver cómo la miraba con esos ojos verdosos tan llenos de amor, cuando estaba junto a ella! Y de repente… Ay, Dios mío! Ni siquiera quiero acordarme, vea, que todo parece una burla del destino, una maldición del mandinga, si una no creyera como cree en los designios del Señor. De pronto, como quien aparece de improviso, sin decir agua va, viene la parca y  de un momento para el otro destruye toda la felicidad de la familia de un solo golpe mortal. Mírelo si no a don Guillermo. Los pocos momentos que esta guerra terrible le permite estar en casa, digo, cuando no está embarcado, ni abre la boca. Pareciera como si los viejos fantasmas, aquellos que poblaron su cabeza cuando entré a servir en esta casa y él estaba confinado por propia decisión y de la mañana a la noche no hacía otra cosa que trabajar la tierra, hubieran vuelto a metérseles dentro. Así de volado anda, que ni siquiera le contesta a una cuando  le ofrezco un mate o un poco de mazamorra. Usted, ama, con toda su fortaleza, hace lo que puede para que los niños pequeños no sufran, no se den cuenta de la mala sombra que ha caído sobre esta casa. Y la pobre niñita, mi señora, ay, la pobre niñita… Anda por los senderos del jardín, esos que en ocasiones en el pasado yo le ayudaba a tapar con polvo de ladrillo colorado, esos que recorrió junto al pobrecito Pancho… como si fuera un ánima, vea: La mirada perdida, el paso lento, los brazos caídos. Desvaría, murmura cosas incomprensibles que a veces asustan. Suele decir que de noche el difunto – pobrecito! – se le aparece para contarle paso a paso cómo ha sucedido su muerte. Así anda de trastornada. O se queda los días enteros encerrada en la sala con la mirada perdida, sin comer, sin hacer nada, mirando por la ventana cómo el jardín se ha marchitado sin remedio. Ha atado a su cuello con una cuerda del uniforme de su amor, el anillo que él le ha dejado expresamente. Y lo aprieta fuertemente, como si en ese anillo estuviera la única fuente de vida que quedara en este mundo para ella, para seguir viviendo. No puedo verla así, se lo aseguro. Se me estruja – qué digo? – se me rompe el corazón como si fuera un vaso de vidrio que cae al suelo y se hace añicos! Pero no nos engañemos. Ni mi corazón ni el de ninguno de nosotros está ni la mitad de destrozado como lo está el pobrecito corazón de la niña Elicita. Ay, ama: Ojalá el Señor se acordara de todos nosotros, que así no se puede vivir. Yo rezo continuamente. Mientras hago las cosas de la casa… rezo. Digo, para que Jesusito se acuerde de ella, tan sola, tan desamparada en su sufrimiento, tan perpleja por el golpe brutal que la vida le ha dado. Sí, sí. Recemos, mi ama. Recemos. Usted, a su modo. Yo, al mío. Que todos los caminos son buenos para llegar a Dios cuando uno está tan desesperado que hasta los designios de Él nos parecen absurdos.

15

 

         A pesar de haber sido católico en vida, Francis Drummond fue enterrado en el cementerio protestante de Buenos Aires por gestión de la señora Brown ante el pastor consejero y amigo de la familia.

         Así estaba bien para ella. No obstante el acuerdo hecho con el Almirante en otras épocas, había criado a todos sus hijos, hombres y mujeres, en la fe anglicana – que, como se sabe, no guarda diferencias en dogmas con la católica sino que fundamentalmente no reconoce la figura del Papa – ya que el viejo marino estaba muy ocupado siempre en sus cosas como para prestar demasiada atención a las de la religión. Él seguía mencionando aquel pasado acuerdo en la confianza de que su mujer lo hubiese respetado, pero, en la práctica cotidiana, despreocupándose totalmente por los caminos espirituales que transitaban todos sus hijos. Seguramente, estaba demasiado torturado por los que él mismo transitaba en su vida.

         En rigor de verdad, el Almirante hubiese preferido envolver con la bandera argentina el ataúd en el que descansaba su querido Pancho y así arrojarlo al mar. Pero el bloqueo, las acciones de guerra permanentes que llevaban a cabo los buques brasileños, tornaban difícil y poco menos que imposible esa deseada ceremonia, ese merecido homenaje. De modo que estuvo de acuerdo con la decisión de la señora Brown y la diligencia eficaz del pastor.

         Antes, el cuerpo fue velado solemnemente por autoridades, por gente de ilustre apellido, por sus compañeros de armas. Luego, camino del entierro, al frente del cortejo, marchaban el Almirante, su mujer y sus hijos menores: Guillermo junior, Eduardo y Martina. Más atrás, como una sombra inconsolable, Eliza, la mayor, envuelta en su capa, pálida como una vela de cera, los ojos enrojecidos de tanto llorar. Y rodeándola, la gente humilde de Barracas: los sirvientes de la casa, los vecinos proveedores, los trabajadores de las cutiembres y los saladeros. Todos, todos ellos habían conocido  a Francis Drummond, habían sabido de su sencillez, de su buen trato para con los que viven por sus manos.

         Allí, en el cortejo y durante la ceremonia del cementerio, todos han llorado sin consuelo la muerte del buen Pancho, como los vecinos en Barracas le llamaban, siguiendo el ejemplo de don Guillermo. Todos sabían íntimamente que su presencia por las calles de ese lugar recostado junto al río, había de ser imborrable. Y para siempre guardarían su afecto sin medida en sus corazones sensibles.

         Al ritmo acompasado del tambor, primero – que será coronado por el sonido del cañón cada quince minutos en ese cortejo que parece no tener fin -, estremecida la concurrencia por el clarín, después, Francis Drummond, Frank, Frankie o simplemente Pancho volvió a la tierra, de donde venimos todos, para cumplir con el mandato bíblico: “Polvo eres y al polvo retornarás”.

16

 

         Guillermo Junior se obstinó en acompañarme al río aquellas últimas horas de esa siesta de diciempre de 1827, el día siguiente a la Navidad. Eran los últimos días de un año que había sido para mí una tortura de la que no esperaba siquiera su término o su transformación. No porque me siguiera regodeando en el dolor, no. Yo ya estaba entregada a él y ni siquiera lloraba. Sólo me apenaban ciertas cosas, pocas en verdad: la mirada triste del pobre de papá en aquellos pocos almuerzos compartidos en los que yo no probaba la comida y él sólo contemplaba mi decisión en silencio, los esfuerzos denodados de mamá que, diligente y eficaz, trataba de mostrar una fortaleza inventada que flaqueaba por las noches en las que ella creía que dormía mientras yo seguía insomne y entonces, impotente, la escuchaba llorar a gritos en su lecho y encerrada en su habitación, el asombro doloroso en el rostro de mis hermanos que revoloteaban como mariposas a mi alrededor quizá mandados por mamá para vigilarme y atenderme, siempre con ese gesto de sorpresa ante lo que no se entiende pero se sufre en demasía, y la preocupación extrovertida de Benita que, momento a momento, me perseguía por toda la casa con caldos, mazamorras o dulces caseros cocinados por ella misma con el fin de que comiera algo. Más de una vez, sólo por darle el gusto, he probado una cucharada de sus comidas hechas sólo para mimarme, aquellas que inevitablemente  me han parecido amargas al mezclarse con el salitre de mis lágrimas: Mis lágrimas, que ya no se veían, lo seguían llorando por dentro y convertían en una llaga abierta mi pecho. Después de haber llorado todas las que debían recorrer el canal de mis ojos, estas otras recorrían el canal de mi sangre y me colmaban de tal manera el corazón que pensé que algún día estallaría y entonces sí, ante el asombro de todos los de casa, se derramarían todas mis lágrimas guardadas y mi cuerpo sería arrastrado por un río de agua con sal hacia su destino, el mar.

         Entregada e inmersa en mi dolor, contemplaba el de los demás pero, no obstante preocuparme en mi interior, era como si la vida le hubiese puesto un cepo a mis sentimientos, a mi emociones y entonces no podía sino generar una suerte de indiferencia, una frialdad que nunca me había pertenecido, que en realidad no me pertenecía, pero que, desde que él se fue, había comenzado a invadir mi alma como un íncubo que día a día fuera quitándome la vida.

         Esa siesta de finales de diciembre, el calor había invadido la casa sin que nadie pudiera recostarse en la planta alta a dormitar un rato. De lo alto de las escaleras bajaba un vaho caluroso que impedía incluso subir a las alturas. El jardín, cuyas flores  habían languidecido y finalmente se habían marchitado durante el invierno y sin haber vuelto a crecer, semejaba un páramo, un desierto de tierra seca en la que cualquier yuyo salvaje era quemado de inmediato por el sol abrasador. La enredadera, seca y gris desde que él había partido, fue mandada a quitar por papá. Una mañana de primavera ya no estaba más y, es notable, no se pudo encontrar en toda la casa una sola fotografía de la época en la que ella era adorno y alegría de la casa amarilla.

         Vagaba esa siesta por dependencias de la casa y por las galerías en las que mis hermanos jugaban a mojarse con agua del aljibe y así entretenerse mientras mamá, aquejada por una jaqueca intermitente, se había recostado en uno de los sillones grandes de la sala, con las enormes y pesadas puertas y las altas ventanas de reja herméticamente cerradas convirtiendo a ese lugar en el único en que la planta alta impedía que el calor llegara.

         Vagaba sin rumbo, sin objetivo, sin otro pensamiento en la cabeza más que el dolor por su ausencia en las postrimerías de esa siesta. Eran cerca de las seis de la tarde, pero el sol ardía aún como en el mediodía y el aire era irrespirable.

         De pronto, no sé cómo, recordé aquella carrera hasta las barrancas la siesta en que recibí esa carta que había guardado celosamente, doblada, en mi camafeo de oro y nácar. Así como estaba, descalza, despeinada y sólo cubierta por las amplias enaguas de corpiño escotado y puntillas de macramé que en algún momento había hecho mamá con una sola aguja de ganchillo, salí de la “kinta” y comencé a andar hacia el río.

         Guillermo Junior, descubrió que abandonaba la casa y trasponía la puerta de rejas en el momento en que él echaba agua a nuestros hermanos con una regadera encontrada en el cuartito de las herramientas de papá. Arrojó la regadera y me siguió de inmediato corriendo, abandonando, él también, la casa.

         – Where are you going? – preguntó a gritos, hablándome inusualmente en inglés. Quería saber adónde iba, inquietado sin duda por Benita, que le había ordenado vigilarme mientras dormía la siesta.

         – I’m going to de river. Oh, Junior, let mi alone! – le contesté que me dejara sola, que iba al río. Pero él, sin inmutarse siquiera, corrió hasta ponerse a la par mía. También estaba descalzo y con un liviano pantalón corto.

         – I’m going with you – dijo, decidido a venir conmigo.

         La barranca estaba más desolada que de costumbre. El sol caía a pique y el reflejo del agua aumentaba el resplandor y, por consiguiente, el intenso calor.

         – Si vas a meterte será mejor que te quites la camisa – le advertí, ahora en castellano, que era el idioma que utilizaba siempre cuando discutíamos, mientras me introducía al agua con las enaguas puestas que se inflaron como las velas de un bergantín.

         Comencé a nadar río adentro. Las aguas del Plata, más aleonadas que nunca, estaban frescas pero ya no frías como aquella vez que debí meterme para quitar el barro de mi cuerpo.

         Lejos de la costa, me abandoné. Comencé a flotar ayudada por mis enaguas henchidas de aire. Ni siquiera advertí cuánto me alejaba de la barranca. Sólo escuché los gritos de Junior desde la costa:

         – Eliza! Eliza! Do not leave us!

         Escuché claramente su tono desesperado cuando me gritaba que no los dejara, pero… fue lo último que escuché. Porque el agua comenzó a mojar mis enormes enaguas haciéndolas cada vez más pesadas y llevándome, sin que yo pusiera ninguna resistencia, hacia el fondo mismo del río.

         No sentí miedo alguno, ni aprensión, ni desesperación, ni angustía. Porque ni bien mi cuerpo se sumergió, el agua comenzó a acariciarme con sus corrientes internas. Y era como si las manos de él, aquellas manos tan fuertes y tan delicadas al mismo tiempo, me abrazaran amorosas y decididas a ayudarme hasta trasponer el último umbral.

17

 

“ The British Packet and Argentine News    

 January 5th 1828”

 

FUNERAL DE ELIZA BROWN”

 

         El funeral de Miss Eliza Brown, del cual dimos escasa información en nuestro último número, fue un espectáculo impresionante. Era general el pesar y las condolencias por la desgracia tan inesperadamente recaída sobre el Almirante y su familia demostró el sincero afecto que nuestro héroe ha despertado. Casi cuarenta carruajes siguieron al coche fúnebre, que conducía los restos de un ser tan joven y amable a su última morada. El coche del gobernador, el de Lord Ponsenby y el del cónsul general británico integraban el cortejo. Dos caballeros ingleses se preocuparon por mantener el orden, y el arreglo de la procesión. La asistencia del público fue considerable. El Ministro de Guerra, Balcarce, el de Marina, Irigoyen, el Comisario General Goyena, y los funcionarios de esa repartición asistieron con uniforme de gala, así como los capitanes Fournier, Graville y otros oficiales navales; el Inspector General Rondeau, el Coronel Ramírez y otros oficiales militares estaban también de uniforme; el Capitán Coe, así como un grupo de civiles vestían sencillo atavío de luto.

         El día del terrible accidente, el Almirante Brown parecía más alegre que de costumbre y, por la tarde, se embarcó. El Capitán Irigoyen despachó una carta, sin mencionar las circunstancias exactas, informándole que un accidente había ocurrido a una de sus hijas. Esto, de alguna manera, preparó su mente para algo grave, pero sólo cuando llegó a su casa, a media noche, conoció la magnitud de la pérdida. La impresión que esta desgracia causó a un padre tan afectuoso puede ser concebida pero no descrita, así como el sufrimiento de su perturbada madre. Todo lo que la amistad podía ofrecer le ha sido brindado desde ese día fatal, los amigos han llenado la casa para llevar sus condolencias y consuelo.

         El miércoles pasado el Almirante vino a la ciudad y en el curso de la mañana fue a bordo de la escuadra. Vestía luto riguroso y su semblante, que revelaba un mudo dolor, afectó profundamente a todos aquellos que aprecian sus muchas virtudes.

18

 

         Los fantasmas habían retornado. Sí, sin duda habían retornado para torturarlo por sus muchos pecados cometidos, por tantos abandonos familiares, por su infidelidad constante a sus afectos con el afecto ineludible de la Patria.

         Escuchaba la desgarrada voz de su mujer, sus gemidos, en medio del murmullo atroz de las lloronas del lugar que, vestidas de negro, pañuelo negro en la cabeza, rodeaban el sillón en el que Elizabeth lloraba su pena frente al ataúd de madera oscura.

         En esa medianoche en que el calor seguía azotando a Buenos Aires después de la huída del sol, todo le parecía, le seguía pareciendo una cruel pesadilla, un mal sueño, un castigo.

         Ella, Eliza Brown, su chiquita, aquella a quien desde muy corta edad le leía el “Romeo y Julieta” de Shakespeare, aquella que soñaba con Julieta y sabía de memoria sus parlamentos tanto en inglés como en castellano, impulsada no por el destino trágico final de la protagonista sino por el fino, elevado romanticismo que surgía de los textos del Cisne del Avon, se había convertido de pronto, por el relato de todos, a través del llanto desesperado de su mujer, en otra heroína trágica del genio shakespeareano, tal vez en la más trágica, la más indefensa, aquella en la que el poeta había concentrado el puro ideal que el poderoso de su época pisoteaba y destruía: Ofelia, la bella Ofelia.

         Allí estaba ella, lavada y peinada por Benita, descansando en su lecho final, inusitadamente blanca, de un luminoso blanco transparente, con sus manos entrelazadas y sosteniendo apenas un puñado de flores silvestres del lugar.

         Y él escuchaba el relato entrecortado por las lágrimas que su mujer repetía, con una congoja que no le conocía, que no le había visto expresar nunca, ni aún cuando habían fallecido ni su segundo hijo – muerto al nacer – ni su hijo Ignacio, el mellizo de Martina. La escuchaba hablar en ese llanto entrecortado y no podían dejar de colársele en su mente, como un fantasma más, los parlamentos de Gertrudis, la reina, madre de Hamlet, al relatar a Laertes la muerte de su hermana Ofelia:

         – Junior saw her and crowded in a loud voice. But it was useless. He cannot do anything!

         Lo que ya le habían contado: Junior la había visto y había gritado fuertemente, pero todo había sido inútil. El muchachito no había podido hacer nada.

         “- Ahogada! Dónde? Cielos!”

         “- Donde hallaréis un sauce que crece a las orillas del agua, repitiendo en las ondas cristalinas la imagen de sus hojas pálidas. Allí se encaminó, coronada de ranúnculos, ortigas, margaritas y otras flores purpúreas. Llegada que fue se quitó esa guirnalda de flores y, queriendo subir a suspenderla de las pendientes ramas del árbol, una rama envidiosa se tronchó, y cayeron al torrente fatal ella con sus adornos. Las ropas huecas y extendidas la llevaron un rato sobre las aguas, semejante a una sirena, y en tanto, iba cantando trozos de tonadas antiguas, como si ignorara su desgracia o como si perteneciera en cuerpo y alma a aquellas aguas. Pero no fue posible que durara así más tiempo: Las vestiduras, pesadas ya por el agua que absorbían, la llevaron prontamente a la muerte interrumpiendo el dulce canto.”

         El Almirante sintió que una espada atravesaba su corazón angustiado. Creyó por un momento que él también iba a estallar en un torrente de lágrimas que no podría reprimir. Sin embargo, dominando como siempre su emoción como si maniatara a un potro embravecido, apretó sus mandíbulas y sus ojos se secaron de golpe al mismo tiempo que imitaba a Laertes frente al cuerpo sin vida de la pobre Eliza-Ofelia:

         “- Ay, mi pobre desdichada! Demasiada agua en tu débil cuerpo! Demasiada, sí! Es tal vez por eso que quisiera reprimir toda el agua que brota de mis ojos!”

19

 

         La ciudad y sus alrededores se han conmocionado con la tragedia de los Brown que, hora a hora, momento a momento, en su tradición oral, se va llenando de detalles diferentes que poco tienen que ver con la realidad de lo sucedido. Y de pronto, la gente humilde de Barracas, cuenta la historia de la frágil niña que, tratando de alcanzar el espíritu de su enamorado, perdiendo pie en la barranca, cayó al agua ante la mirada angustiada de su hermanito. Pero advierten a aquellos que han venerado a Eliza que no lloren ni se aflijan, que un angel del cielo que bajó en ese instante, se ha llevado su alma al lado del Señor y junto a la de Pancho. Y ambos son felices ahora en la Gloria para Gloria de Dios.

         Otros, de lengua viperina, ya hablan de suicidio, de condena del cielo, de castigo divino y tantas cosas más que hieren y atormentan a quienes la quisieron.

         Juan Ramón Balcarce, el Ministro de Defensa escribía al día siguiente, el 27 de diciembre de 1827:

         “Ayer ha sucedido una catástrofe que todos lamentan. El General Brown estaba a bordo de la Escuadra cuando su hija mayor, de diecisiete años de edad, se fue a bañar a las seis de la tarde y se ahogó en el canal de las Balizas, a la vista de su hermanito menor que la acompañaba…”

         Finalmente, en medio de leyendas y habladurías populares, de manifestaciones de afecto y de dolor, de silencios condenatorios y llenos de sospecha en el juicio, Eliza, la dulce Eliza de cabellos rubios, ojos clarísimos y mejillas encendidas, aquella muchachita inteligente y vivaz que había cautivado a Francis Drummond en la primera tarde de su encuentro, fue enterrada también en el cementerio protestante de Buenos Aires, muy cerca de la tumba de su enamorado.

         Su lápida blanquísima fue inmediatamente cubierta por azucenas y adelfas por aquellos que la amaron y la seguirían amando. En la piedra blanca, el Almirante y su mujer harán grabar “Tus padres, admiradores de tus virtudes y que lloran tu desgraciado destino, inclinándose ante los mandatos de Dios, levantan este mármol sobre la tierra que cubre tus despojos”.

         Ahora sí el corazón de don Guillermo ha de semejar un trozo de ajado terciopelo que él creerá no le resistirá por mucho tiempo.

         En rigor de verdad, aunque resistirá casi treinta años más, y su cuerpo y su energía seguirán sirviendo al país, él aprenderá con una herida por siempre abierta – sólo a través de la muerte de Eliza, su hija predilecta, su chiquita – que la pérdida de un hijo no se borra, no se tapa, no se consuela con nada.

         A partir de esos hechos, toda su labor, eficaz y decidida como siempre a la hora de la acción, será permanentemente una huída hacia las cavernas oscuras de su mente que pueblan fantasmas ya por él conocidos pero nuevamente aterradores. Y cuando se encuentre en tierra, no embarcado, vagará por la casa amarilla con el retrato de Eliza fuertemente aferrado a su atribulado corazón.

20

 

         Y finalmente porque es así, porque aunque sólo hayan sido estos diecisiete años que estuve en esta tierra en la que fui tan feliz, ahora me doy cuenta de que valió la pena haber vivido… sólo por conocerlo. Por amarlo tanto y tan profundamente como pocas veces se pudo haber amado.

         Ahora estamos en paz, reviviendo momentos que se muestran importantes, como el de nuestro encuentro, como aquel día de la esquela guardada, como ése del jardín, y otros… otros apenas recordados pero que hoy cobran importancia desde donde descansa el alma: La primera mirada en la Alameda, aquella flor que me mandó con Coe, su amigo y compañero, la primera ocasión que se alistó en la Armada para borrar mi enojo y rebeldía, aquella medallita que era de su madre y que un día me dijo que era su deseo la tuviera por siempre junto a mí y yo la prendí en la cinta de terciopelo que usaba siempre en mi cuello sosteniendo el camafeo que guardaba aquella esquela… Son tantos los momentos que ahora pasan ante nuestros ojos, mientras estamos juntos…!

         Y ya no hay sufrimiento. Tal vez porque cada noche de esta eternidad que es siempre igual y también siempre diferente, en esta vida perdurable que se gana sólo si uno sabe morir, Frank, al recostar mi cabeza sobre su ancho pecho, me murmura al oído:

         – Eliza mi amor: Baje el sueño a tus ojos y el descanso a tu pecho. Quién fuera sueño y descanso para acariciarte así eternamente!

         Sonrío. Esto es maravilloso. Verdaderamente maravilloso. No es cierto que la eternidad pueda ser aburrida. La visión del Señor no nos impide seguir jugando y – bendito sea Dios! – aún somos en nuestro juego Romeo y Julieta, como en aquellos días que fueron tan felices. Y entonces le contesto:

         – Buenas noches, amor mío. La despedida es un dolor tan dulce… que diré “Buenas noches” hasta el alba.

         Finalmente… Finalmente, he comprendido de una vez y para siempre, y no demasiado tarde, que ésa a la que creía una rival idestructible, la Patria, lo es todo. Es este lecho en el que descansamos para siempre y que los que aquí nazcan y  las flores que florezcan, y los ríos y montañas, y los árboles y pájaros, y el ganado y el cultivo, y el trabajo del hombre, todo es Gracia de Dios y por Dios derramada.

         Es deber defenderla, a pesar de la guerra. Del horror de la guerra.

 

fin

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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«Seguiremos siendo felices» comedia de Lauro Campos

 

 LAURO CAMPOS

 

“SEGUIREMOS SIENDO FELICES”

 

UNA COMEDIA PARA SER CONTADA

(Y ACTUADA, CLARO)

 

 

personajes:

YOYI

 BETTY

 

estrenada por Evoternos en 2010

Emmy Reydó – Lauro Campos

con la dirección de Paula Corvalán 

 

En la temporada del estreno – mayo de 2010 en el Teatro de la Plaza de Rosario y agosto del mismo año en el Centro Cultural La Nave, la comedia se desarrollò, por decisiòn de la directora, Paula Corvalàn, frente a dos atriles y en dos banquetas altas en las cuales se sentaban los personajes para leer sus libretos y contar así la historia. Por supuesto que recorrìan la escena, libreto en mano, pero con el libro sabido en su totalidad. A veces se dirigìan al pùblico, a veces cambiaban otras dos banquetas altas en proscenio para que el pùblico imaginara las escenas planteadas y para dialogar entre ellos o charlar con el público. Esta fue una propuesta que aceptaron sus intèrpretes, en esa ocasiòn Emmy Reydò y el propio autor, Lauro Campos, ya que distanciaba al pùblico de todo elemento naturalista y lo hacìa pensar en el mensaje – si es que tiene alguno – de la obra. Durante las veinte representaciones que se hicieron, el pùblico delirò a carcajadas con el texto y la interpretaciòn. Y es claro, se emocionò al final. Pero, y esto es importante, los actores deben divertirse mucho con sus personajes y evitar en lo posible todo dedito levantado, porque en esto de las realidades de un paìs o de una ciudad, nadie tiene la fòrmula para vivir feliz. Cada director elegirà los elementos que ha de manejar y còmo hacer la comedia y el autor QUIERE que asì se haga, siempre y cuando la meta sea divertir.

 

ACTO PRIMERO

 

YOYI.- Esta historia que voy a contarles necesita de un prólogo. Algo que les explique que yo me llamo Jorge Arriaga, que mis amigos y mi familia me dicen Yoyi y que estoy casado con Betty desde hace cuarenta años. He trabajado estos últimos cuarenta años en Tribunales de Mendoza, mientras desarrollaba mi vocación de dramaturgo. Hemos criado una familia compuesta por tres hijos y seis nietos. Y ahora que me he jubilado, he tenido la suerte de que premiaran una obra mía en un concurso muy importante dela Capital. DeBuenos Aires, quiero decir. Eso no ha sido todo. Alguien de un importante canal de televisión leyó la obra, que por cierto fue impresa, y me ofreció por teléfono una entrevista para integrar el staff de autores de ficción en el canal. Eso me llenó de orgullo y expectativa, imagínense. Yo, que en realidad soy rosarino, pero estoy radicado desde toda la vida en Mendoza, nunca creí ser merecedor de tal distinción. De modo que nos dispusimos a trasladarnos con Betty a Buenos Aires, después de recibir de parte del canal dos pasajes de ida y vuelta en avión para tener una entrevista con el jefe del comité de dramaturgos para ver si me aceptaban o no. Dios, lo que fue ese viaje! MARAVILLOSO! Y es ese viaje, precisamente, el que le queremos contar. Esa mañana, no podíamos dominar nuestra ansiedad. Vamos, Betty, vamos!

BETTY.- Ya voy, Yoyi. No grites!

YOYI.- Vamos, apurate. No grito, no grito. Pero no entiendo por qué das vuelta sobre vos misma como si fueras un pichicho.

BETTY.- Es que no encuentro la cartera!

YOYI.- Y ahora adónde vas?

BETTY.- Me parece que la dejé en el dormitorio.

YOYI.- Dale, apurate, amor mío. (Al público) Después, ya en el auto, mientras íbamos al aeropuerto, no dejó de reprocharme mi ansiedad.

BETTY.- No sé para qué me apuraste tanto. Tenemos una cantidad ENORME  de tiempo.

YOYI.- No tan ENORME. Y ya sabés que detesto ir con el tiempo justo. Suponete que se nos pincha una goma.

BETTY.- Eso no nos pasó en cuarenta años de casados.

YOYI.- Dale, tocame el pecho.

BETTY.- Yoyi, qué te pasa? Te está dando un infarto?

YOYI.- NO! Quiero asegurarme de tener los boletos.

BETTY.- A ver. Si. Me parece que los tenés. Vas a tener que calmarte un poco, querido. Me parece que me pinté demasiado los ojos para viajar, no?

YOYI.- Hay una regla con respecto a eso?

BETTY.- No seas tonto. Con los ojos demasiado pintados los ojos se cansan más, se marchitan. Yo nunca me pinto demasiado los ojos para viajar… pero como ahora el viaje es el avión, de sólo dos horas, quería llegar presentable al hotel. Bueno, bueno. No estés tan ansioso. Estás manejando tan tenso que vas a llegar cansadísimo a Buenos Aires.

YOYI.- En el avión me relajo. Además no estoy tenso por el puesto en el canal. Sabés cuántos tipos, dramaturgos del interior, están llorando ahora mismo porque me eligieron a mí? Bueno, Betty, no me mires así! Cómo mierda no voy a estar ansioso, si sabés que es lo que siempre quise. Escribir ficción en la tele dela Capital. Tengola billetera?

BETTY.- A ver. Sí. Me parece que la tenés. Te lo merecés, Yoyi. Nadie ha trabajado tanto, nadie tiene un repertorio tan vasto como vos. Nadie ha trabajado tanto ni lo ha deseado tanto como vos. Vos lo pensaste bien, no?

YOYI.- Lo del trabajo?

BETTY.- Lo del trabajo, la mudanza, la nueva vida, el vivir enla Capital… Lo querés lo mismo, no?

YOYI.- Quiero lo que vos quieras, Betty. Y vos?

BETTY.- Yo también quiero lo que vos quieras, Yoyi.

YOYI.- Entonces hicimos lo correcto. Seremos felices!

BETTY.- Seguiremos siendo felices.

YOYI.- Bueno, eso. SEGUIREMOS SIENDO felices. Gran siete. Qué susceptible que estás. (Al público) Pero fue inevitable que en el aeropuerto siguiéramos hablando del tema. (A ella) No te preocupes por el alquiler del departamento porque voy a ganar mucho más que con la jubilación. Y siempre queda la alternativa de alquilar nuestro departamentito de Mendoza. No vamos a tener los gastos del auto. No hace falta tener auto en Buenos Aires.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Nos va a convenir vivir cerca de algún parque, así podemos llevar al perro. Sé que te preocupa el perro. Pero todos tienen perros allá, y hay muchos lugares donde pasearlos siempre y cuando lo lleves con la correa.

BETTY.- No me preocupaba el perro.

YOYI.- No comas en el avión. Mirá que tenemos una reservación en un lugar maravilloso de Puerto Madero, con show y todo. Vos no te preocupes por la comida.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Mirá, el clima en Buenos Aires, allí en la pizarra. 20 grados. En Buenos Aires está hermoso, así que no hay que preocuparse por el clima.

BETTY.- No me preocupaba el clima, Yoyi.

YOYI.- Nuestro vuelo es el número 406. Vos no te preocupes por el equipaje. No, no lleves ni siquiera la maleta chica. Que se encarguen ellos. Vos, no te preocupes.

BETTY.- No me preocupo.

YOYI.- Estás entusiasmada, Betty?

BETTY.- Sí, Yoyi.

YOYI.- No parece.

BETTY.- Pero si lo estoy… Lo estoy!

YOYI.- Y subimos al avión. Cuando la azafata preguntó qué íbamos a beber con la cena, si vino o gaseosas, yo contesté que ni vino ni gaseosas. Que no íbmos a cenar. A lo que Betty acotó:

BETTY.- Deberíamos comer aunque sea un sandwich. Vos ni almorzaste.

YOYI.- En Buenos Aires vamos a cenar a lo grande. No lo voy a arruinar por un poco de pollo tieso. No te preocupes por mí, Betty.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. Es que no quiero que pases hambre. Ya sabés lo que pasa con tu úlcera si no comés algo…

YOYI.- Traje dos frascos del remedio para eso. Relajate.

BETTY.- Sí. Estoy relajada.

YOYI.- Mirá, ya dieron orden de no fumar y de ajustarse los cinturones de seguridad. Colocá tu asiento en posición vertical, Betty. Vamos a aterrizar. Mirá, vamos a llegar cinco minutos antes.

BETTY.- Es enorme la ciudad, no?

YOYI.- Es maravilloso. Recordaremos siempre este viaje. No te pierdas la vista aérea.

BETTY.- Es una ciudad preciosa, no?

YOYI.- Te conté el plan? No? Te lo cuento. A las siete llegada al aeroparque, a las 7.45 estaremos en el hotel. Imaginate, no es pavada. Es el hotel del Centro Naval, que nos corresponde por ser jubilados provinciales. Un buen hotel, eh? Sin lujos, pero confortable. En plena avenida Córdoba casi esquina Florida. Pleno centro! A las 8.30 cena en un conocido restaurante de Puerto Madero. Con show y todo. Con opción para ir a bailar a un boliche re-conocido del lugar. Vuelta al hotel donde experimentarás una de las noches más fogosas que hayas vivido en estos últimos tiempos.

BETTY.- La verdad es que he vivido tan poquitas…

YOYI.- Esperá y ya vas a ver. Y después tengo una entrevista a las nueve de la mañana en el canal de televisión. Una entrevista que es pan comido.

BETTY.- Yoyi mi amor: Hay posibilidades de que te rechacen. De que no te den el puesto.

YOYI.- Macanas. Eso te dicen. Pero ya está decidido. Vos te creés que el canal nos haría viajar a Buenos Aires si no estuviera decidido? La entrevista es pura formalidad. (Al público) Fue en ese momento en que escuchamos la voz del capitán. (Se escucha una campanilla y de inmediato una sanata dicha por el comandante del aviòn que ellos no entienden, en castellano y en inglès) El tipo al parecer nos informó que había problemas de tráfico aéreo, dijo que había unos quince aviones esperando para aterrizar antes que nosotros. Que uno de los problemas era la niebla y el otro una huelga general de aeropuertos que al parecer el gremio correspondiente había decretado hacía unos minutos. Nos recomendaba relajarnos ya que sobrevolaríamos hasta poder aterrizar en unos veinte o treinta minutos. Suponía. (A Betty) Cómo que supone? No debería saberlo con certeza? Para algo es el piloto!

BETTY.- Calmate, Yoyi. Veinte minutos es una pavada. Tenemos tiempo de sobra. Qué hacés?

YOYI.- Voy a llamar a la azafata. Y si se prolonga más de treinta minutos? Tenemos hora para cenar a las 8.30.

BETTY.- No serán más de treinta minutos, supongo.

YOYI.- Eso supuso el piloto. (Al público) Cuando llegó la azafata yo me puse a gritar mientras ella me ofrecía un cafecito. (A la supuesta azafata) ME CAE MAL EL CAFÉ!

BETTY.- Yo me podría tomar una taza?

YOYI.- (En lo suyo) ESTO SUCEDE A MENUDO? CÓMO QUE CASI TODAS LAS NOCHES? QUE LE DICENLA HORA DELAMONTONAMIENTO? No nos avisaron nada!

BETTY.- No es culpa de la azafata, Yoyi. Bajá los decibeles.

YOYI.- (A ella) Es que deberían avisarte. Casi dos horas de vuelo y después treinta minutos de amontonamiento. No es joda. Así uno sabe cuánto tiempo va a estar en el aire, carajo.

BETTY.- Te va a dar acidez estomacal. Me la veo venir. (Se escucha ruido de avión en off. Yoyi mira su reloj)

YOYI.- Bueno, ya pasaron treinta y cinco minutos. Ojalá que el pelotudo pilotee mejor de lo que “supone”.

BETTY.- Da la sensación de que estamos descendiendo, querido.

YOYI.- Qué? Se ve el aeroparque?

BETTY.- No, Yoyi. Hay niebla.

YOYI.- No es niebla! SON NUBES! Las atraviesan todo el tiempo! Imaginate, más de treinta y cinco minutos. Y la azafata sin aparecer!

BETTY.- Por el clima sucede esto, Yoyi. Bah, eso me imagino.

YOYI.- NO HAY QUE IMAGINAR! BASTA CON MIRAR! Reservamos una mesa para las 8.30!

BETTY.- Te va a doler la úlcera. Deberías haber comido algo.

YOYI.- (Al público) Y en ese momento, el capitán informó que en esas condiciones era imposible aterrizar y que deberíamos seguir sentados un tiempo más. (A Betty) Pero qué es ésto? Esperamos, sobrevolamos y ahora esperamos sentados?

BETTY.- Te convendría calmarte. Aquí la señora de al lado dice que la última vez estuvieron dos horas y media sobrevolando…

YOYI.- Qué??? YA PASÓ ALGO ASÍ???

BETTY.- El tráfico, la niebla, las huelgas, los piquetes, los paros generales, las protestas… Vivimos en Argentina, Yoyi. Dijo la señora que calculaba que, sobrevolando, ya debía de haber envejecido por lo menos dos años.

YOYI.- O sea que a las 8.30 estaremos sobrevolando Puerto Madero!

BETTY.- Pero no importa, Yoyi. Comemos alguito en la habitación del hotel y listo. Mientras tanto, quisiera tomarme un café. (Al público) Llamé a la azafata y se lo pedí con mucha dulzura, como es mi costumbre. Pero ella me contestó secamente que el café se había terminado y que hiciera EL FAVOR DE TENER PACIENCIA!

YOYI.- (Al público) Allí comencé a gritar que haría la denuncia enla Aeronáutica! Nadie respondió a mis gritos. La noche había comenzado a caer y una luz tenue brillaba en el avión. (Ruido de avión en off. A Betty) Sabés qué hora es?

BETTY.- No me interesa.

YOYI.- Las 8. 40. Para cuando lleguemos y vayamos a un restaurante, van a ser las once y media. Si ceno tan tarde, no voy a poder dormir en toda la noche.

BETTY.- No te adelantes. Quizá no te pase nada.

YOYI.- Ah, sí. Tomémoslo con calma, Betty. Podríamos pasar el resto de nuestras putas vidas sobrevolando la puta ciudad. (Al público) Y allí, a pesar de que ya no quería escucharlo, habló de nuevo el capitán que anunció que, como no podíamos aterrizar en aeroparque, volaríamos a Rosario donde aterrizaríamos en su aeropuerto. (A Betty) A Rosario! A cuánto queda de aquí?

BETTY.- No lo sé, Yoyi. Cerca.

YOYI.- La puta que lo parió. Nos llevan a Rosario. A las nueve de la mañana yo tengo que estar en Buenos Aires y NOS LLEVAN A ROSARIO! (Al público) En el aeropuerto de Rosario, tiempo más tarde… QUILOMBO TOTAL! (A Betty) Betty mi amor, tomá los talones del equipaje. Andá a buscarlo mientras yo voy a averiguar si hay otro vuelo o algo. Nos vemos frente al kiosko de revistas.

BETTY.- Y si comemos algo primero?

YOYI.- NO HAY TIEMPO! Tengo que llegar a Buenos Aires!!!

BETTY.- Nos vemos frente al kiosko.

YOYI.- (Al público) Cuando fui a averiguar, me enteré que no había otros vuelos a Buenos Aires sencillamente porque Aeroparque estaba cerrado y que recién lo abrían a las siete de la mañana, teóricamente. Entonces llamé por teléfono a la estación de ómnibus. Mariano Moreno, se llama. Al pedo. Había huelga en el gremio y no salía ningún ómnibus a Buenos Aires. Al notar la desesperación en mi voz, una señorita sumamente grosera tuvo a bien informarme que en veinte minutos salía desde Rosario Norte el único y último tren del día de Rosario a Buenos Aires. (A Betty) Betty mi amor! Hay solamente un tren a Buenos Aires en veinte minutos! Dónde están las maletas?

BETTY.- No las encuentran.

YOYI.- Ojalá ese puto tren tenga un puto coche comedor. Qué no encuentran?

BETTY.- Las maletas.

YOYI.- Qué querés decir con eso?

BETTY.- Qué voy a querer decir, Yoyi. Más claro, imposible.

YOYI.- PERDIERON EL EQUIPAJE???

BETTY.- No me grites!

YOYI.- (En un susurro gritado) Perdieron el equipaje?

BETTY.- No. No lo encuentran, nada más.

YOYI.- Y si no lo encuentran más qué?

BETTY.- Entonces, lo perdieron.

YOYI.- (Al público) En la ventanilla de reclamos grité, me desgasté, casi me pongo a llorar. Decía: – Tengo que tomar el tren desde Rosario Norte en veinte minutos y me perdieron las maletas!

BETTY.- (Como a una ventanilla) Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- Tenemos los talones! Qué dice? Que cómo son?

BETTY.- Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS. SI LAS HUBIÉSEMOS VISTO NO ESTARÍAMOS PREGUNTANDO, CARAJO!

BETTY.- Ponerse así de nervioso no sirve de nada, querido. Ellos solamente tratan de ayudarnos, mi amor.

YOYI.- Deberías haber traído la maleta chica con vos.

BETTY.- Vos me dijiste que se encargaran ellos.

YOYI.- Señor, comprenda. Son sólo dos maletas!

BETTY.- Una grande azul y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS SALIR, NO LAS VIMOS SALIR! Me voy a volver loco!

BETTY.- Sí, Yoyi. Te vas a volver loco. Tenés que calmarte.

YOYI.- Cómo voy a calmarme si sólo me preguntan boludeces? (Al de la ventanilla) Ah… que asumen la responsabilidad? Y a mí que mierda me importa su responsabilidad si no tengo mis camisas. Tengo una reunión mañana en Buenos Aires!

BETTY.- Sí, tiene una reunión importante a las nueve.

YOYI.- Para qué le repetís lo que yo digo?

BETTY.- Porque vos no escuchás nada. Aquí el señor, amablemente, nos ofrece quedarnos en Rosario, en un hotel y tomar el vuelo de mañana a las siete de la mañana.

YOYI.- Y si la niebla no se disipa? Y si de nuevo hay amontonamiento?

BETTY.- El señor no puede hacerse responsable de todo eso, Yoyi.

YOYI.- Ya veo. Ni siquiera de nuestro equipaje!

BETTY.- Sabe qué pasa, señor? Mi marido tiene úlcera y el remedio está…

YOYI.- Vámonos de aquí! Si mi equipaje no llega al hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida mañana a la mañana, sus abogados tendrán noticias mías. Anote mi nombre: Jorge Arriaga. De Mendoza. Anotó? Vamos. Ya no tenemos más tiempo. Primero pierden mi equipaje y luego… Si no tengo noticias de ustedes… ustedes… tendrán noticias mías! Taxi! Taxi! Necesitamos llegar en quince minutos a Rosario Norte. Qué? Queda a media hora? Usted llévenos en quince minutos. No pierda tiempo en explicarme nada. Increíble. Increíble. No te procupes, Betty. Llegaremos bien.

BETTY.- No estoy preocupada.

YOYI.- Yo sí. (Al público) Estuvimos en media hora. Bajamos. El tren estaba atrasado. El taxista no tenía cambio. Le tuve que dejar el vuelto. Prometió mandármelo a Mendoza. Tomó la dirección y todo. Corrimos. Nos subimos al tren. Uno detenido que estaban barriendo. El señor que barría nos dijo que el que iba a Buenos Aires era el del andén contiguo que acababa de partir. Lo perdimos. Nos acercamos a la ventanilla. No había otro tren. Pero nos dijo el señor de la ventanilla que podíamos tomar un taxi hasta Empalme Villa Constitución o no sé cómo se llamaba el lugar y que allí podríamos tomarlo pues se detenía por unos minutos. Busqué a Betty que en ese momento había corrido hacia el baño de señoras. Llegué al baño. No podía entrar. Le pedí a una mujer que limpiaba que me trajera urgente a mi mujer que acababa de entrar al servicio. Mientras esperaba, apareció Betty que se había detenido en el kiosko para comprar pastillas antes de entrar al baño, mientras observábamos cómo la señora de la limpieza arrastraba hacia fuera del baño a otra señora que había entrado al baño y gritaba como una loca. Corrimos mientras yo le gritaba a la señora de la limpieza: – Métala de nuevo, métala de nuevo, lo siento! Tomamos el mismo taxi. No recuerdo en cuanto nos llevó. Nos cobró una fortuna. Cuando llegamos, el tren nos estaba esperando.

BETTY.- Necesito ir al baño y comer algo, Yoyi.

YOYI.- Recorrimos el tren. Estaba abarrotado de gente. Me acerqué al guarda. Pregunté si no quedaban asientos libres. El guarda me miró y rió a carcajadas el guacho. – Y algo en primera clase? – pregunté. – Se lo pago, le pago lo que sea! Me dijo que el tren iba vacío durante toda la semana salvo cuando había niebla en Buenos Aires o paro en aeroparque o piquetes en los aeropuertos. Es claro… Quién mierda iba a viajar en ese tren pedorro que era el único que quedaba en el país? Pero me prometió, luego de que ocupáramos el baño y el coche comedor, que por el doble nos daría un par de asientos. Cuando Betty salió del baño preguntó:

BETTY.- Qué dijo el señor? Tiene coche comedor?

YOYI.- El señor dijo solamente que en otro vagón vendían sandwiches.

BETTY.- Vamos, Yoyi, me muero de hambre. Vos también tenés que comer algo.

YOYI.- (Al público) Tuvimos que hacer una cola infernal que llegaba al final del tren. (Se toca el estómago)

BETTY.- Te duele, Yoyi?

YOYI.- Es un dolorcito sin importancia. Ya sé, no me lo digas: Deberíamos haber comido en el avión.

BETTY.- No iba a decirte eso.

YOYI.- (Al público) Esperamos dos horas. Pedimos el menú. Sólo tenían sandwiches de mortadela y bebidas.

BETTY.- (Mirando hacia adelante) Señor: A mi marido le caen mal los sandwiches de mortadela.

YOYI.- (Al público) Dijeron que, en ese caso, tenían galletas y aceitunas verdes. Nada más. No esperaban que viajara tanta gente en el tren esa noche. Pedí galletas para mí y un sandwich para Betty.

BETTY.- (Mirando para adelante) Y un café y un vaso de leche.

YOYI.- (Al público) Dijeron que ni café ni leche. Jugo ordinario pero no frío. Bah, pis. Decidimos no tomar nada. (A Betty) Pensar que te dije que te iba a llevar a uno de los mejores restaurantes de Buenos Aires, y terminás comiendo un sandwich pedorro sin nada para beber.

BETTY.- No tiene importancia, Yoyi.

YOYI.- Mirá, no te culparía si me dejaras por ésto. Mirá lo que te digo.

BETTY.- Pero yo no voy a dejarte, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Llegamos a Retiro. (A Betty) Si te digo que me tragué algo duro con las galletas, es verdad. Me va a destrozar el estómago.

BETTY.- Estás sin comer ni dormir, querido. Cómo no te vas a sentir mal? Vamos. Vamos a tomar un taxi al hotel.

YOYI.- Los voy a demandar a todos! (Al público) Cruzamos la estación. Estaba repleta de gente. (Hacia adelante) Disculpe, la parada de taxis? Ah, pasando la puerta. Okey. Qué? QUÉ???

BETTY.- Qué pasa, Yoyi?

YOYI.- No hay taxis.

BETTY.- Por qué no?

YOYI.- Porque están en huelga.

BETTY.- Los taxis?

YOYI.- Los taxis, el subte, los ómnibus, todos los medios de transporte. Y los basureros también.

BETTY.- No te dijeron cómo se traslada la gente?

YOYI.- Camina, Betty, camina!

BETTY.- Estamos lejos del hotel?

YOYI.- Qué sé yo. Si remontamos Córdoba, unas ocho cuadras. Pero cómo puede haber huelga de transporte en una ciudad así, con distancias tan largas?

BETTY.- Evidentemente, puede, Yoyi. Vamos a caminar.

YOYI.- Nunca oí algo semejante, mirá! (Al público) Salimos y… (Se escucha efecto de lluvia torrencial) … llovía a cántaros. (A Betty) No te preocupes. A lo mejor para pronto.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi.

YOYI.- No. Son más de las tres de la mañana. No creo que pare.

BETTY.- Nunca?

YOYI.- Si nos quedamos aquí toda la noche sin comer ni dormir no voy a poder llegar a la entrevista.

BETTY.- No me importa mojarme un poco. Vamos. Hacia dónde está?

YOYI.- Hacia allá.

BETTY.- Bueno, vamos.

YOYI.- Sí. Vamos! Dios. Está lloviendo más tupido. (Al público) Corrimos bajo la lluvia intensa. Ustedes saben lo que puede ser correr por Retiro de noche. Imagínense bajo la lluvia intensa. Nos perdimos y nos volvimos a perder. No encontrábamos la iniciación de Avenida Córdoba. Buenos Aires era a esa hora un oscuro depósito de basura. Cruzábamos las calles bajo la lluvia. Oscuras calles repletas de basura. Nos resguardamos bajo una recova.

BETTY.- No corras. Tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- Cuanto más pronto lleguemos, menos mojados estaremos, mi amor.

BETTY.- Nunca ví tanta basura junta, Yoyi.

YOYI.- Están en huelga. No siempre es así. Córdoba es una de las avenidas más limpias del mundo.

BETTY.- Quién limpiará todo esto?

YOYI.- Bueno, Betty, dejá de preocuparte por la basura. Vamos!

BETTY.- Es que no puedo…

YOYI.- Y ahora qué te pasa?

BETTY.- Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Cómo pudo pasarte algo así?

BETTY.- Así de simple: Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Y no podés caminar?

BETTY.- Sí. Pero despacio. Ya sabés que tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- (Al público) Sí. Ella tiene los tobillos frágiles. Llegamos al hotel. Hechos sopa.

BETTY.- No quiero quejarme, querido. Pero se me tuercen los tobillos al caminar.

YOYI.- Apretá los dedos de los pies contra la suela! (Al público) Les dije que llegamos al hotel? Qué espectáculo deprimente. Un mundo de gente durmiendo en la recepción, en el lobby, en el salón comedor, en los sillones, en el piso, en los ascensores. Qué mierda pasaba? (Mira hacia adelante) Somos el Sr. yla Sra. Arriaga, de Mendoza. Al fin llegamos. Cómo si reservé un cuarto? Me lo reservó Telefé. Parece que el hotel está bastante lleno, no? Ah, claro. Es lo mínimo que pueden hacer. Cómo dice? Ah, claro. La gente no puede volver por la huelga y los hoteles están atestados…

BETTY.- Qué amables, de verdad!

YOYI.- Ahora espero que tenga una camita seca y cómoda para nosotros.

BETTY.- Y que haya una farmacia cerca. Necesito venda para los tobillos.

YOYI.- Qué dice? Que la reserva era para el 17 y que hoy es el 18 de madrugada? No me diga que no nos guardaron el cuarto. Qué dice allí? Que debían reservarlo hasta las diez de la noche y que ahora son casi las cuatro de la madrugada? No, claro, no llamamos ni enviamos un mail. No pudimos, señor. Estuvimos dando vueltas. Mi intención era llegar a las ocho de la noche. No pensé que aterrizaríamos en Rosario y luego tendríamos que viajar en un tren como ganado hasta Retiro para después caminar hasta aquí en medio de un sunami. Betty: Decile al señor que eso hicimos.

BETTY.- Así mismo fue, señor.

YOYI.- YA SÉ QUE NADIE ESPERABA ESTA HUELGA GENERAL. YA SÉ QUE NO MANDAMOS UN MAIL NI LLAMAMOS POR TELÉFONO! No me lo repita, la puta madre. No ve que estoy chorreando agua aquí en el vestíbulo de este hotel pedorro. Mi mujer está temblando y tiene los tobillos frágiles. Si no me da un cuarto, estarán en mi lista de demandados, carajo! Claro que espero. Adónde voy a ir? No tengo ningún programa y mi mujer está muy mal. Decíselo, Betty!

BETTY.- Estoy muy mal. Y él no tiene ningún programa.

YOYI.- Vaya a saber qué mierda fue a buscar. Pero vos no te preocupes, nos van a dar un cuarto.

BETTY.- Ojalá.

YOYI.- (Al público) El recepcionista volvió y explicó que había hablado con el señor Bruzzi o Bruzzico o Burzaco, el ayudante del gerente, que lamentaban mucho el malentendido, pero por desgracia no tenían cuartos disponibles. (Hacia adelante) Muy bien. Muy bien! Escriba su nombre completo y el del señor… Bruzzi, Bulzico o Bulzco o como mierda se llame en un papel. Los necesito para el juicio que les voy a hacer. A todos: Ala Aeronáutica, a los responsables de ese tren de porquería, a ustedes. Ella es mi esposa. Es testigo de todo. (Ella sonríe) Betty: Cuando termine de anotar sus nombres, firmá abajo y poné fecha y hora. Puede que no sea de esta ciudad… pero se metieron con la persona equivocada. No saben lo que les espera.

BETTY.- Pero Yoyi, escuchá lo que dice el señor. Dice que en el cuatro 819 hay dos pilotos de avión que se van a las siete de la mañana. Que puede darnos ese cuarto gratis.

YOYI.- Lo escuché. LO ESCUCHÉ! Me secaría recién a las ocho de la mañana. Los demandaré por un millón de pesos. Vamos.

BETTY.- Adónde? Qué vamos a hacer?

YOYI.- Vení! (Al público) Nos metimos en el hueco de la escalera. Pregunté desesperado: Betty, qué vamos a hacer?

BETTY.- Por qué te quisiste ir si después no te la bancás?

YOYI.- Para que alguien vea que hablo en serio! No nos pueden tratar así, puta madre!

BETTY.- Bueno, Yoyi, la verdad es que deberíamos haber llamado o haber enviado un telegrama.

YOYI.- Pero cómo podés estar chorreando agua en el hueco de la escalera sin tu taco alto ni el equipaje y CULPARME A MÍ PORQUE NO TENEMOS UN CUARTO???

BETTY.- No es tu culpa, Yoyi. Sólo sugiero que nos quedemos en el vestíbulo hasta las siete y aceptemos el cuarto de los pilotos que se van a esa hora. O acaso ves otra salida?

YOYI.- (Al público) En ese momento el recepcionista gritó mi nombre. Corrimos a la recepción. Él esperaba con el tubo del teléfono en su mano. Me llamaban desde el aeropuerto de Rosario. Habían encontrado nuestro equipaje. Las maletas estaban en… (Grita) MENDOZA!

BETTY.- Yoyi, por favor, no grites. Vas a despertar a toda esta gente dormida en el lobby.

YOYI.- Pero podés creer? Nuestras maletas fueron las últimas en ingresar en el aeropuerto en Mendoza y NO LAS SUBIERON AL AVIÓN! (Ha gritado en un susurro) Me avisaban que las mandarán al hotel antes de las 8. Le dije a ese tipo desagradable que me hablaba como si me hiciera un favor que esperaba que las maletas disfrutaran más que yo viajando, ya que cuando llegaran yo no estaría en este hotel porque MI CUARTO se lo habían dado a otra persona, por lo que IBA A DEMANDAR A TODO EL MUNDO ANTELA CORTE SUPREMA! La gran puta, Betty! Quiero mis maletas YA MISMO y las quiero AQUÍ y no donde estaba antes de que no me llevaran a destino! Vos tenés que testificar este mal trato.

BETTY.- Yo soy testigo de todo, Yoyi.

YOYI.- Ya vas a ver. Un amigo que juega golf con tu hermano tiene conexiones conla Aeronáutica. Losvoy a demandar a todos. Recibirán telegramas, cartas documento, facturas, tickets, lo que haga falta para probar lo que está sufriendo un enfermo del estómago que tiene su remedio en su maleta que en este momento está en Mendoza. Y también el sufrimiento de una pobre mujer de tobillos frágiles que ha tenido que atravesar toda una tormenta de basura en Buenos Aires para llegar a un hotel donde no tiene ni una cama donde descansar! Si algo nos pasa, compadezco a usted, señor recepcionista, al señor Bruzzaco o como mierda se llame, al gerente general y al mismo dueño de este hotel de porquería con olor a humedad y a pedo.

BETTY.- Pero él dijo que nos podíamos quedar en la oficina hasta las 7, hasta que se fueran los pilotos de avión.

YOYI.- QUE SE METAN EN EL CULOLA OFICINA! Tiene que haber un cuarto en algún lugar de la ciudad. No te preocupes, voy a solucionar todo. Tenés una moneda?

BETTY.- Todo lo tengo en la maleta gris, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Y allí apareció una mujer bastante vulgar, por no aventurarme a decir que era de las que ejercían el oficio más antiguo del mundo que nos dijo:

BETTY.- (Como la prostituta) Es mejor que se ahorren dinero y esfuerzo. Ustedes no son de aquí, no? (Yoyi se sienta y mira a su costado donde se supone que està su mujer, asintiendo, mientras escucha a la prosti) Escuché que son de Mendoza. Y necesitan un cuarto por una noche, verdad? Miren, un amigo mío tiene un hotelito a dos cuadras de aquí. No es de lujo, pero limpio. Si quieren un cuarto les va a costar cien.

YOYI.- (A su mujer que supuestamente està junto a èl) Cien pesos un cuarto. No es caro.

BETTY.- (Como la prostituta) Los cien son para mí. El cuarto cuesta ciento cincuenta. Me dan primero mis cien pesos y yo misma los llevo al Hotel Gralor – por Graciela y Lorenzo, vieron?, los hijos de mi amigo – y le dicen al de la recepción que yo los he llevado. Me llamo Brenda. Mejor los acompaño. Tengo un paraguas para que no se mojen. Vamos?

YOYI.- (Al público) Le dí los cien pesos, salimos. A la cuadra de haber caminado bajo la lluvia, nos asaltó con un revólver la hija de puta. Y no sólo eso. Se le unió el supuesto dueño del hotelito. Me pidieron el rollo de billetes que tenía en el bolsillo. Betty no pudo abandonar su condición de pelotuda. Asustada gritaba:

BETTY.- Dales todo, Yoyi. No quiero aparecer muerta en una calle de Buenos Aires, aunque sea de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir. Dales todo, por favor. Dales también la billetera que tenés en el bolsillo del saco!

YOYI.- Qué pelotuda! Por qué mierda no se calló la boca?

BETTY.- No le peguen, por favor! Es un pobre enfermo!

YOYI.- No soy ningún enfermo!

BETTY.- Estás enfermo, Yoyi, no lo niegues…

YOYI.- Es apenas una úlcera común y corriente. (Al público) Y comenzamos a caminar, ahora sin el dinero y bajo el agua, sin darnos vuelta, después de pedir inútilmente que nos dejaran algo de dinero para comer algo. No, era inútil. Había que caminar.

BETTY.- Nos asaltaron, Yoyi! Nos asaltaron! No nos mataron de casualidad!

YOYI.- Por qué tuviste que decirles lo de la billetera?

BETTY.- Preferirías que te encontraran muerto en una calle de Buenos Aires habiendo dejado en Mendoza a tus hijos y a tus nietos?

YOYI.- Sabés cuánto me queda en el bolsillo? Cincuenta centavos! Veinticinco centavos per cápita gracias a haber abierto tu bocaza!

BETTY.- Pero estamos vivos, no? Estoy temblando de pies a cabeza, mirá. Necesito tomar algo fuerte!

YOYI.- Y con qué? Con cincuenta centavos? Haceme el favor. Hay miles de policías en Buenos Aires, eso se supone. Y ninguno sale cuando llueve? No se puede creer! Mierda! Me robaron la tarjeta, también. Tenemos que hacer el reclamo de pérdida o robo! Pero cómo?

BETTY.- Yo tengo el celular en mi cartera. Cuál era el número?

YOYI.- Está en la agenda del celular.

BETTY.- Ah, sí. Aquí está. Ahí llama. Ah, señorita, me acaban de robar la tarjeta de crédito. Sí. Sí. Y no puedo decirle el número de la tarjeta, señorita. Si nos la robaron. Nos la robaron en plena calle, bajo la lluvia, fíjese qué tragedia. Cómo? El documento del titular? Sí, ya se lo doy. Cómo era tu documento, Yoyi?

YOYI.- Sí, repetí…

BETTY.- Ay, Yoyi, no! Me quedé sin crédito. Se cortó la comunicación. Necesito ponerle una tarjeta…

YOYI.- Y dónde mierda te parece que podemos comprar una tarjeta ahora? Me cago en la mierda, carajo! Vamos a buscar una comisaría. (Al público) Sí. Bajo la lluvia buscamos la comisaría más próxima. Al parecer, esa madrugada, todas las comisarías eran un verdadero loquero. Gente robada, gente violada, prostitutas, rateros, padres de familia con hijos perdidos, vendedoras de Avón, lo que puedan imaginarse. El agente de la recepción parecía estar en las nubes. No oir ni ver nada. Momia. (Hacia adelante) Disculpe, no? Mi mujer y yo no somos de aquí. Recién llegamos a Buenos Aires, nos asaltaron y… (Al público) Sonaba el teléfono. El agente recepcionista nos dijo que esperáramos. Después nos comunicó que los basureros habían levantado la huelga. Como si a nosotros nos importara. Ya mi mujer se había roto el taco alto del zapato. Pero, eso sí, nos comunicó también que ahora estaban de huelga los repartidores de leche. Yo seguía diciendo… “Nos asaltaron, sabe?” mientras mi mujer preguntaba…

BETTY.- (Hacia adelante) Los chicos no tendrán leche? Qué crueldad!

YOYI.- Y yo insistía: “Nos asaltaron a una cuadra del Centro Naval” Y mi mujer agregaba.

BETTY.- Una mujer armada. Podría habernos matado. Una tragedia, una verdadera tragedia, señor.

YOYI.- (Al público) El recepcionista nos preguntó nombre y apellido. Le dije que no se los había preguntado.

BETTY.- El señor nos pregunta por nuestros nombres. Jorge y Beatriz Arriaga, de Mendoza. Pero a mí puede llamarme Betty y a él todos le decimos Yoyi. Es una historia que viene desde que él era chiquitito y le preguntaban, “Cómo te llamás, Jorgito?” y él contestaba “Yoyi”. Esas cosas que pasan con los chicos, se da cuenta?

YOYI.- (Al público) Nos preguntó dónde nos hospedábamos. Me ví obligado a decirle que en ningún lugar, lo que nos convertía en cartoneros, prácticamente.

BETTY.- (Hacia adelante) Señor… Ni los hospitales tendrán leche? No le parece una atrocidad?

YOYI.- Terminala con la leche, Betty! (Al público) El agente me preguntó si no habíamos hecho una reservación. Le conté que nuestro avión había aterrizado en Rosario y que cuando llegamos a Buenos Aires, luego de una odisea en un tren de mierda, les habían dado el cuarto a otra persona. Que lógicamente no habíamos podido ni mandar un mail ni llamar por teléfono, aunque obvié decir que Betty tenía un celular que a esa altura no servía para nada. Que a esa altura ya sabíamos que no existía el famoso hotel Gralor. Me preguntó por qué habíamos ido. Le dije que NO SABÍAMOS QUE NO EXISTÍA, CARAJO.  Que nos habíamos dado cuenta cuando la asaltante y su pareja nos habían robado todo el dinero. El agente nos hizo firmar un formulario y nos dijo que fuéramos a hablar con el Capitán Malatesta. Un formulario. Para qué mierda firmar un formulario!

BETTY.- Dale, firmá el formulario, sí mi amor?

YOYI.- No quiero! Quiero mi plata! Dónde está el Capitán Malatesta? Por qué nadie nos ayuda?

BETTY.- Lo firmo yo, querido?

YOYI.- No! No quiero que lo firmes! No quiero que firmes nada! Dónde está el Capitán Malatesta. (Al público) El tipo me mandó a la segunda puerta del pasillo, oficina del Capitán Malatesta, que llegaba a las once de la mañana. (Hacia adelante) CÓMO A LAS ONCE DELA MAÑANA? QUIERO QUE SE OCUPE AHORA! Mientras tanto una mujer gritaba que era la tercera vez que le robaban la cartera justo en la puerta de la comisaría y que quería que esta vez se la recuperaran. Se lo dije bien clarito: – En cuanto se ocupen de MI ROBO, señora, se ocuparán de su cartera. No se me adelante que yo estoy primero. Y pregunté al agente: – Hay alguien más a quien pueda ver? Pero me dijo que todos los policías estaban muy ocupados y empezó a atender a la mujer de la cartera. Entonces le pregunté su nombre y lo anoté. Para mi lista de demandas. El agente nos sugirió que fuéramos al Cuartel de Bomberos. Parece ser que la guardia nacional había puesto allí unos catres militares y que convidaban café con rosquitas.

BETTY.- Perfecto, Yoyi. Todo solucionado. Adoro las rosquitas.

YOYI.- No quiero café ni rosquitas. Quiero mi plata. (Al público) La policía nos llevó en un móvil al Cuartel de Bomberos, luego de que mi mujer discutiera con la señora que denunciaba el robo de su cartera en una discusión de sordos. Ambas se referían a la mujer delincuente como si hubiera sido la misma. – Era una mujer altísima – decía la mujer. – La nuestra era baja – decía Betty. – ERA ALTÍSIMA – gritaba la mujer. BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. ERA ALTÌSIMA – gritaba la mujer.

BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. Como fuere la cosa, subimos al auto (Se suben a un supuesto auto) y mientras yo me dormía Betty me  decía:

BETTY.- A lo mejor era alta. Uno no puede descubrir la altura con un taco roto. No te parece? (Yoyi se duerme en su hombro) No te duermas sin comer antes, Yoyi. De otro modo… a lo mejor no despertás nunca, querido. Lo que pasa es que no hemos comido ni dormido desde ayer a la mañana. Hace veinticuatro horas que estamos metidos en este viaje maravilloso.

YOYI.- (Al público) Pero en mitad del camino llamaron por radio y hubo cambio de planes y nos querían obligar a bajarnos del auto de la policía porque tenían un asalto a una despensa importante que tenían que proteger.

BETTY.- No nos van a llevar al cuartel? Y el café y las rosquitas?

YOYI.- Dicen que está a ocho cuadras de aquí.

BETTY.- Y no nos pueden llevar primero?

YOYI.- Pero no escuchaste? Dicen que tenemos que cooperar, que no tienen muchos patrulleros.

BETTY.- Pero vos cómo vas a hacer, Yoyi? Estás casi dormido. En fin, no hay mal que por bien no venga, porque si te dormías… Vamos, vamos, hay que bajar. El señor dice que tenemos que movernos. Bah, fue grosero, dijo que hay que mover el culo, pero yo no quería repetirlo tal cual. Tenés que despertarte, mi vida. Hay que caminar unas cuadritas, amor mío. Hay un asalto, viste?

YOYI.- No pueden atrapar más tarde a los asaltantes?

BETTY.- No discutas, Yoyi. Vamos, hay que cooperar con las fuerzas del orden.

YOYI.- Dónde estamos? La policía tiene el deber de protegernos y trasladarnos.

BETTY.- El oficial sabe lo que hace, querido!

YOYI.- No me van a tener de aquí para allá como a mis maletas. No pienso bajarme del auto. (Al público) Ante tan firme aseveración, arrancaron los hijos de puta. Arrancaron a los santos pedos, echando putas por Palermo viejo. Y con Betty pudimos ser los protagonistas cagados de la más feroz resistencia que hubiésemos podido vivir en un asalto a una despensa de la gran ciudad, (Se escucha la sirena policial que se va perdiendo) envueltos en el sonido electrizante de la sirena policial. Detuvieron el auto. Al parecer habían logrado ubicarlos. Se bajaron del coche para capturarlos. Eran las cinco de la madrugada y nosotros esperábamos en el móvil policial que los policías trajeran esposados a los delincuentes. Ya no podría dormir, ya no llegaría a la entrevista. Pero los que subieron al auto después de reducir a los policías fueron los malhechores.

BETTY.- Dios santo, Yoyi. Nos están secuestrando!

YOYI.- (Al público) Nos amenazaron con un revólver. Era la segunda vez en la noche que lo hacían. De nada sirvió que tratáramos de explicarles la situación. Ellos seguían corriendo en el auto con la sirena a todo lo que daba.

BETTY.- Tenemos familia en Mendoza, chicos. Y mi marido no se siente nada bien. Es un hombre muy enfermo.

YOYI.- (Al público) Nos tiraron en los bosques de Palermo a las cinco y cuarto de la madrugada y se fueron. Los dos solos en la oscuridad total. (Las luces han bajado. Ellos estàn iluminados por un cìrculo de luz celeste, espalda contra espalda. Pausa. A ella) Betty, oíme.

BETTY.- No quiero discutir, Yoyi.

YOYI.- No me vas a echar la culpa de esto que nos ha pasado, supongo.

BETTY.- Está bien. No voy a echarte la culpa, pero no quiero discutir. Al bajar del auto perdí el otro zapato y ahora acaba de pisarlo ese auto que pasó…

YOYI.- … ya veo, sí. Echando putas.

BETTY.- No importa. Voy a caminar descalza.

YOYI.- No te lo aconsejo aquí. Podrías pisar algo filoso y herirte.

BETTY.- Ya lo pisé.

YOYI.- Algo filoso?

BETTY.- Creo que sí. Algo así como el borde de una lata. Mirame. Me sale sangre?

YOYI.- Un poquito.

BETTY.- Dios mío. Me voy a morir de tétanos.

YOYI.- Eso no es lo importante. Quiero decir: Tenemos que irnos, pero no podés caminar así. Es claro, si pudiera volaría, mi amor. Pero lo que pasa es que hay niebla en Buenos Aires.

BETTY.- Dejate de ese sarcasmo pelotudo, Yoyi… Me duele el pie.

YOYI.- Está bien. Te hago upa.

BETTY.- No. A upa no, Yoyi. (Èl la alza en sus brazos)

YOYI.- (Haciendo un esfuerzo sobrehumano) Tengo que llevarte a un hospital. Seguro que están en huelga, pero no importa. Yo te llevo lo mismo. Soy responsable de vos.

BETTY.- Es que sos un hombre débil y te vas a desmayar. Hace horas que no probás bocado.

YOYI.- Vos tampoco, no pesás mucho. No te preocupes.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. No dije que estuviera preocupada. Pero por favor, bajame.

YOYI.- Tenemos que llegar al Cuartel de Bomberos, que esperemos que no se haya incendiado. Tenemos que dormir un poco porque tengo una entrevista a las nueve y…

BETTY.- (Grita) Te vas a herniar, carajo! Ya tenés una úlcera, es que querés reventar?

YOYI.- Está bien. Te bajo. (La baja) Te bajo. Te bajo y me acuesto. Cinco minutos. Vamos a descansar cinco minutos. Debajo de este árbol, Betty… Debajo de…

BETTY.- YOYI, ES PELIGROSO QUEDARNOS AQUÍ.

YOYI.- Para nada, Betty. Para nada. Es el menor peligro que corremos. Salvo que nos pique algún bicho. Vení. Tratemos de dormir.

BETTY.- Bueno. Buenas noches… Yoyi. (LAS LUCES BAJAN. ENLA BANDA SONORASONIDO DE PAJAROS LUEGO DE UN SILENCIO. SUBEN LAS LUCES. ESTÁ ÉL SOLO)

YOYI.- Cuando me desperté estaba solo. Me dolia el cuello, me dolía la espalda. Me dolía todo el cuerpo, en realidad. (Mira hacia los lados) Dónde estás, Betty? Dónde estás, querida? Betty, dónde te metiste? (Corre por toda la sala) BETTY!!! (Desde un lateral entra Betty y se sienta)

BETTY.- A desayunar! Encontré una golosina en un banco! (Él vuelve y se sienta junto a ella) Fuera, fuera, perrito. No puedo darte este turrón aunque tengas hambre. Es NUESTRO desayuno.

YOYI.- Soltá eso. Soltá eso, perrito. SOLTALO, PERRO DE MIERDA, no me vas a quitar lo que es nuestro. Ah, te asustaste! Bien. Ya es todo nuestro. Cómo tenés el pie?

BETTY.- Mejor. Comelo, Yoyi. Lo necesitás.

YOYI.- Estará bueno? Estaba en un banco, lo lamió el perro… No sé…

BETTY.- Seguro que sí. Mirá, tiene dextrosa, miel de maíz y niacina. Pura energía, Yoyi. Y vos necesitás energías. Sos…

YOYI.- Soy un hombre sano. No empieces.

BETTY.- Sos un hombre que va a tener una entrevista, querido. Necesitás estar bien. Vamos, lo compartimos, eh? Tomá.

YOYI.- Gracias. (Ambos comen una barrita de cereal) Hoy podrías haber tomado el desayuno en la cama, jugo de naranjas, medialunas, tostadas con manteca y mermelada y una gran taza de café caliente. En cambio, estás desayunando una golosina probablemente rancia que dejó un perro en un banco de los bosques de Palermo a las… Che, dónde está mi reloj?

BETTY.- No te pongas nervioso.

YOYI.- No estoy nervioso. Pero dónde está?

BETTY.- Fue todo tan rápido.

YOYI.- Qué cosa fue rápida?

BETTY.- Dijiste que no te pondrías nervioso, querido.

YOYI.- Lo dije antes de que empezaras a hablar. Tu tono es terriblemente presagioso. Dónde está mi reloj?

BETTY.- Se lo dí a uno de los travestis esos que nos rodeaban mientras dormías.

YOYI.- Le diste mi reloj de dos mil pesos a un hombre vestido de mujer? Por qué?

BETTY.- Porque parecía tener un cuchillo, Yoyi. Bueno, a lo mejor no era un cuchillo sino un… bueno, uno de esos juguetes sexuales que usan los que… ay, no sé, Yoyi, todo fue tan rápido y… y él o ella, qué se yo, no nos dejaba en paz.

YOYI.- Y por qué no me despertaste?

BETTY.- No quería que te apuñalara. Digo, si era un cuchillo. Tampoco quería que te hiciera otra cosa… Me pone nerviosa hablar de esto, Yoyi.

YOYI.- Querés decir que me asaltaron mientras dormía?

BETTY.- Sí, algo así.

YOYI.- Un travesti?

BETTY.- Sí.

YOYI.- Con un cuchillo?

BETTY.- Bueno, yo pensé que era un cuchillo o… algo fálico.

YOYI.- MIERDA!

BETTY.- La plata te la robó una mujer con un paraguas y eso no lo cuestionaste. Por qué discriminás?

YOYI.- No te pidió dinero? Digo, el travesti.

BETTY.- No dijo nada. Agarró el reloj… y huyó.

YOYI.- No te pidió plata, ni siquiera el reloj… y vos se lo diste.

BETTY.- Se lo dí, se lo dí… Parecía gustarle. Lo tomó y yo no tenía otra salida. Tenía un cuchillo.

YOYI.- Le viste el cuchillo?

BETTY.- Nadie te asalta en la oscuridad de los bosques de Palermo a las cinco de la madrugada, vestido de mujer, a menos que tenga un cuchillo, no?

YOYI.- Nunca me puse a pensarlo. (Al público) Sería un cuchillo?

BETTY.- Comé, comé esa porquería. Tenés una entrevista en el canal a las nueve.

YOYI.- Ni siquiera voy a saber cuando sean las nueve.

BETTY.- Lo siento, Yoyi. Estoy avergonzada, irritable, tengo ganas de llorar. Debe ser el cansancio que me ha provocado este viaje maravilloso ala Capital. Peroahora se me ocurrió algo. Podríamos ir ala Sociedadde Ayuda al Viajero.

YOYI.- Cuál viajero?

BETTY.- Cualquiera. Una vez leí que existía. Le prestan dinero a turistas en dificultades. Averigüemos adónde queda, qué te parece? Qué te parece la idea? Qué te parece, querido, por qué no me contestás?

YOYI.- Porque acabo de romperme un diente con la puta golosina.

BETTY.- Con la golosina? A ver… dejame verte.

YOYI.- No. Es uno de los de adelante. Ya ni sonreír puedo.

BETTY.- Quizá no se haya roto.

YOYI.- ESTOY SEGURO! LO TENGO ROTO!

BETTY.- A ver, mostrame. (El le muestra) Quizá no… Pero sí. Se te rompió.

YOYI.- Se acabó. Yo no puedo más. Aunque tuviera dinero y me afeitara, nunca me darían ese puesto si ni pudiera esbozar siquiera una… leve sonrisa.

BETTY.- Un dentista te lo podría arreglar, amor mío.

YOYI.- Por cincuenta centavos?

BETTY.- Recurramos ala Sociedadde Ayuda al Viajero…

YOYI.- NO ARREGLAN DIENTES!

BETTY.- Bueno, bueno. Era una sugerencia, nomás.

YOYI.- Estoy bien cagado. No me van a contratar ni en ese canal ni en una mísera acequia de Mendoza. Creés que van a contratar a un tipo que viene del interior, que no puede sonreír y que pierde aire por su diente roto? Ni soñarlo. Perfecto. Se acabó la expectativa. Ahora vamos. Mirá, sale el sol. Deben ser cerca de las siete y media. Nunca lo voy a lograr.

BETTY.- Todavía hay tiempo. No te des por vencido ni aún vencido. Almafuerte! Escuchá un poco. Alguien está llorando? Parece una criatura. Ay, sí. Es un chiquito. Mirá, está en ese banco, llorando. Está solo. Quizá se perdió.

YOYI.- Quizá no se perdió y solamente está solo.

BETTY.- Y por qué llora? No estaría llorando, Yoyi. Mi deber es averiguarlo, no podría dormir esta noche, mirá, si no lo averiguara.

YOYI.- Averigualo, averigualo, que no te soportaría otra noche sin dormir.

BETTY.- Aquí estoy, tesoro. Por qué llorás, mi vida? Dónde están tus papás? Es oriental, Yoyi. Japonés, o chino…

YOYI.- O coreano.

BETTY.- Parece que no habla castellano, Yoyi, mirá que tragedia.

YOYI.- Bueno, Betty. Tendrá que esperar a que pase algún oriental que hable su idioma. No nos metamos, Betty…

BETTY.- Está hambriento y atemorizado… Tenemos que hacer algo.

YOYI.- Cómo sabés que está hambriento? Te lo dijo?

BETTY.- No podemos dejarlo solito. Por qué no hacés algo por él?

YOYI.- Qué podría hacer con cincuenta centavos en los bolsillos y un turrón podrido que le quité a un perro en el estómago por todo alimento y que, además, me rompió el diente.

BETTY.- Ves? Ya te has convertido en un porteño más. Egoísta y sin sensibilidad social. Andate vos a tu entrevista. Yo me voy a quedar con el chico hasta que aparezca alguien.

YOYI.- Ya que querés comprarle algo para comer, por qué no te fijás si tiene algo de plata?

BETTY.- Plata?

YOYI.- Digo, en los bolsillos. Tal vez con ese dinero podremos comprar una tarjeta para tu celular y así hacer una llamada a Ayuda al Viajero para que nos ayuden. A ver, me voy a encargar yo de él. (Al público) Y lo llevé tras unos arbustos para revisarle los bolsillos. Y en ese momento el mundo se dio vuelta. Apareció una gorda infame gritando como una loca que qué le estaba haciendo a ese chico, que le quitara las manos de encima y que si estaba tratando de abusar de él. Traté de explicarle pero empezó a gritar: – Policía! Hay un pervertido en este sector del bosque! Un abusador sexual! Y yo suplicando que no gritara así. Y mientras ella seguía gritando – Hay un pervertido, hay un pervertido!, yo tomé la mano de Betty y le dije: – Aunque se te quiebren los tobillos, corré, haceme el favor! Y corrimos por el parque a campo traviesa mientras nos perseguía un policía en moto sin que pudiera alcanzarnos porque nos refugiamos tras otro arbusto.

BETTY.- Ese policía casi nos alcanza. Por qué no te paraste a explicarle?

YOYI.- A explicarle qué? Te parece que lo hubiera entendido, con tanto abusador sexual como hay ahora? Me hubieran dado entre diez y veinte años. Te dije que lo dejaras en paz, carajo!

BETTY.- Hice lo que me dictó la conciencia. Ese niñito estaba muerto de miedo.

YOYI.- Yo no lo ví muerto de miedo. Es más: mientras a mí me buscan por pervertido, seguro que en este momento está comiendo un helado. Salgamos del parque de una buena vez!

BETTY.- (Se mira la mano) Oh, Dios Santo. Se me cayó el anillo. Te das cuenta, Yoyi? Perdí el anillo.

YOYI.- Ahora??? AHORA PERDISTE EL ANILLO???

BETTY.- Lo siento. La próxima vez lo voy a perder cuando no estés apurado.

YOYI.- Cómo se te pudo caer?

BETTY.- Porque no comí. Tengo los dedos más flacos. Por eso.

YOYI.- La gran puta. No se lo sacó en cuarenta años y lo pierde justo ahora.

BETTY.- No me hables en tercera persona. Estoy aquí, en primera persona.

YOYI.- No! Me hablo a mí mismo en segunda persona! Todo se acabó. Todo acabará a las nueve en punto.

BETTY.- Andate. Andate a la famosa entrevista. No te preocupes por mí! Me voy a quedar aquí, de rodillas, cavando con mis manos hasta que lo encuentre.

YOYI.- Betty! Es sólo una alianza de oro de sesenta pesos. Si consigo el puesto en el canal te compro una mejor. Olvidate de este asunto.

BETTY.- Olvidarme de mi anillo de casamiento? Cómo podés decir semejante cosa? Cómo podés ser tan inhumano? ES MI ANILLO DE CASAMIENTO! NO QUIERO OTRO! QUIERO EL QUE VOS ME PUSISTE EN EL DEDO!

YOYI.- Lo entiendo, lo entiendo, Betty. Fue una sugerencia inocente.

BETTY.- Es la única cosa material que tengo que me importa, fijate. No voy a olvidarme de él ni dejarlo tirado por allí! No me importa lo que vos hagas!

YOYI.- Estás enojada.

BETTY.- ASÍ ES! ME QUEDARÉ AQUÍ BUSCANDO!

YOYI.- Estás cansada y enojada.

BETTY.- DEJAME TRANQUILA, CARAJO!

YOYI.- Está bien. No nos iremos. Nos vamos a quedar aquí.

BETTY.- NO ME TOQUES!

YOYI.- Mi amor, no te enojes conmigo. Nos vamos a quedar hasta encontrarlo… (Al público) Y en ese mismo momento aparecieron dlos muchachones de unos veinte años que me sostuvieron y me pegaron en las costillas. Es decir: Me sostuvo uno, hijo de mil putas y me pegó el otro, la concha de su madre, mientras le preguntaba a mi mujer – Está bien, señora? Está bien? La quiso violar este enano de mierda? Ella le aclaró:

BETTY.- Es mi marido! Es muy enfermo! Yoyi, estás bien?

YOYI.- (Al público) Y entonces, los dos hijos de mil putas salieron a los pedos gritando: – Por qué no nos avisó? Pensamos que este le quería hacer algo malo! Te lo dije, boludo. No hay que ayudar a nadie, boludo!

BETTY.- Yoyi, decime algo, estás bien?

YOYI.- Te pedí que te olvidaras del anillo.

BETTY.- Dónde te pegó?

YOYI.- Primero en las costillas.

BETTY.- Y después?

YOYI.- Después también.

BETTY.- Te duelen las costillas, mi amor?

YOYI.- No. Me duele la rodilla. Caí arrodillado sobre tu anillo.

BETTY.- Yoyi! Qué maravilla! Gracias al cielo! Ya me siento mejor. Ves? Lo encontraste, querido. Es que todo este tiempo he estado rezando un padrenuestro doble para encontrarlo.

YOYI.- Mientras me cagaban a puñetazos?

BETTY.- No. Antes.

YOYI.- No delires. Antes estabas furiosa.

BETTY.- Rezaba furiosa, Yoyi. No importa el tono. Lo importante es rezar.

YOYI.- (Al público) Salimos del bosque. (A ella) Vamos, Betty, caminá más rápido.

BETTY.- Sin tacos y con los zapatos rotos? Me gustaría verte. Para colmo se me rompieron las medias. Tengo los pies en carne viva.

YOYI.- Y hasta cuándo te vas a quedar allí parada?

BETTY.- Hasta que me muera o me rescaten, Yoyi.

YOYI.- Está bien. Eso es una iglesia. Entremos. Entremos ya y descansemos sentados mientras rezás algo a ver si el de arriba se apiada de nosotros.

BETTY.- Eso. Quizá si rezamos con mucha devoción, podrás lograrlo.

YOYI.- No voy a poder lograrlo si me detengo a rezar, Betty.

BETTY.- Necesitamos esperanza y valor.

YOYI.- Yo necesito un barbero y un dentista. (Al público) Pero ella ya había entrado a la iglesia. (A ella) Betty, no quiero ser irrespetuoso. Pero justo ahora se te ocurre rezar? (Al público) Se cagaron en su ocurrencia, se los juro. Porque nos dijeron, unas señoras con sonrisa fingida y modo terminante, (Haciendo como la señora paqueta) que la iglesia estaba cerrada para hacer un ensayo de una ceremonia de la santa misa que el domingo iba a salir por televisión. (Como èl) Nos echaron. Me negué. No podían coartarme mi derecho a rezar, carajo. Anoté su nombre para mi lista de demandas. Podía olvidarme del avión, de las maletas, del tren, del reloj, del diente. Pero no podían coartarme mi derecho a rezar. Les grité: – Hágale saber al obispo que recibirá una carta de mis abogados! Pero nos fuimos, de todos modos.

BETTY.- Yoyi, qué hicimos mal? No podemos ni caminar, ni comer, ni rezar!

YOYI.- Mientras conservemos la cabeza, podemos pensar.

BETTY.- No por mucho tiempo, ya vas a ver.

YOYI.- Querida, querida, todavía no estamos derrotados…

BETTY.- Sí lo estamos. Esta ciudad… nos ganó.

YOYI.- No! No nos rendiremos! (Hacia delante) Me oíste, Buenos Aires? No nos rendimos! Te quedó claro, capital dela República? (Casi llorando) Podés robarme, matarme de hambre, romperme el diente y los tobillos de mi mujer! Pero no me voy a ir!

BETTY.- Estás gritando en medio de la calle, Yoyi. Te van a oír!

YOYI.- No me importa! Ella es una simple ciudad. Y YO SOY UNA PERSONA! Soy más fuerte que una ciudad! No, Buenos Aires, no vas a salirte con la tuya. Tengo nombres y direcciones! Betty, iremos al hotel en auto y nos darán un cuarto, un baño caliente y comida decente, entendés? Ya me cansé de estas tonterías!

BETTY.- Por favor, Yoyi. Cómo iremos al hotel?

YOYI.- Cómo? Ya te lo voy a mostrar! (Al público) Y en ese mismo momento me puse en medio de la avenida y detuve un auto. Gemí por la ventanilla: Podría ayudarnos, por favor? Mi mujer no puede caminar. Podría hacercarnos hasta el hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida? Si tiene la decencia de un ser humano, no nos abandonará aquí. Nos hizo subir. – Dios lo bendiga, señor. Si supiera la odisea por la que pasamos no me lo creería. Somos Betty y Jorge Arriaga, de Mendoza. Entonces él, con un acento evidentemente norteamericano, dijo que era el nuevo delegado cultural en la embajada de los Estados Unidos. Que él se bajaría enla Embajaday que luego su chofer nos llevaría hasta el hotel. Pero, pueden creerlo? En la puerta dela Embajadade los Estados Unidos, los muchachos de la izquierda, encapuchados, con banderas y bombos, estaban haciendo un poderoso acto de protesta. Y al ver llegar el auto oficial, se abalanzaron contra nosotros que quedamos encerrados. Ellos trataron de volcarlo y nos acribillaron con huevos. Yo gritaba: – SOMOS NEUTRALES! NO SOMOS POLÍTICOS! Y Betty me ayudaba. Bueno, en realidad, no ayudaba demasiado.

BETTY.- SOMOS DE MENDOZA, HUEVONES! DEJEN DE MOLESTARNOS QUE MI MARIDO ES JUBILADO Y ADEMÁS, ENFERMO!

YOYI.- Hasta que al final llegó la policía y nos sacó de ese auto. Allí me dí cuenta de que había cámaras de televisión que me filmarían y podrían acabar con mi carrera como escritor! Nos subimos al móvil policial. Eran las ocho y cinco de la mañana. Aún estábamos a tiempo. No todo estaba perdido.

BETTY.- Estoy por desmayarme.

YOYI.- Ni se te ocurra! Esperá hasta llegar al hotel.

BETTY.- No. Me voy a desmayar aquí. Estoy mareada y… me voy a desmayar…

YOYI.- NI SE TE OCURRA HACERLO!

BETTY.- Sí. Mirá.

YOYI.- (Al público) Y se desmayó. Allí en el auto policial. Al llegar al hotel volvió en sí, pero tuvieron que bajarla del auto dos policías y el botones del hotel. (Mirando hacia adelante) Me llamo Jorge Arriaga y… (Al público) Un momento, por favor, me dijo el recepcionista del hotel y DESAPARECIÒ EL GUACHO! Gritè como un loco: NO TENGO UN MOMENTO! SI NO ME DAN UN CUARTO YA MISMO YO…” Pero de repente apareciò de nuevo y me dijo: – Su cuarto está listo. La suite 927. Fui solamente a buscar un mensaje para usted. Su equipaje llegó a las 8 y está en su cuarto. En el mensaje le piden miles de disculpas y esperan que disfrute su estadía. (Al público) JA! Disfrutar la estadía! Miro a Betty y noto que se estaba desmayando nuevamente. La sostenía el botones que ahora la subió hasta la habitación.  (A ella) No te preocupes, querida. Ya te vas a sentir bien, mi vida. Te darán comida caliente y vendas para los tobillos, mi amor.

BETTY.- (Desfalleciente) No me preocupo, Yoyi…

YOYI.- (Al público) Eran las 8 y 43. Tenía diecisiete minutos para comer y vestirme. Le dí mis cincuenta centavos al botones. Era todo lo que nos quedaba, pero cuando se fue, ME DÍ CUENTA! (Mirando la valija) DIOS! CERRADA!LA MALETA ESTÁCERRADA!

BETTY.- Abrila con la llave.

YOYI.- Qué llave?

BETTY.- La que guardás en la bille… tera. (Cae) Por Dios, no tenés la billetera…

YOYI.- Ergo, no tengo la llave! Y allí dentro, Betty, hay una camisa limpia y una afeitadora. Y por las callecitas de Buenos Aires, que tienen ese qué se yo, viste?, hay una puta delincuente con una puta billetera y mi puta llave. Si existe justicia en este mundo, que la asalte el travesti que me robó mi reloj!

BETTY.- Y no podrás abrirla con un cuchillo?

YOYI.- Es el modelo “diplomático”. Para documentos diplomáticos. No se abre ni con una bomba.

BETTY.- Y si le decimos a los del hotel que envíen un cerrajero?

YOYI.- En diecisiete minutos? Es la última vez en mi vida, te lo juro por Dios, que compro una buena maleta. Nunca, nunca, nunca más. (Suena un teléfono)

BETTY.- Sí, hola. Ah sí, yo fui la que pedí comida, sí. Podrían mandarla en diecisiete minutos? Ah, comprendo. No, Yoyi. Van a tardar como una hora en mandar la comida. El hotel tiene una convención y le están sirviendo el desayuno a miles de gente.

YOYI.- Ojalá que sea una convención de pompas fúnebres, porque estoy a punto de asesinar a alguien.

BETTY.- Por qué no llamás al canal y avisás que vas a llegar un poco más tarde?

YOYI.- Retraso es mala palabra para un debutante en un canal de televisión. Las nueve en punto son las nueve en punto. Cualquier boludo puede llegar a las 10. Pero a las nueve en punto llegan sólo los eficientes, no te das cuenta?

BETTY.- No.

YOYI.- La puta madre! VOY A LLEGAR A LAS 9. QUIERO ESE PUESTO! Un pequeño obstáculo como la mismísima ciudad de Buenos Aires no me va a detener, carajo. Me sacaron el dinero, el reloj, el diente, la posibilidad de REZAR! Pero no me van a detener. Cuando se quiere algo de verdad, nada lo detiene a uno. Vuelvo en una hora, mi amor. Seré el nuevo escritor del canal! (Al público) Me miré al espejo y casi me desmayo. Estaba sucio, barbudo, despeinado. Le dije a Betty: – Betty mi amor. Quiero que sepas algo. Pase lo que pase… Voy a estar siempre con vos. Y gracias por no haberme abandonado.

BETTY.- Todo lo que quiero es que seas feliz, Yoyi. Pero por favor, no me beses que tengo alergia a la barba!

YOYI.- (Al público) Para compensarme en el hotel se hicieron cargo de hacerme llevar por un remise hasta el canal. Parecía un pordiosero, con mi traje ajado y sucio, con mi barba y mi olor a transpiración acumulado durante mi viaje maravilloso a la gran ciudad. Llegué a las 9 en punto. Y cuando conté mi historia, minuciosamente – esta historia que acabamos de contarles a ustedes – alabaron mi imaginación y de inmediato me dieron el puesto. Al llegar al hotel, Betty aún tenía sus pies metidos en la bañera. (A ella) Mi amor, me dieron el puesto. Voy a ganar el doble de lo que gano con mi jubilación. Ah, y se hacen cargo del alquiler del departamento que elijamos. Los deslumbré, aún con mi diente roto.

BETTY.- Qué les dijiste?

YOYI.- Qué les dije? Qué creés que les dije? (Pausa. Se escucha una música suave)

BETTY.- No lo sé. Esperaba que dijeras que no. Esperaba que dijeras que vos y tu esposa no cuadran con Buenos Aires. Que… querías seguir viviendo en Mendoza. Que no querías pisar otra gran ciudad en tu vida. Que no querías vivir aquí. Que de todos modos, si les interesaba tu imaginación y tu talento, podrías escribir los libretos desde allá. Y que detestabas cualquier lugar donde la gente tuviera que vivir encimada y agredida, sin suficiente espacio para caminar, respirar ni sonreír. Y que no querías caminar por las calles pisando basura, ni tener que darle tu reloj a un travesti mientras te ves obligado a dormir en los bosques de Palermo. Que no querías viajar en trenes parado, apretado como sardina y sin comer, ni en aviones que no pueden aterrizar ni volver a perder el equipaje. Que deseabas no haber venido jamás y que lo único que en verdad querés… es pasar a buscar a tu mujer, llevarla al aeropuerto y volver a tu casa para vivir feliz el resto de tu vida. Esto esperaba que les dijeras… Yoyi.

YOYI.- Es curioso, Betty. Sabés algo? (Se emociona levemente) Eso mismo les dije. Palabra por palabra. (Al público) Cuando nos dirigíamos en taxi hacia el aeroparque… un piquete bloqueaba avenida Libertador. – Vaya por otro lugar – le dije al taxista. – No puedo, maestro – me contestó – Todas las calles que llevan al aeroparque están cortadas. Y no sólo esas. Hay cortes en el Obelisco, en el Congreso, en la 9 de julio, enla Plazade Mayo, en Plaza Lavalle… protesta en los Tribunales y parece que van a parar los subtes de nuevo. Con Betty nos dispusimos a esperar, cagados de risa. Y allí comprendí… que había tomado la decisión correcta. (Estalla una música brillante de comedia musical. Ellos saludan, si es posible bailando)

 

TELÒN FINAL

Lauro/viaje maravilloso

 

 

LAURO CAMPOS

 

“SEGUIREMOS SIENDO FELICES”

 

UNA COMEDIA PARA SER CONTADA

(Y ACTUADA, CLARO)

 

 

personajes:

YOYI

 

BETTY

 

 

 

En la temporada del estreno – mayo de 2010 en el Teatro dela Plazade Rosario y agosto del mismo año en el Centro CulturalLa Nave, la comedia se desarrollò, por decisiòn de la directora, Paula Corvalàn, frente a dos atriles y en dos banquetas altas en las cuales se sentaban los personajes para leer sus libretos y contar así la historia. Por supuesto que recorrìan la escena, libreto en mano, pero con el libro sabido en su totalidad. A veces se dirigìan al pùblico, a veces cambiaban otras dos banquetas altas en proscenio para que el pùblico imaginara las escenas planteadas y para dialogar entre ellos o charlar con el público. Esta fue una propuesta que aceptaron sus intèrpretes, en esa ocasiòn Emmy Reydò y el propio autor, Lauro Campos, ya que distanciaba al pùblico de todo elemento naturalista y lo hacìa pensar en el mensaje – si es que tiene alguno – de la obra. Durante las veinte representaciones que se hicieron, el pùblico delirò a carcajadas con el texto y la interpretaciòn. Y es claro, se emocionò al final. Pero, y esto es importante, los actores deben divertirse mucho con sus personajes y evitar en lo posible todo dedito levantado, porque en esto de las realidades de un paìs o de una ciudad, nadie tiene la fòrmula para vivir feliz. Cada director elegirà los elementos que ha de manejar y còmo hacer la comedia y el autor QUIERE que asì se haga, siempre y cuando la meta sea divertir.

 

ACTO PRIMERO

 

YOYI.- Esta historia que voy a contarles necesita de un prólogo. Algo que les explique que yo me llamo Jorge Arriaga, que mis amigos y mi familia me dicen Yoyi y que estoy casado con Betty desde hace cuarenta años. He trabajado estos últimos cuarenta años en Tribunales de Mendoza, mientras desarrollaba mi vocación de dramaturgo. Hemos criado una familia compuesta por tres hijos y seis nietos. Y ahora que me he jubilado, he tenido la suerte de que premiaran una obra mía en un concurso muy importante dela Capital. DeBuenos Aires, quiero decir. Eso no ha sido todo. Alguien de un importante canal de televisión leyó la obra, que por cierto fue impresa, y me ofreció por teléfono una entrevista para integrar el staff de autores de ficción en el canal. Eso me llenó de orgullo y expectativa, imagínense. Yo, que en realidad soy rosarino, pero estoy radicado desde toda la vida en Mendoza, nunca creí ser merecedor de tal distinción. De modo que nos dispusimos a trasladarnos con Betty a Buenos Aires, después de recibir de parte del canal dos pasajes de ida y vuelta en avión para tener una entrevista con el jefe del comité de dramaturgos para ver si me aceptaban o no. Dios, lo que fue ese viaje! MARAVILLOSO! Y es ese viaje, precisamente, el que le queremos contar. Esa mañana, no podíamos dominar nuestra ansiedad. Vamos, Betty, vamos!

BETTY.- Ya voy, Yoyi. No grites!

YOYI.- Vamos, apurate. No grito, no grito. Pero no entiendo por qué das vuelta sobre vos misma como si fueras un pichicho.

BETTY.- Es que no encuentro la cartera!

YOYI.- Y ahora adónde vas?

BETTY.- Me parece que la dejé en el dormitorio.

YOYI.- Dale, apurate, amor mío. (Al público) Después, ya en el auto, mientras íbamos al aeropuerto, no dejó de reprocharme mi ansiedad.

BETTY.- No sé para qué me apuraste tanto. Tenemos una cantidad ENORME  de tiempo.

YOYI.- No tan ENORME. Y ya sabés que detesto ir con el tiempo justo. Suponete que se nos pincha una goma.

BETTY.- Eso no nos pasó en cuarenta años de casados.

YOYI.- Dale, tocame el pecho.

BETTY.- Yoyi, qué te pasa? Te está dando un infarto?

YOYI.- NO! Quiero asegurarme de tener los boletos.

BETTY.- A ver. Si. Me parece que los tenés. Vas a tener que calmarte un poco, querido. Me parece que me pinté demasiado los ojos para viajar, no?

YOYI.- Hay una regla con respecto a eso?

BETTY.- No seas tonto. Con los ojos demasiado pintados los ojos se cansan más, se marchitan. Yo nunca me pinto demasiado los ojos para viajar… pero como ahora el viaje es el avión, de sólo dos horas, quería llegar presentable al hotel. Bueno, bueno. No estés tan ansioso. Estás manejando tan tenso que vas a llegar cansadísimo a Buenos Aires.

YOYI.- En el avión me relajo. Además no estoy tenso por el puesto en el canal. Sabés cuántos tipos, dramaturgos del interior, están llorando ahora mismo porque me eligieron a mí? Bueno, Betty, no me mires así! Cómo mierda no voy a estar ansioso, si sabés que es lo que siempre quise. Escribir ficción en la tele dela Capital. Tengola billetera?

BETTY.- A ver. Sí. Me parece que la tenés. Te lo merecés, Yoyi. Nadie ha trabajado tanto, nadie tiene un repertorio tan vasto como vos. Nadie ha trabajado tanto ni lo ha deseado tanto como vos. Vos lo pensaste bien, no?

YOYI.- Lo del trabajo?

BETTY.- Lo del trabajo, la mudanza, la nueva vida, el vivir enla Capital… Lo querés lo mismo, no?

YOYI.- Quiero lo que vos quieras, Betty. Y vos?

BETTY.- Yo también quiero lo que vos quieras, Yoyi.

YOYI.- Entonces hicimos lo correcto. Seremos felices!

BETTY.- Seguiremos siendo felices.

YOYI.- Bueno, eso. SEGUIREMOS SIENDO felices. Gran siete. Qué susceptible que estás. (Al público) Pero fue inevitable que en el aeropuerto siguiéramos hablando del tema. (A ella) No te preocupes por el alquiler del departamento porque voy a ganar mucho más que con la jubilación. Y siempre queda la alternativa de alquilar nuestro departamentito de Mendoza. No vamos a tener los gastos del auto. No hace falta tener auto en Buenos Aires.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Nos va a convenir vivir cerca de algún parque, así podemos llevar al perro. Sé que te preocupa el perro. Pero todos tienen perros allá, y hay muchos lugares donde pasearlos siempre y cuando lo lleves con la correa.

BETTY.- No me preocupaba el perro.

YOYI.- No comas en el avión. Mirá que tenemos una reservación en un lugar maravilloso de Puerto Madero, con show y todo. Vos no te preocupes por la comida.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Mirá, el clima en Buenos Aires, allí en la pizarra. 20 grados. En Buenos Aires está hermoso, así que no hay que preocuparse por el clima.

BETTY.- No me preocupaba el clima, Yoyi.

YOYI.- Nuestro vuelo es el número 406. Vos no te preocupes por el equipaje. No, no lleves ni siquiera la maleta chica. Que se encarguen ellos. Vos, no te preocupes.

BETTY.- No me preocupo.

YOYI.- Estás entusiasmada, Betty?

BETTY.- Sí, Yoyi.

YOYI.- No parece.

BETTY.- Pero si lo estoy… Lo estoy!

YOYI.- Y subimos al avión. Cuando la azafata preguntó qué íbamos a beber con la cena, si vino o gaseosas, yo contesté que ni vino ni gaseosas. Que no íbmos a cenar. A lo que Betty acotó:

BETTY.- Deberíamos comer aunque sea un sandwich. Vos ni almorzaste.

YOYI.- En Buenos Aires vamos a cenar a lo grande. No lo voy a arruinar por un poco de pollo tieso. No te preocupes por mí, Betty.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. Es que no quiero que pases hambre. Ya sabés lo que pasa con tu úlcera si no comés algo…

YOYI.- Traje dos frascos del remedio para eso. Relajate.

BETTY.- Sí. Estoy relajada.

YOYI.- Mirá, ya dieron orden de no fumar y de ajustarse los cinturones de seguridad. Colocá tu asiento en posición vertical, Betty. Vamos a aterrizar. Mirá, vamos a llegar cinco minutos antes.

BETTY.- Es enorme la ciudad, no?

YOYI.- Es maravilloso. Recordaremos siempre este viaje. No te pierdas la vista aérea.

BETTY.- Es una ciudad preciosa, no?

YOYI.- Te conté el plan? No? Te lo cuento. A las siete llegada al aeroparque, a las 7.45 estaremos en el hotel. Imaginate, no es pavada. Es el hotel del Centro Naval, que nos corresponde por ser jubilados provinciales. Un buen hotel, eh? Sin lujos, pero confortable. En plena avenida Córdoba casi esquina Florida. Pleno centro! A las 8.30 cena en un conocido restaurante de Puerto Madero. Con show y todo. Con opción para ir a bailar a un boliche re-conocido del lugar. Vuelta al hotel donde experimentarás una de las noches más fogosas que hayas vivido en estos últimos tiempos.

BETTY.- La verdad es que he vivido tan poquitas…

YOYI.- Esperá y ya vas a ver. Y después tengo una entrevista a las nueve de la mañana en el canal de televisión. Una entrevista que es pan comido.

BETTY.- Yoyi mi amor: Hay posibilidades de que te rechacen. De que no te den el puesto.

YOYI.- Macanas. Eso te dicen. Pero ya está decidido. Vos te creés que el canal nos haría viajar a Buenos Aires si no estuviera decidido? La entrevista es pura formalidad. (Al público) Fue en ese momento en que escuchamos la voz del capitán. (Se escucha una campanilla y de inmediato una sanata dicha por el comandante del aviòn que ellos no entienden, en castellano y en inglès) El tipo al parecer nos informó que había problemas de tráfico aéreo, dijo que había unos quince aviones esperando para aterrizar antes que nosotros. Que uno de los problemas era la niebla y el otro una huelga general de aeropuertos que al parecer el gremio correspondiente había decretado hacía unos minutos. Nos recomendaba relajarnos ya que sobrevolaríamos hasta poder aterrizar en unos veinte o treinta minutos. Suponía. (A Betty) Cómo que supone? No debería saberlo con certeza? Para algo es el piloto!

BETTY.- Calmate, Yoyi. Veinte minutos es una pavada. Tenemos tiempo de sobra. Qué hacés?

YOYI.- Voy a llamar a la azafata. Y si se prolonga más de treinta minutos? Tenemos hora para cenar a las 8.30.

BETTY.- No serán más de treinta minutos, supongo.

YOYI.- Eso supuso el piloto. (Al público) Cuando llegó la azafata yo me puse a gritar mientras ella me ofrecía un cafecito. (A la supuesta azafata) ME CAE MAL EL CAFÉ!

BETTY.- Yo me podría tomar una taza?

YOYI.- (En lo suyo) ESTO SUCEDE A MENUDO? CÓMO QUE CASI TODAS LAS NOCHES? QUE LE DICENLA HORA DELAMONTONAMIENTO? No nos avisaron nada!

BETTY.- No es culpa de la azafata, Yoyi. Bajá los decibeles.

YOYI.- (A ella) Es que deberían avisarte. Casi dos horas de vuelo y después treinta minutos de amontonamiento. No es joda. Así uno sabe cuánto tiempo va a estar en el aire, carajo.

BETTY.- Te va a dar acidez estomacal. Me la veo venir. (Se escucha ruido de avión en off. Yoyi mira su reloj)

YOYI.- Bueno, ya pasaron treinta y cinco minutos. Ojalá que el pelotudo pilotee mejor de lo que “supone”.

BETTY.- Da la sensación de que estamos descendiendo, querido.

YOYI.- Qué? Se ve el aeroparque?

BETTY.- No, Yoyi. Hay niebla.

YOYI.- No es niebla! SON NUBES! Las atraviesan todo el tiempo! Imaginate, más de treinta y cinco minutos. Y la azafata sin aparecer!

BETTY.- Por el clima sucede esto, Yoyi. Bah, eso me imagino.

YOYI.- NO HAY QUE IMAGINAR! BASTA CON MIRAR! Reservamos una mesa para las 8.30!

BETTY.- Te va a doler la úlcera. Deberías haber comido algo.

YOYI.- (Al público) Y en ese momento, el capitán informó que en esas condiciones era imposible aterrizar y que deberíamos seguir sentados un tiempo más. (A Betty) Pero qué es ésto? Esperamos, sobrevolamos y ahora esperamos sentados?

BETTY.- Te convendría calmarte. Aquí la señora de al lado dice que la última vez estuvieron dos horas y media sobrevolando…

YOYI.- Qué??? YA PASÓ ALGO ASÍ???

BETTY.- El tráfico, la niebla, las huelgas, los piquetes, los paros generales, las protestas… Vivimos en Argentina, Yoyi. Dijo la señora que calculaba que, sobrevolando, ya debía de haber envejecido por lo menos dos años.

YOYI.- O sea que a las 8.30 estaremos sobrevolando Puerto Madero!

BETTY.- Pero no importa, Yoyi. Comemos alguito en la habitación del hotel y listo. Mientras tanto, quisiera tomarme un café. (Al público) Llamé a la azafata y se lo pedí con mucha dulzura, como es mi costumbre. Pero ella me contestó secamente que el café se había terminado y que hiciera EL FAVOR DE TENER PACIENCIA!

YOYI.- (Al público) Allí comencé a gritar que haría la denuncia enla Aeronáutica! Nadie respondió a mis gritos. La noche había comenzado a caer y una luz tenue brillaba en el avión. (Ruido de avión en off. A Betty) Sabés qué hora es?

BETTY.- No me interesa.

YOYI.- Las 8. 40. Para cuando lleguemos y vayamos a un restaurante, van a ser las once y media. Si ceno tan tarde, no voy a poder dormir en toda la noche.

BETTY.- No te adelantes. Quizá no te pase nada.

YOYI.- Ah, sí. Tomémoslo con calma, Betty. Podríamos pasar el resto de nuestras putas vidas sobrevolando la puta ciudad. (Al público) Y allí, a pesar de que ya no quería escucharlo, habló de nuevo el capitán que anunció que, como no podíamos aterrizar en aeroparque, volaríamos a Rosario donde aterrizaríamos en su aeropuerto. (A Betty) A Rosario! A cuánto queda de aquí?

BETTY.- No lo sé, Yoyi. Cerca.

YOYI.- La puta que lo parió. Nos llevan a Rosario. A las nueve de la mañana yo tengo que estar en Buenos Aires y NOS LLEVAN A ROSARIO! (Al público) En el aeropuerto de Rosario, tiempo más tarde… QUILOMBO TOTAL! (A Betty) Betty mi amor, tomá los talones del equipaje. Andá a buscarlo mientras yo voy a averiguar si hay otro vuelo o algo. Nos vemos frente al kiosko de revistas.

BETTY.- Y si comemos algo primero?

YOYI.- NO HAY TIEMPO! Tengo que llegar a Buenos Aires!!!

BETTY.- Nos vemos frente al kiosko.

YOYI.- (Al público) Cuando fui a averiguar, me enteré que no había otros vuelos a Buenos Aires sencillamente porque Aeroparque estaba cerrado y que recién lo abrían a las siete de la mañana, teóricamente. Entonces llamé por teléfono a la estación de ómnibus. Mariano Moreno, se llama. Al pedo. Había huelga en el gremio y no salía ningún ómnibus a Buenos Aires. Al notar la desesperación en mi voz, una señorita sumamente grosera tuvo a bien informarme que en veinte minutos salía desde Rosario Norte el único y último tren del día de Rosario a Buenos Aires. (A Betty) Betty mi amor! Hay solamente un tren a Buenos Aires en veinte minutos! Dónde están las maletas?

BETTY.- No las encuentran.

YOYI.- Ojalá ese puto tren tenga un puto coche comedor. Qué no encuentran?

BETTY.- Las maletas.

YOYI.- Qué querés decir con eso?

BETTY.- Qué voy a querer decir, Yoyi. Más claro, imposible.

YOYI.- PERDIERON EL EQUIPAJE???

BETTY.- No me grites!

YOYI.- (En un susurro gritado) Perdieron el equipaje?

BETTY.- No. No lo encuentran, nada más.

YOYI.- Y si no lo encuentran más qué?

BETTY.- Entonces, lo perdieron.

YOYI.- (Al público) En la ventanilla de reclamos grité, me desgasté, casi me pongo a llorar. Decía: – Tengo que tomar el tren desde Rosario Norte en veinte minutos y me perdieron las maletas!

BETTY.- (Como a una ventanilla) Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- Tenemos los talones! Qué dice? Que cómo son?

BETTY.- Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS. SI LAS HUBIÉSEMOS VISTO NO ESTARÍAMOS PREGUNTANDO, CARAJO!

BETTY.- Ponerse así de nervioso no sirve de nada, querido. Ellos solamente tratan de ayudarnos, mi amor.

YOYI.- Deberías haber traído la maleta chica con vos.

BETTY.- Vos me dijiste que se encargaran ellos.

YOYI.- Señor, comprenda. Son sólo dos maletas!

BETTY.- Una grande azul y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS SALIR, NO LAS VIMOS SALIR! Me voy a volver loco!

BETTY.- Sí, Yoyi. Te vas a volver loco. Tenés que calmarte.

YOYI.- Cómo voy a calmarme si sólo me preguntan boludeces? (Al de la ventanilla) Ah… que asumen la responsabilidad? Y a mí que mierda me importa su responsabilidad si no tengo mis camisas. Tengo una reunión mañana en Buenos Aires!

BETTY.- Sí, tiene una reunión importante a las nueve.

YOYI.- Para qué le repetís lo que yo digo?

BETTY.- Porque vos no escuchás nada. Aquí el señor, amablemente, nos ofrece quedarnos en Rosario, en un hotel y tomar el vuelo de mañana a las siete de la mañana.

YOYI.- Y si la niebla no se disipa? Y si de nuevo hay amontonamiento?

BETTY.- El señor no puede hacerse responsable de todo eso, Yoyi.

YOYI.- Ya veo. Ni siquiera de nuestro equipaje!

BETTY.- Sabe qué pasa, señor? Mi marido tiene úlcera y el remedio está…

YOYI.- Vámonos de aquí! Si mi equipaje no llega al hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida mañana a la mañana, sus abogados tendrán noticias mías. Anote mi nombre: Jorge Arriaga. De Mendoza. Anotó? Vamos. Ya no tenemos más tiempo. Primero pierden mi equipaje y luego… Si no tengo noticias de ustedes… ustedes… tendrán noticias mías! Taxi! Taxi! Necesitamos llegar en quince minutos a Rosario Norte. Qué? Queda a media hora? Usted llévenos en quince minutos. No pierda tiempo en explicarme nada. Increíble. Increíble. No te procupes, Betty. Llegaremos bien.

BETTY.- No estoy preocupada.

YOYI.- Yo sí. (Al público) Estuvimos en media hora. Bajamos. El tren estaba atrasado. El taxista no tenía cambio. Le tuve que dejar el vuelto. Prometió mandármelo a Mendoza. Tomó la dirección y todo. Corrimos. Nos subimos al tren. Uno detenido que estaban barriendo. El señor que barría nos dijo que el que iba a Buenos Aires era el del andén contiguo que acababa de partir. Lo perdimos. Nos acercamos a la ventanilla. No había otro tren. Pero nos dijo el señor de la ventanilla que podíamos tomar un taxi hasta Empalme Villa Constitución o no sé cómo se llamaba el lugar y que allí podríamos tomarlo pues se detenía por unos minutos. Busqué a Betty que en ese momento había corrido hacia el baño de señoras. Llegué al baño. No podía entrar. Le pedí a una mujer que limpiaba que me trajera urgente a mi mujer que acababa de entrar al servicio. Mientras esperaba, apareció Betty que se había detenido en el kiosko para comprar pastillas antes de entrar al baño, mientras observábamos cómo la señora de la limpieza arrastraba hacia fuera del baño a otra señora que había entrado al baño y gritaba como una loca. Corrimos mientras yo le gritaba a la señora de la limpieza: – Métala de nuevo, métala de nuevo, lo siento! Tomamos el mismo taxi. No recuerdo en cuanto nos llevó. Nos cobró una fortuna. Cuando llegamos, el tren nos estaba esperando.

BETTY.- Necesito ir al baño y comer algo, Yoyi.

YOYI.- Recorrimos el tren. Estaba abarrotado de gente. Me acerqué al guarda. Pregunté si no quedaban asientos libres. El guarda me miró y rió a carcajadas el guacho. – Y algo en primera clase? – pregunté. – Se lo pago, le pago lo que sea! Me dijo que el tren iba vacío durante toda la semana salvo cuando había niebla en Buenos Aires o paro en aeroparque o piquetes en los aeropuertos. Es claro… Quién mierda iba a viajar en ese tren pedorro que era el único que quedaba en el país? Pero me prometió, luego de que ocupáramos el baño y el coche comedor, que por el doble nos daría un par de asientos. Cuando Betty salió del baño preguntó:

BETTY.- Qué dijo el señor? Tiene coche comedor?

YOYI.- El señor dijo solamente que en otro vagón vendían sandwiches.

BETTY.- Vamos, Yoyi, me muero de hambre. Vos también tenés que comer algo.

YOYI.- (Al público) Tuvimos que hacer una cola infernal que llegaba al final del tren. (Se toca el estómago)

BETTY.- Te duele, Yoyi?

YOYI.- Es un dolorcito sin importancia. Ya sé, no me lo digas: Deberíamos haber comido en el avión.

BETTY.- No iba a decirte eso.

YOYI.- (Al público) Esperamos dos horas. Pedimos el menú. Sólo tenían sandwiches de mortadela y bebidas.

BETTY.- (Mirando hacia adelante) Señor: A mi marido le caen mal los sandwiches de mortadela.

YOYI.- (Al público) Dijeron que, en ese caso, tenían galletas y aceitunas verdes. Nada más. No esperaban que viajara tanta gente en el tren esa noche. Pedí galletas para mí y un sandwich para Betty.

BETTY.- (Mirando para adelante) Y un café y un vaso de leche.

YOYI.- (Al público) Dijeron que ni café ni leche. Jugo ordinario pero no frío. Bah, pis. Decidimos no tomar nada. (A Betty) Pensar que te dije que te iba a llevar a uno de los mejores restaurantes de Buenos Aires, y terminás comiendo un sandwich pedorro sin nada para beber.

BETTY.- No tiene importancia, Yoyi.

YOYI.- Mirá, no te culparía si me dejaras por ésto. Mirá lo que te digo.

BETTY.- Pero yo no voy a dejarte, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Llegamos a Retiro. (A Betty) Si te digo que me tragué algo duro con las galletas, es verdad. Me va a destrozar el estómago.

BETTY.- Estás sin comer ni dormir, querido. Cómo no te vas a sentir mal? Vamos. Vamos a tomar un taxi al hotel.

YOYI.- Los voy a demandar a todos! (Al público) Cruzamos la estación. Estaba repleta de gente. (Hacia adelante) Disculpe, la parada de taxis? Ah, pasando la puerta. Okey. Qué? QUÉ???

BETTY.- Qué pasa, Yoyi?

YOYI.- No hay taxis.

BETTY.- Por qué no?

YOYI.- Porque están en huelga.

BETTY.- Los taxis?

YOYI.- Los taxis, el subte, los ómnibus, todos los medios de transporte. Y los basureros también.

BETTY.- No te dijeron cómo se traslada la gente?

YOYI.- Camina, Betty, camina!

BETTY.- Estamos lejos del hotel?

YOYI.- Qué sé yo. Si remontamos Córdoba, unas ocho cuadras. Pero cómo puede haber huelga de transporte en una ciudad así, con distancias tan largas?

BETTY.- Evidentemente, puede, Yoyi. Vamos a caminar.

YOYI.- Nunca oí algo semejante, mirá! (Al público) Salimos y… (Se escucha efecto de lluvia torrencial) … llovía a cántaros. (A Betty) No te preocupes. A lo mejor para pronto.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi.

YOYI.- No. Son más de las tres de la mañana. No creo que pare.

BETTY.- Nunca?

YOYI.- Si nos quedamos aquí toda la noche sin comer ni dormir no voy a poder llegar a la entrevista.

BETTY.- No me importa mojarme un poco. Vamos. Hacia dónde está?

YOYI.- Hacia allá.

BETTY.- Bueno, vamos.

YOYI.- Sí. Vamos! Dios. Está lloviendo más tupido. (Al público) Corrimos bajo la lluvia intensa. Ustedes saben lo que puede ser correr por Retiro de noche. Imagínense bajo la lluvia intensa. Nos perdimos y nos volvimos a perder. No encontrábamos la iniciación de Avenida Córdoba. Buenos Aires era a esa hora un oscuro depósito de basura. Cruzábamos las calles bajo la lluvia. Oscuras calles repletas de basura. Nos resguardamos bajo una recova.

BETTY.- No corras. Tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- Cuanto más pronto lleguemos, menos mojados estaremos, mi amor.

BETTY.- Nunca ví tanta basura junta, Yoyi.

YOYI.- Están en huelga. No siempre es así. Córdoba es una de las avenidas más limpias del mundo.

BETTY.- Quién limpiará todo esto?

YOYI.- Bueno, Betty, dejá de preocuparte por la basura. Vamos!

BETTY.- Es que no puedo…

YOYI.- Y ahora qué te pasa?

BETTY.- Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Cómo pudo pasarte algo así?

BETTY.- Así de simple: Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Y no podés caminar?

BETTY.- Sí. Pero despacio. Ya sabés que tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- (Al público) Sí. Ella tiene los tobillos frágiles. Llegamos al hotel. Hechos sopa.

BETTY.- No quiero quejarme, querido. Pero se me tuercen los tobillos al caminar.

YOYI.- Apretá los dedos de los pies contra la suela! (Al público) Les dije que llegamos al hotel? Qué espectáculo deprimente. Un mundo de gente durmiendo en la recepción, en el lobby, en el salón comedor, en los sillones, en el piso, en los ascensores. Qué mierda pasaba? (Mira hacia adelante) Somos el Sr. yla Sra. Arriaga, de Mendoza. Al fin llegamos. Cómo si reservé un cuarto? Me lo reservó Telefé. Parece que el hotel está bastante lleno, no? Ah, claro. Es lo mínimo que pueden hacer. Cómo dice? Ah, claro. La gente no puede volver por la huelga y los hoteles están atestados…

BETTY.- Qué amables, de verdad!

YOYI.- Ahora espero que tenga una camita seca y cómoda para nosotros.

BETTY.- Y que haya una farmacia cerca. Necesito venda para los tobillos.

YOYI.- Qué dice? Que la reserva era para el 17 y que hoy es el 18 de madrugada? No me diga que no nos guardaron el cuarto. Qué dice allí? Que debían reservarlo hasta las diez de la noche y que ahora son casi las cuatro de la madrugada? No, claro, no llamamos ni enviamos un mail. No pudimos, señor. Estuvimos dando vueltas. Mi intención era llegar a las ocho de la noche. No pensé que aterrizaríamos en Rosario y luego tendríamos que viajar en un tren como ganado hasta Retiro para después caminar hasta aquí en medio de un sunami. Betty: Decile al señor que eso hicimos.

BETTY.- Así mismo fue, señor.

YOYI.- YA SÉ QUE NADIE ESPERABA ESTA HUELGA GENERAL. YA SÉ QUE NO MANDAMOS UN MAIL NI LLAMAMOS POR TELÉFONO! No me lo repita, la puta madre. No ve que estoy chorreando agua aquí en el vestíbulo de este hotel pedorro. Mi mujer está temblando y tiene los tobillos frágiles. Si no me da un cuarto, estarán en mi lista de demandados, carajo! Claro que espero. Adónde voy a ir? No tengo ningún programa y mi mujer está muy mal. Decíselo, Betty!

BETTY.- Estoy muy mal. Y él no tiene ningún programa.

YOYI.- Vaya a saber qué mierda fue a buscar. Pero vos no te preocupes, nos van a dar un cuarto.

BETTY.- Ojalá.

YOYI.- (Al público) El recepcionista volvió y explicó que había hablado con el señor Bruzzi o Bruzzico o Burzaco, el ayudante del gerente, que lamentaban mucho el malentendido, pero por desgracia no tenían cuartos disponibles. (Hacia adelante) Muy bien. Muy bien! Escriba su nombre completo y el del señor… Bruzzi, Bulzico o Bulzco o como mierda se llame en un papel. Los necesito para el juicio que les voy a hacer. A todos: Ala Aeronáutica, a los responsables de ese tren de porquería, a ustedes. Ella es mi esposa. Es testigo de todo. (Ella sonríe) Betty: Cuando termine de anotar sus nombres, firmá abajo y poné fecha y hora. Puede que no sea de esta ciudad… pero se metieron con la persona equivocada. No saben lo que les espera.

BETTY.- Pero Yoyi, escuchá lo que dice el señor. Dice que en el cuatro 819 hay dos pilotos de avión que se van a las siete de la mañana. Que puede darnos ese cuarto gratis.

YOYI.- Lo escuché. LO ESCUCHÉ! Me secaría recién a las ocho de la mañana. Los demandaré por un millón de pesos. Vamos.

BETTY.- Adónde? Qué vamos a hacer?

YOYI.- Vení! (Al público) Nos metimos en el hueco de la escalera. Pregunté desesperado: Betty, qué vamos a hacer?

BETTY.- Por qué te quisiste ir si después no te la bancás?

YOYI.- Para que alguien vea que hablo en serio! No nos pueden tratar así, puta madre!

BETTY.- Bueno, Yoyi, la verdad es que deberíamos haber llamado o haber enviado un telegrama.

YOYI.- Pero cómo podés estar chorreando agua en el hueco de la escalera sin tu taco alto ni el equipaje y CULPARME A MÍ PORQUE NO TENEMOS UN CUARTO???

BETTY.- No es tu culpa, Yoyi. Sólo sugiero que nos quedemos en el vestíbulo hasta las siete y aceptemos el cuarto de los pilotos que se van a esa hora. O acaso ves otra salida?

YOYI.- (Al público) En ese momento el recepcionista gritó mi nombre. Corrimos a la recepción. Él esperaba con el tubo del teléfono en su mano. Me llamaban desde el aeropuerto de Rosario. Habían encontrado nuestro equipaje. Las maletas estaban en… (Grita) MENDOZA!

BETTY.- Yoyi, por favor, no grites. Vas a despertar a toda esta gente dormida en el lobby.

YOYI.- Pero podés creer? Nuestras maletas fueron las últimas en ingresar en el aeropuerto en Mendoza y NO LAS SUBIERON AL AVIÓN! (Ha gritado en un susurro) Me avisaban que las mandarán al hotel antes de las 8. Le dije a ese tipo desagradable que me hablaba como si me hiciera un favor que esperaba que las maletas disfrutaran más que yo viajando, ya que cuando llegaran yo no estaría en este hotel porque MI CUARTO se lo habían dado a otra persona, por lo que IBA A DEMANDAR A TODO EL MUNDO ANTELA CORTE SUPREMA! La gran puta, Betty! Quiero mis maletas YA MISMO y las quiero AQUÍ y no donde estaba antes de que no me llevaran a destino! Vos tenés que testificar este mal trato.

BETTY.- Yo soy testigo de todo, Yoyi.

YOYI.- Ya vas a ver. Un amigo que juega golf con tu hermano tiene conexiones conla Aeronáutica. Losvoy a demandar a todos. Recibirán telegramas, cartas documento, facturas, tickets, lo que haga falta para probar lo que está sufriendo un enfermo del estómago que tiene su remedio en su maleta que en este momento está en Mendoza. Y también el sufrimiento de una pobre mujer de tobillos frágiles que ha tenido que atravesar toda una tormenta de basura en Buenos Aires para llegar a un hotel donde no tiene ni una cama donde descansar! Si algo nos pasa, compadezco a usted, señor recepcionista, al señor Bruzzaco o como mierda se llame, al gerente general y al mismo dueño de este hotel de porquería con olor a humedad y a pedo.

BETTY.- Pero él dijo que nos podíamos quedar en la oficina hasta las 7, hasta que se fueran los pilotos de avión.

YOYI.- QUE SE METAN EN EL CULOLA OFICINA! Tiene que haber un cuarto en algún lugar de la ciudad. No te preocupes, voy a solucionar todo. Tenés una moneda?

BETTY.- Todo lo tengo en la maleta gris, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Y allí apareció una mujer bastante vulgar, por no aventurarme a decir que era de las que ejercían el oficio más antiguo del mundo que nos dijo:

BETTY.- (Como la prostituta) Es mejor que se ahorren dinero y esfuerzo. Ustedes no son de aquí, no? (Yoyi se sienta y mira a su costado donde se supone que està su mujer, asintiendo, mientras escucha a la prosti) Escuché que son de Mendoza. Y necesitan un cuarto por una noche, verdad? Miren, un amigo mío tiene un hotelito a dos cuadras de aquí. No es de lujo, pero limpio. Si quieren un cuarto les va a costar cien.

YOYI.- (A su mujer que supuestamente està junto a èl) Cien pesos un cuarto. No es caro.

BETTY.- (Como la prostituta) Los cien son para mí. El cuarto cuesta ciento cincuenta. Me dan primero mis cien pesos y yo misma los llevo al Hotel Gralor – por Graciela y Lorenzo, vieron?, los hijos de mi amigo – y le dicen al de la recepción que yo los he llevado. Me llamo Brenda. Mejor los acompaño. Tengo un paraguas para que no se mojen. Vamos?

YOYI.- (Al público) Le dí los cien pesos, salimos. A la cuadra de haber caminado bajo la lluvia, nos asaltó con un revólver la hija de puta. Y no sólo eso. Se le unió el supuesto dueño del hotelito. Me pidieron el rollo de billetes que tenía en el bolsillo. Betty no pudo abandonar su condición de pelotuda. Asustada gritaba:

BETTY.- Dales todo, Yoyi. No quiero aparecer muerta en una calle de Buenos Aires, aunque sea de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir. Dales todo, por favor. Dales también la billetera que tenés en el bolsillo del saco!

YOYI.- Qué pelotuda! Por qué mierda no se calló la boca?

BETTY.- No le peguen, por favor! Es un pobre enfermo!

YOYI.- No soy ningún enfermo!

BETTY.- Estás enfermo, Yoyi, no lo niegues…

YOYI.- Es apenas una úlcera común y corriente. (Al público) Y comenzamos a caminar, ahora sin el dinero y bajo el agua, sin darnos vuelta, después de pedir inútilmente que nos dejaran algo de dinero para comer algo. No, era inútil. Había que caminar.

BETTY.- Nos asaltaron, Yoyi! Nos asaltaron! No nos mataron de casualidad!

YOYI.- Por qué tuviste que decirles lo de la billetera?

BETTY.- Preferirías que te encontraran muerto en una calle de Buenos Aires habiendo dejado en Mendoza a tus hijos y a tus nietos?

YOYI.- Sabés cuánto me queda en el bolsillo? Cincuenta centavos! Veinticinco centavos per cápita gracias a haber abierto tu bocaza!

BETTY.- Pero estamos vivos, no? Estoy temblando de pies a cabeza, mirá. Necesito tomar algo fuerte!

YOYI.- Y con qué? Con cincuenta centavos? Haceme el favor. Hay miles de policías en Buenos Aires, eso se supone. Y ninguno sale cuando llueve? No se puede creer! Mierda! Me robaron la tarjeta, también. Tenemos que hacer el reclamo de pérdida o robo! Pero cómo?

BETTY.- Yo tengo el celular en mi cartera. Cuál era el número?

YOYI.- Está en la agenda del celular.

BETTY.- Ah, sí. Aquí está. Ahí llama. Ah, señorita, me acaban de robar la tarjeta de crédito. Sí. Sí. Y no puedo decirle el número de la tarjeta, señorita. Si nos la robaron. Nos la robaron en plena calle, bajo la lluvia, fíjese qué tragedia. Cómo? El documento del titular? Sí, ya se lo doy. Cómo era tu documento, Yoyi?

YOYI.- Sí, repetí…

BETTY.- Ay, Yoyi, no! Me quedé sin crédito. Se cortó la comunicación. Necesito ponerle una tarjeta…

YOYI.- Y dónde mierda te parece que podemos comprar una tarjeta ahora? Me cago en la mierda, carajo! Vamos a buscar una comisaría. (Al público) Sí. Bajo la lluvia buscamos la comisaría más próxima. Al parecer, esa madrugada, todas las comisarías eran un verdadero loquero. Gente robada, gente violada, prostitutas, rateros, padres de familia con hijos perdidos, vendedoras de Avón, lo que puedan imaginarse. El agente de la recepción parecía estar en las nubes. No oir ni ver nada. Momia. (Hacia adelante) Disculpe, no? Mi mujer y yo no somos de aquí. Recién llegamos a Buenos Aires, nos asaltaron y… (Al público) Sonaba el teléfono. El agente recepcionista nos dijo que esperáramos. Después nos comunicó que los basureros habían levantado la huelga. Como si a nosotros nos importara. Ya mi mujer se había roto el taco alto del zapato. Pero, eso sí, nos comunicó también que ahora estaban de huelga los repartidores de leche. Yo seguía diciendo… “Nos asaltaron, sabe?” mientras mi mujer preguntaba…

BETTY.- (Hacia adelante) Los chicos no tendrán leche? Qué crueldad!

YOYI.- Y yo insistía: “Nos asaltaron a una cuadra del Centro Naval” Y mi mujer agregaba.

BETTY.- Una mujer armada. Podría habernos matado. Una tragedia, una verdadera tragedia, señor.

YOYI.- (Al público) El recepcionista nos preguntó nombre y apellido. Le dije que no se los había preguntado.

BETTY.- El señor nos pregunta por nuestros nombres. Jorge y Beatriz Arriaga, de Mendoza. Pero a mí puede llamarme Betty y a él todos le decimos Yoyi. Es una historia que viene desde que él era chiquitito y le preguntaban, “Cómo te llamás, Jorgito?” y él contestaba “Yoyi”. Esas cosas que pasan con los chicos, se da cuenta?

YOYI.- (Al público) Nos preguntó dónde nos hospedábamos. Me ví obligado a decirle que en ningún lugar, lo que nos convertía en cartoneros, prácticamente.

BETTY.- (Hacia adelante) Señor… Ni los hospitales tendrán leche? No le parece una atrocidad?

YOYI.- Terminala con la leche, Betty! (Al público) El agente me preguntó si no habíamos hecho una reservación. Le conté que nuestro avión había aterrizado en Rosario y que cuando llegamos a Buenos Aires, luego de una odisea en un tren de mierda, les habían dado el cuarto a otra persona. Que lógicamente no habíamos podido ni mandar un mail ni llamar por teléfono, aunque obvié decir que Betty tenía un celular que a esa altura no servía para nada. Que a esa altura ya sabíamos que no existía el famoso hotel Gralor. Me preguntó por qué habíamos ido. Le dije que NO SABÍAMOS QUE NO EXISTÍA, CARAJO.  Que nos habíamos dado cuenta cuando la asaltante y su pareja nos habían robado todo el dinero. El agente nos hizo firmar un formulario y nos dijo que fuéramos a hablar con el Capitán Malatesta. Un formulario. Para qué mierda firmar un formulario!

BETTY.- Dale, firmá el formulario, sí mi amor?

YOYI.- No quiero! Quiero mi plata! Dónde está el Capitán Malatesta? Por qué nadie nos ayuda?

BETTY.- Lo firmo yo, querido?

YOYI.- No! No quiero que lo firmes! No quiero que firmes nada! Dónde está el Capitán Malatesta. (Al público) El tipo me mandó a la segunda puerta del pasillo, oficina del Capitán Malatesta, que llegaba a las once de la mañana. (Hacia adelante) CÓMO A LAS ONCE DELA MAÑANA? QUIERO QUE SE OCUPE AHORA! Mientras tanto una mujer gritaba que era la tercera vez que le robaban la cartera justo en la puerta de la comisaría y que quería que esta vez se la recuperaran. Se lo dije bien clarito: – En cuanto se ocupen de MI ROBO, señora, se ocuparán de su cartera. No se me adelante que yo estoy primero. Y pregunté al agente: – Hay alguien más a quien pueda ver? Pero me dijo que todos los policías estaban muy ocupados y empezó a atender a la mujer de la cartera. Entonces le pregunté su nombre y lo anoté. Para mi lista de demandas. El agente nos sugirió que fuéramos al Cuartel de Bomberos. Parece ser que la guardia nacional había puesto allí unos catres militares y que convidaban café con rosquitas.

BETTY.- Perfecto, Yoyi. Todo solucionado. Adoro las rosquitas.

YOYI.- No quiero café ni rosquitas. Quiero mi plata. (Al público) La policía nos llevó en un móvil al Cuartel de Bomberos, luego de que mi mujer discutiera con la señora que denunciaba el robo de su cartera en una discusión de sordos. Ambas se referían a la mujer delincuente como si hubiera sido la misma. – Era una mujer altísima – decía la mujer. – La nuestra era baja – decía Betty. – ERA ALTÍSIMA – gritaba la mujer. BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. ERA ALTÌSIMA – gritaba la mujer.

BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. Como fuere la cosa, subimos al auto (Se suben a un supuesto auto) y mientras yo me dormía Betty me  decía:

BETTY.- A lo mejor era alta. Uno no puede descubrir la altura con un taco roto. No te parece? (Yoyi se duerme en su hombro) No te duermas sin comer antes, Yoyi. De otro modo… a lo mejor no despertás nunca, querido. Lo que pasa es que no hemos comido ni dormido desde ayer a la mañana. Hace veinticuatro horas que estamos metidos en este viaje maravilloso.

YOYI.- (Al público) Pero en mitad del camino llamaron por radio y hubo cambio de planes y nos querían obligar a bajarnos del auto de la policía porque tenían un asalto a una despensa importante que tenían que proteger.

BETTY.- No nos van a llevar al cuartel? Y el café y las rosquitas?

YOYI.- Dicen que está a ocho cuadras de aquí.

BETTY.- Y no nos pueden llevar primero?

YOYI.- Pero no escuchaste? Dicen que tenemos que cooperar, que no tienen muchos patrulleros.

BETTY.- Pero vos cómo vas a hacer, Yoyi? Estás casi dormido. En fin, no hay mal que por bien no venga, porque si te dormías… Vamos, vamos, hay que bajar. El señor dice que tenemos que movernos. Bah, fue grosero, dijo que hay que mover el culo, pero yo no quería repetirlo tal cual. Tenés que despertarte, mi vida. Hay que caminar unas cuadritas, amor mío. Hay un asalto, viste?

YOYI.- No pueden atrapar más tarde a los asaltantes?

BETTY.- No discutas, Yoyi. Vamos, hay que cooperar con las fuerzas del orden.

YOYI.- Dónde estamos? La policía tiene el deber de protegernos y trasladarnos.

BETTY.- El oficial sabe lo que hace, querido!

YOYI.- No me van a tener de aquí para allá como a mis maletas. No pienso bajarme del auto. (Al público) Ante tan firme aseveración, arrancaron los hijos de puta. Arrancaron a los santos pedos, echando putas por Palermo viejo. Y con Betty pudimos ser los protagonistas cagados de la más feroz resistencia que hubiésemos podido vivir en un asalto a una despensa de la gran ciudad, (Se escucha la sirena policial que se va perdiendo) envueltos en el sonido electrizante de la sirena policial. Detuvieron el auto. Al parecer habían logrado ubicarlos. Se bajaron del coche para capturarlos. Eran las cinco de la madrugada y nosotros esperábamos en el móvil policial que los policías trajeran esposados a los delincuentes. Ya no podría dormir, ya no llegaría a la entrevista. Pero los que subieron al auto después de reducir a los policías fueron los malhechores.

BETTY.- Dios santo, Yoyi. Nos están secuestrando!

YOYI.- (Al público) Nos amenazaron con un revólver. Era la segunda vez en la noche que lo hacían. De nada sirvió que tratáramos de explicarles la situación. Ellos seguían corriendo en el auto con la sirena a todo lo que daba.

BETTY.- Tenemos familia en Mendoza, chicos. Y mi marido no se siente nada bien. Es un hombre muy enfermo.

YOYI.- (Al público) Nos tiraron en los bosques de Palermo a las cinco y cuarto de la madrugada y se fueron. Los dos solos en la oscuridad total. (Las luces han bajado. Ellos estàn iluminados por un cìrculo de luz celeste, espalda contra espalda. Pausa. A ella) Betty, oíme.

BETTY.- No quiero discutir, Yoyi.

YOYI.- No me vas a echar la culpa de esto que nos ha pasado, supongo.

BETTY.- Está bien. No voy a echarte la culpa, pero no quiero discutir. Al bajar del auto perdí el otro zapato y ahora acaba de pisarlo ese auto que pasó…

YOYI.- … ya veo, sí. Echando putas.

BETTY.- No importa. Voy a caminar descalza.

YOYI.- No te lo aconsejo aquí. Podrías pisar algo filoso y herirte.

BETTY.- Ya lo pisé.

YOYI.- Algo filoso?

BETTY.- Creo que sí. Algo así como el borde de una lata. Mirame. Me sale sangre?

YOYI.- Un poquito.

BETTY.- Dios mío. Me voy a morir de tétanos.

YOYI.- Eso no es lo importante. Quiero decir: Tenemos que irnos, pero no podés caminar así. Es claro, si pudiera volaría, mi amor. Pero lo que pasa es que hay niebla en Buenos Aires.

BETTY.- Dejate de ese sarcasmo pelotudo, Yoyi… Me duele el pie.

YOYI.- Está bien. Te hago upa.

BETTY.- No. A upa no, Yoyi. (Èl la alza en sus brazos)

YOYI.- (Haciendo un esfuerzo sobrehumano) Tengo que llevarte a un hospital. Seguro que están en huelga, pero no importa. Yo te llevo lo mismo. Soy responsable de vos.

BETTY.- Es que sos un hombre débil y te vas a desmayar. Hace horas que no probás bocado.

YOYI.- Vos tampoco, no pesás mucho. No te preocupes.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. No dije que estuviera preocupada. Pero por favor, bajame.

YOYI.- Tenemos que llegar al Cuartel de Bomberos, que esperemos que no se haya incendiado. Tenemos que dormir un poco porque tengo una entrevista a las nueve y…

BETTY.- (Grita) Te vas a herniar, carajo! Ya tenés una úlcera, es que querés reventar?

YOYI.- Está bien. Te bajo. (La baja) Te bajo. Te bajo y me acuesto. Cinco minutos. Vamos a descansar cinco minutos. Debajo de este árbol, Betty… Debajo de…

BETTY.- YOYI, ES PELIGROSO QUEDARNOS AQUÍ.

YOYI.- Para nada, Betty. Para nada. Es el menor peligro que corremos. Salvo que nos pique algún bicho. Vení. Tratemos de dormir.

BETTY.- Bueno. Buenas noches… Yoyi. (LAS LUCES BAJAN. ENLA BANDA SONORASONIDO DE PAJAROS LUEGO DE UN SILENCIO. SUBEN LAS LUCES. ESTÁ ÉL SOLO)

YOYI.- Cuando me desperté estaba solo. Me dolia el cuello, me dolía la espalda. Me dolía todo el cuerpo, en realidad. (Mira hacia los lados) Dónde estás, Betty? Dónde estás, querida? Betty, dónde te metiste? (Corre por toda la sala) BETTY!!! (Desde un lateral entra Betty y se sienta)

BETTY.- A desayunar! Encontré una golosina en un banco! (Él vuelve y se sienta junto a ella) Fuera, fuera, perrito. No puedo darte este turrón aunque tengas hambre. Es NUESTRO desayuno.

YOYI.- Soltá eso. Soltá eso, perrito. SOLTALO, PERRO DE MIERDA, no me vas a quitar lo que es nuestro. Ah, te asustaste! Bien. Ya es todo nuestro. Cómo tenés el pie?

BETTY.- Mejor. Comelo, Yoyi. Lo necesitás.

YOYI.- Estará bueno? Estaba en un banco, lo lamió el perro… No sé…

BETTY.- Seguro que sí. Mirá, tiene dextrosa, miel de maíz y niacina. Pura energía, Yoyi. Y vos necesitás energías. Sos…

YOYI.- Soy un hombre sano. No empieces.

BETTY.- Sos un hombre que va a tener una entrevista, querido. Necesitás estar bien. Vamos, lo compartimos, eh? Tomá.

YOYI.- Gracias. (Ambos comen una barrita de cereal) Hoy podrías haber tomado el desayuno en la cama, jugo de naranjas, medialunas, tostadas con manteca y mermelada y una gran taza de café caliente. En cambio, estás desayunando una golosina probablemente rancia que dejó un perro en un banco de los bosques de Palermo a las… Che, dónde está mi reloj?

BETTY.- No te pongas nervioso.

YOYI.- No estoy nervioso. Pero dónde está?

BETTY.- Fue todo tan rápido.

YOYI.- Qué cosa fue rápida?

BETTY.- Dijiste que no te pondrías nervioso, querido.

YOYI.- Lo dije antes de que empezaras a hablar. Tu tono es terriblemente presagioso. Dónde está mi reloj?

BETTY.- Se lo dí a uno de los travestis esos que nos rodeaban mientras dormías.

YOYI.- Le diste mi reloj de dos mil pesos a un hombre vestido de mujer? Por qué?

BETTY.- Porque parecía tener un cuchillo, Yoyi. Bueno, a lo mejor no era un cuchillo sino un… bueno, uno de esos juguetes sexuales que usan los que… ay, no sé, Yoyi, todo fue tan rápido y… y él o ella, qué se yo, no nos dejaba en paz.

YOYI.- Y por qué no me despertaste?

BETTY.- No quería que te apuñalara. Digo, si era un cuchillo. Tampoco quería que te hiciera otra cosa… Me pone nerviosa hablar de esto, Yoyi.

YOYI.- Querés decir que me asaltaron mientras dormía?

BETTY.- Sí, algo así.

YOYI.- Un travesti?

BETTY.- Sí.

YOYI.- Con un cuchillo?

BETTY.- Bueno, yo pensé que era un cuchillo o… algo fálico.

YOYI.- MIERDA!

BETTY.- La plata te la robó una mujer con un paraguas y eso no lo cuestionaste. Por qué discriminás?

YOYI.- No te pidió dinero? Digo, el travesti.

BETTY.- No dijo nada. Agarró el reloj… y huyó.

YOYI.- No te pidió plata, ni siquiera el reloj… y vos se lo diste.

BETTY.- Se lo dí, se lo dí… Parecía gustarle. Lo tomó y yo no tenía otra salida. Tenía un cuchillo.

YOYI.- Le viste el cuchillo?

BETTY.- Nadie te asalta en la oscuridad de los bosques de Palermo a las cinco de la madrugada, vestido de mujer, a menos que tenga un cuchillo, no?

YOYI.- Nunca me puse a pensarlo. (Al público) Sería un cuchillo?

BETTY.- Comé, comé esa porquería. Tenés una entrevista en el canal a las nueve.

YOYI.- Ni siquiera voy a saber cuando sean las nueve.

BETTY.- Lo siento, Yoyi. Estoy avergonzada, irritable, tengo ganas de llorar. Debe ser el cansancio que me ha provocado este viaje maravilloso ala Capital. Peroahora se me ocurrió algo. Podríamos ir ala Sociedadde Ayuda al Viajero.

YOYI.- Cuál viajero?

BETTY.- Cualquiera. Una vez leí que existía. Le prestan dinero a turistas en dificultades. Averigüemos adónde queda, qué te parece? Qué te parece la idea? Qué te parece, querido, por qué no me contestás?

YOYI.- Porque acabo de romperme un diente con la puta golosina.

BETTY.- Con la golosina? A ver… dejame verte.

YOYI.- No. Es uno de los de adelante. Ya ni sonreír puedo.

BETTY.- Quizá no se haya roto.

YOYI.- ESTOY SEGURO! LO TENGO ROTO!

BETTY.- A ver, mostrame. (El le muestra) Quizá no… Pero sí. Se te rompió.

YOYI.- Se acabó. Yo no puedo más. Aunque tuviera dinero y me afeitara, nunca me darían ese puesto si ni pudiera esbozar siquiera una… leve sonrisa.

BETTY.- Un dentista te lo podría arreglar, amor mío.

YOYI.- Por cincuenta centavos?

BETTY.- Recurramos ala Sociedadde Ayuda al Viajero…

YOYI.- NO ARREGLAN DIENTES!

BETTY.- Bueno, bueno. Era una sugerencia, nomás.

YOYI.- Estoy bien cagado. No me van a contratar ni en ese canal ni en una mísera acequia de Mendoza. Creés que van a contratar a un tipo que viene del interior, que no puede sonreír y que pierde aire por su diente roto? Ni soñarlo. Perfecto. Se acabó la expectativa. Ahora vamos. Mirá, sale el sol. Deben ser cerca de las siete y media. Nunca lo voy a lograr.

BETTY.- Todavía hay tiempo. No te des por vencido ni aún vencido. Almafuerte! Escuchá un poco. Alguien está llorando? Parece una criatura. Ay, sí. Es un chiquito. Mirá, está en ese banco, llorando. Está solo. Quizá se perdió.

YOYI.- Quizá no se perdió y solamente está solo.

BETTY.- Y por qué llora? No estaría llorando, Yoyi. Mi deber es averiguarlo, no podría dormir esta noche, mirá, si no lo averiguara.

YOYI.- Averigualo, averigualo, que no te soportaría otra noche sin dormir.

BETTY.- Aquí estoy, tesoro. Por qué llorás, mi vida? Dónde están tus papás? Es oriental, Yoyi. Japonés, o chino…

YOYI.- O coreano.

BETTY.- Parece que no habla castellano, Yoyi, mirá que tragedia.

YOYI.- Bueno, Betty. Tendrá que esperar a que pase algún oriental que hable su idioma. No nos metamos, Betty…

BETTY.- Está hambriento y atemorizado… Tenemos que hacer algo.

YOYI.- Cómo sabés que está hambriento? Te lo dijo?

BETTY.- No podemos dejarlo solito. Por qué no hacés algo por él?

YOYI.- Qué podría hacer con cincuenta centavos en los bolsillos y un turrón podrido que le quité a un perro en el estómago por todo alimento y que, además, me rompió el diente.

BETTY.- Ves? Ya te has convertido en un porteño más. Egoísta y sin sensibilidad social. Andate vos a tu entrevista. Yo me voy a quedar con el chico hasta que aparezca alguien.

YOYI.- Ya que querés comprarle algo para comer, por qué no te fijás si tiene algo de plata?

BETTY.- Plata?

YOYI.- Digo, en los bolsillos. Tal vez con ese dinero podremos comprar una tarjeta para tu celular y así hacer una llamada a Ayuda al Viajero para que nos ayuden. A ver, me voy a encargar yo de él. (Al público) Y lo llevé tras unos arbustos para revisarle los bolsillos. Y en ese momento el mundo se dio vuelta. Apareció una gorda infame gritando como una loca que qué le estaba haciendo a ese chico, que le quitara las manos de encima y que si estaba tratando de abusar de él. Traté de explicarle pero empezó a gritar: – Policía! Hay un pervertido en este sector del bosque! Un abusador sexual! Y yo suplicando que no gritara así. Y mientras ella seguía gritando – Hay un pervertido, hay un pervertido!, yo tomé la mano de Betty y le dije: – Aunque se te quiebren los tobillos, corré, haceme el favor! Y corrimos por el parque a campo traviesa mientras nos perseguía un policía en moto sin que pudiera alcanzarnos porque nos refugiamos tras otro arbusto.

BETTY.- Ese policía casi nos alcanza. Por qué no te paraste a explicarle?

YOYI.- A explicarle qué? Te parece que lo hubiera entendido, con tanto abusador sexual como hay ahora? Me hubieran dado entre diez y veinte años. Te dije que lo dejaras en paz, carajo!

BETTY.- Hice lo que me dictó la conciencia. Ese niñito estaba muerto de miedo.

YOYI.- Yo no lo ví muerto de miedo. Es más: mientras a mí me buscan por pervertido, seguro que en este momento está comiendo un helado. Salgamos del parque de una buena vez!

BETTY.- (Se mira la mano) Oh, Dios Santo. Se me cayó el anillo. Te das cuenta, Yoyi? Perdí el anillo.

YOYI.- Ahora??? AHORA PERDISTE EL ANILLO???

BETTY.- Lo siento. La próxima vez lo voy a perder cuando no estés apurado.

YOYI.- Cómo se te pudo caer?

BETTY.- Porque no comí. Tengo los dedos más flacos. Por eso.

YOYI.- La gran puta. No se lo sacó en cuarenta años y lo pierde justo ahora.

BETTY.- No me hables en tercera persona. Estoy aquí, en primera persona.

YOYI.- No! Me hablo a mí mismo en segunda persona! Todo se acabó. Todo acabará a las nueve en punto.

BETTY.- Andate. Andate a la famosa entrevista. No te preocupes por mí! Me voy a quedar aquí, de rodillas, cavando con mis manos hasta que lo encuentre.

YOYI.- Betty! Es sólo una alianza de oro de sesenta pesos. Si consigo el puesto en el canal te compro una mejor. Olvidate de este asunto.

BETTY.- Olvidarme de mi anillo de casamiento? Cómo podés decir semejante cosa? Cómo podés ser tan inhumano? ES MI ANILLO DE CASAMIENTO! NO QUIERO OTRO! QUIERO EL QUE VOS ME PUSISTE EN EL DEDO!

YOYI.- Lo entiendo, lo entiendo, Betty. Fue una sugerencia inocente.

BETTY.- Es la única cosa material que tengo que me importa, fijate. No voy a olvidarme de él ni dejarlo tirado por allí! No me importa lo que vos hagas!

YOYI.- Estás enojada.

BETTY.- ASÍ ES! ME QUEDARÉ AQUÍ BUSCANDO!

YOYI.- Estás cansada y enojada.

BETTY.- DEJAME TRANQUILA, CARAJO!

YOYI.- Está bien. No nos iremos. Nos vamos a quedar aquí.

BETTY.- NO ME TOQUES!

YOYI.- Mi amor, no te enojes conmigo. Nos vamos a quedar hasta encontrarlo… (Al público) Y en ese mismo momento aparecieron dlos muchachones de unos veinte años que me sostuvieron y me pegaron en las costillas. Es decir: Me sostuvo uno, hijo de mil putas y me pegó el otro, la concha de su madre, mientras le preguntaba a mi mujer – Está bien, señora? Está bien? La quiso violar este enano de mierda? Ella le aclaró:

BETTY.- Es mi marido! Es muy enfermo! Yoyi, estás bien?

YOYI.- (Al público) Y entonces, los dos hijos de mil putas salieron a los pedos gritando: – Por qué no nos avisó? Pensamos que este le quería hacer algo malo! Te lo dije, boludo. No hay que ayudar a nadie, boludo!

BETTY.- Yoyi, decime algo, estás bien?

YOYI.- Te pedí que te olvidaras del anillo.

BETTY.- Dónde te pegó?

YOYI.- Primero en las costillas.

BETTY.- Y después?

YOYI.- Después también.

BETTY.- Te duelen las costillas, mi amor?

YOYI.- No. Me duele la rodilla. Caí arrodillado sobre tu anillo.

BETTY.- Yoyi! Qué maravilla! Gracias al cielo! Ya me siento mejor. Ves? Lo encontraste, querido. Es que todo este tiempo he estado rezando un padrenuestro doble para encontrarlo.

YOYI.- Mientras me cagaban a puñetazos?

BETTY.- No. Antes.

YOYI.- No delires. Antes estabas furiosa.

BETTY.- Rezaba furiosa, Yoyi. No importa el tono. Lo importante es rezar.

YOYI.- (Al público) Salimos del bosque. (A ella) Vamos, Betty, caminá más rápido.

BETTY.- Sin tacos y con los zapatos rotos? Me gustaría verte. Para colmo se me rompieron las medias. Tengo los pies en carne viva.

YOYI.- Y hasta cuándo te vas a quedar allí parada?

BETTY.- Hasta que me muera o me rescaten, Yoyi.

YOYI.- Está bien. Eso es una iglesia. Entremos. Entremos ya y descansemos sentados mientras rezás algo a ver si el de arriba se apiada de nosotros.

BETTY.- Eso. Quizá si rezamos con mucha devoción, podrás lograrlo.

YOYI.- No voy a poder lograrlo si me detengo a rezar, Betty.

BETTY.- Necesitamos esperanza y valor.

YOYI.- Yo necesito un barbero y un dentista. (Al público) Pero ella ya había entrado a la iglesia. (A ella) Betty, no quiero ser irrespetuoso. Pero justo ahora se te ocurre rezar? (Al público) Se cagaron en su ocurrencia, se los juro. Porque nos dijeron, unas señoras con sonrisa fingida y modo terminante, (Haciendo como la señora paqueta) que la iglesia estaba cerrada para hacer un ensayo de una ceremonia de la santa misa que el domingo iba a salir por televisión. (Como èl) Nos echaron. Me negué. No podían coartarme mi derecho a rezar, carajo. Anoté su nombre para mi lista de demandas. Podía olvidarme del avión, de las maletas, del tren, del reloj, del diente. Pero no podían coartarme mi derecho a rezar. Les grité: – Hágale saber al obispo que recibirá una carta de mis abogados! Pero nos fuimos, de todos modos.

BETTY.- Yoyi, qué hicimos mal? No podemos ni caminar, ni comer, ni rezar!

YOYI.- Mientras conservemos la cabeza, podemos pensar.

BETTY.- No por mucho tiempo, ya vas a ver.

YOYI.- Querida, querida, todavía no estamos derrotados…

BETTY.- Sí lo estamos. Esta ciudad… nos ganó.

YOYI.- No! No nos rendiremos! (Hacia delante) Me oíste, Buenos Aires? No nos rendimos! Te quedó claro, capital dela República? (Casi llorando) Podés robarme, matarme de hambre, romperme el diente y los tobillos de mi mujer! Pero no me voy a ir!

BETTY.- Estás gritando en medio de la calle, Yoyi. Te van a oír!

YOYI.- No me importa! Ella es una simple ciudad. Y YO SOY UNA PERSONA! Soy más fuerte que una ciudad! No, Buenos Aires, no vas a salirte con la tuya. Tengo nombres y direcciones! Betty, iremos al hotel en auto y nos darán un cuarto, un baño caliente y comida decente, entendés? Ya me cansé de estas tonterías!

BETTY.- Por favor, Yoyi. Cómo iremos al hotel?

YOYI.- Cómo? Ya te lo voy a mostrar! (Al público) Y en ese mismo momento me puse en medio de la avenida y detuve un auto. Gemí por la ventanilla: Podría ayudarnos, por favor? Mi mujer no puede caminar. Podría hacercarnos hasta el hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida? Si tiene la decencia de un ser humano, no nos abandonará aquí. Nos hizo subir. – Dios lo bendiga, señor. Si supiera la odisea por la que pasamos no me lo creería. Somos Betty y Jorge Arriaga, de Mendoza. Entonces él, con un acento evidentemente norteamericano, dijo que era el nuevo delegado cultural en la embajada de los Estados Unidos. Que él se bajaría enla Embajaday que luego su chofer nos llevaría hasta el hotel. Pero, pueden creerlo? En la puerta dela Embajadade los Estados Unidos, los muchachos de la izquierda, encapuchados, con banderas y bombos, estaban haciendo un poderoso acto de protesta. Y al ver llegar el auto oficial, se abalanzaron contra nosotros que quedamos encerrados. Ellos trataron de volcarlo y nos acribillaron con huevos. Yo gritaba: – SOMOS NEUTRALES! NO SOMOS POLÍTICOS! Y Betty me ayudaba. Bueno, en realidad, no ayudaba demasiado.

BETTY.- SOMOS DE MENDOZA, HUEVONES! DEJEN DE MOLESTARNOS QUE MI MARIDO ES JUBILADO Y ADEMÁS, ENFERMO!

YOYI.- Hasta que al final llegó la policía y nos sacó de ese auto. Allí me dí cuenta de que había cámaras de televisión que me filmarían y podrían acabar con mi carrera como escritor! Nos subimos al móvil policial. Eran las ocho y cinco de la mañana. Aún estábamos a tiempo. No todo estaba perdido.

BETTY.- Estoy por desmayarme.

YOYI.- Ni se te ocurra! Esperá hasta llegar al hotel.

BETTY.- No. Me voy a desmayar aquí. Estoy mareada y… me voy a desmayar…

YOYI.- NI SE TE OCURRA HACERLO!

BETTY.- Sí. Mirá.

YOYI.- (Al público) Y se desmayó. Allí en el auto policial. Al llegar al hotel volvió en sí, pero tuvieron que bajarla del auto dos policías y el botones del hotel. (Mirando hacia adelante) Me llamo Jorge Arriaga y… (Al público) Un momento, por favor, me dijo el recepcionista del hotel y DESAPARECIÒ EL GUACHO! Gritè como un loco: NO TENGO UN MOMENTO! SI NO ME DAN UN CUARTO YA MISMO YO…” Pero de repente apareciò de nuevo y me dijo: – Su cuarto está listo. La suite 927. Fui solamente a buscar un mensaje para usted. Su equipaje llegó a las 8 y está en su cuarto. En el mensaje le piden miles de disculpas y esperan que disfrute su estadía. (Al público) JA! Disfrutar la estadía! Miro a Betty y noto que se estaba desmayando nuevamente. La sostenía el botones que ahora la subió hasta la habitación.  (A ella) No te preocupes, querida. Ya te vas a sentir bien, mi vida. Te darán comida caliente y vendas para los tobillos, mi amor.

BETTY.- (Desfalleciente) No me preocupo, Yoyi…

YOYI.- (Al público) Eran las 8 y 43. Tenía diecisiete minutos para comer y vestirme. Le dí mis cincuenta centavos al botones. Era todo lo que nos quedaba, pero cuando se fue, ME DÍ CUENTA! (Mirando la valija) DIOS! CERRADA!LA MALETA ESTÁCERRADA!

BETTY.- Abrila con la llave.

YOYI.- Qué llave?

BETTY.- La que guardás en la bille… tera. (Cae) Por Dios, no tenés la billetera…

YOYI.- Ergo, no tengo la llave! Y allí dentro, Betty, hay una camisa limpia y una afeitadora. Y por las callecitas de Buenos Aires, que tienen ese qué se yo, viste?, hay una puta delincuente con una puta billetera y mi puta llave. Si existe justicia en este mundo, que la asalte el travesti que me robó mi reloj!

BETTY.- Y no podrás abrirla con un cuchillo?

YOYI.- Es el modelo “diplomático”. Para documentos diplomáticos. No se abre ni con una bomba.

BETTY.- Y si le decimos a los del hotel que envíen un cerrajero?

YOYI.- En diecisiete minutos? Es la última vez en mi vida, te lo juro por Dios, que compro una buena maleta. Nunca, nunca, nunca más. (Suena un teléfono)

BETTY.- Sí, hola. Ah sí, yo fui la que pedí comida, sí. Podrían mandarla en diecisiete minutos? Ah, comprendo. No, Yoyi. Van a tardar como una hora en mandar la comida. El hotel tiene una convención y le están sirviendo el desayuno a miles de gente.

YOYI.- Ojalá que sea una convención de pompas fúnebres, porque estoy a punto de asesinar a alguien.

BETTY.- Por qué no llamás al canal y avisás que vas a llegar un poco más tarde?

YOYI.- Retraso es mala palabra para un debutante en un canal de televisión. Las nueve en punto son las nueve en punto. Cualquier boludo puede llegar a las 10. Pero a las nueve en punto llegan sólo los eficientes, no te das cuenta?

BETTY.- No.

YOYI.- La puta madre! VOY A LLEGAR A LAS 9. QUIERO ESE PUESTO! Un pequeño obstáculo como la mismísima ciudad de Buenos Aires no me va a detener, carajo. Me sacaron el dinero, el reloj, el diente, la posibilidad de REZAR! Pero no me van a detener. Cuando se quiere algo de verdad, nada lo detiene a uno. Vuelvo en una hora, mi amor. Seré el nuevo escritor del canal! (Al público) Me miré al espejo y casi me desmayo. Estaba sucio, barbudo, despeinado. Le dije a Betty: – Betty mi amor. Quiero que sepas algo. Pase lo que pase… Voy a estar siempre con vos. Y gracias por no haberme abandonado.

BETTY.- Todo lo que quiero es que seas feliz, Yoyi. Pero por favor, no me beses que tengo alergia a la barba!

YOYI.- (Al público) Para compensarme en el hotel se hicieron cargo de hacerme llevar por un remise hasta el canal. Parecía un pordiosero, con mi traje ajado y sucio, con mi barba y mi olor a transpiración acumulado durante mi viaje maravilloso a la gran ciudad. Llegué a las 9 en punto. Y cuando conté mi historia, minuciosamente – esta historia que acabamos de contarles a ustedes – alabaron mi imaginación y de inmediato me dieron el puesto. Al llegar al hotel, Betty aún tenía sus pies metidos en la bañera. (A ella) Mi amor, me dieron el puesto. Voy a ganar el doble de lo que gano con mi jubilación. Ah, y se hacen cargo del alquiler del departamento que elijamos. Los deslumbré, aún con mi diente roto.

BETTY.- Qué les dijiste?

YOYI.- Qué les dije? Qué creés que les dije? (Pausa. Se escucha una música suave)

BETTY.- No lo sé. Esperaba que dijeras que no. Esperaba que dijeras que vos y tu esposa no cuadran con Buenos Aires. Que… querías seguir viviendo en Mendoza. Que no querías pisar otra gran ciudad en tu vida. Que no querías vivir aquí. Que de todos modos, si les interesaba tu imaginación y tu talento, podrías escribir los libretos desde allá. Y que detestabas cualquier lugar donde la gente tuviera que vivir encimada y agredida, sin suficiente espacio para caminar, respirar ni sonreír. Y que no querías caminar por las calles pisando basura, ni tener que darle tu reloj a un travesti mientras te ves obligado a dormir en los bosques de Palermo. Que no querías viajar en trenes parado, apretado como sardina y sin comer, ni en aviones que no pueden aterrizar ni volver a perder el equipaje. Que deseabas no haber venido jamás y que lo único que en verdad querés… es pasar a buscar a tu mujer, llevarla al aeropuerto y volver a tu casa para vivir feliz el resto de tu vida. Esto esperaba que les dijeras… Yoyi.

YOYI.- Es curioso, Betty. Sabés algo? (Se emociona levemente) Eso mismo les dije. Palabra por palabra. (Al público) Cuando nos dirigíamos en taxi hacia el aeroparque… un piquete bloqueaba avenida Libertador. – Vaya por otro lugar – le dije al taxista. – No puedo, maestro – me contestó – Todas las calles que llevan al aeroparque están cortadas. Y no sólo esas. Hay cortes en el Obelisco, en el Congreso, en la 9 de julio, enla Plazade Mayo, en Plaza Lavalle… protesta en los Tribunales y parece que van a parar los subtes de nuevo. Con Betty nos dispusimos a esperar, cagados de risa. Y allí comprendí… que había tomado la decisión correcta. (Estalla una música brillante de comedia musical. Ellos saludan, si es posible bailando)

 

TELÒN FINAL

Lauro/viaje maravilloso

 

 

LAURO CAMPOS

 

“SEGUIREMOS SIENDO FELICES”

 

UNA COMEDIA PARA SER CONTADA

(Y ACTUADA, CLARO)

 

 

personajes:

YOYI

 

BETTY

 

 

 

En la temporada del estreno – mayo de 2010 en el Teatro dela Plazade Rosario y agosto del mismo año en el Centro CulturalLa Nave, la comedia se desarrollò, por decisiòn de la directora, Paula Corvalàn, frente a dos atriles y en dos banquetas altas en las cuales se sentaban los personajes para leer sus libretos y contar así la historia. Por supuesto que recorrìan la escena, libreto en mano, pero con el libro sabido en su totalidad. A veces se dirigìan al pùblico, a veces cambiaban otras dos banquetas altas en proscenio para que el pùblico imaginara las escenas planteadas y para dialogar entre ellos o charlar con el público. Esta fue una propuesta que aceptaron sus intèrpretes, en esa ocasiòn Emmy Reydò y el propio autor, Lauro Campos, ya que distanciaba al pùblico de todo elemento naturalista y lo hacìa pensar en el mensaje – si es que tiene alguno – de la obra. Durante las veinte representaciones que se hicieron, el pùblico delirò a carcajadas con el texto y la interpretaciòn. Y es claro, se emocionò al final. Pero, y esto es importante, los actores deben divertirse mucho con sus personajes y evitar en lo posible todo dedito levantado, porque en esto de las realidades de un paìs o de una ciudad, nadie tiene la fòrmula para vivir feliz. Cada director elegirà los elementos que ha de manejar y còmo hacer la comedia y el autor QUIERE que asì se haga, siempre y cuando la meta sea divertir.

 

ACTO PRIMERO

 

YOYI.- Esta historia que voy a contarles necesita de un prólogo. Algo que les explique que yo me llamo Jorge Arriaga, que mis amigos y mi familia me dicen Yoyi y que estoy casado con Betty desde hace cuarenta años. He trabajado estos últimos cuarenta años en Tribunales de Mendoza, mientras desarrollaba mi vocación de dramaturgo. Hemos criado una familia compuesta por tres hijos y seis nietos. Y ahora que me he jubilado, he tenido la suerte de que premiaran una obra mía en un concurso muy importante dela Capital. DeBuenos Aires, quiero decir. Eso no ha sido todo. Alguien de un importante canal de televisión leyó la obra, que por cierto fue impresa, y me ofreció por teléfono una entrevista para integrar el staff de autores de ficción en el canal. Eso me llenó de orgullo y expectativa, imagínense. Yo, que en realidad soy rosarino, pero estoy radicado desde toda la vida en Mendoza, nunca creí ser merecedor de tal distinción. De modo que nos dispusimos a trasladarnos con Betty a Buenos Aires, después de recibir de parte del canal dos pasajes de ida y vuelta en avión para tener una entrevista con el jefe del comité de dramaturgos para ver si me aceptaban o no. Dios, lo que fue ese viaje! MARAVILLOSO! Y es ese viaje, precisamente, el que le queremos contar. Esa mañana, no podíamos dominar nuestra ansiedad. Vamos, Betty, vamos!

BETTY.- Ya voy, Yoyi. No grites!

YOYI.- Vamos, apurate. No grito, no grito. Pero no entiendo por qué das vuelta sobre vos misma como si fueras un pichicho.

BETTY.- Es que no encuentro la cartera!

YOYI.- Y ahora adónde vas?

BETTY.- Me parece que la dejé en el dormitorio.

YOYI.- Dale, apurate, amor mío. (Al público) Después, ya en el auto, mientras íbamos al aeropuerto, no dejó de reprocharme mi ansiedad.

BETTY.- No sé para qué me apuraste tanto. Tenemos una cantidad ENORME  de tiempo.

YOYI.- No tan ENORME. Y ya sabés que detesto ir con el tiempo justo. Suponete que se nos pincha una goma.

BETTY.- Eso no nos pasó en cuarenta años de casados.

YOYI.- Dale, tocame el pecho.

BETTY.- Yoyi, qué te pasa? Te está dando un infarto?

YOYI.- NO! Quiero asegurarme de tener los boletos.

BETTY.- A ver. Si. Me parece que los tenés. Vas a tener que calmarte un poco, querido. Me parece que me pinté demasiado los ojos para viajar, no?

YOYI.- Hay una regla con respecto a eso?

BETTY.- No seas tonto. Con los ojos demasiado pintados los ojos se cansan más, se marchitan. Yo nunca me pinto demasiado los ojos para viajar… pero como ahora el viaje es el avión, de sólo dos horas, quería llegar presentable al hotel. Bueno, bueno. No estés tan ansioso. Estás manejando tan tenso que vas a llegar cansadísimo a Buenos Aires.

YOYI.- En el avión me relajo. Además no estoy tenso por el puesto en el canal. Sabés cuántos tipos, dramaturgos del interior, están llorando ahora mismo porque me eligieron a mí? Bueno, Betty, no me mires así! Cómo mierda no voy a estar ansioso, si sabés que es lo que siempre quise. Escribir ficción en la tele dela Capital. Tengola billetera?

BETTY.- A ver. Sí. Me parece que la tenés. Te lo merecés, Yoyi. Nadie ha trabajado tanto, nadie tiene un repertorio tan vasto como vos. Nadie ha trabajado tanto ni lo ha deseado tanto como vos. Vos lo pensaste bien, no?

YOYI.- Lo del trabajo?

BETTY.- Lo del trabajo, la mudanza, la nueva vida, el vivir enla Capital… Lo querés lo mismo, no?

YOYI.- Quiero lo que vos quieras, Betty. Y vos?

BETTY.- Yo también quiero lo que vos quieras, Yoyi.

YOYI.- Entonces hicimos lo correcto. Seremos felices!

BETTY.- Seguiremos siendo felices.

YOYI.- Bueno, eso. SEGUIREMOS SIENDO felices. Gran siete. Qué susceptible que estás. (Al público) Pero fue inevitable que en el aeropuerto siguiéramos hablando del tema. (A ella) No te preocupes por el alquiler del departamento porque voy a ganar mucho más que con la jubilación. Y siempre queda la alternativa de alquilar nuestro departamentito de Mendoza. No vamos a tener los gastos del auto. No hace falta tener auto en Buenos Aires.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Nos va a convenir vivir cerca de algún parque, así podemos llevar al perro. Sé que te preocupa el perro. Pero todos tienen perros allá, y hay muchos lugares donde pasearlos siempre y cuando lo lleves con la correa.

BETTY.- No me preocupaba el perro.

YOYI.- No comas en el avión. Mirá que tenemos una reservación en un lugar maravilloso de Puerto Madero, con show y todo. Vos no te preocupes por la comida.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Mirá, el clima en Buenos Aires, allí en la pizarra. 20 grados. En Buenos Aires está hermoso, así que no hay que preocuparse por el clima.

BETTY.- No me preocupaba el clima, Yoyi.

YOYI.- Nuestro vuelo es el número 406. Vos no te preocupes por el equipaje. No, no lleves ni siquiera la maleta chica. Que se encarguen ellos. Vos, no te preocupes.

BETTY.- No me preocupo.

YOYI.- Estás entusiasmada, Betty?

BETTY.- Sí, Yoyi.

YOYI.- No parece.

BETTY.- Pero si lo estoy… Lo estoy!

YOYI.- Y subimos al avión. Cuando la azafata preguntó qué íbamos a beber con la cena, si vino o gaseosas, yo contesté que ni vino ni gaseosas. Que no íbmos a cenar. A lo que Betty acotó:

BETTY.- Deberíamos comer aunque sea un sandwich. Vos ni almorzaste.

YOYI.- En Buenos Aires vamos a cenar a lo grande. No lo voy a arruinar por un poco de pollo tieso. No te preocupes por mí, Betty.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. Es que no quiero que pases hambre. Ya sabés lo que pasa con tu úlcera si no comés algo…

YOYI.- Traje dos frascos del remedio para eso. Relajate.

BETTY.- Sí. Estoy relajada.

YOYI.- Mirá, ya dieron orden de no fumar y de ajustarse los cinturones de seguridad. Colocá tu asiento en posición vertical, Betty. Vamos a aterrizar. Mirá, vamos a llegar cinco minutos antes.

BETTY.- Es enorme la ciudad, no?

YOYI.- Es maravilloso. Recordaremos siempre este viaje. No te pierdas la vista aérea.

BETTY.- Es una ciudad preciosa, no?

YOYI.- Te conté el plan? No? Te lo cuento. A las siete llegada al aeroparque, a las 7.45 estaremos en el hotel. Imaginate, no es pavada. Es el hotel del Centro Naval, que nos corresponde por ser jubilados provinciales. Un buen hotel, eh? Sin lujos, pero confortable. En plena avenida Córdoba casi esquina Florida. Pleno centro! A las 8.30 cena en un conocido restaurante de Puerto Madero. Con show y todo. Con opción para ir a bailar a un boliche re-conocido del lugar. Vuelta al hotel donde experimentarás una de las noches más fogosas que hayas vivido en estos últimos tiempos.

BETTY.- La verdad es que he vivido tan poquitas…

YOYI.- Esperá y ya vas a ver. Y después tengo una entrevista a las nueve de la mañana en el canal de televisión. Una entrevista que es pan comido.

BETTY.- Yoyi mi amor: Hay posibilidades de que te rechacen. De que no te den el puesto.

YOYI.- Macanas. Eso te dicen. Pero ya está decidido. Vos te creés que el canal nos haría viajar a Buenos Aires si no estuviera decidido? La entrevista es pura formalidad. (Al público) Fue en ese momento en que escuchamos la voz del capitán. (Se escucha una campanilla y de inmediato una sanata dicha por el comandante del aviòn que ellos no entienden, en castellano y en inglès) El tipo al parecer nos informó que había problemas de tráfico aéreo, dijo que había unos quince aviones esperando para aterrizar antes que nosotros. Que uno de los problemas era la niebla y el otro una huelga general de aeropuertos que al parecer el gremio correspondiente había decretado hacía unos minutos. Nos recomendaba relajarnos ya que sobrevolaríamos hasta poder aterrizar en unos veinte o treinta minutos. Suponía. (A Betty) Cómo que supone? No debería saberlo con certeza? Para algo es el piloto!

BETTY.- Calmate, Yoyi. Veinte minutos es una pavada. Tenemos tiempo de sobra. Qué hacés?

YOYI.- Voy a llamar a la azafata. Y si se prolonga más de treinta minutos? Tenemos hora para cenar a las 8.30.

BETTY.- No serán más de treinta minutos, supongo.

YOYI.- Eso supuso el piloto. (Al público) Cuando llegó la azafata yo me puse a gritar mientras ella me ofrecía un cafecito. (A la supuesta azafata) ME CAE MAL EL CAFÉ!

BETTY.- Yo me podría tomar una taza?

YOYI.- (En lo suyo) ESTO SUCEDE A MENUDO? CÓMO QUE CASI TODAS LAS NOCHES? QUE LE DICENLA HORA DELAMONTONAMIENTO? No nos avisaron nada!

BETTY.- No es culpa de la azafata, Yoyi. Bajá los decibeles.

YOYI.- (A ella) Es que deberían avisarte. Casi dos horas de vuelo y después treinta minutos de amontonamiento. No es joda. Así uno sabe cuánto tiempo va a estar en el aire, carajo.

BETTY.- Te va a dar acidez estomacal. Me la veo venir. (Se escucha ruido de avión en off. Yoyi mira su reloj)

YOYI.- Bueno, ya pasaron treinta y cinco minutos. Ojalá que el pelotudo pilotee mejor de lo que “supone”.

BETTY.- Da la sensación de que estamos descendiendo, querido.

YOYI.- Qué? Se ve el aeroparque?

BETTY.- No, Yoyi. Hay niebla.

YOYI.- No es niebla! SON NUBES! Las atraviesan todo el tiempo! Imaginate, más de treinta y cinco minutos. Y la azafata sin aparecer!

BETTY.- Por el clima sucede esto, Yoyi. Bah, eso me imagino.

YOYI.- NO HAY QUE IMAGINAR! BASTA CON MIRAR! Reservamos una mesa para las 8.30!

BETTY.- Te va a doler la úlcera. Deberías haber comido algo.

YOYI.- (Al público) Y en ese momento, el capitán informó que en esas condiciones era imposible aterrizar y que deberíamos seguir sentados un tiempo más. (A Betty) Pero qué es ésto? Esperamos, sobrevolamos y ahora esperamos sentados?

BETTY.- Te convendría calmarte. Aquí la señora de al lado dice que la última vez estuvieron dos horas y media sobrevolando…

YOYI.- Qué??? YA PASÓ ALGO ASÍ???

BETTY.- El tráfico, la niebla, las huelgas, los piquetes, los paros generales, las protestas… Vivimos en Argentina, Yoyi. Dijo la señora que calculaba que, sobrevolando, ya debía de haber envejecido por lo menos dos años.

YOYI.- O sea que a las 8.30 estaremos sobrevolando Puerto Madero!

BETTY.- Pero no importa, Yoyi. Comemos alguito en la habitación del hotel y listo. Mientras tanto, quisiera tomarme un café. (Al público) Llamé a la azafata y se lo pedí con mucha dulzura, como es mi costumbre. Pero ella me contestó secamente que el café se había terminado y que hiciera EL FAVOR DE TENER PACIENCIA!

YOYI.- (Al público) Allí comencé a gritar que haría la denuncia enla Aeronáutica! Nadie respondió a mis gritos. La noche había comenzado a caer y una luz tenue brillaba en el avión. (Ruido de avión en off. A Betty) Sabés qué hora es?

BETTY.- No me interesa.

YOYI.- Las 8. 40. Para cuando lleguemos y vayamos a un restaurante, van a ser las once y media. Si ceno tan tarde, no voy a poder dormir en toda la noche.

BETTY.- No te adelantes. Quizá no te pase nada.

YOYI.- Ah, sí. Tomémoslo con calma, Betty. Podríamos pasar el resto de nuestras putas vidas sobrevolando la puta ciudad. (Al público) Y allí, a pesar de que ya no quería escucharlo, habló de nuevo el capitán que anunció que, como no podíamos aterrizar en aeroparque, volaríamos a Rosario donde aterrizaríamos en su aeropuerto. (A Betty) A Rosario! A cuánto queda de aquí?

BETTY.- No lo sé, Yoyi. Cerca.

YOYI.- La puta que lo parió. Nos llevan a Rosario. A las nueve de la mañana yo tengo que estar en Buenos Aires y NOS LLEVAN A ROSARIO! (Al público) En el aeropuerto de Rosario, tiempo más tarde… QUILOMBO TOTAL! (A Betty) Betty mi amor, tomá los talones del equipaje. Andá a buscarlo mientras yo voy a averiguar si hay otro vuelo o algo. Nos vemos frente al kiosko de revistas.

BETTY.- Y si comemos algo primero?

YOYI.- NO HAY TIEMPO! Tengo que llegar a Buenos Aires!!!

BETTY.- Nos vemos frente al kiosko.

YOYI.- (Al público) Cuando fui a averiguar, me enteré que no había otros vuelos a Buenos Aires sencillamente porque Aeroparque estaba cerrado y que recién lo abrían a las siete de la mañana, teóricamente. Entonces llamé por teléfono a la estación de ómnibus. Mariano Moreno, se llama. Al pedo. Había huelga en el gremio y no salía ningún ómnibus a Buenos Aires. Al notar la desesperación en mi voz, una señorita sumamente grosera tuvo a bien informarme que en veinte minutos salía desde Rosario Norte el único y último tren del día de Rosario a Buenos Aires. (A Betty) Betty mi amor! Hay solamente un tren a Buenos Aires en veinte minutos! Dónde están las maletas?

BETTY.- No las encuentran.

YOYI.- Ojalá ese puto tren tenga un puto coche comedor. Qué no encuentran?

BETTY.- Las maletas.

YOYI.- Qué querés decir con eso?

BETTY.- Qué voy a querer decir, Yoyi. Más claro, imposible.

YOYI.- PERDIERON EL EQUIPAJE???

BETTY.- No me grites!

YOYI.- (En un susurro gritado) Perdieron el equipaje?

BETTY.- No. No lo encuentran, nada más.

YOYI.- Y si no lo encuentran más qué?

BETTY.- Entonces, lo perdieron.

YOYI.- (Al público) En la ventanilla de reclamos grité, me desgasté, casi me pongo a llorar. Decía: – Tengo que tomar el tren desde Rosario Norte en veinte minutos y me perdieron las maletas!

BETTY.- (Como a una ventanilla) Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- Tenemos los talones! Qué dice? Que cómo son?

BETTY.- Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS. SI LAS HUBIÉSEMOS VISTO NO ESTARÍAMOS PREGUNTANDO, CARAJO!

BETTY.- Ponerse así de nervioso no sirve de nada, querido. Ellos solamente tratan de ayudarnos, mi amor.

YOYI.- Deberías haber traído la maleta chica con vos.

BETTY.- Vos me dijiste que se encargaran ellos.

YOYI.- Señor, comprenda. Son sólo dos maletas!

BETTY.- Una grande azul y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS SALIR, NO LAS VIMOS SALIR! Me voy a volver loco!

BETTY.- Sí, Yoyi. Te vas a volver loco. Tenés que calmarte.

YOYI.- Cómo voy a calmarme si sólo me preguntan boludeces? (Al de la ventanilla) Ah… que asumen la responsabilidad? Y a mí que mierda me importa su responsabilidad si no tengo mis camisas. Tengo una reunión mañana en Buenos Aires!

BETTY.- Sí, tiene una reunión importante a las nueve.

YOYI.- Para qué le repetís lo que yo digo?

BETTY.- Porque vos no escuchás nada. Aquí el señor, amablemente, nos ofrece quedarnos en Rosario, en un hotel y tomar el vuelo de mañana a las siete de la mañana.

YOYI.- Y si la niebla no se disipa? Y si de nuevo hay amontonamiento?

BETTY.- El señor no puede hacerse responsable de todo eso, Yoyi.

YOYI.- Ya veo. Ni siquiera de nuestro equipaje!

BETTY.- Sabe qué pasa, señor? Mi marido tiene úlcera y el remedio está…

YOYI.- Vámonos de aquí! Si mi equipaje no llega al hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida mañana a la mañana, sus abogados tendrán noticias mías. Anote mi nombre: Jorge Arriaga. De Mendoza. Anotó? Vamos. Ya no tenemos más tiempo. Primero pierden mi equipaje y luego… Si no tengo noticias de ustedes… ustedes… tendrán noticias mías! Taxi! Taxi! Necesitamos llegar en quince minutos a Rosario Norte. Qué? Queda a media hora? Usted llévenos en quince minutos. No pierda tiempo en explicarme nada. Increíble. Increíble. No te procupes, Betty. Llegaremos bien.

BETTY.- No estoy preocupada.

YOYI.- Yo sí. (Al público) Estuvimos en media hora. Bajamos. El tren estaba atrasado. El taxista no tenía cambio. Le tuve que dejar el vuelto. Prometió mandármelo a Mendoza. Tomó la dirección y todo. Corrimos. Nos subimos al tren. Uno detenido que estaban barriendo. El señor que barría nos dijo que el que iba a Buenos Aires era el del andén contiguo que acababa de partir. Lo perdimos. Nos acercamos a la ventanilla. No había otro tren. Pero nos dijo el señor de la ventanilla que podíamos tomar un taxi hasta Empalme Villa Constitución o no sé cómo se llamaba el lugar y que allí podríamos tomarlo pues se detenía por unos minutos. Busqué a Betty que en ese momento había corrido hacia el baño de señoras. Llegué al baño. No podía entrar. Le pedí a una mujer que limpiaba que me trajera urgente a mi mujer que acababa de entrar al servicio. Mientras esperaba, apareció Betty que se había detenido en el kiosko para comprar pastillas antes de entrar al baño, mientras observábamos cómo la señora de la limpieza arrastraba hacia fuera del baño a otra señora que había entrado al baño y gritaba como una loca. Corrimos mientras yo le gritaba a la señora de la limpieza: – Métala de nuevo, métala de nuevo, lo siento! Tomamos el mismo taxi. No recuerdo en cuanto nos llevó. Nos cobró una fortuna. Cuando llegamos, el tren nos estaba esperando.

BETTY.- Necesito ir al baño y comer algo, Yoyi.

YOYI.- Recorrimos el tren. Estaba abarrotado de gente. Me acerqué al guarda. Pregunté si no quedaban asientos libres. El guarda me miró y rió a carcajadas el guacho. – Y algo en primera clase? – pregunté. – Se lo pago, le pago lo que sea! Me dijo que el tren iba vacío durante toda la semana salvo cuando había niebla en Buenos Aires o paro en aeroparque o piquetes en los aeropuertos. Es claro… Quién mierda iba a viajar en ese tren pedorro que era el único que quedaba en el país? Pero me prometió, luego de que ocupáramos el baño y el coche comedor, que por el doble nos daría un par de asientos. Cuando Betty salió del baño preguntó:

BETTY.- Qué dijo el señor? Tiene coche comedor?

YOYI.- El señor dijo solamente que en otro vagón vendían sandwiches.

BETTY.- Vamos, Yoyi, me muero de hambre. Vos también tenés que comer algo.

YOYI.- (Al público) Tuvimos que hacer una cola infernal que llegaba al final del tren. (Se toca el estómago)

BETTY.- Te duele, Yoyi?

YOYI.- Es un dolorcito sin importancia. Ya sé, no me lo digas: Deberíamos haber comido en el avión.

BETTY.- No iba a decirte eso.

YOYI.- (Al público) Esperamos dos horas. Pedimos el menú. Sólo tenían sandwiches de mortadela y bebidas.

BETTY.- (Mirando hacia adelante) Señor: A mi marido le caen mal los sandwiches de mortadela.

YOYI.- (Al público) Dijeron que, en ese caso, tenían galletas y aceitunas verdes. Nada más. No esperaban que viajara tanta gente en el tren esa noche. Pedí galletas para mí y un sandwich para Betty.

BETTY.- (Mirando para adelante) Y un café y un vaso de leche.

YOYI.- (Al público) Dijeron que ni café ni leche. Jugo ordinario pero no frío. Bah, pis. Decidimos no tomar nada. (A Betty) Pensar que te dije que te iba a llevar a uno de los mejores restaurantes de Buenos Aires, y terminás comiendo un sandwich pedorro sin nada para beber.

BETTY.- No tiene importancia, Yoyi.

YOYI.- Mirá, no te culparía si me dejaras por ésto. Mirá lo que te digo.

BETTY.- Pero yo no voy a dejarte, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Llegamos a Retiro. (A Betty) Si te digo que me tragué algo duro con las galletas, es verdad. Me va a destrozar el estómago.

BETTY.- Estás sin comer ni dormir, querido. Cómo no te vas a sentir mal? Vamos. Vamos a tomar un taxi al hotel.

YOYI.- Los voy a demandar a todos! (Al público) Cruzamos la estación. Estaba repleta de gente. (Hacia adelante) Disculpe, la parada de taxis? Ah, pasando la puerta. Okey. Qué? QUÉ???

BETTY.- Qué pasa, Yoyi?

YOYI.- No hay taxis.

BETTY.- Por qué no?

YOYI.- Porque están en huelga.

BETTY.- Los taxis?

YOYI.- Los taxis, el subte, los ómnibus, todos los medios de transporte. Y los basureros también.

BETTY.- No te dijeron cómo se traslada la gente?

YOYI.- Camina, Betty, camina!

BETTY.- Estamos lejos del hotel?

YOYI.- Qué sé yo. Si remontamos Córdoba, unas ocho cuadras. Pero cómo puede haber huelga de transporte en una ciudad así, con distancias tan largas?

BETTY.- Evidentemente, puede, Yoyi. Vamos a caminar.

YOYI.- Nunca oí algo semejante, mirá! (Al público) Salimos y… (Se escucha efecto de lluvia torrencial) … llovía a cántaros. (A Betty) No te preocupes. A lo mejor para pronto.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi.

YOYI.- No. Son más de las tres de la mañana. No creo que pare.

BETTY.- Nunca?

YOYI.- Si nos quedamos aquí toda la noche sin comer ni dormir no voy a poder llegar a la entrevista.

BETTY.- No me importa mojarme un poco. Vamos. Hacia dónde está?

YOYI.- Hacia allá.

BETTY.- Bueno, vamos.

YOYI.- Sí. Vamos! Dios. Está lloviendo más tupido. (Al público) Corrimos bajo la lluvia intensa. Ustedes saben lo que puede ser correr por Retiro de noche. Imagínense bajo la lluvia intensa. Nos perdimos y nos volvimos a perder. No encontrábamos la iniciación de Avenida Córdoba. Buenos Aires era a esa hora un oscuro depósito de basura. Cruzábamos las calles bajo la lluvia. Oscuras calles repletas de basura. Nos resguardamos bajo una recova.

BETTY.- No corras. Tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- Cuanto más pronto lleguemos, menos mojados estaremos, mi amor.

BETTY.- Nunca ví tanta basura junta, Yoyi.

YOYI.- Están en huelga. No siempre es así. Córdoba es una de las avenidas más limpias del mundo.

BETTY.- Quién limpiará todo esto?

YOYI.- Bueno, Betty, dejá de preocuparte por la basura. Vamos!

BETTY.- Es que no puedo…

YOYI.- Y ahora qué te pasa?

BETTY.- Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Cómo pudo pasarte algo así?

BETTY.- Así de simple: Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Y no podés caminar?

BETTY.- Sí. Pero despacio. Ya sabés que tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- (Al público) Sí. Ella tiene los tobillos frágiles. Llegamos al hotel. Hechos sopa.

BETTY.- No quiero quejarme, querido. Pero se me tuercen los tobillos al caminar.

YOYI.- Apretá los dedos de los pies contra la suela! (Al público) Les dije que llegamos al hotel? Qué espectáculo deprimente. Un mundo de gente durmiendo en la recepción, en el lobby, en el salón comedor, en los sillones, en el piso, en los ascensores. Qué mierda pasaba? (Mira hacia adelante) Somos el Sr. yla Sra. Arriaga, de Mendoza. Al fin llegamos. Cómo si reservé un cuarto? Me lo reservó Telefé. Parece que el hotel está bastante lleno, no? Ah, claro. Es lo mínimo que pueden hacer. Cómo dice? Ah, claro. La gente no puede volver por la huelga y los hoteles están atestados…

BETTY.- Qué amables, de verdad!

YOYI.- Ahora espero que tenga una camita seca y cómoda para nosotros.

BETTY.- Y que haya una farmacia cerca. Necesito venda para los tobillos.

YOYI.- Qué dice? Que la reserva era para el 17 y que hoy es el 18 de madrugada? No me diga que no nos guardaron el cuarto. Qué dice allí? Que debían reservarlo hasta las diez de la noche y que ahora son casi las cuatro de la madrugada? No, claro, no llamamos ni enviamos un mail. No pudimos, señor. Estuvimos dando vueltas. Mi intención era llegar a las ocho de la noche. No pensé que aterrizaríamos en Rosario y luego tendríamos que viajar en un tren como ganado hasta Retiro para después caminar hasta aquí en medio de un sunami. Betty: Decile al señor que eso hicimos.

BETTY.- Así mismo fue, señor.

YOYI.- YA SÉ QUE NADIE ESPERABA ESTA HUELGA GENERAL. YA SÉ QUE NO MANDAMOS UN MAIL NI LLAMAMOS POR TELÉFONO! No me lo repita, la puta madre. No ve que estoy chorreando agua aquí en el vestíbulo de este hotel pedorro. Mi mujer está temblando y tiene los tobillos frágiles. Si no me da un cuarto, estarán en mi lista de demandados, carajo! Claro que espero. Adónde voy a ir? No tengo ningún programa y mi mujer está muy mal. Decíselo, Betty!

BETTY.- Estoy muy mal. Y él no tiene ningún programa.

YOYI.- Vaya a saber qué mierda fue a buscar. Pero vos no te preocupes, nos van a dar un cuarto.

BETTY.- Ojalá.

YOYI.- (Al público) El recepcionista volvió y explicó que había hablado con el señor Bruzzi o Bruzzico o Burzaco, el ayudante del gerente, que lamentaban mucho el malentendido, pero por desgracia no tenían cuartos disponibles. (Hacia adelante) Muy bien. Muy bien! Escriba su nombre completo y el del señor… Bruzzi, Bulzico o Bulzco o como mierda se llame en un papel. Los necesito para el juicio que les voy a hacer. A todos: Ala Aeronáutica, a los responsables de ese tren de porquería, a ustedes. Ella es mi esposa. Es testigo de todo. (Ella sonríe) Betty: Cuando termine de anotar sus nombres, firmá abajo y poné fecha y hora. Puede que no sea de esta ciudad… pero se metieron con la persona equivocada. No saben lo que les espera.

BETTY.- Pero Yoyi, escuchá lo que dice el señor. Dice que en el cuatro 819 hay dos pilotos de avión que se van a las siete de la mañana. Que puede darnos ese cuarto gratis.

YOYI.- Lo escuché. LO ESCUCHÉ! Me secaría recién a las ocho de la mañana. Los demandaré por un millón de pesos. Vamos.

BETTY.- Adónde? Qué vamos a hacer?

YOYI.- Vení! (Al público) Nos metimos en el hueco de la escalera. Pregunté desesperado: Betty, qué vamos a hacer?

BETTY.- Por qué te quisiste ir si después no te la bancás?

YOYI.- Para que alguien vea que hablo en serio! No nos pueden tratar así, puta madre!

BETTY.- Bueno, Yoyi, la verdad es que deberíamos haber llamado o haber enviado un telegrama.

YOYI.- Pero cómo podés estar chorreando agua en el hueco de la escalera sin tu taco alto ni el equipaje y CULPARME A MÍ PORQUE NO TENEMOS UN CUARTO???

BETTY.- No es tu culpa, Yoyi. Sólo sugiero que nos quedemos en el vestíbulo hasta las siete y aceptemos el cuarto de los pilotos que se van a esa hora. O acaso ves otra salida?

YOYI.- (Al público) En ese momento el recepcionista gritó mi nombre. Corrimos a la recepción. Él esperaba con el tubo del teléfono en su mano. Me llamaban desde el aeropuerto de Rosario. Habían encontrado nuestro equipaje. Las maletas estaban en… (Grita) MENDOZA!

BETTY.- Yoyi, por favor, no grites. Vas a despertar a toda esta gente dormida en el lobby.

YOYI.- Pero podés creer? Nuestras maletas fueron las últimas en ingresar en el aeropuerto en Mendoza y NO LAS SUBIERON AL AVIÓN! (Ha gritado en un susurro) Me avisaban que las mandarán al hotel antes de las 8. Le dije a ese tipo desagradable que me hablaba como si me hiciera un favor que esperaba que las maletas disfrutaran más que yo viajando, ya que cuando llegaran yo no estaría en este hotel porque MI CUARTO se lo habían dado a otra persona, por lo que IBA A DEMANDAR A TODO EL MUNDO ANTELA CORTE SUPREMA! La gran puta, Betty! Quiero mis maletas YA MISMO y las quiero AQUÍ y no donde estaba antes de que no me llevaran a destino! Vos tenés que testificar este mal trato.

BETTY.- Yo soy testigo de todo, Yoyi.

YOYI.- Ya vas a ver. Un amigo que juega golf con tu hermano tiene conexiones conla Aeronáutica. Losvoy a demandar a todos. Recibirán telegramas, cartas documento, facturas, tickets, lo que haga falta para probar lo que está sufriendo un enfermo del estómago que tiene su remedio en su maleta que en este momento está en Mendoza. Y también el sufrimiento de una pobre mujer de tobillos frágiles que ha tenido que atravesar toda una tormenta de basura en Buenos Aires para llegar a un hotel donde no tiene ni una cama donde descansar! Si algo nos pasa, compadezco a usted, señor recepcionista, al señor Bruzzaco o como mierda se llame, al gerente general y al mismo dueño de este hotel de porquería con olor a humedad y a pedo.

BETTY.- Pero él dijo que nos podíamos quedar en la oficina hasta las 7, hasta que se fueran los pilotos de avión.

YOYI.- QUE SE METAN EN EL CULOLA OFICINA! Tiene que haber un cuarto en algún lugar de la ciudad. No te preocupes, voy a solucionar todo. Tenés una moneda?

BETTY.- Todo lo tengo en la maleta gris, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Y allí apareció una mujer bastante vulgar, por no aventurarme a decir que era de las que ejercían el oficio más antiguo del mundo que nos dijo:

BETTY.- (Como la prostituta) Es mejor que se ahorren dinero y esfuerzo. Ustedes no son de aquí, no? (Yoyi se sienta y mira a su costado donde se supone que està su mujer, asintiendo, mientras escucha a la prosti) Escuché que son de Mendoza. Y necesitan un cuarto por una noche, verdad? Miren, un amigo mío tiene un hotelito a dos cuadras de aquí. No es de lujo, pero limpio. Si quieren un cuarto les va a costar cien.

YOYI.- (A su mujer que supuestamente està junto a èl) Cien pesos un cuarto. No es caro.

BETTY.- (Como la prostituta) Los cien son para mí. El cuarto cuesta ciento cincuenta. Me dan primero mis cien pesos y yo misma los llevo al Hotel Gralor – por Graciela y Lorenzo, vieron?, los hijos de mi amigo – y le dicen al de la recepción que yo los he llevado. Me llamo Brenda. Mejor los acompaño. Tengo un paraguas para que no se mojen. Vamos?

YOYI.- (Al público) Le dí los cien pesos, salimos. A la cuadra de haber caminado bajo la lluvia, nos asaltó con un revólver la hija de puta. Y no sólo eso. Se le unió el supuesto dueño del hotelito. Me pidieron el rollo de billetes que tenía en el bolsillo. Betty no pudo abandonar su condición de pelotuda. Asustada gritaba:

BETTY.- Dales todo, Yoyi. No quiero aparecer muerta en una calle de Buenos Aires, aunque sea de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir. Dales todo, por favor. Dales también la billetera que tenés en el bolsillo del saco!

YOYI.- Qué pelotuda! Por qué mierda no se calló la boca?

BETTY.- No le peguen, por favor! Es un pobre enfermo!

YOYI.- No soy ningún enfermo!

BETTY.- Estás enfermo, Yoyi, no lo niegues…

YOYI.- Es apenas una úlcera común y corriente. (Al público) Y comenzamos a caminar, ahora sin el dinero y bajo el agua, sin darnos vuelta, después de pedir inútilmente que nos dejaran algo de dinero para comer algo. No, era inútil. Había que caminar.

BETTY.- Nos asaltaron, Yoyi! Nos asaltaron! No nos mataron de casualidad!

YOYI.- Por qué tuviste que decirles lo de la billetera?

BETTY.- Preferirías que te encontraran muerto en una calle de Buenos Aires habiendo dejado en Mendoza a tus hijos y a tus nietos?

YOYI.- Sabés cuánto me queda en el bolsillo? Cincuenta centavos! Veinticinco centavos per cápita gracias a haber abierto tu bocaza!

BETTY.- Pero estamos vivos, no? Estoy temblando de pies a cabeza, mirá. Necesito tomar algo fuerte!

YOYI.- Y con qué? Con cincuenta centavos? Haceme el favor. Hay miles de policías en Buenos Aires, eso se supone. Y ninguno sale cuando llueve? No se puede creer! Mierda! Me robaron la tarjeta, también. Tenemos que hacer el reclamo de pérdida o robo! Pero cómo?

BETTY.- Yo tengo el celular en mi cartera. Cuál era el número?

YOYI.- Está en la agenda del celular.

BETTY.- Ah, sí. Aquí está. Ahí llama. Ah, señorita, me acaban de robar la tarjeta de crédito. Sí. Sí. Y no puedo decirle el número de la tarjeta, señorita. Si nos la robaron. Nos la robaron en plena calle, bajo la lluvia, fíjese qué tragedia. Cómo? El documento del titular? Sí, ya se lo doy. Cómo era tu documento, Yoyi?

YOYI.- Sí, repetí…

BETTY.- Ay, Yoyi, no! Me quedé sin crédito. Se cortó la comunicación. Necesito ponerle una tarjeta…

YOYI.- Y dónde mierda te parece que podemos comprar una tarjeta ahora? Me cago en la mierda, carajo! Vamos a buscar una comisaría. (Al público) Sí. Bajo la lluvia buscamos la comisaría más próxima. Al parecer, esa madrugada, todas las comisarías eran un verdadero loquero. Gente robada, gente violada, prostitutas, rateros, padres de familia con hijos perdidos, vendedoras de Avón, lo que puedan imaginarse. El agente de la recepción parecía estar en las nubes. No oir ni ver nada. Momia. (Hacia adelante) Disculpe, no? Mi mujer y yo no somos de aquí. Recién llegamos a Buenos Aires, nos asaltaron y… (Al público) Sonaba el teléfono. El agente recepcionista nos dijo que esperáramos. Después nos comunicó que los basureros habían levantado la huelga. Como si a nosotros nos importara. Ya mi mujer se había roto el taco alto del zapato. Pero, eso sí, nos comunicó también que ahora estaban de huelga los repartidores de leche. Yo seguía diciendo… “Nos asaltaron, sabe?” mientras mi mujer preguntaba…

BETTY.- (Hacia adelante) Los chicos no tendrán leche? Qué crueldad!

YOYI.- Y yo insistía: “Nos asaltaron a una cuadra del Centro Naval” Y mi mujer agregaba.

BETTY.- Una mujer armada. Podría habernos matado. Una tragedia, una verdadera tragedia, señor.

YOYI.- (Al público) El recepcionista nos preguntó nombre y apellido. Le dije que no se los había preguntado.

BETTY.- El señor nos pregunta por nuestros nombres. Jorge y Beatriz Arriaga, de Mendoza. Pero a mí puede llamarme Betty y a él todos le decimos Yoyi. Es una historia que viene desde que él era chiquitito y le preguntaban, “Cómo te llamás, Jorgito?” y él contestaba “Yoyi”. Esas cosas que pasan con los chicos, se da cuenta?

YOYI.- (Al público) Nos preguntó dónde nos hospedábamos. Me ví obligado a decirle que en ningún lugar, lo que nos convertía en cartoneros, prácticamente.

BETTY.- (Hacia adelante) Señor… Ni los hospitales tendrán leche? No le parece una atrocidad?

YOYI.- Terminala con la leche, Betty! (Al público) El agente me preguntó si no habíamos hecho una reservación. Le conté que nuestro avión había aterrizado en Rosario y que cuando llegamos a Buenos Aires, luego de una odisea en un tren de mierda, les habían dado el cuarto a otra persona. Que lógicamente no habíamos podido ni mandar un mail ni llamar por teléfono, aunque obvié decir que Betty tenía un celular que a esa altura no servía para nada. Que a esa altura ya sabíamos que no existía el famoso hotel Gralor. Me preguntó por qué habíamos ido. Le dije que NO SABÍAMOS QUE NO EXISTÍA, CARAJO.  Que nos habíamos dado cuenta cuando la asaltante y su pareja nos habían robado todo el dinero. El agente nos hizo firmar un formulario y nos dijo que fuéramos a hablar con el Capitán Malatesta. Un formulario. Para qué mierda firmar un formulario!

BETTY.- Dale, firmá el formulario, sí mi amor?

YOYI.- No quiero! Quiero mi plata! Dónde está el Capitán Malatesta? Por qué nadie nos ayuda?

BETTY.- Lo firmo yo, querido?

YOYI.- No! No quiero que lo firmes! No quiero que firmes nada! Dónde está el Capitán Malatesta. (Al público) El tipo me mandó a la segunda puerta del pasillo, oficina del Capitán Malatesta, que llegaba a las once de la mañana. (Hacia adelante) CÓMO A LAS ONCE DELA MAÑANA? QUIERO QUE SE OCUPE AHORA! Mientras tanto una mujer gritaba que era la tercera vez que le robaban la cartera justo en la puerta de la comisaría y que quería que esta vez se la recuperaran. Se lo dije bien clarito: – En cuanto se ocupen de MI ROBO, señora, se ocuparán de su cartera. No se me adelante que yo estoy primero. Y pregunté al agente: – Hay alguien más a quien pueda ver? Pero me dijo que todos los policías estaban muy ocupados y empezó a atender a la mujer de la cartera. Entonces le pregunté su nombre y lo anoté. Para mi lista de demandas. El agente nos sugirió que fuéramos al Cuartel de Bomberos. Parece ser que la guardia nacional había puesto allí unos catres militares y que convidaban café con rosquitas.

BETTY.- Perfecto, Yoyi. Todo solucionado. Adoro las rosquitas.

YOYI.- No quiero café ni rosquitas. Quiero mi plata. (Al público) La policía nos llevó en un móvil al Cuartel de Bomberos, luego de que mi mujer discutiera con la señora que denunciaba el robo de su cartera en una discusión de sordos. Ambas se referían a la mujer delincuente como si hubiera sido la misma. – Era una mujer altísima – decía la mujer. – La nuestra era baja – decía Betty. – ERA ALTÍSIMA – gritaba la mujer. BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. ERA ALTÌSIMA – gritaba la mujer.

BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. Como fuere la cosa, subimos al auto (Se suben a un supuesto auto) y mientras yo me dormía Betty me  decía:

BETTY.- A lo mejor era alta. Uno no puede descubrir la altura con un taco roto. No te parece? (Yoyi se duerme en su hombro) No te duermas sin comer antes, Yoyi. De otro modo… a lo mejor no despertás nunca, querido. Lo que pasa es que no hemos comido ni dormido desde ayer a la mañana. Hace veinticuatro horas que estamos metidos en este viaje maravilloso.

YOYI.- (Al público) Pero en mitad del camino llamaron por radio y hubo cambio de planes y nos querían obligar a bajarnos del auto de la policía porque tenían un asalto a una despensa importante que tenían que proteger.

BETTY.- No nos van a llevar al cuartel? Y el café y las rosquitas?

YOYI.- Dicen que está a ocho cuadras de aquí.

BETTY.- Y no nos pueden llevar primero?

YOYI.- Pero no escuchaste? Dicen que tenemos que cooperar, que no tienen muchos patrulleros.

BETTY.- Pero vos cómo vas a hacer, Yoyi? Estás casi dormido. En fin, no hay mal que por bien no venga, porque si te dormías… Vamos, vamos, hay que bajar. El señor dice que tenemos que movernos. Bah, fue grosero, dijo que hay que mover el culo, pero yo no quería repetirlo tal cual. Tenés que despertarte, mi vida. Hay que caminar unas cuadritas, amor mío. Hay un asalto, viste?

YOYI.- No pueden atrapar más tarde a los asaltantes?

BETTY.- No discutas, Yoyi. Vamos, hay que cooperar con las fuerzas del orden.

YOYI.- Dónde estamos? La policía tiene el deber de protegernos y trasladarnos.

BETTY.- El oficial sabe lo que hace, querido!

YOYI.- No me van a tener de aquí para allá como a mis maletas. No pienso bajarme del auto. (Al público) Ante tan firme aseveración, arrancaron los hijos de puta. Arrancaron a los santos pedos, echando putas por Palermo viejo. Y con Betty pudimos ser los protagonistas cagados de la más feroz resistencia que hubiésemos podido vivir en un asalto a una despensa de la gran ciudad, (Se escucha la sirena policial que se va perdiendo) envueltos en el sonido electrizante de la sirena policial. Detuvieron el auto. Al parecer habían logrado ubicarlos. Se bajaron del coche para capturarlos. Eran las cinco de la madrugada y nosotros esperábamos en el móvil policial que los policías trajeran esposados a los delincuentes. Ya no podría dormir, ya no llegaría a la entrevista. Pero los que subieron al auto después de reducir a los policías fueron los malhechores.

BETTY.- Dios santo, Yoyi. Nos están secuestrando!

YOYI.- (Al público) Nos amenazaron con un revólver. Era la segunda vez en la noche que lo hacían. De nada sirvió que tratáramos de explicarles la situación. Ellos seguían corriendo en el auto con la sirena a todo lo que daba.

BETTY.- Tenemos familia en Mendoza, chicos. Y mi marido no se siente nada bien. Es un hombre muy enfermo.

YOYI.- (Al público) Nos tiraron en los bosques de Palermo a las cinco y cuarto de la madrugada y se fueron. Los dos solos en la oscuridad total. (Las luces han bajado. Ellos estàn iluminados por un cìrculo de luz celeste, espalda contra espalda. Pausa. A ella) Betty, oíme.

BETTY.- No quiero discutir, Yoyi.

YOYI.- No me vas a echar la culpa de esto que nos ha pasado, supongo.

BETTY.- Está bien. No voy a echarte la culpa, pero no quiero discutir. Al bajar del auto perdí el otro zapato y ahora acaba de pisarlo ese auto que pasó…

YOYI.- … ya veo, sí. Echando putas.

BETTY.- No importa. Voy a caminar descalza.

YOYI.- No te lo aconsejo aquí. Podrías pisar algo filoso y herirte.

BETTY.- Ya lo pisé.

YOYI.- Algo filoso?

BETTY.- Creo que sí. Algo así como el borde de una lata. Mirame. Me sale sangre?

YOYI.- Un poquito.

BETTY.- Dios mío. Me voy a morir de tétanos.

YOYI.- Eso no es lo importante. Quiero decir: Tenemos que irnos, pero no podés caminar así. Es claro, si pudiera volaría, mi amor. Pero lo que pasa es que hay niebla en Buenos Aires.

BETTY.- Dejate de ese sarcasmo pelotudo, Yoyi… Me duele el pie.

YOYI.- Está bien. Te hago upa.

BETTY.- No. A upa no, Yoyi. (Èl la alza en sus brazos)

YOYI.- (Haciendo un esfuerzo sobrehumano) Tengo que llevarte a un hospital. Seguro que están en huelga, pero no importa. Yo te llevo lo mismo. Soy responsable de vos.

BETTY.- Es que sos un hombre débil y te vas a desmayar. Hace horas que no probás bocado.

YOYI.- Vos tampoco, no pesás mucho. No te preocupes.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. No dije que estuviera preocupada. Pero por favor, bajame.

YOYI.- Tenemos que llegar al Cuartel de Bomberos, que esperemos que no se haya incendiado. Tenemos que dormir un poco porque tengo una entrevista a las nueve y…

BETTY.- (Grita) Te vas a herniar, carajo! Ya tenés una úlcera, es que querés reventar?

YOYI.- Está bien. Te bajo. (La baja) Te bajo. Te bajo y me acuesto. Cinco minutos. Vamos a descansar cinco minutos. Debajo de este árbol, Betty… Debajo de…

BETTY.- YOYI, ES PELIGROSO QUEDARNOS AQUÍ.

YOYI.- Para nada, Betty. Para nada. Es el menor peligro que corremos. Salvo que nos pique algún bicho. Vení. Tratemos de dormir.

BETTY.- Bueno. Buenas noches… Yoyi. (LAS LUCES BAJAN. ENLA BANDA SONORASONIDO DE PAJAROS LUEGO DE UN SILENCIO. SUBEN LAS LUCES. ESTÁ ÉL SOLO)

YOYI.- Cuando me desperté estaba solo. Me dolia el cuello, me dolía la espalda. Me dolía todo el cuerpo, en realidad. (Mira hacia los lados) Dónde estás, Betty? Dónde estás, querida? Betty, dónde te metiste? (Corre por toda la sala) BETTY!!! (Desde un lateral entra Betty y se sienta)

BETTY.- A desayunar! Encontré una golosina en un banco! (Él vuelve y se sienta junto a ella) Fuera, fuera, perrito. No puedo darte este turrón aunque tengas hambre. Es NUESTRO desayuno.

YOYI.- Soltá eso. Soltá eso, perrito. SOLTALO, PERRO DE MIERDA, no me vas a quitar lo que es nuestro. Ah, te asustaste! Bien. Ya es todo nuestro. Cómo tenés el pie?

BETTY.- Mejor. Comelo, Yoyi. Lo necesitás.

YOYI.- Estará bueno? Estaba en un banco, lo lamió el perro… No sé…

BETTY.- Seguro que sí. Mirá, tiene dextrosa, miel de maíz y niacina. Pura energía, Yoyi. Y vos necesitás energías. Sos…

YOYI.- Soy un hombre sano. No empieces.

BETTY.- Sos un hombre que va a tener una entrevista, querido. Necesitás estar bien. Vamos, lo compartimos, eh? Tomá.

YOYI.- Gracias. (Ambos comen una barrita de cereal) Hoy podrías haber tomado el desayuno en la cama, jugo de naranjas, medialunas, tostadas con manteca y mermelada y una gran taza de café caliente. En cambio, estás desayunando una golosina probablemente rancia que dejó un perro en un banco de los bosques de Palermo a las… Che, dónde está mi reloj?

BETTY.- No te pongas nervioso.

YOYI.- No estoy nervioso. Pero dónde está?

BETTY.- Fue todo tan rápido.

YOYI.- Qué cosa fue rápida?

BETTY.- Dijiste que no te pondrías nervioso, querido.

YOYI.- Lo dije antes de que empezaras a hablar. Tu tono es terriblemente presagioso. Dónde está mi reloj?

BETTY.- Se lo dí a uno de los travestis esos que nos rodeaban mientras dormías.

YOYI.- Le diste mi reloj de dos mil pesos a un hombre vestido de mujer? Por qué?

BETTY.- Porque parecía tener un cuchillo, Yoyi. Bueno, a lo mejor no era un cuchillo sino un… bueno, uno de esos juguetes sexuales que usan los que… ay, no sé, Yoyi, todo fue tan rápido y… y él o ella, qué se yo, no nos dejaba en paz.

YOYI.- Y por qué no me despertaste?

BETTY.- No quería que te apuñalara. Digo, si era un cuchillo. Tampoco quería que te hiciera otra cosa… Me pone nerviosa hablar de esto, Yoyi.

YOYI.- Querés decir que me asaltaron mientras dormía?

BETTY.- Sí, algo así.

YOYI.- Un travesti?

BETTY.- Sí.

YOYI.- Con un cuchillo?

BETTY.- Bueno, yo pensé que era un cuchillo o… algo fálico.

YOYI.- MIERDA!

BETTY.- La plata te la robó una mujer con un paraguas y eso no lo cuestionaste. Por qué discriminás?

YOYI.- No te pidió dinero? Digo, el travesti.

BETTY.- No dijo nada. Agarró el reloj… y huyó.

YOYI.- No te pidió plata, ni siquiera el reloj… y vos se lo diste.

BETTY.- Se lo dí, se lo dí… Parecía gustarle. Lo tomó y yo no tenía otra salida. Tenía un cuchillo.

YOYI.- Le viste el cuchillo?

BETTY.- Nadie te asalta en la oscuridad de los bosques de Palermo a las cinco de la madrugada, vestido de mujer, a menos que tenga un cuchillo, no?

YOYI.- Nunca me puse a pensarlo. (Al público) Sería un cuchillo?

BETTY.- Comé, comé esa porquería. Tenés una entrevista en el canal a las nueve.

YOYI.- Ni siquiera voy a saber cuando sean las nueve.

BETTY.- Lo siento, Yoyi. Estoy avergonzada, irritable, tengo ganas de llorar. Debe ser el cansancio que me ha provocado este viaje maravilloso ala Capital. Peroahora se me ocurrió algo. Podríamos ir ala Sociedadde Ayuda al Viajero.

YOYI.- Cuál viajero?

BETTY.- Cualquiera. Una vez leí que existía. Le prestan dinero a turistas en dificultades. Averigüemos adónde queda, qué te parece? Qué te parece la idea? Qué te parece, querido, por qué no me contestás?

YOYI.- Porque acabo de romperme un diente con la puta golosina.

BETTY.- Con la golosina? A ver… dejame verte.

YOYI.- No. Es uno de los de adelante. Ya ni sonreír puedo.

BETTY.- Quizá no se haya roto.

YOYI.- ESTOY SEGURO! LO TENGO ROTO!

BETTY.- A ver, mostrame. (El le muestra) Quizá no… Pero sí. Se te rompió.

YOYI.- Se acabó. Yo no puedo más. Aunque tuviera dinero y me afeitara, nunca me darían ese puesto si ni pudiera esbozar siquiera una… leve sonrisa.

BETTY.- Un dentista te lo podría arreglar, amor mío.

YOYI.- Por cincuenta centavos?

BETTY.- Recurramos ala Sociedadde Ayuda al Viajero…

YOYI.- NO ARREGLAN DIENTES!

BETTY.- Bueno, bueno. Era una sugerencia, nomás.

YOYI.- Estoy bien cagado. No me van a contratar ni en ese canal ni en una mísera acequia de Mendoza. Creés que van a contratar a un tipo que viene del interior, que no puede sonreír y que pierde aire por su diente roto? Ni soñarlo. Perfecto. Se acabó la expectativa. Ahora vamos. Mirá, sale el sol. Deben ser cerca de las siete y media. Nunca lo voy a lograr.

BETTY.- Todavía hay tiempo. No te des por vencido ni aún vencido. Almafuerte! Escuchá un poco. Alguien está llorando? Parece una criatura. Ay, sí. Es un chiquito. Mirá, está en ese banco, llorando. Está solo. Quizá se perdió.

YOYI.- Quizá no se perdió y solamente está solo.

BETTY.- Y por qué llora? No estaría llorando, Yoyi. Mi deber es averiguarlo, no podría dormir esta noche, mirá, si no lo averiguara.

YOYI.- Averigualo, averigualo, que no te soportaría otra noche sin dormir.

BETTY.- Aquí estoy, tesoro. Por qué llorás, mi vida? Dónde están tus papás? Es oriental, Yoyi. Japonés, o chino…

YOYI.- O coreano.

BETTY.- Parece que no habla castellano, Yoyi, mirá que tragedia.

YOYI.- Bueno, Betty. Tendrá que esperar a que pase algún oriental que hable su idioma. No nos metamos, Betty…

BETTY.- Está hambriento y atemorizado… Tenemos que hacer algo.

YOYI.- Cómo sabés que está hambriento? Te lo dijo?

BETTY.- No podemos dejarlo solito. Por qué no hacés algo por él?

YOYI.- Qué podría hacer con cincuenta centavos en los bolsillos y un turrón podrido que le quité a un perro en el estómago por todo alimento y que, además, me rompió el diente.

BETTY.- Ves? Ya te has convertido en un porteño más. Egoísta y sin sensibilidad social. Andate vos a tu entrevista. Yo me voy a quedar con el chico hasta que aparezca alguien.

YOYI.- Ya que querés comprarle algo para comer, por qué no te fijás si tiene algo de plata?

BETTY.- Plata?

YOYI.- Digo, en los bolsillos. Tal vez con ese dinero podremos comprar una tarjeta para tu celular y así hacer una llamada a Ayuda al Viajero para que nos ayuden. A ver, me voy a encargar yo de él. (Al público) Y lo llevé tras unos arbustos para revisarle los bolsillos. Y en ese momento el mundo se dio vuelta. Apareció una gorda infame gritando como una loca que qué le estaba haciendo a ese chico, que le quitara las manos de encima y que si estaba tratando de abusar de él. Traté de explicarle pero empezó a gritar: – Policía! Hay un pervertido en este sector del bosque! Un abusador sexual! Y yo suplicando que no gritara así. Y mientras ella seguía gritando – Hay un pervertido, hay un pervertido!, yo tomé la mano de Betty y le dije: – Aunque se te quiebren los tobillos, corré, haceme el favor! Y corrimos por el parque a campo traviesa mientras nos perseguía un policía en moto sin que pudiera alcanzarnos porque nos refugiamos tras otro arbusto.

BETTY.- Ese policía casi nos alcanza. Por qué no te paraste a explicarle?

YOYI.- A explicarle qué? Te parece que lo hubiera entendido, con tanto abusador sexual como hay ahora? Me hubieran dado entre diez y veinte años. Te dije que lo dejaras en paz, carajo!

BETTY.- Hice lo que me dictó la conciencia. Ese niñito estaba muerto de miedo.

YOYI.- Yo no lo ví muerto de miedo. Es más: mientras a mí me buscan por pervertido, seguro que en este momento está comiendo un helado. Salgamos del parque de una buena vez!

BETTY.- (Se mira la mano) Oh, Dios Santo. Se me cayó el anillo. Te das cuenta, Yoyi? Perdí el anillo.

YOYI.- Ahora??? AHORA PERDISTE EL ANILLO???

BETTY.- Lo siento. La próxima vez lo voy a perder cuando no estés apurado.

YOYI.- Cómo se te pudo caer?

BETTY.- Porque no comí. Tengo los dedos más flacos. Por eso.

YOYI.- La gran puta. No se lo sacó en cuarenta años y lo pierde justo ahora.

BETTY.- No me hables en tercera persona. Estoy aquí, en primera persona.

YOYI.- No! Me hablo a mí mismo en segunda persona! Todo se acabó. Todo acabará a las nueve en punto.

BETTY.- Andate. Andate a la famosa entrevista. No te preocupes por mí! Me voy a quedar aquí, de rodillas, cavando con mis manos hasta que lo encuentre.

YOYI.- Betty! Es sólo una alianza de oro de sesenta pesos. Si consigo el puesto en el canal te compro una mejor. Olvidate de este asunto.

BETTY.- Olvidarme de mi anillo de casamiento? Cómo podés decir semejante cosa? Cómo podés ser tan inhumano? ES MI ANILLO DE CASAMIENTO! NO QUIERO OTRO! QUIERO EL QUE VOS ME PUSISTE EN EL DEDO!

YOYI.- Lo entiendo, lo entiendo, Betty. Fue una sugerencia inocente.

BETTY.- Es la única cosa material que tengo que me importa, fijate. No voy a olvidarme de él ni dejarlo tirado por allí! No me importa lo que vos hagas!

YOYI.- Estás enojada.

BETTY.- ASÍ ES! ME QUEDARÉ AQUÍ BUSCANDO!

YOYI.- Estás cansada y enojada.

BETTY.- DEJAME TRANQUILA, CARAJO!

YOYI.- Está bien. No nos iremos. Nos vamos a quedar aquí.

BETTY.- NO ME TOQUES!

YOYI.- Mi amor, no te enojes conmigo. Nos vamos a quedar hasta encontrarlo… (Al público) Y en ese mismo momento aparecieron dlos muchachones de unos veinte años que me sostuvieron y me pegaron en las costillas. Es decir: Me sostuvo uno, hijo de mil putas y me pegó el otro, la concha de su madre, mientras le preguntaba a mi mujer – Está bien, señora? Está bien? La quiso violar este enano de mierda? Ella le aclaró:

BETTY.- Es mi marido! Es muy enfermo! Yoyi, estás bien?

YOYI.- (Al público) Y entonces, los dos hijos de mil putas salieron a los pedos gritando: – Por qué no nos avisó? Pensamos que este le quería hacer algo malo! Te lo dije, boludo. No hay que ayudar a nadie, boludo!

BETTY.- Yoyi, decime algo, estás bien?

YOYI.- Te pedí que te olvidaras del anillo.

BETTY.- Dónde te pegó?

YOYI.- Primero en las costillas.

BETTY.- Y después?

YOYI.- Después también.

BETTY.- Te duelen las costillas, mi amor?

YOYI.- No. Me duele la rodilla. Caí arrodillado sobre tu anillo.

BETTY.- Yoyi! Qué maravilla! Gracias al cielo! Ya me siento mejor. Ves? Lo encontraste, querido. Es que todo este tiempo he estado rezando un padrenuestro doble para encontrarlo.

YOYI.- Mientras me cagaban a puñetazos?

BETTY.- No. Antes.

YOYI.- No delires. Antes estabas furiosa.

BETTY.- Rezaba furiosa, Yoyi. No importa el tono. Lo importante es rezar.

YOYI.- (Al público) Salimos del bosque. (A ella) Vamos, Betty, caminá más rápido.

BETTY.- Sin tacos y con los zapatos rotos? Me gustaría verte. Para colmo se me rompieron las medias. Tengo los pies en carne viva.

YOYI.- Y hasta cuándo te vas a quedar allí parada?

BETTY.- Hasta que me muera o me rescaten, Yoyi.

YOYI.- Está bien. Eso es una iglesia. Entremos. Entremos ya y descansemos sentados mientras rezás algo a ver si el de arriba se apiada de nosotros.

BETTY.- Eso. Quizá si rezamos con mucha devoción, podrás lograrlo.

YOYI.- No voy a poder lograrlo si me detengo a rezar, Betty.

BETTY.- Necesitamos esperanza y valor.

YOYI.- Yo necesito un barbero y un dentista. (Al público) Pero ella ya había entrado a la iglesia. (A ella) Betty, no quiero ser irrespetuoso. Pero justo ahora se te ocurre rezar? (Al público) Se cagaron en su ocurrencia, se los juro. Porque nos dijeron, unas señoras con sonrisa fingida y modo terminante, (Haciendo como la señora paqueta) que la iglesia estaba cerrada para hacer un ensayo de una ceremonia de la santa misa que el domingo iba a salir por televisión. (Como èl) Nos echaron. Me negué. No podían coartarme mi derecho a rezar, carajo. Anoté su nombre para mi lista de demandas. Podía olvidarme del avión, de las maletas, del tren, del reloj, del diente. Pero no podían coartarme mi derecho a rezar. Les grité: – Hágale saber al obispo que recibirá una carta de mis abogados! Pero nos fuimos, de todos modos.

BETTY.- Yoyi, qué hicimos mal? No podemos ni caminar, ni comer, ni rezar!

YOYI.- Mientras conservemos la cabeza, podemos pensar.

BETTY.- No por mucho tiempo, ya vas a ver.

YOYI.- Querida, querida, todavía no estamos derrotados…

BETTY.- Sí lo estamos. Esta ciudad… nos ganó.

YOYI.- No! No nos rendiremos! (Hacia delante) Me oíste, Buenos Aires? No nos rendimos! Te quedó claro, capital dela República? (Casi llorando) Podés robarme, matarme de hambre, romperme el diente y los tobillos de mi mujer! Pero no me voy a ir!

BETTY.- Estás gritando en medio de la calle, Yoyi. Te van a oír!

YOYI.- No me importa! Ella es una simple ciudad. Y YO SOY UNA PERSONA! Soy más fuerte que una ciudad! No, Buenos Aires, no vas a salirte con la tuya. Tengo nombres y direcciones! Betty, iremos al hotel en auto y nos darán un cuarto, un baño caliente y comida decente, entendés? Ya me cansé de estas tonterías!

BETTY.- Por favor, Yoyi. Cómo iremos al hotel?

YOYI.- Cómo? Ya te lo voy a mostrar! (Al público) Y en ese mismo momento me puse en medio de la avenida y detuve un auto. Gemí por la ventanilla: Podría ayudarnos, por favor? Mi mujer no puede caminar. Podría hacercarnos hasta el hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida? Si tiene la decencia de un ser humano, no nos abandonará aquí. Nos hizo subir. – Dios lo bendiga, señor. Si supiera la odisea por la que pasamos no me lo creería. Somos Betty y Jorge Arriaga, de Mendoza. Entonces él, con un acento evidentemente norteamericano, dijo que era el nuevo delegado cultural en la embajada de los Estados Unidos. Que él se bajaría enla Embajaday que luego su chofer nos llevaría hasta el hotel. Pero, pueden creerlo? En la puerta dela Embajadade los Estados Unidos, los muchachos de la izquierda, encapuchados, con banderas y bombos, estaban haciendo un poderoso acto de protesta. Y al ver llegar el auto oficial, se abalanzaron contra nosotros que quedamos encerrados. Ellos trataron de volcarlo y nos acribillaron con huevos. Yo gritaba: – SOMOS NEUTRALES! NO SOMOS POLÍTICOS! Y Betty me ayudaba. Bueno, en realidad, no ayudaba demasiado.

BETTY.- SOMOS DE MENDOZA, HUEVONES! DEJEN DE MOLESTARNOS QUE MI MARIDO ES JUBILADO Y ADEMÁS, ENFERMO!

YOYI.- Hasta que al final llegó la policía y nos sacó de ese auto. Allí me dí cuenta de que había cámaras de televisión que me filmarían y podrían acabar con mi carrera como escritor! Nos subimos al móvil policial. Eran las ocho y cinco de la mañana. Aún estábamos a tiempo. No todo estaba perdido.

BETTY.- Estoy por desmayarme.

YOYI.- Ni se te ocurra! Esperá hasta llegar al hotel.

BETTY.- No. Me voy a desmayar aquí. Estoy mareada y… me voy a desmayar…

YOYI.- NI SE TE OCURRA HACERLO!

BETTY.- Sí. Mirá.

YOYI.- (Al público) Y se desmayó. Allí en el auto policial. Al llegar al hotel volvió en sí, pero tuvieron que bajarla del auto dos policías y el botones del hotel. (Mirando hacia adelante) Me llamo Jorge Arriaga y… (Al público) Un momento, por favor, me dijo el recepcionista del hotel y DESAPARECIÒ EL GUACHO! Gritè como un loco: NO TENGO UN MOMENTO! SI NO ME DAN UN CUARTO YA MISMO YO…” Pero de repente apareciò de nuevo y me dijo: – Su cuarto está listo. La suite 927. Fui solamente a buscar un mensaje para usted. Su equipaje llegó a las 8 y está en su cuarto. En el mensaje le piden miles de disculpas y esperan que disfrute su estadía. (Al público) JA! Disfrutar la estadía! Miro a Betty y noto que se estaba desmayando nuevamente. La sostenía el botones que ahora la subió hasta la habitación.  (A ella) No te preocupes, querida. Ya te vas a sentir bien, mi vida. Te darán comida caliente y vendas para los tobillos, mi amor.

BETTY.- (Desfalleciente) No me preocupo, Yoyi…

YOYI.- (Al público) Eran las 8 y 43. Tenía diecisiete minutos para comer y vestirme. Le dí mis cincuenta centavos al botones. Era todo lo que nos quedaba, pero cuando se fue, ME DÍ CUENTA! (Mirando la valija) DIOS! CERRADA!LA MALETA ESTÁCERRADA!

BETTY.- Abrila con la llave.

YOYI.- Qué llave?

BETTY.- La que guardás en la bille… tera. (Cae) Por Dios, no tenés la billetera…

YOYI.- Ergo, no tengo la llave! Y allí dentro, Betty, hay una camisa limpia y una afeitadora. Y por las callecitas de Buenos Aires, que tienen ese qué se yo, viste?, hay una puta delincuente con una puta billetera y mi puta llave. Si existe justicia en este mundo, que la asalte el travesti que me robó mi reloj!

BETTY.- Y no podrás abrirla con un cuchillo?

YOYI.- Es el modelo “diplomático”. Para documentos diplomáticos. No se abre ni con una bomba.

BETTY.- Y si le decimos a los del hotel que envíen un cerrajero?

YOYI.- En diecisiete minutos? Es la última vez en mi vida, te lo juro por Dios, que compro una buena maleta. Nunca, nunca, nunca más. (Suena un teléfono)

BETTY.- Sí, hola. Ah sí, yo fui la que pedí comida, sí. Podrían mandarla en diecisiete minutos? Ah, comprendo. No, Yoyi. Van a tardar como una hora en mandar la comida. El hotel tiene una convención y le están sirviendo el desayuno a miles de gente.

YOYI.- Ojalá que sea una convención de pompas fúnebres, porque estoy a punto de asesinar a alguien.

BETTY.- Por qué no llamás al canal y avisás que vas a llegar un poco más tarde?

YOYI.- Retraso es mala palabra para un debutante en un canal de televisión. Las nueve en punto son las nueve en punto. Cualquier boludo puede llegar a las 10. Pero a las nueve en punto llegan sólo los eficientes, no te das cuenta?

BETTY.- No.

YOYI.- La puta madre! VOY A LLEGAR A LAS 9. QUIERO ESE PUESTO! Un pequeño obstáculo como la mismísima ciudad de Buenos Aires no me va a detener, carajo. Me sacaron el dinero, el reloj, el diente, la posibilidad de REZAR! Pero no me van a detener. Cuando se quiere algo de verdad, nada lo detiene a uno. Vuelvo en una hora, mi amor. Seré el nuevo escritor del canal! (Al público) Me miré al espejo y casi me desmayo. Estaba sucio, barbudo, despeinado. Le dije a Betty: – Betty mi amor. Quiero que sepas algo. Pase lo que pase… Voy a estar siempre con vos. Y gracias por no haberme abandonado.

BETTY.- Todo lo que quiero es que seas feliz, Yoyi. Pero por favor, no me beses que tengo alergia a la barba!

YOYI.- (Al público) Para compensarme en el hotel se hicieron cargo de hacerme llevar por un remise hasta el canal. Parecía un pordiosero, con mi traje ajado y sucio, con mi barba y mi olor a transpiración acumulado durante mi viaje maravilloso a la gran ciudad. Llegué a las 9 en punto. Y cuando conté mi historia, minuciosamente – esta historia que acabamos de contarles a ustedes – alabaron mi imaginación y de inmediato me dieron el puesto. Al llegar al hotel, Betty aún tenía sus pies metidos en la bañera. (A ella) Mi amor, me dieron el puesto. Voy a ganar el doble de lo que gano con mi jubilación. Ah, y se hacen cargo del alquiler del departamento que elijamos. Los deslumbré, aún con mi diente roto.

BETTY.- Qué les dijiste?

YOYI.- Qué les dije? Qué creés que les dije? (Pausa. Se escucha una música suave)

BETTY.- No lo sé. Esperaba que dijeras que no. Esperaba que dijeras que vos y tu esposa no cuadran con Buenos Aires. Que… querías seguir viviendo en Mendoza. Que no querías pisar otra gran ciudad en tu vida. Que no querías vivir aquí. Que de todos modos, si les interesaba tu imaginación y tu talento, podrías escribir los libretos desde allá. Y que detestabas cualquier lugar donde la gente tuviera que vivir encimada y agredida, sin suficiente espacio para caminar, respirar ni sonreír. Y que no querías caminar por las calles pisando basura, ni tener que darle tu reloj a un travesti mientras te ves obligado a dormir en los bosques de Palermo. Que no querías viajar en trenes parado, apretado como sardina y sin comer, ni en aviones que no pueden aterrizar ni volver a perder el equipaje. Que deseabas no haber venido jamás y que lo único que en verdad querés… es pasar a buscar a tu mujer, llevarla al aeropuerto y volver a tu casa para vivir feliz el resto de tu vida. Esto esperaba que les dijeras… Yoyi.

YOYI.- Es curioso, Betty. Sabés algo? (Se emociona levemente) Eso mismo les dije. Palabra por palabra. (Al público) Cuando nos dirigíamos en taxi hacia el aeroparque… un piquete bloqueaba avenida Libertador. – Vaya por otro lugar – le dije al taxista. – No puedo, maestro – me contestó – Todas las calles que llevan al aeroparque están cortadas. Y no sólo esas. Hay cortes en el Obelisco, en el Congreso, en la 9 de julio, enla Plazade Mayo, en Plaza Lavalle… protesta en los Tribunales y parece que van a parar los subtes de nuevo. Con Betty nos dispusimos a esperar, cagados de risa. Y allí comprendí… que había tomado la decisión correcta. (Estalla una música brillante de comedia musical. Ellos saludan, si es posible bailando)

 

TELÒN FINAL

Lauro/viaje maravilloso

 

 

LAURO CAMPOS

 

“SEGUIREMOS SIENDO FELICES”

 

UNA COMEDIA PARA SER CONTADA

(Y ACTUADA, CLARO)

 

 

personajes:

YOYI

 

BETTY

 

 

 

En la temporada del estreno – mayo de 2010 en el Teatro dela Plazade Rosario y agosto del mismo año en el Centro CulturalLa Nave, la comedia se desarrollò, por decisiòn de la directora, Paula Corvalàn, frente a dos atriles y en dos banquetas altas en las cuales se sentaban los personajes para leer sus libretos y contar así la historia. Por supuesto que recorrìan la escena, libreto en mano, pero con el libro sabido en su totalidad. A veces se dirigìan al pùblico, a veces cambiaban otras dos banquetas altas en proscenio para que el pùblico imaginara las escenas planteadas y para dialogar entre ellos o charlar con el público. Esta fue una propuesta que aceptaron sus intèrpretes, en esa ocasiòn Emmy Reydò y el propio autor, Lauro Campos, ya que distanciaba al pùblico de todo elemento naturalista y lo hacìa pensar en el mensaje – si es que tiene alguno – de la obra. Durante las veinte representaciones que se hicieron, el pùblico delirò a carcajadas con el texto y la interpretaciòn. Y es claro, se emocionò al final. Pero, y esto es importante, los actores deben divertirse mucho con sus personajes y evitar en lo posible todo dedito levantado, porque en esto de las realidades de un paìs o de una ciudad, nadie tiene la fòrmula para vivir feliz. Cada director elegirà los elementos que ha de manejar y còmo hacer la comedia y el autor QUIERE que asì se haga, siempre y cuando la meta sea divertir.

 

ACTO PRIMERO

 

YOYI.- Esta historia que voy a contarles necesita de un prólogo. Algo que les explique que yo me llamo Jorge Arriaga, que mis amigos y mi familia me dicen Yoyi y que estoy casado con Betty desde hace cuarenta años. He trabajado estos últimos cuarenta años en Tribunales de Mendoza, mientras desarrollaba mi vocación de dramaturgo. Hemos criado una familia compuesta por tres hijos y seis nietos. Y ahora que me he jubilado, he tenido la suerte de que premiaran una obra mía en un concurso muy importante dela Capital. DeBuenos Aires, quiero decir. Eso no ha sido todo. Alguien de un importante canal de televisión leyó la obra, que por cierto fue impresa, y me ofreció por teléfono una entrevista para integrar el staff de autores de ficción en el canal. Eso me llenó de orgullo y expectativa, imagínense. Yo, que en realidad soy rosarino, pero estoy radicado desde toda la vida en Mendoza, nunca creí ser merecedor de tal distinción. De modo que nos dispusimos a trasladarnos con Betty a Buenos Aires, después de recibir de parte del canal dos pasajes de ida y vuelta en avión para tener una entrevista con el jefe del comité de dramaturgos para ver si me aceptaban o no. Dios, lo que fue ese viaje! MARAVILLOSO! Y es ese viaje, precisamente, el que le queremos contar. Esa mañana, no podíamos dominar nuestra ansiedad. Vamos, Betty, vamos!

BETTY.- Ya voy, Yoyi. No grites!

YOYI.- Vamos, apurate. No grito, no grito. Pero no entiendo por qué das vuelta sobre vos misma como si fueras un pichicho.

BETTY.- Es que no encuentro la cartera!

YOYI.- Y ahora adónde vas?

BETTY.- Me parece que la dejé en el dormitorio.

YOYI.- Dale, apurate, amor mío. (Al público) Después, ya en el auto, mientras íbamos al aeropuerto, no dejó de reprocharme mi ansiedad.

BETTY.- No sé para qué me apuraste tanto. Tenemos una cantidad ENORME  de tiempo.

YOYI.- No tan ENORME. Y ya sabés que detesto ir con el tiempo justo. Suponete que se nos pincha una goma.

BETTY.- Eso no nos pasó en cuarenta años de casados.

YOYI.- Dale, tocame el pecho.

BETTY.- Yoyi, qué te pasa? Te está dando un infarto?

YOYI.- NO! Quiero asegurarme de tener los boletos.

BETTY.- A ver. Si. Me parece que los tenés. Vas a tener que calmarte un poco, querido. Me parece que me pinté demasiado los ojos para viajar, no?

YOYI.- Hay una regla con respecto a eso?

BETTY.- No seas tonto. Con los ojos demasiado pintados los ojos se cansan más, se marchitan. Yo nunca me pinto demasiado los ojos para viajar… pero como ahora el viaje es el avión, de sólo dos horas, quería llegar presentable al hotel. Bueno, bueno. No estés tan ansioso. Estás manejando tan tenso que vas a llegar cansadísimo a Buenos Aires.

YOYI.- En el avión me relajo. Además no estoy tenso por el puesto en el canal. Sabés cuántos tipos, dramaturgos del interior, están llorando ahora mismo porque me eligieron a mí? Bueno, Betty, no me mires así! Cómo mierda no voy a estar ansioso, si sabés que es lo que siempre quise. Escribir ficción en la tele dela Capital. Tengola billetera?

BETTY.- A ver. Sí. Me parece que la tenés. Te lo merecés, Yoyi. Nadie ha trabajado tanto, nadie tiene un repertorio tan vasto como vos. Nadie ha trabajado tanto ni lo ha deseado tanto como vos. Vos lo pensaste bien, no?

YOYI.- Lo del trabajo?

BETTY.- Lo del trabajo, la mudanza, la nueva vida, el vivir enla Capital… Lo querés lo mismo, no?

YOYI.- Quiero lo que vos quieras, Betty. Y vos?

BETTY.- Yo también quiero lo que vos quieras, Yoyi.

YOYI.- Entonces hicimos lo correcto. Seremos felices!

BETTY.- Seguiremos siendo felices.

YOYI.- Bueno, eso. SEGUIREMOS SIENDO felices. Gran siete. Qué susceptible que estás. (Al público) Pero fue inevitable que en el aeropuerto siguiéramos hablando del tema. (A ella) No te preocupes por el alquiler del departamento porque voy a ganar mucho más que con la jubilación. Y siempre queda la alternativa de alquilar nuestro departamentito de Mendoza. No vamos a tener los gastos del auto. No hace falta tener auto en Buenos Aires.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Nos va a convenir vivir cerca de algún parque, así podemos llevar al perro. Sé que te preocupa el perro. Pero todos tienen perros allá, y hay muchos lugares donde pasearlos siempre y cuando lo lleves con la correa.

BETTY.- No me preocupaba el perro.

YOYI.- No comas en el avión. Mirá que tenemos una reservación en un lugar maravilloso de Puerto Madero, con show y todo. Vos no te preocupes por la comida.

BETTY.- No me preocupaba.

YOYI.- Mirá, el clima en Buenos Aires, allí en la pizarra. 20 grados. En Buenos Aires está hermoso, así que no hay que preocuparse por el clima.

BETTY.- No me preocupaba el clima, Yoyi.

YOYI.- Nuestro vuelo es el número 406. Vos no te preocupes por el equipaje. No, no lleves ni siquiera la maleta chica. Que se encarguen ellos. Vos, no te preocupes.

BETTY.- No me preocupo.

YOYI.- Estás entusiasmada, Betty?

BETTY.- Sí, Yoyi.

YOYI.- No parece.

BETTY.- Pero si lo estoy… Lo estoy!

YOYI.- Y subimos al avión. Cuando la azafata preguntó qué íbamos a beber con la cena, si vino o gaseosas, yo contesté que ni vino ni gaseosas. Que no íbmos a cenar. A lo que Betty acotó:

BETTY.- Deberíamos comer aunque sea un sandwich. Vos ni almorzaste.

YOYI.- En Buenos Aires vamos a cenar a lo grande. No lo voy a arruinar por un poco de pollo tieso. No te preocupes por mí, Betty.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. Es que no quiero que pases hambre. Ya sabés lo que pasa con tu úlcera si no comés algo…

YOYI.- Traje dos frascos del remedio para eso. Relajate.

BETTY.- Sí. Estoy relajada.

YOYI.- Mirá, ya dieron orden de no fumar y de ajustarse los cinturones de seguridad. Colocá tu asiento en posición vertical, Betty. Vamos a aterrizar. Mirá, vamos a llegar cinco minutos antes.

BETTY.- Es enorme la ciudad, no?

YOYI.- Es maravilloso. Recordaremos siempre este viaje. No te pierdas la vista aérea.

BETTY.- Es una ciudad preciosa, no?

YOYI.- Te conté el plan? No? Te lo cuento. A las siete llegada al aeroparque, a las 7.45 estaremos en el hotel. Imaginate, no es pavada. Es el hotel del Centro Naval, que nos corresponde por ser jubilados provinciales. Un buen hotel, eh? Sin lujos, pero confortable. En plena avenida Córdoba casi esquina Florida. Pleno centro! A las 8.30 cena en un conocido restaurante de Puerto Madero. Con show y todo. Con opción para ir a bailar a un boliche re-conocido del lugar. Vuelta al hotel donde experimentarás una de las noches más fogosas que hayas vivido en estos últimos tiempos.

BETTY.- La verdad es que he vivido tan poquitas…

YOYI.- Esperá y ya vas a ver. Y después tengo una entrevista a las nueve de la mañana en el canal de televisión. Una entrevista que es pan comido.

BETTY.- Yoyi mi amor: Hay posibilidades de que te rechacen. De que no te den el puesto.

YOYI.- Macanas. Eso te dicen. Pero ya está decidido. Vos te creés que el canal nos haría viajar a Buenos Aires si no estuviera decidido? La entrevista es pura formalidad. (Al público) Fue en ese momento en que escuchamos la voz del capitán. (Se escucha una campanilla y de inmediato una sanata dicha por el comandante del aviòn que ellos no entienden, en castellano y en inglès) El tipo al parecer nos informó que había problemas de tráfico aéreo, dijo que había unos quince aviones esperando para aterrizar antes que nosotros. Que uno de los problemas era la niebla y el otro una huelga general de aeropuertos que al parecer el gremio correspondiente había decretado hacía unos minutos. Nos recomendaba relajarnos ya que sobrevolaríamos hasta poder aterrizar en unos veinte o treinta minutos. Suponía. (A Betty) Cómo que supone? No debería saberlo con certeza? Para algo es el piloto!

BETTY.- Calmate, Yoyi. Veinte minutos es una pavada. Tenemos tiempo de sobra. Qué hacés?

YOYI.- Voy a llamar a la azafata. Y si se prolonga más de treinta minutos? Tenemos hora para cenar a las 8.30.

BETTY.- No serán más de treinta minutos, supongo.

YOYI.- Eso supuso el piloto. (Al público) Cuando llegó la azafata yo me puse a gritar mientras ella me ofrecía un cafecito. (A la supuesta azafata) ME CAE MAL EL CAFÉ!

BETTY.- Yo me podría tomar una taza?

YOYI.- (En lo suyo) ESTO SUCEDE A MENUDO? CÓMO QUE CASI TODAS LAS NOCHES? QUE LE DICENLA HORA DELAMONTONAMIENTO? No nos avisaron nada!

BETTY.- No es culpa de la azafata, Yoyi. Bajá los decibeles.

YOYI.- (A ella) Es que deberían avisarte. Casi dos horas de vuelo y después treinta minutos de amontonamiento. No es joda. Así uno sabe cuánto tiempo va a estar en el aire, carajo.

BETTY.- Te va a dar acidez estomacal. Me la veo venir. (Se escucha ruido de avión en off. Yoyi mira su reloj)

YOYI.- Bueno, ya pasaron treinta y cinco minutos. Ojalá que el pelotudo pilotee mejor de lo que “supone”.

BETTY.- Da la sensación de que estamos descendiendo, querido.

YOYI.- Qué? Se ve el aeroparque?

BETTY.- No, Yoyi. Hay niebla.

YOYI.- No es niebla! SON NUBES! Las atraviesan todo el tiempo! Imaginate, más de treinta y cinco minutos. Y la azafata sin aparecer!

BETTY.- Por el clima sucede esto, Yoyi. Bah, eso me imagino.

YOYI.- NO HAY QUE IMAGINAR! BASTA CON MIRAR! Reservamos una mesa para las 8.30!

BETTY.- Te va a doler la úlcera. Deberías haber comido algo.

YOYI.- (Al público) Y en ese momento, el capitán informó que en esas condiciones era imposible aterrizar y que deberíamos seguir sentados un tiempo más. (A Betty) Pero qué es ésto? Esperamos, sobrevolamos y ahora esperamos sentados?

BETTY.- Te convendría calmarte. Aquí la señora de al lado dice que la última vez estuvieron dos horas y media sobrevolando…

YOYI.- Qué??? YA PASÓ ALGO ASÍ???

BETTY.- El tráfico, la niebla, las huelgas, los piquetes, los paros generales, las protestas… Vivimos en Argentina, Yoyi. Dijo la señora que calculaba que, sobrevolando, ya debía de haber envejecido por lo menos dos años.

YOYI.- O sea que a las 8.30 estaremos sobrevolando Puerto Madero!

BETTY.- Pero no importa, Yoyi. Comemos alguito en la habitación del hotel y listo. Mientras tanto, quisiera tomarme un café. (Al público) Llamé a la azafata y se lo pedí con mucha dulzura, como es mi costumbre. Pero ella me contestó secamente que el café se había terminado y que hiciera EL FAVOR DE TENER PACIENCIA!

YOYI.- (Al público) Allí comencé a gritar que haría la denuncia enla Aeronáutica! Nadie respondió a mis gritos. La noche había comenzado a caer y una luz tenue brillaba en el avión. (Ruido de avión en off. A Betty) Sabés qué hora es?

BETTY.- No me interesa.

YOYI.- Las 8. 40. Para cuando lleguemos y vayamos a un restaurante, van a ser las once y media. Si ceno tan tarde, no voy a poder dormir en toda la noche.

BETTY.- No te adelantes. Quizá no te pase nada.

YOYI.- Ah, sí. Tomémoslo con calma, Betty. Podríamos pasar el resto de nuestras putas vidas sobrevolando la puta ciudad. (Al público) Y allí, a pesar de que ya no quería escucharlo, habló de nuevo el capitán que anunció que, como no podíamos aterrizar en aeroparque, volaríamos a Rosario donde aterrizaríamos en su aeropuerto. (A Betty) A Rosario! A cuánto queda de aquí?

BETTY.- No lo sé, Yoyi. Cerca.

YOYI.- La puta que lo parió. Nos llevan a Rosario. A las nueve de la mañana yo tengo que estar en Buenos Aires y NOS LLEVAN A ROSARIO! (Al público) En el aeropuerto de Rosario, tiempo más tarde… QUILOMBO TOTAL! (A Betty) Betty mi amor, tomá los talones del equipaje. Andá a buscarlo mientras yo voy a averiguar si hay otro vuelo o algo. Nos vemos frente al kiosko de revistas.

BETTY.- Y si comemos algo primero?

YOYI.- NO HAY TIEMPO! Tengo que llegar a Buenos Aires!!!

BETTY.- Nos vemos frente al kiosko.

YOYI.- (Al público) Cuando fui a averiguar, me enteré que no había otros vuelos a Buenos Aires sencillamente porque Aeroparque estaba cerrado y que recién lo abrían a las siete de la mañana, teóricamente. Entonces llamé por teléfono a la estación de ómnibus. Mariano Moreno, se llama. Al pedo. Había huelga en el gremio y no salía ningún ómnibus a Buenos Aires. Al notar la desesperación en mi voz, una señorita sumamente grosera tuvo a bien informarme que en veinte minutos salía desde Rosario Norte el único y último tren del día de Rosario a Buenos Aires. (A Betty) Betty mi amor! Hay solamente un tren a Buenos Aires en veinte minutos! Dónde están las maletas?

BETTY.- No las encuentran.

YOYI.- Ojalá ese puto tren tenga un puto coche comedor. Qué no encuentran?

BETTY.- Las maletas.

YOYI.- Qué querés decir con eso?

BETTY.- Qué voy a querer decir, Yoyi. Más claro, imposible.

YOYI.- PERDIERON EL EQUIPAJE???

BETTY.- No me grites!

YOYI.- (En un susurro gritado) Perdieron el equipaje?

BETTY.- No. No lo encuentran, nada más.

YOYI.- Y si no lo encuentran más qué?

BETTY.- Entonces, lo perdieron.

YOYI.- (Al público) En la ventanilla de reclamos grité, me desgasté, casi me pongo a llorar. Decía: – Tengo que tomar el tren desde Rosario Norte en veinte minutos y me perdieron las maletas!

BETTY.- (Como a una ventanilla) Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- Tenemos los talones! Qué dice? Que cómo son?

BETTY.- Una azul grande y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS, NO LAS VIMOS. SI LAS HUBIÉSEMOS VISTO NO ESTARÍAMOS PREGUNTANDO, CARAJO!

BETTY.- Ponerse así de nervioso no sirve de nada, querido. Ellos solamente tratan de ayudarnos, mi amor.

YOYI.- Deberías haber traído la maleta chica con vos.

BETTY.- Vos me dijiste que se encargaran ellos.

YOYI.- Señor, comprenda. Son sólo dos maletas!

BETTY.- Una grande azul y una gris chiquita.

YOYI.- NO! NO LAS VIMOS SALIR, NO LAS VIMOS SALIR! Me voy a volver loco!

BETTY.- Sí, Yoyi. Te vas a volver loco. Tenés que calmarte.

YOYI.- Cómo voy a calmarme si sólo me preguntan boludeces? (Al de la ventanilla) Ah… que asumen la responsabilidad? Y a mí que mierda me importa su responsabilidad si no tengo mis camisas. Tengo una reunión mañana en Buenos Aires!

BETTY.- Sí, tiene una reunión importante a las nueve.

YOYI.- Para qué le repetís lo que yo digo?

BETTY.- Porque vos no escuchás nada. Aquí el señor, amablemente, nos ofrece quedarnos en Rosario, en un hotel y tomar el vuelo de mañana a las siete de la mañana.

YOYI.- Y si la niebla no se disipa? Y si de nuevo hay amontonamiento?

BETTY.- El señor no puede hacerse responsable de todo eso, Yoyi.

YOYI.- Ya veo. Ni siquiera de nuestro equipaje!

BETTY.- Sabe qué pasa, señor? Mi marido tiene úlcera y el remedio está…

YOYI.- Vámonos de aquí! Si mi equipaje no llega al hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida mañana a la mañana, sus abogados tendrán noticias mías. Anote mi nombre: Jorge Arriaga. De Mendoza. Anotó? Vamos. Ya no tenemos más tiempo. Primero pierden mi equipaje y luego… Si no tengo noticias de ustedes… ustedes… tendrán noticias mías! Taxi! Taxi! Necesitamos llegar en quince minutos a Rosario Norte. Qué? Queda a media hora? Usted llévenos en quince minutos. No pierda tiempo en explicarme nada. Increíble. Increíble. No te procupes, Betty. Llegaremos bien.

BETTY.- No estoy preocupada.

YOYI.- Yo sí. (Al público) Estuvimos en media hora. Bajamos. El tren estaba atrasado. El taxista no tenía cambio. Le tuve que dejar el vuelto. Prometió mandármelo a Mendoza. Tomó la dirección y todo. Corrimos. Nos subimos al tren. Uno detenido que estaban barriendo. El señor que barría nos dijo que el que iba a Buenos Aires era el del andén contiguo que acababa de partir. Lo perdimos. Nos acercamos a la ventanilla. No había otro tren. Pero nos dijo el señor de la ventanilla que podíamos tomar un taxi hasta Empalme Villa Constitución o no sé cómo se llamaba el lugar y que allí podríamos tomarlo pues se detenía por unos minutos. Busqué a Betty que en ese momento había corrido hacia el baño de señoras. Llegué al baño. No podía entrar. Le pedí a una mujer que limpiaba que me trajera urgente a mi mujer que acababa de entrar al servicio. Mientras esperaba, apareció Betty que se había detenido en el kiosko para comprar pastillas antes de entrar al baño, mientras observábamos cómo la señora de la limpieza arrastraba hacia fuera del baño a otra señora que había entrado al baño y gritaba como una loca. Corrimos mientras yo le gritaba a la señora de la limpieza: – Métala de nuevo, métala de nuevo, lo siento! Tomamos el mismo taxi. No recuerdo en cuanto nos llevó. Nos cobró una fortuna. Cuando llegamos, el tren nos estaba esperando.

BETTY.- Necesito ir al baño y comer algo, Yoyi.

YOYI.- Recorrimos el tren. Estaba abarrotado de gente. Me acerqué al guarda. Pregunté si no quedaban asientos libres. El guarda me miró y rió a carcajadas el guacho. – Y algo en primera clase? – pregunté. – Se lo pago, le pago lo que sea! Me dijo que el tren iba vacío durante toda la semana salvo cuando había niebla en Buenos Aires o paro en aeroparque o piquetes en los aeropuertos. Es claro… Quién mierda iba a viajar en ese tren pedorro que era el único que quedaba en el país? Pero me prometió, luego de que ocupáramos el baño y el coche comedor, que por el doble nos daría un par de asientos. Cuando Betty salió del baño preguntó:

BETTY.- Qué dijo el señor? Tiene coche comedor?

YOYI.- El señor dijo solamente que en otro vagón vendían sandwiches.

BETTY.- Vamos, Yoyi, me muero de hambre. Vos también tenés que comer algo.

YOYI.- (Al público) Tuvimos que hacer una cola infernal que llegaba al final del tren. (Se toca el estómago)

BETTY.- Te duele, Yoyi?

YOYI.- Es un dolorcito sin importancia. Ya sé, no me lo digas: Deberíamos haber comido en el avión.

BETTY.- No iba a decirte eso.

YOYI.- (Al público) Esperamos dos horas. Pedimos el menú. Sólo tenían sandwiches de mortadela y bebidas.

BETTY.- (Mirando hacia adelante) Señor: A mi marido le caen mal los sandwiches de mortadela.

YOYI.- (Al público) Dijeron que, en ese caso, tenían galletas y aceitunas verdes. Nada más. No esperaban que viajara tanta gente en el tren esa noche. Pedí galletas para mí y un sandwich para Betty.

BETTY.- (Mirando para adelante) Y un café y un vaso de leche.

YOYI.- (Al público) Dijeron que ni café ni leche. Jugo ordinario pero no frío. Bah, pis. Decidimos no tomar nada. (A Betty) Pensar que te dije que te iba a llevar a uno de los mejores restaurantes de Buenos Aires, y terminás comiendo un sandwich pedorro sin nada para beber.

BETTY.- No tiene importancia, Yoyi.

YOYI.- Mirá, no te culparía si me dejaras por ésto. Mirá lo que te digo.

BETTY.- Pero yo no voy a dejarte, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Llegamos a Retiro. (A Betty) Si te digo que me tragué algo duro con las galletas, es verdad. Me va a destrozar el estómago.

BETTY.- Estás sin comer ni dormir, querido. Cómo no te vas a sentir mal? Vamos. Vamos a tomar un taxi al hotel.

YOYI.- Los voy a demandar a todos! (Al público) Cruzamos la estación. Estaba repleta de gente. (Hacia adelante) Disculpe, la parada de taxis? Ah, pasando la puerta. Okey. Qué? QUÉ???

BETTY.- Qué pasa, Yoyi?

YOYI.- No hay taxis.

BETTY.- Por qué no?

YOYI.- Porque están en huelga.

BETTY.- Los taxis?

YOYI.- Los taxis, el subte, los ómnibus, todos los medios de transporte. Y los basureros también.

BETTY.- No te dijeron cómo se traslada la gente?

YOYI.- Camina, Betty, camina!

BETTY.- Estamos lejos del hotel?

YOYI.- Qué sé yo. Si remontamos Córdoba, unas ocho cuadras. Pero cómo puede haber huelga de transporte en una ciudad así, con distancias tan largas?

BETTY.- Evidentemente, puede, Yoyi. Vamos a caminar.

YOYI.- Nunca oí algo semejante, mirá! (Al público) Salimos y… (Se escucha efecto de lluvia torrencial) … llovía a cántaros. (A Betty) No te preocupes. A lo mejor para pronto.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi.

YOYI.- No. Son más de las tres de la mañana. No creo que pare.

BETTY.- Nunca?

YOYI.- Si nos quedamos aquí toda la noche sin comer ni dormir no voy a poder llegar a la entrevista.

BETTY.- No me importa mojarme un poco. Vamos. Hacia dónde está?

YOYI.- Hacia allá.

BETTY.- Bueno, vamos.

YOYI.- Sí. Vamos! Dios. Está lloviendo más tupido. (Al público) Corrimos bajo la lluvia intensa. Ustedes saben lo que puede ser correr por Retiro de noche. Imagínense bajo la lluvia intensa. Nos perdimos y nos volvimos a perder. No encontrábamos la iniciación de Avenida Córdoba. Buenos Aires era a esa hora un oscuro depósito de basura. Cruzábamos las calles bajo la lluvia. Oscuras calles repletas de basura. Nos resguardamos bajo una recova.

BETTY.- No corras. Tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- Cuanto más pronto lleguemos, menos mojados estaremos, mi amor.

BETTY.- Nunca ví tanta basura junta, Yoyi.

YOYI.- Están en huelga. No siempre es así. Córdoba es una de las avenidas más limpias del mundo.

BETTY.- Quién limpiará todo esto?

YOYI.- Bueno, Betty, dejá de preocuparte por la basura. Vamos!

BETTY.- Es que no puedo…

YOYI.- Y ahora qué te pasa?

BETTY.- Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Cómo pudo pasarte algo así?

BETTY.- Así de simple: Pisé una botella y me rompí el taco alto.

YOYI.- Y no podés caminar?

BETTY.- Sí. Pero despacio. Ya sabés que tengo los tobillos frágiles.

YOYI.- (Al público) Sí. Ella tiene los tobillos frágiles. Llegamos al hotel. Hechos sopa.

BETTY.- No quiero quejarme, querido. Pero se me tuercen los tobillos al caminar.

YOYI.- Apretá los dedos de los pies contra la suela! (Al público) Les dije que llegamos al hotel? Qué espectáculo deprimente. Un mundo de gente durmiendo en la recepción, en el lobby, en el salón comedor, en los sillones, en el piso, en los ascensores. Qué mierda pasaba? (Mira hacia adelante) Somos el Sr. yla Sra. Arriaga, de Mendoza. Al fin llegamos. Cómo si reservé un cuarto? Me lo reservó Telefé. Parece que el hotel está bastante lleno, no? Ah, claro. Es lo mínimo que pueden hacer. Cómo dice? Ah, claro. La gente no puede volver por la huelga y los hoteles están atestados…

BETTY.- Qué amables, de verdad!

YOYI.- Ahora espero que tenga una camita seca y cómoda para nosotros.

BETTY.- Y que haya una farmacia cerca. Necesito venda para los tobillos.

YOYI.- Qué dice? Que la reserva era para el 17 y que hoy es el 18 de madrugada? No me diga que no nos guardaron el cuarto. Qué dice allí? Que debían reservarlo hasta las diez de la noche y que ahora son casi las cuatro de la madrugada? No, claro, no llamamos ni enviamos un mail. No pudimos, señor. Estuvimos dando vueltas. Mi intención era llegar a las ocho de la noche. No pensé que aterrizaríamos en Rosario y luego tendríamos que viajar en un tren como ganado hasta Retiro para después caminar hasta aquí en medio de un sunami. Betty: Decile al señor que eso hicimos.

BETTY.- Así mismo fue, señor.

YOYI.- YA SÉ QUE NADIE ESPERABA ESTA HUELGA GENERAL. YA SÉ QUE NO MANDAMOS UN MAIL NI LLAMAMOS POR TELÉFONO! No me lo repita, la puta madre. No ve que estoy chorreando agua aquí en el vestíbulo de este hotel pedorro. Mi mujer está temblando y tiene los tobillos frágiles. Si no me da un cuarto, estarán en mi lista de demandados, carajo! Claro que espero. Adónde voy a ir? No tengo ningún programa y mi mujer está muy mal. Decíselo, Betty!

BETTY.- Estoy muy mal. Y él no tiene ningún programa.

YOYI.- Vaya a saber qué mierda fue a buscar. Pero vos no te preocupes, nos van a dar un cuarto.

BETTY.- Ojalá.

YOYI.- (Al público) El recepcionista volvió y explicó que había hablado con el señor Bruzzi o Bruzzico o Burzaco, el ayudante del gerente, que lamentaban mucho el malentendido, pero por desgracia no tenían cuartos disponibles. (Hacia adelante) Muy bien. Muy bien! Escriba su nombre completo y el del señor… Bruzzi, Bulzico o Bulzco o como mierda se llame en un papel. Los necesito para el juicio que les voy a hacer. A todos: Ala Aeronáutica, a los responsables de ese tren de porquería, a ustedes. Ella es mi esposa. Es testigo de todo. (Ella sonríe) Betty: Cuando termine de anotar sus nombres, firmá abajo y poné fecha y hora. Puede que no sea de esta ciudad… pero se metieron con la persona equivocada. No saben lo que les espera.

BETTY.- Pero Yoyi, escuchá lo que dice el señor. Dice que en el cuatro 819 hay dos pilotos de avión que se van a las siete de la mañana. Que puede darnos ese cuarto gratis.

YOYI.- Lo escuché. LO ESCUCHÉ! Me secaría recién a las ocho de la mañana. Los demandaré por un millón de pesos. Vamos.

BETTY.- Adónde? Qué vamos a hacer?

YOYI.- Vení! (Al público) Nos metimos en el hueco de la escalera. Pregunté desesperado: Betty, qué vamos a hacer?

BETTY.- Por qué te quisiste ir si después no te la bancás?

YOYI.- Para que alguien vea que hablo en serio! No nos pueden tratar así, puta madre!

BETTY.- Bueno, Yoyi, la verdad es que deberíamos haber llamado o haber enviado un telegrama.

YOYI.- Pero cómo podés estar chorreando agua en el hueco de la escalera sin tu taco alto ni el equipaje y CULPARME A MÍ PORQUE NO TENEMOS UN CUARTO???

BETTY.- No es tu culpa, Yoyi. Sólo sugiero que nos quedemos en el vestíbulo hasta las siete y aceptemos el cuarto de los pilotos que se van a esa hora. O acaso ves otra salida?

YOYI.- (Al público) En ese momento el recepcionista gritó mi nombre. Corrimos a la recepción. Él esperaba con el tubo del teléfono en su mano. Me llamaban desde el aeropuerto de Rosario. Habían encontrado nuestro equipaje. Las maletas estaban en… (Grita) MENDOZA!

BETTY.- Yoyi, por favor, no grites. Vas a despertar a toda esta gente dormida en el lobby.

YOYI.- Pero podés creer? Nuestras maletas fueron las últimas en ingresar en el aeropuerto en Mendoza y NO LAS SUBIERON AL AVIÓN! (Ha gritado en un susurro) Me avisaban que las mandarán al hotel antes de las 8. Le dije a ese tipo desagradable que me hablaba como si me hiciera un favor que esperaba que las maletas disfrutaran más que yo viajando, ya que cuando llegaran yo no estaría en este hotel porque MI CUARTO se lo habían dado a otra persona, por lo que IBA A DEMANDAR A TODO EL MUNDO ANTELA CORTE SUPREMA! La gran puta, Betty! Quiero mis maletas YA MISMO y las quiero AQUÍ y no donde estaba antes de que no me llevaran a destino! Vos tenés que testificar este mal trato.

BETTY.- Yo soy testigo de todo, Yoyi.

YOYI.- Ya vas a ver. Un amigo que juega golf con tu hermano tiene conexiones conla Aeronáutica. Losvoy a demandar a todos. Recibirán telegramas, cartas documento, facturas, tickets, lo que haga falta para probar lo que está sufriendo un enfermo del estómago que tiene su remedio en su maleta que en este momento está en Mendoza. Y también el sufrimiento de una pobre mujer de tobillos frágiles que ha tenido que atravesar toda una tormenta de basura en Buenos Aires para llegar a un hotel donde no tiene ni una cama donde descansar! Si algo nos pasa, compadezco a usted, señor recepcionista, al señor Bruzzaco o como mierda se llame, al gerente general y al mismo dueño de este hotel de porquería con olor a humedad y a pedo.

BETTY.- Pero él dijo que nos podíamos quedar en la oficina hasta las 7, hasta que se fueran los pilotos de avión.

YOYI.- QUE SE METAN EN EL CULOLA OFICINA! Tiene que haber un cuarto en algún lugar de la ciudad. No te preocupes, voy a solucionar todo. Tenés una moneda?

BETTY.- Todo lo tengo en la maleta gris, Yoyi.

YOYI.- (Al público) Y allí apareció una mujer bastante vulgar, por no aventurarme a decir que era de las que ejercían el oficio más antiguo del mundo que nos dijo:

BETTY.- (Como la prostituta) Es mejor que se ahorren dinero y esfuerzo. Ustedes no son de aquí, no? (Yoyi se sienta y mira a su costado donde se supone que està su mujer, asintiendo, mientras escucha a la prosti) Escuché que son de Mendoza. Y necesitan un cuarto por una noche, verdad? Miren, un amigo mío tiene un hotelito a dos cuadras de aquí. No es de lujo, pero limpio. Si quieren un cuarto les va a costar cien.

YOYI.- (A su mujer que supuestamente està junto a èl) Cien pesos un cuarto. No es caro.

BETTY.- (Como la prostituta) Los cien son para mí. El cuarto cuesta ciento cincuenta. Me dan primero mis cien pesos y yo misma los llevo al Hotel Gralor – por Graciela y Lorenzo, vieron?, los hijos de mi amigo – y le dicen al de la recepción que yo los he llevado. Me llamo Brenda. Mejor los acompaño. Tengo un paraguas para que no se mojen. Vamos?

YOYI.- (Al público) Le dí los cien pesos, salimos. A la cuadra de haber caminado bajo la lluvia, nos asaltó con un revólver la hija de puta. Y no sólo eso. Se le unió el supuesto dueño del hotelito. Me pidieron el rollo de billetes que tenía en el bolsillo. Betty no pudo abandonar su condición de pelotuda. Asustada gritaba:

BETTY.- Dales todo, Yoyi. No quiero aparecer muerta en una calle de Buenos Aires, aunque sea de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir. Dales todo, por favor. Dales también la billetera que tenés en el bolsillo del saco!

YOYI.- Qué pelotuda! Por qué mierda no se calló la boca?

BETTY.- No le peguen, por favor! Es un pobre enfermo!

YOYI.- No soy ningún enfermo!

BETTY.- Estás enfermo, Yoyi, no lo niegues…

YOYI.- Es apenas una úlcera común y corriente. (Al público) Y comenzamos a caminar, ahora sin el dinero y bajo el agua, sin darnos vuelta, después de pedir inútilmente que nos dejaran algo de dinero para comer algo. No, era inútil. Había que caminar.

BETTY.- Nos asaltaron, Yoyi! Nos asaltaron! No nos mataron de casualidad!

YOYI.- Por qué tuviste que decirles lo de la billetera?

BETTY.- Preferirías que te encontraran muerto en una calle de Buenos Aires habiendo dejado en Mendoza a tus hijos y a tus nietos?

YOYI.- Sabés cuánto me queda en el bolsillo? Cincuenta centavos! Veinticinco centavos per cápita gracias a haber abierto tu bocaza!

BETTY.- Pero estamos vivos, no? Estoy temblando de pies a cabeza, mirá. Necesito tomar algo fuerte!

YOYI.- Y con qué? Con cincuenta centavos? Haceme el favor. Hay miles de policías en Buenos Aires, eso se supone. Y ninguno sale cuando llueve? No se puede creer! Mierda! Me robaron la tarjeta, también. Tenemos que hacer el reclamo de pérdida o robo! Pero cómo?

BETTY.- Yo tengo el celular en mi cartera. Cuál era el número?

YOYI.- Está en la agenda del celular.

BETTY.- Ah, sí. Aquí está. Ahí llama. Ah, señorita, me acaban de robar la tarjeta de crédito. Sí. Sí. Y no puedo decirle el número de la tarjeta, señorita. Si nos la robaron. Nos la robaron en plena calle, bajo la lluvia, fíjese qué tragedia. Cómo? El documento del titular? Sí, ya se lo doy. Cómo era tu documento, Yoyi?

YOYI.- Sí, repetí…

BETTY.- Ay, Yoyi, no! Me quedé sin crédito. Se cortó la comunicación. Necesito ponerle una tarjeta…

YOYI.- Y dónde mierda te parece que podemos comprar una tarjeta ahora? Me cago en la mierda, carajo! Vamos a buscar una comisaría. (Al público) Sí. Bajo la lluvia buscamos la comisaría más próxima. Al parecer, esa madrugada, todas las comisarías eran un verdadero loquero. Gente robada, gente violada, prostitutas, rateros, padres de familia con hijos perdidos, vendedoras de Avón, lo que puedan imaginarse. El agente de la recepción parecía estar en las nubes. No oir ni ver nada. Momia. (Hacia adelante) Disculpe, no? Mi mujer y yo no somos de aquí. Recién llegamos a Buenos Aires, nos asaltaron y… (Al público) Sonaba el teléfono. El agente recepcionista nos dijo que esperáramos. Después nos comunicó que los basureros habían levantado la huelga. Como si a nosotros nos importara. Ya mi mujer se había roto el taco alto del zapato. Pero, eso sí, nos comunicó también que ahora estaban de huelga los repartidores de leche. Yo seguía diciendo… “Nos asaltaron, sabe?” mientras mi mujer preguntaba…

BETTY.- (Hacia adelante) Los chicos no tendrán leche? Qué crueldad!

YOYI.- Y yo insistía: “Nos asaltaron a una cuadra del Centro Naval” Y mi mujer agregaba.

BETTY.- Una mujer armada. Podría habernos matado. Una tragedia, una verdadera tragedia, señor.

YOYI.- (Al público) El recepcionista nos preguntó nombre y apellido. Le dije que no se los había preguntado.

BETTY.- El señor nos pregunta por nuestros nombres. Jorge y Beatriz Arriaga, de Mendoza. Pero a mí puede llamarme Betty y a él todos le decimos Yoyi. Es una historia que viene desde que él era chiquitito y le preguntaban, “Cómo te llamás, Jorgito?” y él contestaba “Yoyi”. Esas cosas que pasan con los chicos, se da cuenta?

YOYI.- (Al público) Nos preguntó dónde nos hospedábamos. Me ví obligado a decirle que en ningún lugar, lo que nos convertía en cartoneros, prácticamente.

BETTY.- (Hacia adelante) Señor… Ni los hospitales tendrán leche? No le parece una atrocidad?

YOYI.- Terminala con la leche, Betty! (Al público) El agente me preguntó si no habíamos hecho una reservación. Le conté que nuestro avión había aterrizado en Rosario y que cuando llegamos a Buenos Aires, luego de una odisea en un tren de mierda, les habían dado el cuarto a otra persona. Que lógicamente no habíamos podido ni mandar un mail ni llamar por teléfono, aunque obvié decir que Betty tenía un celular que a esa altura no servía para nada. Que a esa altura ya sabíamos que no existía el famoso hotel Gralor. Me preguntó por qué habíamos ido. Le dije que NO SABÍAMOS QUE NO EXISTÍA, CARAJO.  Que nos habíamos dado cuenta cuando la asaltante y su pareja nos habían robado todo el dinero. El agente nos hizo firmar un formulario y nos dijo que fuéramos a hablar con el Capitán Malatesta. Un formulario. Para qué mierda firmar un formulario!

BETTY.- Dale, firmá el formulario, sí mi amor?

YOYI.- No quiero! Quiero mi plata! Dónde está el Capitán Malatesta? Por qué nadie nos ayuda?

BETTY.- Lo firmo yo, querido?

YOYI.- No! No quiero que lo firmes! No quiero que firmes nada! Dónde está el Capitán Malatesta. (Al público) El tipo me mandó a la segunda puerta del pasillo, oficina del Capitán Malatesta, que llegaba a las once de la mañana. (Hacia adelante) CÓMO A LAS ONCE DELA MAÑANA? QUIERO QUE SE OCUPE AHORA! Mientras tanto una mujer gritaba que era la tercera vez que le robaban la cartera justo en la puerta de la comisaría y que quería que esta vez se la recuperaran. Se lo dije bien clarito: – En cuanto se ocupen de MI ROBO, señora, se ocuparán de su cartera. No se me adelante que yo estoy primero. Y pregunté al agente: – Hay alguien más a quien pueda ver? Pero me dijo que todos los policías estaban muy ocupados y empezó a atender a la mujer de la cartera. Entonces le pregunté su nombre y lo anoté. Para mi lista de demandas. El agente nos sugirió que fuéramos al Cuartel de Bomberos. Parece ser que la guardia nacional había puesto allí unos catres militares y que convidaban café con rosquitas.

BETTY.- Perfecto, Yoyi. Todo solucionado. Adoro las rosquitas.

YOYI.- No quiero café ni rosquitas. Quiero mi plata. (Al público) La policía nos llevó en un móvil al Cuartel de Bomberos, luego de que mi mujer discutiera con la señora que denunciaba el robo de su cartera en una discusión de sordos. Ambas se referían a la mujer delincuente como si hubiera sido la misma. – Era una mujer altísima – decía la mujer. – La nuestra era baja – decía Betty. – ERA ALTÍSIMA – gritaba la mujer. BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. ERA ALTÌSIMA – gritaba la mujer.

BETTY.- ERA BAJA!

YOYI.- Gritaba Betty. Como fuere la cosa, subimos al auto (Se suben a un supuesto auto) y mientras yo me dormía Betty me  decía:

BETTY.- A lo mejor era alta. Uno no puede descubrir la altura con un taco roto. No te parece? (Yoyi se duerme en su hombro) No te duermas sin comer antes, Yoyi. De otro modo… a lo mejor no despertás nunca, querido. Lo que pasa es que no hemos comido ni dormido desde ayer a la mañana. Hace veinticuatro horas que estamos metidos en este viaje maravilloso.

YOYI.- (Al público) Pero en mitad del camino llamaron por radio y hubo cambio de planes y nos querían obligar a bajarnos del auto de la policía porque tenían un asalto a una despensa importante que tenían que proteger.

BETTY.- No nos van a llevar al cuartel? Y el café y las rosquitas?

YOYI.- Dicen que está a ocho cuadras de aquí.

BETTY.- Y no nos pueden llevar primero?

YOYI.- Pero no escuchaste? Dicen que tenemos que cooperar, que no tienen muchos patrulleros.

BETTY.- Pero vos cómo vas a hacer, Yoyi? Estás casi dormido. En fin, no hay mal que por bien no venga, porque si te dormías… Vamos, vamos, hay que bajar. El señor dice que tenemos que movernos. Bah, fue grosero, dijo que hay que mover el culo, pero yo no quería repetirlo tal cual. Tenés que despertarte, mi vida. Hay que caminar unas cuadritas, amor mío. Hay un asalto, viste?

YOYI.- No pueden atrapar más tarde a los asaltantes?

BETTY.- No discutas, Yoyi. Vamos, hay que cooperar con las fuerzas del orden.

YOYI.- Dónde estamos? La policía tiene el deber de protegernos y trasladarnos.

BETTY.- El oficial sabe lo que hace, querido!

YOYI.- No me van a tener de aquí para allá como a mis maletas. No pienso bajarme del auto. (Al público) Ante tan firme aseveración, arrancaron los hijos de puta. Arrancaron a los santos pedos, echando putas por Palermo viejo. Y con Betty pudimos ser los protagonistas cagados de la más feroz resistencia que hubiésemos podido vivir en un asalto a una despensa de la gran ciudad, (Se escucha la sirena policial que se va perdiendo) envueltos en el sonido electrizante de la sirena policial. Detuvieron el auto. Al parecer habían logrado ubicarlos. Se bajaron del coche para capturarlos. Eran las cinco de la madrugada y nosotros esperábamos en el móvil policial que los policías trajeran esposados a los delincuentes. Ya no podría dormir, ya no llegaría a la entrevista. Pero los que subieron al auto después de reducir a los policías fueron los malhechores.

BETTY.- Dios santo, Yoyi. Nos están secuestrando!

YOYI.- (Al público) Nos amenazaron con un revólver. Era la segunda vez en la noche que lo hacían. De nada sirvió que tratáramos de explicarles la situación. Ellos seguían corriendo en el auto con la sirena a todo lo que daba.

BETTY.- Tenemos familia en Mendoza, chicos. Y mi marido no se siente nada bien. Es un hombre muy enfermo.

YOYI.- (Al público) Nos tiraron en los bosques de Palermo a las cinco y cuarto de la madrugada y se fueron. Los dos solos en la oscuridad total. (Las luces han bajado. Ellos estàn iluminados por un cìrculo de luz celeste, espalda contra espalda. Pausa. A ella) Betty, oíme.

BETTY.- No quiero discutir, Yoyi.

YOYI.- No me vas a echar la culpa de esto que nos ha pasado, supongo.

BETTY.- Está bien. No voy a echarte la culpa, pero no quiero discutir. Al bajar del auto perdí el otro zapato y ahora acaba de pisarlo ese auto que pasó…

YOYI.- … ya veo, sí. Echando putas.

BETTY.- No importa. Voy a caminar descalza.

YOYI.- No te lo aconsejo aquí. Podrías pisar algo filoso y herirte.

BETTY.- Ya lo pisé.

YOYI.- Algo filoso?

BETTY.- Creo que sí. Algo así como el borde de una lata. Mirame. Me sale sangre?

YOYI.- Un poquito.

BETTY.- Dios mío. Me voy a morir de tétanos.

YOYI.- Eso no es lo importante. Quiero decir: Tenemos que irnos, pero no podés caminar así. Es claro, si pudiera volaría, mi amor. Pero lo que pasa es que hay niebla en Buenos Aires.

BETTY.- Dejate de ese sarcasmo pelotudo, Yoyi… Me duele el pie.

YOYI.- Está bien. Te hago upa.

BETTY.- No. A upa no, Yoyi. (Èl la alza en sus brazos)

YOYI.- (Haciendo un esfuerzo sobrehumano) Tengo que llevarte a un hospital. Seguro que están en huelga, pero no importa. Yo te llevo lo mismo. Soy responsable de vos.

BETTY.- Es que sos un hombre débil y te vas a desmayar. Hace horas que no probás bocado.

YOYI.- Vos tampoco, no pesás mucho. No te preocupes.

BETTY.- No me preocupo, Yoyi. No dije que estuviera preocupada. Pero por favor, bajame.

YOYI.- Tenemos que llegar al Cuartel de Bomberos, que esperemos que no se haya incendiado. Tenemos que dormir un poco porque tengo una entrevista a las nueve y…

BETTY.- (Grita) Te vas a herniar, carajo! Ya tenés una úlcera, es que querés reventar?

YOYI.- Está bien. Te bajo. (La baja) Te bajo. Te bajo y me acuesto. Cinco minutos. Vamos a descansar cinco minutos. Debajo de este árbol, Betty… Debajo de…

BETTY.- YOYI, ES PELIGROSO QUEDARNOS AQUÍ.

YOYI.- Para nada, Betty. Para nada. Es el menor peligro que corremos. Salvo que nos pique algún bicho. Vení. Tratemos de dormir.

BETTY.- Bueno. Buenas noches… Yoyi. (LAS LUCES BAJAN. ENLA BANDA SONORASONIDO DE PAJAROS LUEGO DE UN SILENCIO. SUBEN LAS LUCES. ESTÁ ÉL SOLO)

YOYI.- Cuando me desperté estaba solo. Me dolia el cuello, me dolía la espalda. Me dolía todo el cuerpo, en realidad. (Mira hacia los lados) Dónde estás, Betty? Dónde estás, querida? Betty, dónde te metiste? (Corre por toda la sala) BETTY!!! (Desde un lateral entra Betty y se sienta)

BETTY.- A desayunar! Encontré una golosina en un banco! (Él vuelve y se sienta junto a ella) Fuera, fuera, perrito. No puedo darte este turrón aunque tengas hambre. Es NUESTRO desayuno.

YOYI.- Soltá eso. Soltá eso, perrito. SOLTALO, PERRO DE MIERDA, no me vas a quitar lo que es nuestro. Ah, te asustaste! Bien. Ya es todo nuestro. Cómo tenés el pie?

BETTY.- Mejor. Comelo, Yoyi. Lo necesitás.

YOYI.- Estará bueno? Estaba en un banco, lo lamió el perro… No sé…

BETTY.- Seguro que sí. Mirá, tiene dextrosa, miel de maíz y niacina. Pura energía, Yoyi. Y vos necesitás energías. Sos…

YOYI.- Soy un hombre sano. No empieces.

BETTY.- Sos un hombre que va a tener una entrevista, querido. Necesitás estar bien. Vamos, lo compartimos, eh? Tomá.

YOYI.- Gracias. (Ambos comen una barrita de cereal) Hoy podrías haber tomado el desayuno en la cama, jugo de naranjas, medialunas, tostadas con manteca y mermelada y una gran taza de café caliente. En cambio, estás desayunando una golosina probablemente rancia que dejó un perro en un banco de los bosques de Palermo a las… Che, dónde está mi reloj?

BETTY.- No te pongas nervioso.

YOYI.- No estoy nervioso. Pero dónde está?

BETTY.- Fue todo tan rápido.

YOYI.- Qué cosa fue rápida?

BETTY.- Dijiste que no te pondrías nervioso, querido.

YOYI.- Lo dije antes de que empezaras a hablar. Tu tono es terriblemente presagioso. Dónde está mi reloj?

BETTY.- Se lo dí a uno de los travestis esos que nos rodeaban mientras dormías.

YOYI.- Le diste mi reloj de dos mil pesos a un hombre vestido de mujer? Por qué?

BETTY.- Porque parecía tener un cuchillo, Yoyi. Bueno, a lo mejor no era un cuchillo sino un… bueno, uno de esos juguetes sexuales que usan los que… ay, no sé, Yoyi, todo fue tan rápido y… y él o ella, qué se yo, no nos dejaba en paz.

YOYI.- Y por qué no me despertaste?

BETTY.- No quería que te apuñalara. Digo, si era un cuchillo. Tampoco quería que te hiciera otra cosa… Me pone nerviosa hablar de esto, Yoyi.

YOYI.- Querés decir que me asaltaron mientras dormía?

BETTY.- Sí, algo así.

YOYI.- Un travesti?

BETTY.- Sí.

YOYI.- Con un cuchillo?

BETTY.- Bueno, yo pensé que era un cuchillo o… algo fálico.

YOYI.- MIERDA!

BETTY.- La plata te la robó una mujer con un paraguas y eso no lo cuestionaste. Por qué discriminás?

YOYI.- No te pidió dinero? Digo, el travesti.

BETTY.- No dijo nada. Agarró el reloj… y huyó.

YOYI.- No te pidió plata, ni siquiera el reloj… y vos se lo diste.

BETTY.- Se lo dí, se lo dí… Parecía gustarle. Lo tomó y yo no tenía otra salida. Tenía un cuchillo.

YOYI.- Le viste el cuchillo?

BETTY.- Nadie te asalta en la oscuridad de los bosques de Palermo a las cinco de la madrugada, vestido de mujer, a menos que tenga un cuchillo, no?

YOYI.- Nunca me puse a pensarlo. (Al público) Sería un cuchillo?

BETTY.- Comé, comé esa porquería. Tenés una entrevista en el canal a las nueve.

YOYI.- Ni siquiera voy a saber cuando sean las nueve.

BETTY.- Lo siento, Yoyi. Estoy avergonzada, irritable, tengo ganas de llorar. Debe ser el cansancio que me ha provocado este viaje maravilloso ala Capital. Peroahora se me ocurrió algo. Podríamos ir ala Sociedadde Ayuda al Viajero.

YOYI.- Cuál viajero?

BETTY.- Cualquiera. Una vez leí que existía. Le prestan dinero a turistas en dificultades. Averigüemos adónde queda, qué te parece? Qué te parece la idea? Qué te parece, querido, por qué no me contestás?

YOYI.- Porque acabo de romperme un diente con la puta golosina.

BETTY.- Con la golosina? A ver… dejame verte.

YOYI.- No. Es uno de los de adelante. Ya ni sonreír puedo.

BETTY.- Quizá no se haya roto.

YOYI.- ESTOY SEGURO! LO TENGO ROTO!

BETTY.- A ver, mostrame. (El le muestra) Quizá no… Pero sí. Se te rompió.

YOYI.- Se acabó. Yo no puedo más. Aunque tuviera dinero y me afeitara, nunca me darían ese puesto si ni pudiera esbozar siquiera una… leve sonrisa.

BETTY.- Un dentista te lo podría arreglar, amor mío.

YOYI.- Por cincuenta centavos?

BETTY.- Recurramos ala Sociedadde Ayuda al Viajero…

YOYI.- NO ARREGLAN DIENTES!

BETTY.- Bueno, bueno. Era una sugerencia, nomás.

YOYI.- Estoy bien cagado. No me van a contratar ni en ese canal ni en una mísera acequia de Mendoza. Creés que van a contratar a un tipo que viene del interior, que no puede sonreír y que pierde aire por su diente roto? Ni soñarlo. Perfecto. Se acabó la expectativa. Ahora vamos. Mirá, sale el sol. Deben ser cerca de las siete y media. Nunca lo voy a lograr.

BETTY.- Todavía hay tiempo. No te des por vencido ni aún vencido. Almafuerte! Escuchá un poco. Alguien está llorando? Parece una criatura. Ay, sí. Es un chiquito. Mirá, está en ese banco, llorando. Está solo. Quizá se perdió.

YOYI.- Quizá no se perdió y solamente está solo.

BETTY.- Y por qué llora? No estaría llorando, Yoyi. Mi deber es averiguarlo, no podría dormir esta noche, mirá, si no lo averiguara.

YOYI.- Averigualo, averigualo, que no te soportaría otra noche sin dormir.

BETTY.- Aquí estoy, tesoro. Por qué llorás, mi vida? Dónde están tus papás? Es oriental, Yoyi. Japonés, o chino…

YOYI.- O coreano.

BETTY.- Parece que no habla castellano, Yoyi, mirá que tragedia.

YOYI.- Bueno, Betty. Tendrá que esperar a que pase algún oriental que hable su idioma. No nos metamos, Betty…

BETTY.- Está hambriento y atemorizado… Tenemos que hacer algo.

YOYI.- Cómo sabés que está hambriento? Te lo dijo?

BETTY.- No podemos dejarlo solito. Por qué no hacés algo por él?

YOYI.- Qué podría hacer con cincuenta centavos en los bolsillos y un turrón podrido que le quité a un perro en el estómago por todo alimento y que, además, me rompió el diente.

BETTY.- Ves? Ya te has convertido en un porteño más. Egoísta y sin sensibilidad social. Andate vos a tu entrevista. Yo me voy a quedar con el chico hasta que aparezca alguien.

YOYI.- Ya que querés comprarle algo para comer, por qué no te fijás si tiene algo de plata?

BETTY.- Plata?

YOYI.- Digo, en los bolsillos. Tal vez con ese dinero podremos comprar una tarjeta para tu celular y así hacer una llamada a Ayuda al Viajero para que nos ayuden. A ver, me voy a encargar yo de él. (Al público) Y lo llevé tras unos arbustos para revisarle los bolsillos. Y en ese momento el mundo se dio vuelta. Apareció una gorda infame gritando como una loca que qué le estaba haciendo a ese chico, que le quitara las manos de encima y que si estaba tratando de abusar de él. Traté de explicarle pero empezó a gritar: – Policía! Hay un pervertido en este sector del bosque! Un abusador sexual! Y yo suplicando que no gritara así. Y mientras ella seguía gritando – Hay un pervertido, hay un pervertido!, yo tomé la mano de Betty y le dije: – Aunque se te quiebren los tobillos, corré, haceme el favor! Y corrimos por el parque a campo traviesa mientras nos perseguía un policía en moto sin que pudiera alcanzarnos porque nos refugiamos tras otro arbusto.

BETTY.- Ese policía casi nos alcanza. Por qué no te paraste a explicarle?

YOYI.- A explicarle qué? Te parece que lo hubiera entendido, con tanto abusador sexual como hay ahora? Me hubieran dado entre diez y veinte años. Te dije que lo dejaras en paz, carajo!

BETTY.- Hice lo que me dictó la conciencia. Ese niñito estaba muerto de miedo.

YOYI.- Yo no lo ví muerto de miedo. Es más: mientras a mí me buscan por pervertido, seguro que en este momento está comiendo un helado. Salgamos del parque de una buena vez!

BETTY.- (Se mira la mano) Oh, Dios Santo. Se me cayó el anillo. Te das cuenta, Yoyi? Perdí el anillo.

YOYI.- Ahora??? AHORA PERDISTE EL ANILLO???

BETTY.- Lo siento. La próxima vez lo voy a perder cuando no estés apurado.

YOYI.- Cómo se te pudo caer?

BETTY.- Porque no comí. Tengo los dedos más flacos. Por eso.

YOYI.- La gran puta. No se lo sacó en cuarenta años y lo pierde justo ahora.

BETTY.- No me hables en tercera persona. Estoy aquí, en primera persona.

YOYI.- No! Me hablo a mí mismo en segunda persona! Todo se acabó. Todo acabará a las nueve en punto.

BETTY.- Andate. Andate a la famosa entrevista. No te preocupes por mí! Me voy a quedar aquí, de rodillas, cavando con mis manos hasta que lo encuentre.

YOYI.- Betty! Es sólo una alianza de oro de sesenta pesos. Si consigo el puesto en el canal te compro una mejor. Olvidate de este asunto.

BETTY.- Olvidarme de mi anillo de casamiento? Cómo podés decir semejante cosa? Cómo podés ser tan inhumano? ES MI ANILLO DE CASAMIENTO! NO QUIERO OTRO! QUIERO EL QUE VOS ME PUSISTE EN EL DEDO!

YOYI.- Lo entiendo, lo entiendo, Betty. Fue una sugerencia inocente.

BETTY.- Es la única cosa material que tengo que me importa, fijate. No voy a olvidarme de él ni dejarlo tirado por allí! No me importa lo que vos hagas!

YOYI.- Estás enojada.

BETTY.- ASÍ ES! ME QUEDARÉ AQUÍ BUSCANDO!

YOYI.- Estás cansada y enojada.

BETTY.- DEJAME TRANQUILA, CARAJO!

YOYI.- Está bien. No nos iremos. Nos vamos a quedar aquí.

BETTY.- NO ME TOQUES!

YOYI.- Mi amor, no te enojes conmigo. Nos vamos a quedar hasta encontrarlo… (Al público) Y en ese mismo momento aparecieron dlos muchachones de unos veinte años que me sostuvieron y me pegaron en las costillas. Es decir: Me sostuvo uno, hijo de mil putas y me pegó el otro, la concha de su madre, mientras le preguntaba a mi mujer – Está bien, señora? Está bien? La quiso violar este enano de mierda? Ella le aclaró:

BETTY.- Es mi marido! Es muy enfermo! Yoyi, estás bien?

YOYI.- (Al público) Y entonces, los dos hijos de mil putas salieron a los pedos gritando: – Por qué no nos avisó? Pensamos que este le quería hacer algo malo! Te lo dije, boludo. No hay que ayudar a nadie, boludo!

BETTY.- Yoyi, decime algo, estás bien?

YOYI.- Te pedí que te olvidaras del anillo.

BETTY.- Dónde te pegó?

YOYI.- Primero en las costillas.

BETTY.- Y después?

YOYI.- Después también.

BETTY.- Te duelen las costillas, mi amor?

YOYI.- No. Me duele la rodilla. Caí arrodillado sobre tu anillo.

BETTY.- Yoyi! Qué maravilla! Gracias al cielo! Ya me siento mejor. Ves? Lo encontraste, querido. Es que todo este tiempo he estado rezando un padrenuestro doble para encontrarlo.

YOYI.- Mientras me cagaban a puñetazos?

BETTY.- No. Antes.

YOYI.- No delires. Antes estabas furiosa.

BETTY.- Rezaba furiosa, Yoyi. No importa el tono. Lo importante es rezar.

YOYI.- (Al público) Salimos del bosque. (A ella) Vamos, Betty, caminá más rápido.

BETTY.- Sin tacos y con los zapatos rotos? Me gustaría verte. Para colmo se me rompieron las medias. Tengo los pies en carne viva.

YOYI.- Y hasta cuándo te vas a quedar allí parada?

BETTY.- Hasta que me muera o me rescaten, Yoyi.

YOYI.- Está bien. Eso es una iglesia. Entremos. Entremos ya y descansemos sentados mientras rezás algo a ver si el de arriba se apiada de nosotros.

BETTY.- Eso. Quizá si rezamos con mucha devoción, podrás lograrlo.

YOYI.- No voy a poder lograrlo si me detengo a rezar, Betty.

BETTY.- Necesitamos esperanza y valor.

YOYI.- Yo necesito un barbero y un dentista. (Al público) Pero ella ya había entrado a la iglesia. (A ella) Betty, no quiero ser irrespetuoso. Pero justo ahora se te ocurre rezar? (Al público) Se cagaron en su ocurrencia, se los juro. Porque nos dijeron, unas señoras con sonrisa fingida y modo terminante, (Haciendo como la señora paqueta) que la iglesia estaba cerrada para hacer un ensayo de una ceremonia de la santa misa que el domingo iba a salir por televisión. (Como èl) Nos echaron. Me negué. No podían coartarme mi derecho a rezar, carajo. Anoté su nombre para mi lista de demandas. Podía olvidarme del avión, de las maletas, del tren, del reloj, del diente. Pero no podían coartarme mi derecho a rezar. Les grité: – Hágale saber al obispo que recibirá una carta de mis abogados! Pero nos fuimos, de todos modos.

BETTY.- Yoyi, qué hicimos mal? No podemos ni caminar, ni comer, ni rezar!

YOYI.- Mientras conservemos la cabeza, podemos pensar.

BETTY.- No por mucho tiempo, ya vas a ver.

YOYI.- Querida, querida, todavía no estamos derrotados…

BETTY.- Sí lo estamos. Esta ciudad… nos ganó.

YOYI.- No! No nos rendiremos! (Hacia delante) Me oíste, Buenos Aires? No nos rendimos! Te quedó claro, capital dela República? (Casi llorando) Podés robarme, matarme de hambre, romperme el diente y los tobillos de mi mujer! Pero no me voy a ir!

BETTY.- Estás gritando en medio de la calle, Yoyi. Te van a oír!

YOYI.- No me importa! Ella es una simple ciudad. Y YO SOY UNA PERSONA! Soy más fuerte que una ciudad! No, Buenos Aires, no vas a salirte con la tuya. Tengo nombres y direcciones! Betty, iremos al hotel en auto y nos darán un cuarto, un baño caliente y comida decente, entendés? Ya me cansé de estas tonterías!

BETTY.- Por favor, Yoyi. Cómo iremos al hotel?

YOYI.- Cómo? Ya te lo voy a mostrar! (Al público) Y en ese mismo momento me puse en medio de la avenida y detuve un auto. Gemí por la ventanilla: Podría ayudarnos, por favor? Mi mujer no puede caminar. Podría hacercarnos hasta el hotel del Centro Naval en Córdoba y Florida? Si tiene la decencia de un ser humano, no nos abandonará aquí. Nos hizo subir. – Dios lo bendiga, señor. Si supiera la odisea por la que pasamos no me lo creería. Somos Betty y Jorge Arriaga, de Mendoza. Entonces él, con un acento evidentemente norteamericano, dijo que era el nuevo delegado cultural en la embajada de los Estados Unidos. Que él se bajaría enla Embajaday que luego su chofer nos llevaría hasta el hotel. Pero, pueden creerlo? En la puerta dela Embajadade los Estados Unidos, los muchachos de la izquierda, encapuchados, con banderas y bombos, estaban haciendo un poderoso acto de protesta. Y al ver llegar el auto oficial, se abalanzaron contra nosotros que quedamos encerrados. Ellos trataron de volcarlo y nos acribillaron con huevos. Yo gritaba: – SOMOS NEUTRALES! NO SOMOS POLÍTICOS! Y Betty me ayudaba. Bueno, en realidad, no ayudaba demasiado.

BETTY.- SOMOS DE MENDOZA, HUEVONES! DEJEN DE MOLESTARNOS QUE MI MARIDO ES JUBILADO Y ADEMÁS, ENFERMO!

YOYI.- Hasta que al final llegó la policía y nos sacó de ese auto. Allí me dí cuenta de que había cámaras de televisión que me filmarían y podrían acabar con mi carrera como escritor! Nos subimos al móvil policial. Eran las ocho y cinco de la mañana. Aún estábamos a tiempo. No todo estaba perdido.

BETTY.- Estoy por desmayarme.

YOYI.- Ni se te ocurra! Esperá hasta llegar al hotel.

BETTY.- No. Me voy a desmayar aquí. Estoy mareada y… me voy a desmayar…

YOYI.- NI SE TE OCURRA HACERLO!

BETTY.- Sí. Mirá.

YOYI.- (Al público) Y se desmayó. Allí en el auto policial. Al llegar al hotel volvió en sí, pero tuvieron que bajarla del auto dos policías y el botones del hotel. (Mirando hacia adelante) Me llamo Jorge Arriaga y… (Al público) Un momento, por favor, me dijo el recepcionista del hotel y DESAPARECIÒ EL GUACHO! Gritè como un loco: NO TENGO UN MOMENTO! SI NO ME DAN UN CUARTO YA MISMO YO…” Pero de repente apareciò de nuevo y me dijo: – Su cuarto está listo. La suite 927. Fui solamente a buscar un mensaje para usted. Su equipaje llegó a las 8 y está en su cuarto. En el mensaje le piden miles de disculpas y esperan que disfrute su estadía. (Al público) JA! Disfrutar la estadía! Miro a Betty y noto que se estaba desmayando nuevamente. La sostenía el botones que ahora la subió hasta la habitación.  (A ella) No te preocupes, querida. Ya te vas a sentir bien, mi vida. Te darán comida caliente y vendas para los tobillos, mi amor.

BETTY.- (Desfalleciente) No me preocupo, Yoyi…

YOYI.- (Al público) Eran las 8 y 43. Tenía diecisiete minutos para comer y vestirme. Le dí mis cincuenta centavos al botones. Era todo lo que nos quedaba, pero cuando se fue, ME DÍ CUENTA! (Mirando la valija) DIOS! CERRADA!LA MALETA ESTÁCERRADA!

BETTY.- Abrila con la llave.

YOYI.- Qué llave?

BETTY.- La que guardás en la bille… tera. (Cae) Por Dios, no tenés la billetera…

YOYI.- Ergo, no tengo la llave! Y allí dentro, Betty, hay una camisa limpia y una afeitadora. Y por las callecitas de Buenos Aires, que tienen ese qué se yo, viste?, hay una puta delincuente con una puta billetera y mi puta llave. Si existe justicia en este mundo, que la asalte el travesti que me robó mi reloj!

BETTY.- Y no podrás abrirla con un cuchillo?

YOYI.- Es el modelo “diplomático”. Para documentos diplomáticos. No se abre ni con una bomba.

BETTY.- Y si le decimos a los del hotel que envíen un cerrajero?

YOYI.- En diecisiete minutos? Es la última vez en mi vida, te lo juro por Dios, que compro una buena maleta. Nunca, nunca, nunca más. (Suena un teléfono)

BETTY.- Sí, hola. Ah sí, yo fui la que pedí comida, sí. Podrían mandarla en diecisiete minutos? Ah, comprendo. No, Yoyi. Van a tardar como una hora en mandar la comida. El hotel tiene una convención y le están sirviendo el desayuno a miles de gente.

YOYI.- Ojalá que sea una convención de pompas fúnebres, porque estoy a punto de asesinar a alguien.

BETTY.- Por qué no llamás al canal y avisás que vas a llegar un poco más tarde?

YOYI.- Retraso es mala palabra para un debutante en un canal de televisión. Las nueve en punto son las nueve en punto. Cualquier boludo puede llegar a las 10. Pero a las nueve en punto llegan sólo los eficientes, no te das cuenta?

BETTY.- No.

YOYI.- La puta madre! VOY A LLEGAR A LAS 9. QUIERO ESE PUESTO! Un pequeño obstáculo como la mismísima ciudad de Buenos Aires no me va a detener, carajo. Me sacaron el dinero, el reloj, el diente, la posibilidad de REZAR! Pero no me van a detener. Cuando se quiere algo de verdad, nada lo detiene a uno. Vuelvo en una hora, mi amor. Seré el nuevo escritor del canal! (Al público) Me miré al espejo y casi me desmayo. Estaba sucio, barbudo, despeinado. Le dije a Betty: – Betty mi amor. Quiero que sepas algo. Pase lo que pase… Voy a estar siempre con vos. Y gracias por no haberme abandonado.

BETTY.- Todo lo que quiero es que seas feliz, Yoyi. Pero por favor, no me beses que tengo alergia a la barba!

YOYI.- (Al público) Para compensarme en el hotel se hicieron cargo de hacerme llevar por un remise hasta el canal. Parecía un pordiosero, con mi traje ajado y sucio, con mi barba y mi olor a transpiración acumulado durante mi viaje maravilloso a la gran ciudad. Llegué a las 9 en punto. Y cuando conté mi historia, minuciosamente – esta historia que acabamos de contarles a ustedes – alabaron mi imaginación y de inmediato me dieron el puesto. Al llegar al hotel, Betty aún tenía sus pies metidos en la bañera. (A ella) Mi amor, me dieron el puesto. Voy a ganar el doble de lo que gano con mi jubilación. Ah, y se hacen cargo del alquiler del departamento que elijamos. Los deslumbré, aún con mi diente roto.

BETTY.- Qué les dijiste?

YOYI.- Qué les dije? Qué creés que les dije? (Pausa. Se escucha una música suave)

BETTY.- No lo sé. Esperaba que dijeras que no. Esperaba que dijeras que vos y tu esposa no cuadran con Buenos Aires. Que… querías seguir viviendo en Mendoza. Que no querías pisar otra gran ciudad en tu vida. Que no querías vivir aquí. Que de todos modos, si les interesaba tu imaginación y tu talento, podrías escribir los libretos desde allá. Y que detestabas cualquier lugar donde la gente tuviera que vivir encimada y agredida, sin suficiente espacio para caminar, respirar ni sonreír. Y que no querías caminar por las calles pisando basura, ni tener que darle tu reloj a un travesti mientras te ves obligado a dormir en los bosques de Palermo. Que no querías viajar en trenes parado, apretado como sardina y sin comer, ni en aviones que no pueden aterrizar ni volver a perder el equipaje. Que deseabas no haber venido jamás y que lo único que en verdad querés… es pasar a buscar a tu mujer, llevarla al aeropuerto y volver a tu casa para vivir feliz el resto de tu vida. Esto esperaba que les dijeras… Yoyi.

YOYI.- Es curioso, Betty. Sabés algo? (Se emociona levemente) Eso mismo les dije. Palabra por palabra. (Al público) Cuando nos dirigíamos en taxi hacia el aeroparque… un piquete bloqueaba avenida Libertador. – Vaya por otro lugar – le dije al taxista. – No puedo, maestro – me contestó – Todas las calles que llevan al aeroparque están cortadas. Y no sólo esas. Hay cortes en el Obelisco, en el Congreso, en la 9 de julio, enla Plazade Mayo, en Plaza Lavalle… protesta en los Tribunales y parece que van a parar los subtes de nuevo. Con Betty nos dispusimos a esperar, cagados de risa. Y allí comprendí… que había tomado la decisión correcta. (Estalla una música brillante de comedia musical. Ellos saludan, si es posible bailando)

 

TELÒN FINAL

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EL FUEGO QUE NO SE CONSUME policial teatral de Lauro Campos

 LAURO CAMPOS

 “EL FUEGO QUE NO SE CONSUME”

(POLICIAL DE UNIVERSO CERRADO)

personajes por orden de aparición:

 BECKY

REBECA

LENNY

VICTORIA

ANNA

MARIELA

Estrenada en 2008 en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia con la actuación de Silvia Galizzi, Paula Corvalán, Natalia de Marco, Emmy Reydó, Raquel Etchegaray y Paula Silnik y la dirección de su autor.

 

época actual

 

ACTO ÚNICO

 

(La idea que el autor propone a la dirección es que la pieza, en lo posible, no se realice a la italiana. Sería conveniente que el espacio escénico, no convencional, por cierto, dominara toda la sala de representaciones. Esta librería a la que refiere el autor, ocuparía, entonces, todo este espacio, de tal forma que el público, al ocupar su platea, se sintiera parte de este acto vivencial, de este huit clos en el que quedaría atrapado. De modo que, la platea debería estar ubicada en sectores dentro de ese espacio, en el que deben verse las estanterías, las bibliotecas con los libros, los rincones habituales en una librería. En un sector, la entrada de dos puertas vaivén y las vidrieras con persianas americanas. En la imagen esfumada de la escenografía, se iluminan con dos cenitales sendos lugares. Bajo uno de ellos está Becky, una mujer de unos cuarenta y pico de años, de aspecto sufrido pero mirada brilllante. Lleva pantalones sueltos y una camisa de hombre por fuera del pantalón. Tiene cabello relativamente largo y rubio, algo descuidado y tal vez con algunas canas. Bajo la otra luz está Rebeca, casi cuarenta años, cuidado y sobrio maquillaje, remera de mangas largas y falda tramada. Su cabello es informal pero prolijo. Mientras habla Becky la luz de su cenital es menos intensa que la de ésta, pero cuando hable subirá mientras el otro disminuirá en intensidad)

BECKY.- El edificio estalló. No es una metáfora. Estalló. Explotó de adentro hacia afuera. Él y mis hijas… estaban adentro… Como todos los demás. Las casas y los negocios de la vereda de enfrente sufrieron también el impacto. Esta librería, por ejemplo, terminó totalmente destruída. Hubo que rehacerla tiempo después detalle por detalle, desde las estanterías hasta el piso, desde el frente al depósito. Así, murieron junto a la gente que estaba dentro del edificio, tanto personas que pasaban por la calle, como vecinos que estaban dentro de sus casas. Lloré y lloro por ellos. Por él y por las chicas, que estaban dentro y de los que ni siquiera se pudo rescatar los cadáveres… no pude llorar. Porque el dolor fue tan… esencial… que destruyó mi vida para siempre. Para siempre. (La luz ahora baja en ella e ilumina a Rebeca en el otro extremo del proscenio)

REBECA.- Pasaron muchos años desde el estallido. Demasiados años sin respuestas. Hace dos días se supo de la desaparición de la ministra de Defensa. Un hecho conmocionante para la ciudad y para el país. Las investigaciones, tanto policiales como de los servicios de inteligencia, no arrojaron ningún resultado. Hasta que, hace dos horas, un pedido de rescate hizo suponer un secuestro. Consigna: treinta mil en un maletín. Debía traerlo Lenny, empleada calificada del edificio derruído, actualmente en funcionamiento en otro lugar de la ciudad, a esta librería que se alza restaurada frente al desolado pozo del atentado no olvidado. Sin policías, sin investigadores, sin grabadores, ni micrófonos, ni teléfonos. (Las luces en el proscenio bajan mientras las dos mujeres desaparecen en la oscuridad. Mientras ello ocurre, se ilumina la librería entera – tal vez con luz general de la misma sala o espacio escénico – y entonces pueden divisarse más nítidamente las estanterías de madera dividiendo ciertos sectores. Cerca de la puerta de entrada – esa puerta vaivén de doble hoja con persianas americanas en sus vidrios que está enmarcada en las dos vidrieras también provistas de persianas americanas y a las que ya nos referimos – hay un mostrador pequeño y, junto a él, la caja registradora. Las puertas vaivén, al abrirse, sólo muestran una luz amarillenta – probablemente del cartel luminoso de la librería o de la misma luz de la calle – que, con el correr del tiempo irá virando primero al azul y luego a la oscuridad. Las vidrieras, por efecto de las persianas americanas, apenas translucen esa iluminación del exterior. Tras el mostrador está Victoria, una mujer madura de contextura delgada, voz firme, pelo rubio tirante y ojos muy maquillados. Viste una blusa de seda que cae por fuera de la cintura de una falda recta y clásica con zapatos de tacón fino pero no demasiado altos. Entre las estanterías, en distintos sectores, descubrimos en primer lugar a Anna, otra mujer madura de fina elegancia que, sentada en una silla frente a los estantes, revuelve cuentos infantiles y, más allá, Mariela, una jovencita estudiante con anteojos que va señalando los títulos de libros de filosofía, mientras sostiene su carpeta en uno de sus brazos. De pronto, la puerta vaivén de la entrada deja paso a Lenny, una muchacha de cuarenta y tantos años de expresión tensa, que lleva en su mano un maletín. Aunque trata de disimular cómo se siente, está e evidente estado de shock. Se acerca nerviosa al mostrador y pregunta:)

VICTORIA.- Buenas tardes.

LENNY.- Eh?

VICTORIA.- Digo, buenas tardes.

LENNY.- Buenas tardes… Por favor: Los libros de historia del arte?

VICTORIA.- (Señala un lateral) Allí. (Lenny va a encaminarse hacia el lugar señalado cuando Victoria la detiene) Necesita asesoramiento, querida?

LENNY.- Cómo dice?

VICTORIA.- Si está buscando algo en especial. En ese caso, puedo ayudarla.

LENNY.- (Petrificada en su lugar) No. Eh… No, no. Mejor no. No… necesito ayuda… realmente. Gracias.

VICTORIA.- (Le sonríe) Como quiera. Pero si llega a necesitarla… no olvide que aquí estoy.

LENNY.- No lo olvidaré. (Lenny se encamina hacia el lateral. Al iluminarse más el recinto, el público ahora descubrirá, al aparecer detrás de una de las estanterías de un sector, a Rebeca, ahora con un saco tramado que hace juego con su falda y colocado sobre su remera. Lleva puestos sus lentes de leer y hojea un libro mientras camina cerca de una de las vidrieras, la lejana al mostrador. Pero, junto a la estantería que está cercana a éste, aparece también Becky, que hojea también un libro. Lleva el cabello atado con una colita y sobre su ropa se ha puesto una campera pilotín. Lenny se instala frente a la estantería con libros sobre arte, que está muy cercana al sector de los libros infantiles y al de filosofía. Deja el maletín en el suelo. Becky, desde su lugar, observa sus movimientos con muchísimo disimulo, tratando de aparecer enfrascada en los libros de la estantería de proscenio, junto al mostrador. Lenny toma un libro de arte del estante y lo mira, pero, casi inmediatamente, lo pone nuevamente en su lugar y rápidamente se encamina hacia la salida. Su trayecto es interrumpido por la voz de Anna y, casi de inmediato, por la de Mariela)

ANNA.- No se olvida algo?

MARIELA.- Sí, la señora tiene razón. No es suyo ese maletín?(Lenny gira, nerviosa)

LENNY.- Maletín?

ANNA.- Sí, el maletín que está en el piso.

MARIELA.- No sé. Disculpe, no? Pero me pareció ver cuando usted lo apoyaba allí. No es suyo? Bah… me pareció que era suyo.

LENNY.- (Muy alterada) No, no. Se equivocan. Se equivocan!

VICTORIA.- (Desde el mostrador, con tono concilidador) Disculpe, querida, pero la confundida es usted, sin duda. Yo la ví cuando entraba con el maletín.

LENNY.- Qué dice? Qué está diciendo?

VICTORIA.- Usted no apoyó el maletín en el mostrador. Pero cuando usted se alejaba y yo le ofrecí ayuda, pude verlo en su mano.

LENNY.- Dice que… me vio?

VICTORIA.- Con toda seguridad. Vaya y mírelo. Quiero decir, compruebe que es el suyo. Digo: Tal vez lo trajo distraídamente en su mano, casi sin pensar. Muchas veces uno lleva en las manos cosas que no quiso llevar y sin embargo, por la costumbre… Hágame caso, querida. Fíjese, a ver si es el suyo.

ANNA.- Estoy segura de que lo es. Yo pude verla cuando lo apoyaba en el piso.

MARIELA.- Yo también puedo asegurarlo. (Y muy tranquilamente toma el maletín para entregárselo)

LENNY.- (En un grito) No lo toque! (Mariela, anonadada, vuelve a dejarlo en su lugar, donde lo había dejado Lenny. Lenny se ha dado cuenta de su reacción y rectifica) Perdón. Quiero decir: Yo voy a controlar si en verdad es el mío, ya que insisten.

VICTORIA.- Hágalo, querida, si es tan amable. (Y se miran con Anna, ambas extrañadas mientras ésta sigue sentada en su silla frente al rincón infantil. Inmediatamente y en voz baja, Anna se dirige a Mariela)

ANNA.- Está un poco alterada, no cree?

MARIELA.- Alterada? Está loca. Totalmente loca. Pero si yo la vi bien clarito cuando ella apoyó el maletín allí.

ANNA.- Sí, claro, yo también lo vi. No me lo explico. No sé por qué dijo lo que dijo…

MARIELA.- Quién sabe qué pensaría decir cuando saliera olvidándose el maletín. A quién acusaría, no? Hay gente dispuesta a todo. Pero qué se pensaba? Que yo…? (Ellas están hablando mientras Lenny, con paso apurado, va hacia el maletín) Que yo iba a…?

ANNA.- No, no. Yo creo que no ha pensado en nada. Insisto en que está alterada. Ni bien entró yo lo noté. Venía como huyendo de algo, o de alguien…

MARIELA.- Sí, sí. Probablemente sea como usted dice. Pero eso no le da derecho a maltratar a… (Arrodillada junto al maletín, Lenny, totalmente confundida por una situación que la sobrepasa, saca de sus ropas un celular y pulsa una tecla. Inmediatamente habla en un susurro hacia el celular)

LENNY.- Estoy en un problema. Estoy en un problema… (Pero no puede seguir. Becky avanza ya desde su lugar con un revólver en la mano y la apunta)

BECKY.- Qué es ésto?

LENNY.- Eh? (La mira con terror desde el suelo)

BECKY.- Con quién se está comunicando? Con la policía? No dije acaso que no quería policías?

LENNY.- Dios! (Muerta de miedo suelta su celular, que cae al piso. Ella misma cae al suelo desde sus rodillas, sentada, y entonces, con sus manos empuja tanto el teléfono como el maletín bajo las estanterías. Lo hace compulsivamente, pero de inmediato se da cuenta de su error) Ay, qué tonta!

BECKY.- Qué hizo? Qué hizo, hija de puta? Adónde está el maletín? (Gran conmoción. Victoria sale de detrás del mostrador. Anna se pone de pie y  abraza a Mariela)

VICTORIA.- Qué pretende hacer, querida…?

ANNA.- No se le acerque que está armada! (Becky las apunta)

BECKY.- Silencio! Silencio, he dicho! Pónganse juntas! (Victoria se acerca a Anna y a Mariela) A la pared! De cara a la pared, todas! (De pronto se vuelve y mira a Rebeca, que ha permanecido en su rincón, muy cerca de la puerta de entrada al local) Usted también! Qué espera? Acérquese de una vez!

REBECA.- De acuerdo. (Camina unos pasos)

BECKY.- Ni se le ocurra acercarse a la puerta. A la pared con las demás! Todas a la pared, he dicho! (Dispara al aire y provoca un agudo griterío en las mujeres. Todas se colocan contra las paredes o las estanterías) Todos los celulares, todas sus carteras, allí! No me fío de nadie! (Todas arrojan a un mismo lugar sus carteras y celulares. Cuando Lenny está por moverse, Becky corre hacia ella y le impide accionar sujetándola del cabello hacia atrás.. Lenny gime. Rebeca observa prudentemente la escena.) Lenny Sodenberg! Es usted una estúpida! Va a tener que arrastrarse como la alimaña que es para poder recoger ese maletín! Y ustedes, cuidado con lo que hacen. El próximo disparo será para cualquiera! (Lenny está inmovilizada, sentada en el suelo, aún sostenida del cabello por Becky, y gimiendo por el dolor que le causa su maniobra. Becky, entonces la suelta y ella cae con su cuerpo hacia el suelo. Inmediatamente se levanta y murmura)

LENNY.- Me parece conocerla… (Becky no la deja continuar. La patea fuertemente en la espalda y vuelve a volcarla hacia el piso)

BECKY.- (Gritando) Le parece conocerme? LE PARECE CONOCERME? (Lenny comienza a llorar, apoyada en sus manos con la cara casi junto al piso y mirando el público) Le parece…! El disparate más grande que he escuchado en años! O tal vez no. Simplemente… otro más. Otro disparate más, quiero decir. Desde que mi vida se… derrumbó… todo ha transcurrido como en una carrera de locuras, de sinrazones, de… disparates. Eso.

LENNY.- (Aún llorando y como para sí) Pero de dónde la recuerdo? De dónde me resulta…?

BECKY.- Haga un esfuerzo, Lenny. Pero hágalo de verdad, aunque sea por una sola vez en su vida. De dónde me recuerda? Nos hemos visto tantas veces! Memoria frágil. Lo que significa… acción, o tal vez… omisión irreparable, Lenny Sodenberg. Memoria frágil. Como todos.

LENNY.- No entiendo lo que quiere decir. Como todos?

BECKY.- O casi todos. No recuerda que usted trabajaba junto a Sammy, mi pobre marido, en el edificio de enfrente?

LENNY.- El… edificio que… estalló?

BECKY.- A ese me refiero. Al edificio que estalló. Cómo podría no recordar? Cómo puede… no recordar? Hay cosas, hechos, personas, que no se pueden olvidar. (La toma nuevamente del cabello obligándola a levantar la cabeza)

LENNY.- Es que no recuerdo, de verdad. De verdad! Ay, suélteme, suélteme por favor! Me está haciendo daño!

BECKY.- Le estoy haciendo daño? Siente dolor? Es capaz de SENTIR algo?

VICTORIA.- Pero qué está haciendo? La está torturando?

BECKY.- (Suelta a Lenny) Qué sabrá usted lo que es el dolor de los demás. Ni ha experimentado el suyo propio.

LENNY.- Es que…

BECKY.- Mi pobre marido era un empleado a sus órdenes. Bah, un empleado… Digamos… un súbdito! Pero es claro, usted, a lo largo de toda su exitosa carrera… ha tenido tantos… súbditos, tantos… que casi se le hará imposible distinguirlos o recordarlos a todos, no es verdad?

REBECA.- (Desde su lugar) Usted se da cuenta de lo que está haciendo? No, verdad? (Becky la mira) Por qué la tortura con ese resentimiento? Por qué no la deja un poco en paz? (Becky la apunta a ella, ahora)

VICTORIA.- Querida, tenga cuidado. Usted puede hacer daño indiscriminadamente.

REBECA.- La señora está en lo cierto.

BECKY.- Por qué no se calla? POR QUÉ SE METE… EN ÉSTO! Al suelo. De boca al suelo! No quiero volver a oírla, entiende lo que digo? No quiero volver a oírla.

REBECA.- (Apenas inclinándose hacia el piso) De acuerdo, de acuerdo. Vamos a hacer lo que usted diga. Pero hace calor aquí. Puedo antes quitarme la chaqueta? (Becky vuelve a mirarla. Rebeca dulcifica normalmente su tono) No hay por qué molestar a nadie, verdad? Hay… mucha adrenalina generada aquí adentro. Y es lógico que todas tengamos calor. (Becky duda. Después dice)

BECKY.- Está bien. Quítese su chaqueta. Las demás también, si quieren hacerlo. No está en mi ánimo torturar a nadie. Soy una buena persona yo. (Para sí) Por eso nos pasó lo que nos pasó. Siempre fuimos… buena gente. (Las mujeres se quitan algo de ropa para alivianar su atuendo, rápidamente. Becky vuelve a ponerse nerviosa) Pero no quiero que hablen. No quiero escuchar ni sus voces, ni sus opiniones, ni sus… (Anna gime) gemidos de miedo ni… Nada! (Camina, revólver en mano. Se para junto a Rebeca) Resentimiento? Busqué yo este resentimiento que me atraviesa cada día de mi vida, cada instante de mi vida? Puede alguien siquiera pensar que mi familia era una familia violenta?  Mi familia era… una… dulzura. Buena gente. Eso. Por eso nos pasó… lo que nos pasó.

LENNY.- (La mira fijamente) Sammy Kanter.

BECKY.- Eh? (Apunta a Lenny) Qué dice?

LENNY.- Su marido era Samuel Kanter. Sí… Samuel Kanter. Ha pasado… el tiempo pero… lo recuerdo perfectamente. Era un hombre… excelente. Excelente, sí. Un gran empleado.

BECKY.- Un hombre excelente? Un gran empleado? Lo recuerda mal. Era mucho más que eso. Era un… marido adorable. Era un padre maravilloso. Era… una persona increíble… Todo corazón. Así era él. Así eran ellos: Él… y nuestras dos hijas…

LENNY.- Ruth y Sara…

BECKY.- (Grita:) NO LAS NOMBRE! NO SE ATREVA A NOMBRARLAS! NADIE PUEDE NOMBRARLAS! NO QUIERO QUE LAS NOMBRE!

REBECA.- (Conciliadora, pero firme, desde su lugar) Está bien, está bien, cálmese. No grite más. No tiene necesidad de gritar más. Las cosas se harán como usted diga.

LENNY.- Yo no he querido…

BECKY.- Ya sé lo que va a decirme… Ya sé lo que va a decirme, lo sé, lo sé, lo sé. (Reconcentrada y triste de pronto) Me lo han dicho tantas veces… Va a decirme que no ha querido provocar mi sufrimiento. Este dolor que parece no tener fin y que pareciera consumirme, consumir mi esperanza, consumir mis buenos sentimientos, mis… Sí. Hasta mis recuerdos pareciera consumir. Va a decírmelo? Alguna de ustedes va a decirme eso? Pueden ahorrárselo. No me sirve. Dónde está el remedio para tanta angustia, para tanto dolor, para tanto sufrimiento? Qué puedo hacer yo… con todo esto? Puede alguien decirme qué hago yo con el dolor interminable, con esta angustia que no me deja vivir. Con esta sensación… qué digo sensación… con esta REALIDAD de pérdida que atraviesa mi vida…? Puede usted decírmelo… Lenny Sodenberg?

LENNY.- (Los ojos llenos de lágrimas) No. (Pausa larga. Becky, sin dejar de apuntar a su alrededor, se quita su pilotín. Después, comienza a caminar sin rumbo dentro de la librería, pero sin perder de vista a las demás mujeres)

BECKY.- Al menos es sincera. No como todos los que a menudo me aconsejan: Deberías pensar en otra cosa, Becky. Deberías ocupar tu tiempo. Deberías mirar hacia adelante. MIERDA! (Mariela, Anna y Victoria gimen) Cállense! Basta de gemidos inútiles, basta de mariconadas. Ustedes, burguesas que viven sus vidas con tranquilidad, mujeres a las que la vida no les ha quitado la médula de sus existencias, no tienen derecho ni siquiera a gemir, a sentir miedo. Saben? Si me lo propusiera, podría matarlas en menos de un segundo. No tengo nada que perder. Creen acaso que me importa ya la vida de los demás cuando no me importa la mía propia?

REBECA.- Basta, no haga eso… No las asuste más. Usted no puede ser tan cruel.

BECKY.- No me oyó? Qué sabe cómo puedo llegar a ser?

REBECA.- Escuche: Hay personas grandes aquí. De qué le sirve tenernos a todas de cara a la pared? Piensa que alguna de nosotras intentará escapar? Por favor. Yo entiendo su angustia. Pero razone un poco. Todas somos mujeres. Mujeres que no tenemos ni fuerza ni coraje para enfrentar esta situación. Nadie va a poner en tela de juicio la legitimidad de su estado actual. Pero por Dios, tenga un poco de consideración, carajo! (Pausa. Becky la mira. Duda. De pronto dice:)

BECKY.- Está bien. Siéntense en el piso. Apóyense en las bibliotecas. Donde puedan. Pero no quiero oír una sola palabra. Comprendido? (Todas se sientan apoyando la espalda en las bibliotecas, ayudándose unas a otras. Rebeca, en cambio, se apoya en el mostrador, también sentada en el suelo. Pero de pronto, a través de las ventanas, comienzan a verse o vislumbrase luces como de autos policiales) Qué es eso? Lo sabía! (A Lenny) Sabía que usted, hija de puta, había pedido ayuda a la policía, que estaba en combinación con ellos. (Junto a las sirenas policiales se escucha el ruido de un helicóptero) Y ese ruido qué es?

VICTORIA.- Es un helicóptero que sobrevuela el lugar.

BECKY.- Un helicóptero? Un helicóptero aquí? De la policía? No dije acaso que no quería a ningún policía aquí? No lo dije?

LENNY.- (Llorando) Lo siento. Yo… lo siento mucho.

BECKY.- Mentira! Otra mentira más! Usted es incapaz de sentir nada de nada. Usted nunca ha tenido corazón ni solidaridad! (A Rebeca) Y usted me pide que sea considerada? Le parece que puedo serlo con esta… bastarda?

LENNY.- No diga eso! No diga eso, por favor! Por favor!

BECKY.- Dónde está su celular? Dónde está el maletín?

REBECA.- Acaso los necesita para salir de aquí? Cree que va a poder salir de esta librería con la policía instalada afuera? (Becky calla y camina, nerviosa. En verdad, no sabe qué hacer) Qué es lo que contiene ese maletín?

BECKY.- A usted qué le importa lo que contiene ese maletín?  Eso es un asunto mío. Es un asunto que solamente me pertenece A MÍ!

REBECA.- Es un problema para todas las que estamos aquí. Cuando entramos a esta librería ninguna de nosotras sospechaba siquiera que esto sucedería.

BECKY.- Aquel día en que estalló el edificio de enfrente, ninguno de nosotros tampoco sabía el horror que sucedería. Ninguno de nosotros. Sammy – pobrecito – había llevado a las chicas para que se entretuvieran en su oficina mientras él trabajaba porque ese día ellas no tenían clases… (Enfrentando a Lenny con las demás) Esta mal nacida lo dejó trabajando allí mientras abandonó el edificio. Para qué? Para ir a encamarse con uno de los jefes más altos de la institución en un motel cercano. Total… qué le importaba? El tonto de Sammy le cubría el puesto, le hacía el trabajo, entretenía a las chicas mientras yo estaba trabajando en otra parte y…  (Pausa)  Y entonces… sucedió. El estallido, digo. La explosión. Ella salvó su vida y su trabajo. Tal vez… hasta salvó la relación con su amante de turno. Y yo perdí todo. Perdí mi familia, perdí mi tranquilidad, la posibilidad de ser feliz. Tiempo después… hasta perdí mi trabajo. Lo perdí todo. Todo. (Queda ensimismada y abismada en el pasado)

VICTORIA.- (Luego de una pausa, de pronto y con voz firme) Tal vez no le interese. Pero yo también pude haberlo perdido todo, sabe? En verdad… todo depende de cómo se vean las cosas… (Pausa breve) Sabe?

BECKY.- Cállese. Nadie le ha pedido que nos contara su desventura. (Loca de pronto) No me interesan las desventuras de otros. NO ME INTERESAN, CARAJO!

VICTORIA.- (Casi impávida, a pesar de los gritos) Y sin embargo, hijita, deberían interesarle. No podemos estar PERMANENTEMENTE mirándonos a nosotros mismos. En verdad, el mundo sería diferente – sí, muy diferente – si pusiéramos la mirada en la tristeza, en infortunio de los otros. Acaso nosotras pedimos que usted nos contara su desventura? No. Usted entra en mi negocio, estalla en una crisis, una situación de violencia de la que nos hace sus víctimas, a mí y a mis clientes. Y nos cuenta su dolor y su sufrimiento. Sus pérdidas. Su… infelicidad. Y nosotras estamos – TODAS – a merced suya, víctimas de su resentimiento desatado que puede ser justo. Qué sigue ahora? (Se incorpora y se pone de pie) Contésteme: Por qué tenemos que ser sus víctimas?

BECKY.- (Apuntándola) Cállese. Cállese o no respondo de mí.

VICTORIA.- Qué va a hacer? Matarme? Hágalo. No voy a dejar de hablar, sabe? NO VOY A DEJAR DE HABLAR. (Pausa breve) Escuche: El día del estallido yo estaba en el fondo, donde tenemos… (Rectifica) donde tengo mi vivienda. Mi hijo, un muchacho hermoso de veinticuatro años, atendía el negocio. Cuando sucedió el estallido, el impacto fue tan enorme, tan… enorme… que me desplomé en el suelo. Como pude, después del impacto, logré levantarme, crucé el patio y entré a la librería. El espectáculo que contemplé fue dantesco. Las vidrieras y la puerta habían sido arrancadas de sus quicios. Los vidrios, pulverizados, el techo se había venido abajo, y las bibliotecas habían sido destruídas. Sí. Totalmente destruídas. Eran unas Thompson que había comprado junto al negocio, allá en el tiempo, cuando mi marido vivía y éramos jóvenes. No era eso lo más importante. Allí, en el medio de todo el horror, yacía mi hijo muerto aplastado por una viga de cemento que se había desplomado con el techo. Mi hijo. (Pausa. Sus ojos se llenan de lágrimas) Era lo único que tenía. Según usted – digo, según su percepción -… lo había perdido todo. Todo. (Pausa) Lloré… hasta que no me quedaron ya lágrimas, sabe? Hasta secarme por dentro. (Se seca los ojos con pudor) Pero… después pensé que si era cierto que había perdido todo lo que tenía en mi vida, no debía permitirme perder también la esperanza. Cuál esperanza, preguntará usted. La esperanza de poder hacer algo por los demás, para los demás. Entonces… me sacudí el dolor. Me sacudí el sufrimiento. Si el destino me había mandado ésto, me había colocado en esta situación, no era precisamente para que perdiera el sentido de mi vida, no. Y a partir de allí, comencé nuevamente, cayendo y levantándome, pero sin perder tiempo en lamentaciones. Con la ayuda de los vecinos, fui rehaciendo este negocio. Y el charlar con la gente día a día… me trae… (Vuelve a emocionarse) un poco de la mirada de mi hijo, un poco de sus ilusiones y hasta… su rebeldía que yo tanto le reprochaba y que ahora tanto… extraño. (Pausa) Eso es todo lo que quería decirle. (Pausa)

BECKY.- (Conmocionada pero manteniéndose en su terquedad) Está bien. La he escuchado. Siéntese, ahora. No me sirve. Yo no tengo en mi corazón ni el facilismo de la resignación ni la estupidez de la esperanza. Siéntese.

VICTORIA.- Sí, me siento. (Mientras lo hace) Y sabe? Lo lamento por usted. Es una pobre mujer.

BECKY.- Cállese.

VICTORIA.- Como decía García Lorca en una de sus tragedias: “… tan pobre, tan pobre… que no tiene siquiera un hijo que llevarse a los labios.” Qué buena imagen, no? He pensado en esa imagen cada vez que he pensado en mi hijo muerto. Porque es una verdad como un templo. (Pequeña pausa) Pero lo que quiero decir es que no es usted la única que sufre, ni que ha sufrido. Yo soy tan pobre como usted. Sólo que a mí no me guía el resentimiento. Y no sólo a mí. Mire a Anna, por ejemplo. Anna es mi vecina, vive a dos casas de aquí. Me visita todos los días. Y cada día que viene compra un libro para su nieto.

BECKY.- (Irónica) Ah. Mire que suerte la suya. Tiene un nieto.

ANNA.- Tengo seis. Pero todos ya son grandes. Es así. Digo: Como dice frecuentemente una amiga mía “En cuanto tus nietos aprenden a cruzar la calle solos, se olvidan de vos.” No es cierto. Bah, quiero decir que no es tan así. No creo que tenga razón  al decirlo así, exactamente. Pero… es ilustrativo, comprende? Ellos no me olvidan. Pero es claro, tienen otros intereses. En cambio, con Danielito, mi nieto menor, las cosas son distintas. Mi hija de lo deja todas las mañanas para ir a trabajar, comprende? Mi yerno murió también a causa del atentado y ella y mi nieto mayor, que también trabaja, son los únicos sostenes de toda la familia. Incluyéndome a mí, claro, que colaboro en lo que puedo con mi pensión. Pero siempre me quedan unos pesitos para comprarle algún librito a Daniel. Hoy… me hacía ilusión de hacerle un regalo especial. Es su cumpleaños y… pensaba llevarle algo más importante. Adora los libros de animales y pensaba… Me deben estar esperando para apagar las velas y cortar la torta y… Seis años cumple, sabe? Es un chico feliz, a pesar de que no conoció a su padre. Mi hija estaba embarazada cuando sucedió la tragedia. Será por eso que lo malcrío tanto. Es… muy doloroso para mí el tener que pasar por este momento. Pero yo la comprendo, sabe? La comprendo bien. No sé qué habría pasado conmigo si se hubieran muerto mi hija o mis nietos. No sé… Habría muerto en seguida. Me habría ido al otro mundo o… estaría tan muerta en vida como lo está usted. (Becky calla. Está muy angustiada)

VICTORIA.- Encontraste algo para Daniel?

ANNA.- (Mostrando un libro de tapas duras) Había pensado llevarle este tomo de una enciclopedia. Tal vez después le sirva para la escuela.

VICTORIA.- Me parece acertado. Ese niñito adora la biología.

BECKY.- (Explotando nuevamente) Pero qué es ésto? Una reunión social? Basta de charla, señoras. No voy a tolerar que sigan hablando tan tranquilamente como si aquí no pasara nada.

REBECA.- Qué pasa? Le molesta la tranquilidad de la gente mayor?

BECKY.- No se meta.

VICTORIA.- Mire, querida: Ya le hemos dicho que entendemos lo que usted ha pasado. Pero si lo que busca es asustarnos… no lo logrará. El miedo ya estuvo metido en nuestras almas por años. De modo que ahora… no  tenemos miedo, comprendido? Si en verdad tuviera todavía un poco de corazón, no estaría torturando a gente que no se lo merece. Yo, por ejemplo: dejaría salir a Anna.

BECKY.- Qué dice?

VICTORIA.- Digo: Qué tiene ella que ver en todo ésto? Le va a quitar el placer de la celebración del cumpleaños de su nieto solamente porque usted no pudo tener ninguno? (Pausa. Becky camina nerviosa) Y? No me va a contestar? (De pronto, suena el teléfono de la librería, instalado sobre el pequeño mostrador. Becky se sobresalta al igual que las demás. Va hacia el teléfono, levanta el tubo y corta)

BECKY.- No sé todavía por qué las dejo hablar…

VICTORIA.- Pero nos dejó… Entonces: Atrévase a contestarme!

REBECA.- Tal vez está muy ofuscada para comprender. Pero lo que dice la señora es razonable.

BECKY.- Es que usted puede encontrar algo razonable en esta… agonía?

REBECA.- Cómo no. Hay algo que ni el terrorismo, ni la tragedia, ni la muerte pueden destruir: Los sentimientos. Los sentimientos son siempre más importantes que cualquier ideología. Es cierto que muchos no comprenden ésto. Durante el nazismo, los miembros de la S.S. educaban a los niños para delatar a sus padres. No era sólo una manera para destruir la familia o para afianzar la ideología. Era la peor maniobra que puede llevar a cabo un régimen: Destruir los sentimientos para después manipular el poder. Usted no será uno de ellos… no? (Pausa larga. Becky se conflictúa y está a punto de llorar, allí, de pie en el centro de la escena, con su revólver tan poco sostenido en su mano que casi está a punto de caer al suelo. De pronto, grita)

BECKY.- Por qué no me dejan en paz? Cómo podría yo liberar a alguien? Cuáles serían las consecuencias? Yo no soy una mala persona!

REBECA.- Lo sé. Y por eso le pido que lo demuestre.

BECKY.- (Vuelve a vacilar. Camina inquieta. De pronto se para y vuelve a gritar, esta vez a Anna) Salga! Salga de una vez! (Anna la mira. Comienza a incorporarse) Por las dudas, lleve un pañuelo en alto! (Anna se pone de pie, saca un pañuelo de su cartera y se encamina a la puerta del negocio. En su trayecto, la detiene Victoria con su voz)

VICTORIA.- Anna! (Anna gira. Está asustada) Olvidás el regalo para Daniel. (Efectivamente, Victoria se ha quedado con el libro que ha elegido Anna) Tomá, llevalo.

ANNA.- Pero…

VICTORIA.- Te debo el papel de regalo. (Apurándola con la actitud) Y me lo pagás después.

ANNA.- Sí. (A Becky) Gracias.

BECKY.- (Grita) Salga de una vez de aquí, antes de que me arrepienta!

ANNA.- Sí. (Y sale casi corriendo llevando en sus manos cartera, pañuelo y libro. Llega a la puerta vaivén. La abre y saca primero el pañuelo y lo agita. Luego, se lanza ella misma. Las luces de fuera se centran en la puerta y se escucha una voz masculina en off)

VOZ FUERA.- Sale una de las rehénes! No la encandilen con las luces! Es la señora mayor. Por aquí, señora. No tenga temor. Con cuidado. La están esperando su hija y sus nietos. (Una larga pausa. Victoria se sienta en el suelo y mira fijamente a Becky)

VICTORIA.- Finalmente… estaba equivocada. Usted es una buena persona. A pesar de su dolor… usted es una persona dulce. Gracias.

BECKY.- No me agradezca. Estoy demasiado nerviosa como para que me enloquezca con sus planteos éticos y filosóficos.

VICTORIA.- Planteos que, en lo profundo de su corazón, usted también se está haciendo. (Becky no contesta. Mariela comienza a llorar, sin que lo repare Becky, que se ha alejado del grupo)

MARIELA.- Cómo estarán en casa? Deben estar desesperados. Qué van a pensar? Sí, deben estar locos suponiendo que me ha pasado algo terrible!

LENNY.- (Desde su lugar, en voz baja) Y tendrían razón. Ella está allí, dueña y señora de nuestros destinos. Tal vez no se da cuenta de que está ocupando el lugar del suicida que destruyó el edificio de enfrente aquella vez. O tal vez sí. Tal vez se da cuenta. Y quiere hacernos pagar a nosotras el pasado, cueste lo que cueste, sin entender que el pasado ya ha pasado y nada ni nadie, y mucho menos gente inocente, le devolverá su familia perdida. (Becky advierte la conversación)

BECKY.- Silencio. Qué murmuran? Qué pasa allí? Por qué llora? Por qué hablan? Quién les ha dado permiso para…

LENNY.- La muchachita está muy angustiada. Teme por la intranquilidad de su familia.

BECKY.- Cómo se piensan que estuve yo aquella vez, cuando escuché desde mi lugar de trabajo la explosión y el ruido ensordecedor del derrumbe?

LENNY.- (En voz baja a Mariela) Qué le dije? No hay nadie que pueda sacarla de su sentimiento de venganza…

BECKY.- No murmuren a mis espaldas! (Se enfrasca en su recuerdo) Cuando salí a la calle y me dijeron que por obra de un cochebomba manejado por un loco suicida el edificio había estallado… cómo se piensan que me sentí, imaginando el horror por el que estaba pasando mi familia allí, atrapada sin salida? Es que no se dan cuenta? Es que NADIE se da cuenta? En ese edificio estaban mi marido y mis hijitas. Mi familia. Todo lo que yo tenía.

REBECA.- Nos hacemos cargo de cómo debió sentirse.

BECKY.- Nadie puede hacerse cargo de eso! De hecho, nadie se ha hecho cargo de eso! Nadie puede sentir en lo profundo de su corazón el miedo, el desamparo, la desesperación que yo he sentido… todo junto, todo junto… Nadie!

VICTORIA.- (Con cierta tranquilidad en su tono) Cada corazón… es único e irrepetible. Los católicos hablan de una suerte de comunicación entre los corazones. Cuando uno sufre, los demás también, de alguna manera. De pronto, cuando un corazón descansa y es feliz, es porque otro corazón sufre por él. Es una teoría… tranquilizadora. Yo no soy católica. Pero siempre me gustó investigar acerca del consuelo que aportan las religiones. Más allá de la memoria y de la justicia, es bueno conservar la esperanza en el corazón. Sí, es algo que habría que conservar…

BECKY.- Mi corazón no conserva ya nada de eso. Mi corazón está muerto.

REBECA.- Eso no es cierto. Su corazón aún conserva muchas cosas a las que usted debería prestar atención. La compasión, la piedad… Acaba de dejar ir a esa pobre señora que ha sufrido casi… tanto como usted. Acaba de comprenderla, de compartir con ella, de alguna manera, la ilusión de la felicidad de su nieto. (Becky calla) Cuánto más va a durar ésto? Por qué está aquí? Qué esperaba encontrar en ese maletín que ella deslizó bajo las bibliotecas?

LENNY.- El dinero de un rescate. El rescate por el…

BECKY.- Cállese! (Vuelve a sonar el teléfono. Becky corre hacia él, levanta el tubo y lo cuelga)

VICTORIA.- Por qué no quiere que al menos nos enteremos por qué nos ha hecho sus rehenes?

BECKY.- Esto va a pasar pronto. Va a pasar pronto.

LENNY.- No es verdad! Ella tiene razón. Su corazón está muerto, muerto! Y cuando consiga lo que quiere… nos va a matar a todas! (Mariela comienza nuevamente a llorar)

MARIELA.- No, no, por favor, por favor. No quiero morir…

BECKY.- Nadie va a morir si…

LENNY.- Mentira. Usted sabe que digo la verdad. Por qué no comunicarles a sus rehenes por qué están aquí, soportando esta situación en la que no tienen nada que ver, eh? Por qué no?

BECKY.- Porque todo va a terminar pronto.

LENNY.- Ni usted misma sabe cómo va a terminar ésto. De modo que ellas tienen derecho a saber. (A las otras)

VICTORIA.- Qué es lo que tenemos derecho a saber?

LENNY.- Que ese dinero que está en el maletín es el rescate por el secuestro de la ministra de Defensa.

BECKY.- Hija de puta! Le advertí que se callara!

LENNY.- Qué puede pasarme por hablar, si de todos modos va a matarme? (Vuelve a sonar el teléfono. Becky levanta el tubo. Escucha un segundo y cuelga en seguida)

MARIELA.- La ministra de…? Lo ví en televisión.

LENNY.- Allí está el dinero. Ella misma pidió que fuera yo la que lo trajera.

VICTORIA.- Lo pidió?

LENNY.- Sí! Tenía que ser yo! Solamente yo. No admitía otra persona, no. Exigió que fuera yo quien trajera ese maletín.

VICTORIA.- Por qué?

LENNY.- Quería tenerme frente a frente para gritarme todo su resentimiento por haber abandonado aquel día el edificio y haber dejado allí, como condenados a muerte, a su marido y a sus hijas.

REBECA.- Una suerte de castigo después de tantos años…

LENNY.- Por qué? Qué culpa tuve yo de toda esa tragedia? Haberme retirado? Sabía yo acaso lo que iba a pasar? Eso… lo del castigo, digo… todavía se me hace incomprensible.

MARIELA.- Pero entonces… usted trajo el rescate… desde el ministerio? Es eso lo que escuché?

LENNY.- Sí.

VICTORIA.- Eso qué quiere decir? Es lo que imagino? El gobierno negocia con los secuestradores? Con los terroristas? Es éste el gobierno que tenemos? El que se dice preocupado por la seguridad, por la defensa de la democracia?

BECKY.- Yo no soy ninguna terrorista. Y está hablando demasiado.

VICTORIA.- Es mi defecto, sí. Usted no será ninguna terrorista. Pero esto que está haciendo… qué es? Usted, por lo que veo, secuestró a la ministra y…

BECKY.- Es mejor que se calle, señora. Si quieren salir bien de esto, va a ser mejor que no sepan tanto, ni que imaginen tanto.

REBECA.- Y pregunto, no? Si en verdad está en su intención el que tanto la chica como la señora salgan bien de esto… por qué no las libera? Fíjese: Es natural que la muchachita esté inquieta y que se pregunte cosas. La juventud razona mucho. Imagina mucho. Ata cabos. La juventud pertenece ahora a la era de la informática, a la imagen, a lo científico. Piense… No es acaso mejor para usted que la libere? A la jovencita, digo. Al menos a ella. No le parece lo mejor? Digo: Que esté fuera de todo esto?

BECKY.- Liberarla?

REBECA.- Exactamente. Por otra parte, de qué le sirve ella aquí? O tal vez en su venganza desaforada, neurótica y narcisista necesita también que sus padres sufran la misma desesperación que usted sufrió hace años?

BECKY.- Un monstruo. Eso le parezco. Confiéselo. Eso es lo que le parezco?

REBECA.- No. No se confunda. Yo también creo que usted es una buena persona. Una persona perturbada que, simplemente, ha sufrido mucho. (Pausa) Y? Qué me dice de mi propuesta?

VICTORIA.- A mí no me importa permanecer aquí. Después de todo, yo soy la capitana de este barco y si él debe hundirse, yo debería hacerlo con él. Sí, este es mi lugar, mi vieja librería. Pero la chica… Usted debe liberarla, querida. Tenerla aquí no le agrega ni le quita nada a su propósito. Reflexione un poco: De qué le sirve? (Vuelve a sonar el teléfono. Becky, muy presionada, arranca el aparato. Mariela, a su vez muy tensionada, se echa a llorar desconsoladamente, acurrucada en el piso. Becky la mira. Camina, piensa. Luego, en una repentina decisión, se agacha junto a Mariela, que grita de terror ante su proximidad)

BECKY.- Tranquila.

MARIELA.- No me haga daño!

BECKY.- No voy a hacerte daño. No quiero hacer daño, es que no lo entendés? (Pausa) No grites. (La levanta, haciéndola poner de pie) Ellas tienen razón. Andate. Andate ya!

MARIELA.- (Intentando tomar su carpeta que está en el piso) Mi carpeta… Tengo que llevar mi carpeta…

BECKY.- No seas imbécil. Dejá todo y andate, antes de que me arrepienta. (Mariela sale corriendo hacia la puerta. Becky la detiene con su voz) Esperá! (Mariela se detiene aterrada de espaldas al público. Su cuerpo transmite su tensión. Becky saca un pañuelo de su bolsillo) Llevá mi pañuelo para que te vean. (Mariela toma el pañuelo y sale corriendo hacia la puerta vaivén. Saca la mano con el pañuelo y finalmente, acompañada por la persona del público que también se ha levantado, escapa sin mirar atrás.  La luz afuera, la de los autos policiales, se intensifica. Se oyen pasos de borseguíes y alguna corrida. Después, el silencio, mientras se apaga el resplandor de esos focos. Pausa)

VICTORIA.- No me equivocaba. Usted es una buena persona. Una persona de corazón bueno. Sí, sí. Esta acción ha puesto de manifiesto la bondad de su corazón. Y hace tiempo que yo creo mucho más en la bondad del corazón que en la brillantez de la inteligencia.

BECKY.- Cállese, quiere? Ya le dije que si el tener corazón para usted significa todas esas taradeces de las que habló… a mí no me queda ningún sentimiento así.

VICTORIA.- Sin embargo le quedan. Le quedan. Le queda el fuego… del corazón. Según los primeros libros sagrados, cuando Yavéh se presentó por primera vez ante Moisés, lo hizo a través de la imagen de una zarza que ardía sin consumirse. “Yo soy el que soy…”, dijo. Y la imagen correspondía exactamente con su esencia. Digo, con la esencia del mensaje y… del mismísimo Yavéh. El fuego que no se consume. A usted le pasa igual.

BECKY.- A mí? Yo qué tengo que ver con todo eso?

VICTORIA.- Según casi todas las religiones, Dios se manifiesta en el corazón de los hombres a través de este fuego que no se consume. Y eso le pasa a usted. Aunque esté desquiciada, aunque ya no pueda más, o al menos eso le parezca, su corazón sigue ardiendo en una pasión que no acabó con su tragedia personal. Usted, gracias a Dios, conserva aún sentimientos, emociones, pasiones, por los hombres. No son siempre placenteras, no sé si me explico. Pero es un fuego que no se acaba, como la zarza ardiendo… (Pausa. Becky está exhausta. Se apoya contra una de las bibliotecas)

REBECA.- Bueno… y aquí estamos las cuatro.

LENNY.- Así es. Y a pesar de los buenos sentimientos que adivina la señora… creo que es hora de que se desquite con tranquilidad conmigo.

BECKY.- (La mira, cansada) Qué dice?

LENNY.- Digo que, si va a hacer algo conmigo, hágalo ahora. No me oye? HÁGALO YA! Según usted… yo soy la responsable de la desaparición de toda su familia… (Llora) No lo soy! El terrorismo internacional fue el responsable de todo. Y yo no tengo la culpa si la justicia no ha podido o no ha querido resolver el caso! Aquí en verdad, todos se han lavado las manos. Todos. Tampoco puedo culparlos. No sé cómo se hace ésto. Se busca acaso culpables en el exterior? Se hace así? Hay un tribunal por encima de los jueces del país? No sé cómo se hace ésto, de verdad. Y… de verdad… tampoco quiero saberlo. (Pausa. Seca sus lágrimas) Ustedes, todas, tenían una hermosa familia. Una familia que ansiaría tener cualquier ser humano. Yo nunca pude tenerla. No tuve esa suerte. Mis padres murieron cuando yo era muy chica. Eran sobrevivientes de la shoá y… ni siquiera eran mis padres biológicos. Mi madre – mi verdadera madre – había sido ejecutada en un campo de exterminio. Ellos… que lograron sobrevivir… me trajeron. Pero habían sufrido mucho y su vida en este país fue muy corta, de modo que, cuando ellos murieron, me protegió una familia judía que me dio estudio y bienestar. Sin embargo, todos los avatares vividos en mi infancia me marcaron de tal manera que… nunca pude hacer buenas relaciones sentimentales. Como si… (A Victoria) para citar sus palabras, mi fuego sí se hubiese consumido. Tal vez, no sé, el sufrimiento de ellos, el de mi madre biológica, a la que ví cuando era arrastrada a las duchas, el dolor y el miedo experimentado por mis padres adoptivos… me hubiese destruído la capacidad para amar. No lo sé, tal vez fue eso, digo. Y tal vez por eso mis relaciones han sido siempre las equivocadas. Y lo siguen siendo. (A Becky) No. No salvé aquella pareja con la que me fui al motel abandonando el edificio. Apenas salvé una vida triste, pequeña, rutinaria, que hasta hoy me avergüenza: Encuentros furtivos, egoístas, incompletos. Yo… siento mucho lo que pasó con su familia, Becky. Yo lo respetaba mucho a Samuel, de verdad… y… adoraba a las chicas. Mire, a usted… hasta la envidiaba. Sanamente, no? Envidiaba la felicidad familiar que tenían. Pero ese día, tuve que dejarlos. Tenía que encontrarme con ese hombre, de quien dependía en todos los sentidos. Pero piense: Si no los hubiese dejado… también yo estaría muerta. Acaso eso la habría hecho feliz? (Pausa) Contésteme, Becky: Mi muerte la hubiese tranquilizado? Habría vivido tranquila todos estos años? Se hubiese recuperado?

BECKY.- Cállese.

LENNY.- Usted habría sufrido igual, exactamente igual, su pérdida. Mi vida… mi muerte… nunca hubieran servido de nada. (Llora) De nada, se da cuenta?

VICTORIA.- Ella tiene razón. Era el destino.

BECKY.- Cállense! Cállense! Un destino de sometimiento que deciden los poderosos o locos suicidas!

LENNY.- Yo no era ni soy una poderosa. Yo era una simple empleada. Egoísta? Se lo concedo. Trataba, como siempre traté, en realidad, de sacar partido de cualquier relación que pudiera hacer. Ese ha sido mi pecado de siempre. Mi delito, si así le gusta más. No creo que sea un gran delito, un ENORME delito. Pero eso no importa ahora. Si la va a tranquilizar, si va a colmar su necesidad de justicia, máteme. Ya ve: Ahora le pareceré una loca suicida. Pero si va a estar más tranquila, máteme. Máteme de una vez para poder llorar su pérdida con tranquilidad.

BECKY.- Basta! (Lenny se pone de pie y camina lentamente hacia ella)

LENNY.- Para qué si no, pidió mi presencia? No fue para eso? Porque si sólo se trataba de torturarme con remordimientos o culpas, su meta me parece muy pequeñita, sabe? Máteme y terminemos con ésto de una buena vez!

BECKY.- No se acerque…!

LENNY.- Ya lo ve: No me importa morir. Tampoco me habría importado morir en aquella oportunidad. Pero si va a hacerlo, hágalo ahora. La espera es una agonía, una agonía que para el bien de todas, debería terminar.

VICTORIA.- Como la de Getsemaní. Dicen que allí él sudó sangre. Me pregunto si dentro de un momento, comenzaremos a sudar sangre nosotras también.

BECKY.- (Mirando a Lenny) Es que VA A CORRER SANGRE si esa perra se sigue acercando, y no me importa la agonía de nadie, sabe? Ninguna es comparable a la que he vivido durante estos últimos años y aún sigo viviendo.

LENNY.- Tal vez, si hubiera muerto ese día no habría arrastrado el remordimiento de haber dejado sola a mi gente para vivir eso que era el remedo del amor. (Está muy cerca de Becky)

BECKY.- (Sin poder contenerse ante la presión) BASTA! (El revólver se dispara y pega en la pierna de Lenny que cae al piso tomándosela con ambas manos. Victoria lanza un grito y, tapando el cuerpo de Lenny con su propio cuerpo, arrodillada en el piso, grita:)

VICTORIA.- Qué ha hecho? Qué es lo que ha hecho, mujer? Está contenta, ahora?

BECKY.- No! Yo no quería. (Rebeca se levanta y se acerca)

REBECA.- Cómo está?

LENNY.- (Desde el suelo) Estoy bien. Eso… creo.

VICTORIA.- No! Para nada. No es así. Está sangrando mucho. Por favor, alcánceme gasa y mi fular que están allí, en el mostrador. El fular está sobre el banquito alto. La gasa en el botiquín de primeros auxilios, en el mismo mostrador. Vaya, rápido! No pierda tiempo, por favor! (Rebeca corre hacia el mostrador y trae, de dentro del mostrador, un paquete de gasa y del banquito alto el fular de Victoria quien, en la posición descripta, manipula en la pierna de Lenny haciendo un torniquete después de aplicar abundante gasa en la herida)

VICTORIA.- (Mientras aún maniobra de espaldas al público, y a Rebeca) No va a ser suficiente. Va a seguir sangrando.

REBECA.- (A Becky, que está paralizada) Escuche: Es mejor que la señora saque de aquí a Lenny. Es la única manera de salvarla, entiende? Es la única manera. Podrán llevarla en una ambulancia a un hospital donde la van a atender como debe ser.

BECKY.- No! No, ni se le ocurra que voy a permitir eso!

REBECA.- Pero por qué no? Si es el único camino para que ella se salve… La herida puede ser de gravedad. Por favor: Sea razonable. Me quedo yo. Podrá buscar con tranquilidad su maletín. Y tal vez, yo pueda ayudarla con mayor facilidad a escapar de este lugar. Sea razonable. Por favor, por favor… (Pausa larga)

BECKY.- Lo cree de verdad?

REBECA.- A qué se refiere?

BECKY.- (A Rebeca) Digo, que usted podrá… hacerme salir de aquí? (Nueva pausa)

REBECA.- Eso creo.

BECKY.- Está segura?

REBECA.- Puedo intentarlo, al menos.

BECKY.- Está bien. (De inmediato, Victoria hace incorporar a Lenny, que se sostiene en ella)

VICTORIA.- Venga. Incorpórese. Sosténgase de mi cuello. No soy muy fuerte, pero creo que podré ayudarla a salir. Sólo que… (Lenny gime al ponerse de pie) Va a tener que hacer un esfuerzo hasta la calle.

REBECA.- Podrá llevarla?

VICTORIA.- Sí. Sí, voy a poder. (Lentamente atraviesan el local hacia la puerta de calle, abren la puerta vaivén, Victoria agita un pañuelo y, finalmente, salen.  Las luces de los autos se distinguen a través de la puerta y las ventanas y se escucha un decidido movimiento de pies que corren. Pausa. Poco después, se escucha fuera la sirena de una ambulancia que llega y luego la misma sirena que se aleja. El sonido del helicóptero vuelve a escucharse. Becky arrastra la silla en la que estuvo sentada Anna y se sienta. Rebeca vuelve a sentarse en el suelo. La luz ilumina a ambas pero el ámbito está en penumbras. Larga pausa en la que las dos mujeres se miran y luego comienzan a mirar detalles de la propia ropa)

REBECA.- Finalmente… quedamos solas las dos. Ha bajado la temperatura. O tal vez la humedad sea la que ha subido. Bueno, lo cierto es que tengo frío. (Se coloca la chaqueta sobre los hombros)

BECKY.- Yo tengo que buscar ese maletín.

REBECA.- El maletín?

BECKY.- Necesito salir de aquí con ese maletín.

REBECA.-  De acuerdo. Ya habrá tiempo.

BECKY.- No tengo demasiado tiempo. La policía no va a tardar en entrar. Y yo tengo que escapar antes de que eso suceda. Usted dijo que iba a ayudarme.

REBECA.- Eso dije?

BECKY.- Lo dijo. Claro que lo dijo. No soy una estúpida. Me está tomando el pelo?

REBECA.- No. Usted está muy susceptible. Lo que pasa es que puedo haber dicho cualquier cosa con tal de salvar la vida de alguien, la tranquilidad de alguien, la… ilusión de alguien.

BECKY.- Ya veo. Usted también es de las que mienten.

REBECA.- No. Para nada. Soy de las que salvan. (Pausa) Por dónde piensa escapar?

BECKY.- Se me ocurre que por los fondos. Esta es una vieja casa. Y hay un patio interno que da al fondo de otras propiedades. Usted va a ayudarme.

REBECA.- Le parece realmente que voy a poder ayudarla? La policía debe ya haber rodeado la manzana.

BECKY.- Eso es cierto. Pero yo tengo un rehén. Usted. Ellos no se van a atrever a detenerme sabiendo que la tengo a usted y a este revólver conmigo. La herida de Lenny los va a alertar acerca de lo que soy capaz de hacer, sabe?

REBECA.- Sí? Los va a alertar?

BECKY.- Usted cree que no? (Piensa) Tal vez sea que no. Tal vez usted y yo… les importemos poco a ellos. Tal vez puedan entrar sin mayor aviso y darnos muerte y… Pero no, no. Yo tengo otra carta.

REBECA.- Lo sé. Pero está muy ansiosa.

BECKY.- Sí. Lo estoy. No puedo perder tiempo, ahora. Tengo que buscar ese maletín.

REBECA.- El maletín de los treinta mil? Usted cree que irá muy lejos con esa suma?

BECKY.- Cómo sabe…?

REBECA.- Me pareció que Lenny había hablado de esa suma. Le parece que le servirá de mucho? No es una gran cosa. Quiero decir, es un dinero. Pero  no me parece que tenga la entidad de un verdadero rescate.

BECKY.- No, verdad? (Sus ojos se llenan de lágrimas)

REBECA.- No.

BECKY.- (Los ojos llenos de lágrimas) Es… un número… sin entidad.

REBECA.- Y menos para el rescate del secuestro de una… ministra.

BECKY.- (Llorando) Esa perra no vale más que eso. (Pausa)

REBECA.- Puedo fumar?

BECKY.- Sí. Pero no intente hacer otra cosa. (Rebeca busca en su bolso sus cigarrillos y su encendedor y enciende uno)

REBECA.- Quiere uno?

BECKY.- No. No fumo. (Piensa) O bueno, sí. Voy a fumar. En otro tiempo fumaba. Tal vez así logre tranquilizarme un poco. (Rebeca le alcanza, enciende el cigarrillo de Becky, y ambas retoman su posición. Pausa. La penumbra se va acentuando si bien las dos figuras están nítidamente iluminadas. A través de las persianas americanas de puerta y ventanas del local puede verse de tanto en tanto alguna que otra ráfaga de luz de los faroles de los autos supuestamente apostados frente a la casa) No sé en realidad qué estoy esperando.

REBECA.- Tal vez lo esté haciendo bien.

BECKY.- Qué quiere decir?

REBECA.- No apresurarse y buscar un modo… racional para salir de aquí, eso quiero decir.

BECKY.- Hace tiempo que dejé de ser racional, sabe? (Grita) No puedo serlo! No me dejaron! (Más bajo, ahora. Está fatigada) No… me dejaron. (Pausa)

REBECA.- Es verdad. Es verdad. Usted poco pudo hacer. Pero sabe? Vivimos en un país particular. Un país que no sólo necesita recuperar la memoria, slogan que tanto promocionan. Un país que necesita que se haga justicia, y que la justicia se cumpla, además. Y ésto es casi imposible cuando a un gobierno sucede otro y otro y todos ellos se van enredando en los mismos intereses creados a pesar de criticarse unos a otros. Siempre es así: Los que llegan a gobernar echan basura sobre los que gobernaron antes. Pero inevitablemente caen en la misma trampa que les tiende el poder, eso quiero decir. Esto es algo que usted también debe pensar, no cree?

BECKY.- Ahora no tengo tiempo para pensar. No es momento para pensar! Es que no lo entiende? Tengo que encontrar ese maletín, eso es lo que tengo que hacer. O acaso me está demorando para que mi plan fracase, es eso? Es acaso ese su plan? Todavía ni siquiera sé por qué usted está aquí ni qué es lo que se propone. (Rebeca la mira fijamente. Después, dice, resuelta)

REBECA.- Búsquelo. Busque su maldito maletín de una buena vez! Ande, búsquelo. Yo no voy a moverme de mi lugar, no voy a interferir. Puede estar segura de eso. Búsquelo. Lo que en verdad quisiera saber, Becky Kanter, Rebeca Berenson en realidad, cuarenta años, viuda de Samuel Kanter, empleado muerto en el atentado perpetrado hace siete años aquí enfrente, madre de Ruth y Sara Kanter,  muertas las dos en el mismo atentado, el por qué de esa suma y el por qué de ese secuestro.

BECKY.- Por qué tendría que decírselo? Por qué tendría que decírselo ahora y a usted?

REBECA.- Tal vez… porque yo también me llamo Rebeca y… porque, sabe? me gustaría entenderla.

BECKY.- De dónde sacó tantos datos sobre mi familia?

REBECA.- Piense un poco. Esos datos se mencionaron aquí. Los mencionó Lenny Sodenberg y los mencionó usted misma. Pero hay otra razón. Hace apenas un momento usted dijo que la policía no tardaría en entrar. Se equivocó. Se equivoca. Ya ha entrado.

BECKY.- (Inquieta) Qué dice? Qué está diciendo? Por dónde ha entrado?

REBECA.- Por la puerta.

BECKY.- Por cuál?

REBECA.- Becky: (Se incorpora y su pone de pie) Yo soy policía.

BECKY.- Qué?

REBECA.- Así es. Fui la encargada de acompañar a Lenny hasta aquí.

BECKY.- (Nerviosa y anonadada) Qué… qué está diciendo? QUÉ ESTÁ DICIENDO, CARAJO? (Y se pone de pie, hecha una furia)

REBECA.- Escúcheme! Escúcheme, por favor! Hay algo más que usted debe saber. Usted y yo coincidimos en muchas cosas: Yo también soy como usted. Yo también he sufrido lo que a usted le tocó sufrir. También mi marido murió en esa tragedia. Puede entenderlo, ahora? Puede entenderlo?

BECKY.- (Bajo, reconcentrada) Claro que puedo entenderlo. Puedo entenderlo muy bien. (Grita de pronto) Hija de puta! Traidora! Qué diferencia hay entre usted y un kapó de los campos de exterminio? Traidora. Colaboró con ellos. Es otra mierda más de los que colaboran siempre con los que manejan todo! Y usted habla del poder y de sus trampas? Qué le ofrecieron a usted para que colaborara en la traición? Sabe? Voy a matarla y voy a arreglármelas sola! Eso es lo que voy a hacer! En verdad… eso es todo lo que me queda… por hacer.

REBECA.- Hágalo. Solamente quiero decirle que ni me ofrecieron nada ni… esto es una traición. Si usted la vive como tal, lo siento. Lo siento mucho. Yo sufrí la misma pérdida que usted. Me llamo Rebeca, como usted. Entré en la policía después de haber quedado viuda y allí hice un curso como negociadora porque en verdad no sabía qué hacer con mi vida, como usted. Como usted, habría querido matar a todos con el arma que me dieron. A todos. Cuando usted pidió el rescate luego del secuestro, yo me ofrecí a acompañar a Lenny.

BECKY.- Por qué lo hizo?

REBECA.- Apareció su nombre y… apareció su fotografía. Usted era la mujer de uno de los empleados de Lenny. Entonces, pedí venir.

BECKY.- No me interesan las técnicas de la investigación policial. Sólo le pregunté por qué lo hizo. Por qué quiso venir usted.

REBECA.- (Piensa, vacila hasta llegar a emocionarse) Tal vez quería saber hasta que punto había superado mi propio conflicto. No lo sé, en verdad.  Ahora… máteme. Estoy dispuesta a ser el objeto de su ira. (Grita) MÁTEME! O tal vez… podamos hacer algo mejor. Usted tiene su revólver. Yo tomo el mío. Matémonos entre las dos, quiere? Como lo harían dos hombres. Nosotras hemos tenido que vivir como hombres. Tal vez, con mayor valor, con mayor entereza que muchos hombres. Entonces, por qué no? Enfrentémonos. En duelo. A matar o morir. Revólver contra revólver. Digo, si me permite sacar el mío de mi bolso. Lo hago? LO HAGO? (Becky retrocede un paso, descolocada)

BECKY.- Usted está loca. Rematadamente loca.

REBECA.- Loca? No sé. Angustiada, sí. Pero todavía puedo pensar, sabe? De las dos Rebecas, todavía soy la Rebeca que piensa. Y es necesario que, de una buena vez, usted reflexione. Adónde cree que llegará? (Pausa. Becky mira el piso) Becky, escúcheme. Pero escúcheme bien. Hace dos días que esa mujer está secuestrada. Solamente usted puede decirme dónde está. Mientras lo diga a tiempo, mientras permita que salvemos su vida y su integridad, cualquier juez con sensibilidad entenderá sus razones.

BECKY.- Dónde? Dónde está ese juez? Es que hay sensibilidad en la justicia?

REBECA.- Aunque le cueste creerlo, hay muchos jueces sensibles y solidarios, todavía. Aunque en realidad no sea esa la virtud que se espera de ellos, no? El juez debe ejercitar la justicia. Y la equidad. A veces pienso que… sería saludable que un buen juez imitara algo que le está reservado a Dios, no sé. Pero es inútil que yo hable de ésto. De otra cosa tenemos que hablar.

BECKY.- Yo no voy a hablar con usted! No pienso hablar con usted!

REBECA.- Sí va a hacerlo! Sí! Es necesario, para el bien de todos, que usted me diga de una vez dónde está esa mujer. Y que también me diga por qué hizo lo que hizo para pedir ese absurdo rescate. (Becky comienza nuevamente a llorar, descargando su angustia)

BECKY.- Sabe? Recorrí todos los juzgados, todos los ministerios, todas las oficinas, oficiales y de las otras. En todos estos años mi vida ha sido un recorrido… interminable. A veces, se pasaban la pelota unos a otros. Otras, unos ignoraban totalmente lo que sabían los otros. Y se volvía a comenzar. En esa peregrinación… a nadie le importaba realmente mi desesperación. Ella… esta mujer…, la ministra, digo, fue la única que me atendió, realmente. Pero, sabe?, luego de un tiempo… Dios… Dios… Si todavía me cuesta creerlo. Todavía me cuesta digerirlo. Ni siquiera ahora puedo borrar de mi recuerdo su cara inexpresiva. (Pausa) Si. Es increíble. Al cabo de una semana terminó ofreciéndome esos treinta mil de indemnización que sonaron en mi cara como una cachetada. Ante mi estupor, dijo que se había calculado lo que Sammy ganaba, más lo que habría ganado hasta su jubilación, un cálculo de lo que habría durado jubilado y no sé qué disparates más. Dinero? Ese dinero? Y mi pérdida? Y la vida de Sammy? Él era un marido y un padre ejemplar. Un ejemplo de hombre. Dinero? Y mis hijas? Mis hijitas muy queridas de quienes no puedo sacar de mi mente ni sus caras, ni su pelo, ni sus voces. Dinero? ESE dinero? Ese insulto? Esa es la justicia en este país? Y los culpables? Dónde están los culpables? Y la reparación y el recuerdo del nombre de Sammy y de mis hijas? Dónde está eso? Dónde? Acaso los jueces que se sucedieron en la causa fueron sensibles? Cómo no imaginar que, como usted dijo antes, sucumbieron a las presiones y a las trampas del poder?

REBECA.- Treinta mil. Por eso secuestró a la ministra y pidió ese rescate absurdo. Para demostrar lo que vale una vida en este… fantasmagórico país. (Becky calla. Seca sus lágrimas) Deme su revólver, Becky. Por favor se lo pido. Entréguemelo. Va a ser lo mejor para todos. (Becky camina unos pasos y, finalmente, lo deja sobre la silla. De su chaqueta en el piso, Rebeca saca su celular) Ahora, dígame adónde está ella. Por favor. (Pausa) Por favor. No tenemos mucho tiempo. (Pausa)

BECKY.- (Inexpresiva, muy fatigada) En el sótano de mi casa. Mi casa está…

REBECA.- Sabemos dónde está su casa.

BECKY.- (Llorando) Allí está, allí está la hija de puta, digna representante de un gobierno que se dice a favor de los desamparados. Allí está, en el sótano.

REBECA.- Dónde está la entrada al sótano?

BECKY.- Es… una puerta trampa que está… debajo de la vieja alfombra del comedor, sobre la que están la mesa y las sillas. Esa mesa y esas sillas eran de mi mamá.

REBECA.- Correcto. (Y va a hablar por el celular)

BECKY.- (La interrumpe, pero en realidad, habla para sí) Es una suerte que mi mamá se haya muerto antes de que ocurriera ésto. No hubiera soportado… tanto dolor. Tanto… dolor.(Rebeca marca en el celular)

REBECA.- (Al celular) En el domicilio de los Kanter. Busquen la puerta trampa del sótano debajo de la alfombra del comedor. Sí. Todo está en orden. (Cierra el celular. Arranca la música final.) Ahora, Becky, roguemos porque esa mujer esté bien. Quiero que me acompañe y que se apoye en mí. Digo, que tenga confianza una vez más. Vamos a salir las dos y nadie le va a hacer daño allá afuera. Trataremos de solucionar su problema. Tiene mi palabra. (Se acerca a Becky y la toma del hombro. Van caminando hacia la puerta del local. Antes de salir definitivamente, Becky susurra)

BECKY.- El maletín… (Comienza a oírse una música muy suave en violín)

REBECA.- Sólo tenía papeles de diario. Me jugaba la vida en esto. (Se miran y Rebeca la penetra intensamente con la mirada) Me la jugaba por usted. Usted… soy yo. Vamos, ahora. (Caminan a la puerta y la abren al salir las dos juntas. Un reflector enorme enceguece al público que, después de ver en ese contraluz hiriente la salida de ambas, vuelve a ver la penumbra del local al cerrarse las puertas vaivén. Después de una pausa con escena vacía y mientras sube la música, las luces bajan suavemente hasta el

 APAGÓN FINAL

Copyright by Lauro Campos. Inscripta en Argentores. Inscripta en la Dirección Nacional del Derecho de Autor . Hecho el depósito que marca la ley. Prohibida su reproducción sin autorización expresa del autor.

 

 

                       

 

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                   

 

 

                                                                                 

                                                          

 

                                  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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CARTA A W. H. otro cuento de Lauro Campos

En una oportunidad, no sé si lo recordás, me dijiste que escribiera sobre alguien que sufría, que fuera adicto al dolor. En realidad, querías que escribiera sobre mí. ¿Qué pretendías, W. H.? ¿Conocerme mejor? ¿Interpretar mejor mis contradicciones? ¿Era eso? Lo he pensado de ese modo durante mucho tiempo. Pero después he pensado que tal vez no sea así. A vos siempre te gustó esta cuestión de las sustancias adictivas, adivinar sus propiedades. Recuerdo a aquel moro, que luego me inspiró una de mis obras más famosas, que había traído de Venecia esa sustancia opiácea que te obstinaste en probar para comprobar sus efectos. Ya en esa época me dolía el cuerpo. Cada una de las partes de mi cuerpo. Pero no era por adicción al dolor y vos lo sabías bien, mi muy amado W. H. Era este pensamiento siempre presente en mí que nunca se hacía realidad. Odiaba ese dolor. Lo odio, en verdad. Y hace tanto que me acompaña que haste estoy acostumbrado a él. Él es mi acompañante permanente desde que era un jovencito dominado por la lujuria y me dejé seducir por Anne por ser mayor, ocho años mayor que yo. Es que, y esto también es verdad, ella me atraía en esa época mucho más que sexualmente. ¿Tal vez podría decir que… maternalmente? Y así nacieron los mellizos, y después mi hija menor. Y yo comencé a sentir el oprobio de ser distinto, de ser incomprendido. Y si no morí en aquellos tiempos fue porque también en aquellos tiempos comencé a escribir, a imaginar, a poner en el papel los horrores que pasaban por mi mente y dejaban en ella la huella del remordimiento, de la perversión, sin que yo pudiera hacer nada. Mis escritos, amado W. H., desnudaban mi diferencia y mi angustia.Pero fue recién después que murió mi hijo varón, once años después, cuando me decidí a dejar todo atrás e instalarme solo en la gran ciudad para dedicar mi vida al teatro. Aquí te conocí. Escribo para vos. Te amé. Amé como nunca había amado. Amé tus ojos claros, tu pelo rubio, y escribí en uno de mis sonetos… «… tú, prodigio entre todas las ninfas, más adorable que un hombre, más blanco y carmíneo que las palomas o las rosas…» , y en otro… «Unos ojos más brillantes que los tuyos, sin arrullarlos falsamente, que visten de oro los objetos sobre los que se posan…»  Y mi angustia. Mi angustia nunca gritada, mi pasión nunca dicha que iba dejando huellas de dolor en mi cuerpo. Porque si tengo alguna adicción es la que me une a vos y ni siquiera sé si será duradera. Ahora que ha muerto el Rey, estoy llegando a los cincuenta y presiento que pronto llegará el fin. Tal vez, ahora que mis finanzas han mejorado, me iré a vivir a mi pueblo natal. Con mis dolores a cuestas. Con mi amor nunca confesado a cuestas. Porque nunca he podido, ni puedo, ni podré, tomar esta supuesta adicción mía con naturalidad. Recuerdo que Marlowe solía decir con su modo grandilocuente, pedante y afeminado, tal vez imitando al mismo Rey: «- Quien no gusta del vino y de los mancebos, es un tonto». Yo siempre he sentido por esa sinceridad una sana envidia. Ahora que han pasado los años y estoy grande, en verdad siento piedad por todos nosotros. Ay de mí. Por eso, querido mío, ahora te escribo.

Me he puesto a pensar, W. H., que cuando ambos muramos, seremos como el fénix y la tórtola de aquel poema mío que, aunque se amaron… – ¿se amaron? ¿o tal vez fue uno solo el que amó? – no dejaron descendencia. o como el enfermizo amor de Yago por el moro, amor no confesado, pasión malsana y celosa que se transmitió al pobre enamorado de Desdémona y que terminó en muerte y desesperación estéril.

Y me digo a mí mismo, mi muy amado W. H., que no he de escribir sobre el dolor. Nunca. No podría hacerlo. Porque esa es mi verdad, mi esencia que apodera mi existencia sin que nada pueda revertirlo. «La verdad puede envolverse en apariencias, pero ella misma no lo es. La belleza puede alabarse, pero no de sí. Lealtad y belleza quedan sepultadas. Que se inclinen ante esta urna los inceros y los bellos, y que suspiren una plegaria por esos pájaros muertos».

Tuyo

William Shakespeare

Copyright by Lauro Campos, 2010 «Pobre mundito perturbado (no solo cuentos)» 1a. ed. Buenos Aires, Deldragón, 2010. Hecho el depósito que prevé la ley 11.723. Derechos reservados para todo el mundo. Prohibida su reproducción sin autorización del autor.

 

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LA LOCURA DE DIOS un cuento de Lauro Campos

«Ahora vemos detrás de un vidrio oscuro, después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente, después conoceré como Dios me conoce a mí.»

SAN PABLO (I Corintios XIII- 12)

 

El hombre de la cultura, el de la ciencia y el arte, aquel que había dedicado su vida al conocimiento, trastabilló de pronto y pidió ayuda. Acudieron sus amigos, otros hombres de la cultua, de la ciencia y de las artes como él que, no sin esfuerzo, lo ayudaron a mantenerse en pie.

Pero también acudió la voz, que leyendo aquel libro, comenzó a resonar en los oídos del hombre, mientras este se debatía en un sufrimiento que, hasta entonces, no habia padecido y que lo torturaba sin tregua.

«Está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad?»

El hombre escuchaba la voz y sufría a causa de los dolores. Su cuerpo y su mente eran una llaga viva, un fuego que lo laceraba. Y mientras sus amigos trataban de aliviarlo, él escuchaba con mayor fuerza y nitidez la voz:

«En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en sus obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de su predicación.»

– ¡Si tuviera una señal! ¡Si al mentos conociera el por qué de todo esto!

Y la voz le contestó:

«Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos.»

Entonces el hombre, mirando la cruz ofrecida, aceptó:

– Sí. La quiero. Quiero que me claven en ella. Quiero arrastrarla cuesta arriba. Quiero sufrirla y hasta disfrutarla.

Y todos los hombres – aún sus amigos –  creyeron que se había vuelto loco.

Siguió sufriendo mientras arrastraba esa cruz. Cuando lo crucificaban, resucitaba y volvía a empezar. No dejó de quejarse, porque era débil – no era un héroe – y el sufrimiento lo abatía muchas veces. Pero su alma se fue llenando de una suave sensación de paz. La voz nunca dejó de resonar en su oído. Y le decía:

«Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.»

Cuando agobiado por la carga llegó al vidrio oscuro y lo atravesó, se sintió liviano de pronto.

Y entonces la Luz, lo arrebató.

 

Copyright by Lauro Campos, 1993. «Detrás de un vidrio oscuro». Hecho el depósito que marca la ley 11.723. Prohibida su publicación ni reproducción sin autorización del autor.

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CUANDO ESTALLA EL CORAZÓN (una obra teatral de Lauro Campos)

 

 

LAURO CAMPOS

“CUANDO ESTALLA EL CORAZÓN”

comedia dramática en un acto

 

Estrenada en Abril-Mayo-Junio de 2007 por Evoternos de Rosario con el siguiente reparto:

GERTIE                      (55 años)                                     EMMY REYDÒ

PATRICIA               (30 años)                                       PAULA CORVALÀN

MARTHA                    (50 años), hermana de Gertie     SILVIA GALIZZI

voces que se escuchan:

VOZ DE JASON, el hijo  que está fuera de 20 años    RICARDO LÒPEZ

VOZ DE LOCUTOR                                                             MATÌAS OCÀRIZ

VOZ DE REPORTERA                                             RAQUEL ETCHEGARAY

La direcciòn general fue de Lauro Campos.

La acción en las afueras de Londres.  2004.

 

ACTO ÚNICO

 

(En el escenario vacío descansa una estructura que representa la casa. Esta estructura está formada por una tarima bordeada por tarimas que forman una suerte de límite del estar de la casa. Dos tarimas al foro, con una separación que permite que los personajes entren desde los interiores de la casa. Una tarima en cada lateral, y dos tarimas al frente. Se supone que las del frente son sendos alféizares de ventanales que dan al jardín. En la de la izquierda del espectador hay, en el límite con la tarima lateral, un televisor a espaldas del público. Luego, termos, jarritos de café, una botella de whisky, vasos con agua y finalmente, un teléfono. En la tarima de la derecha hay almohadores, como en las de los laterales. En la tarima del foro izquierda, hay elementos de cocina que puede manipular Gertie o tal vez algún objeto de bronce que ella se obstine en lustrar en los momentos de más tensión. En la tarima del foro derecha hay un viejo y pequeño aparato de sonido y más a la derecha, luego de un espacio de asiento, un costurero, un líquido limpiamuebles y una franela. Entre esta pasarela y la del lateral derecho debe haber un paso: es la entrada a la casa. En el costado derecho hay un biombo rústico que delimita una especie de porche, en el que se ve un banco rústico. En ese sector pueden descansar en el piso, profusión de hojas de otoño. Tal vez, se vislumbran unas cajas de cartón. Hay dentro del estar una silla rústica con almohadón frente al televisor. Y dos en el centro mismo de la escena, casi delante de la entrada de los interiores. Con música de los conciertos de cuerdas de Vivaldi, entra desde el jardín, casi desesperada y mirando hacia él, Gertie, la madre, vestida con bata sobre pantalón y camisa. Lleva en su cuello un chal. No se explica lo que acaba de ver, se sienta en una silla y marca un número en el teléfono que hay cerca del televisor. Desde el lateral derecho aparece Patricia, la hija mayor. Lleva un pijama de invierno y el pelo revuelto. Habla a través de un celular. Al parecer, ha saltado de la cama)

 

UNO

GERTIE.- Patricia?

PATRICIA.- Sí?

GERTIE.- Patricia, soy yo.

PATRICIA.- Qué pasa, mamá?

GERTIE.- Conmigo no pasa nada. Con uno de tus hermanos, seguro.

PATRICIA.- Mamá, estoy… totalmente dormida. Con cuál de mis hermanos?

GERTIE.- No sé con cuál. Tendí una ropa y se oscureció de pronto.

PATRICIA.- Qué decís? Se oscureció? Qué? El cielo?

GERTIE.- Quiero decir que en sueños ví que esa ropa tendida se manchaba.

PATRICIA.- Un sueño, mamá? Me despertás a las cuatro de la mañana para…?

GERTIE.- No entendés? Fue un sueño premonitorio.

PATRICIA.- Y me despertás a esta hora por un sueño premonitorio?

GERTIE.- Y qué puedo hacer? Estoy aquí, sola, en esta casa en las afueras de Londres. Ninguno de ustedes está conmigo. Lavo en sueños la ropa que me dejaron y…

PATRICIA.- (Se incorpora) Y la ropa de cuál de nosotros se oscureció en tu sueño?

GERTIE.- (Auténticamente inquieta y llorosa) No lo sé. Eso es lo terrible, Patricia. No puedo distinguir cuál era. Y ahora, al ir al patio, la ropa estaba como la tendí ayer por la tarde. Y era ropa de cama, no la de ustedes.

PATRICIA.- Claro, porque todo pasó en un sueño, mamá. Estás levantada?

GERTIE.- Sí.

PATRICIA.- Te dormís sola, tensa. Alucinás.

GERTIE.- Con quién querés que duerma? Además, vos sabés que no tiene que ver con eso. Y por otra parte, a mí me gusta dormir sola.

PATRICIA.- No lo llamaste a papá? Él sí vive en Londres.

GERTIE.- Si me atiende la neurótica, corta de inmediato la comunicación. Si atiende tu padre, no me da ni bolilla. De qué me sirve llamar a ese lugar?

PATRICIA.- Qué sé yo. Al menos está más cerca. Podría llegarse en el auto a controlar cómo está la ropa que colgás en el patio.

GERTIE.- Burlate. Dale, burlate si te hace feliz. No podés imaginar mi angustia.

PATRICIA.- Te equivocás, mamá. Sí la puedo imaginar. Tranquilizate. Es solamente un sueño.

GERTIE.- Voy a tratar. Cómo están tus ojos?

PATRICIA.- Están bien. Hace mucho que no tengo el síntoma.

GERTIE.- Ah. Es una señal. Una buena señal.

PATRICIA.- No. No es ninguna señal. En todo caso es la señal de que mi estrés ha bajado un poco.

GERTIE.- Y qué digo yo? Es una buena señal.

PATRICIA.- No, no lo es en el sentido que querés darle, mamá. Te llamo después. Chau. (Y desaparece por el lateral por donde entró a escena)

GERTIE.- (Pensando y mirando hacia adelante) Es Alfred. (Marca un número. Gertie primero escucha, luego reacciona furiosa) Tampoco podés estar haciendo eso si al día siguiente tenés que trabajar desde temprano. Alfred: Tu conducta es una vergüenza. Pero además sos un caso. Cómo hablás de intimidades sin saber quién te llama? Sí, me imagino que todo el mundo en Sussex sabe con quien te acostás. No pasa nada. Me siento culpable ahora, cuando vos sos el que tendría que sentirse así. Te llamo después de las ocho a la oficina. Chau. (Corta la comunicación. Se sienta) Dios… No puedo dormir. Jodidos sueños premonitorios. (Para sí) Qué pasaba en el sueño? Ya no lo recuerdo. Al final estaba todo oscuro. Tendría que limpiar la cochera. (De repente, como en una revelación:) Lizzie! Tiene que ser Lizzie! (Va al teléfono y marca. Espera a que le atiendan) Lizzie: Todavía estás trabajando? (Pausa) Estoy intranquila, no puedo dormir. (Pausa) Sueños premonitorios. No no tengo rohypnol en el botiquín. Hace tiempo que tiré todas esas cosas. Sí, lo siento. Ya sé que tenés urgencias. Te dejo. Cómo? Sí, llamame cuando quieras. (Corta la comunicación. De nuevo iluminada) Y si fueran las chicas? Por qué tuvo que nombrarlas ayer a la tarde la señora Silvermann? Yo no creo. Pero podrían ser las chicas. Ayer hablaron por teléfono. Qué puede pasar en una residencia para estudiantes? Qué? Terremotos. Incendios. (Pausa) Me estoy volviendo loca. Es algo que me he ganado siendo madre. Dios! (De pronto muy inquieta) Olvidé a Jason! (Queda estática mientras se escucha grabada la voz de Jason, un muchacho de veinte años)

VOZ DE JASON.- “Un saludo a la familia en pleno! Mis compañeros y yo los saludamos desde aquí, desde Kerbala, en Iraq. Mamá: Te extraño mucho, aunque no lo puedas creer. Todo está bien por aquí, hasta ahora. Me tratan bien. Pero no hay mucho que hacer. Vemos películas los domingos. De Silvester Stallone, de Bruce Willis, de armas letales. Supongo que tratan de decirnos algo. O tal vez convertirnos en héroes? Ya lo soy. Soy un Travies, y he sobrevivido a esta familia. Un beso grande para toda la tribu. Jason.” (Arranca la música de un concierto de Vivaldi. Gertie mira hacia adelante y sus ojos se llenan de lágrimas. Las luces bajan levemente para indicar el paso del tiempo. Cuando suben en intensidad entra por el lateral derecho, tras la tarima del mismo, Patricia. Deja su maleta, se quita su campera, se acerca a Gertie y la besa. Ella sigue profundamente conmocionada por lo que está pensando. De pronto, se da cuenta de que Patricia está allí)

DOS

GERTIE.- Qué hacés aquí?

PATRICIA.- Mamá: Soy tu hija mayor. Tené un poco de corazón.

GERTIE.- Vas a decirme o no por qué te viniste?

PATRICIA.- Qué se yo. Me preocupó tu llamado. Además hace dos días que duermo sola. Me vestí, conseguí pasaje para un autobus que salía…

GERTIE.- Eso de dormir sola es un acto heroico o una tortura?

PATRICIA.- Para mí todavía es una tortura. Bertine me dejó. De modo que me vine. Kent está tan cerca.

GERTIE.- Y pensás instalarte aquí? (Mirando hacia atrás) Qué hacen todas estas cajas que veo en el pasillo?

PATRICIA.- Son mías. Si no te importa, pienso instalarme aquí provisoriamente.

GERTIE.- Por supuesto que me importa. Y tu trabajo?

PATRICIA.- Me quedé sin trabajo. Por eso me dejó Bertine. Se negaba a trabajar él, fijate.

GERTIE.- De modo que ni siquiera vas a poder alquilar algo? Digo: Aquí, en Londres.

PATRICIA.- No.

GERTIE.- Quienes se separan de sus parejas alquilan departamentos.

PATRICIA.- No las que nos quedamos sin trabajo. Ah, vos estabas pensando en papá.

GERTIE.- Mejor no hablemos de tu papá.

PATRICIA.- Por qué no? Porque soy parecida a él?

GERTIE.- Porque no quiero hablar de él!

PATRICIA.- Sabés, mamá? Si de repente te suavizaras, te relajaras un poco, no sería todo tan humillante.

GERTIE.- Qué es humillante?

PATRICIA.- Tal vez no te des cuenta, pero lo es. Esto de pedir a los treinta años un lugar provisorio en tu casa.

GERTIE.- Qué sabrás vos de humillaciones…? (Muy angustiada) Qué… sabrás vos… de humillaciones…

PATRICIA.- Estás enojada porque anoche casi ni te dí pelota, cuando me hablaste por teléfono. Es eso? Pero ya lo ves, no fue así. Me levanté en seguida, me vestí, cargué las cajas y me vine.

GERTIE.- Hay algo que tenés que saber, Patricia: Voy a mudarme de casa.

PATRICK.- Adónde?

GERTIE.- No lo sé. A algo más chico. Alfred no viene nunca. Lizzie está permanentemente ocupada con su trabajo en el laboratorio. Las chicas no vienen a casa ni durante sus vacaciones: Generalmente se enganchan con amigas de la residencia para vacacionar en otra parte y de ese modo no tener que venir. Vos…

PATRICIA.- Yo he venido ahora.

GERTIE.- Lo que quiero decirte es que vas a poder estar aquí poco tiempo. Eso quiero decir.

PATRICIA.- Me parece un despropósito. Tenés una casa cómoda que papá dejó totalmente pagada… y vos la vas a vender?

GERTIE.- Te dije que es demasiado grande.

PATRICIA.- A mí no me parece tan grande. Y además, es la casa de todos nosotros, mamá.

GERTIE.- Tu padre la pagó íntegra, apurado por la culpa. Lo hizo antes de mudarse con la que entonces era su secretaria y comenzar una vida nueva y tener un nuevo hijo con ella. No lo hizo para que fuera la casa de todos nosotros, querida. (Se escucha de pronto la voz de un locutor desde la televisión)

VOZ DE LOCUTOR.- Interrumpimos la programación para transmitir unas noticias urgentes del ámbito internacional. Reportan muertos y heridos en una importante explosión ocurrida en el recinto anglonorteamericano de una base en Kerbala, en Iraq. Pocos son los detalles aportados a la prensa al presente. Al parecer el estallido fue causado por un cochebomba de la resistencia iraquí. Uno de los informes indica que ocurrió por la madrugada y su origen es obviamente sospechoso. Derribó un edificio de tres pisos donde dormían infantes de marina tanto ingleses como norteamericanos. (Gertie se ha tapado la boca mientras abre los ojos no pudiendo creer lo que ve y escucha)

GERTIE.- Es…

PATRICIA.- En qué edificio fue?

VOZ DE LOCUTOR.- En cuanto tengamos mayor información la transmitiremos de inmediato.

PATRICIA.- Qué dijeron? Dijeron que eran soldados no combatientes?

VOZ DE LOCUTOR.- Habría cuarenta y tres muertos de quinientos soldados alojados.

GERTIE.- Dios.

PATRICIA.- Esperá!

VOZ DE REPORTERA.- La explosión colapsó en la base de infantes de marina en Kerbala, Iraq, siendo el posible resultado una masacre con más de sesenta muertos.

PATRICIA.- Qué es ésto? Sesenta? Acaban de decir cuarenta y tres.

VOZ DE REPORTERA.- Y siguen buscando bajo los escombros. Después de este reporte, volvemos a los estudios (Patricia toma el teléfono)

VOZ DE LOCUTOR.- Volveremos a informar al tener más detalles. Ahora, volvemos a la programación habitual.

PATRICIA.- (Al teléfono) Y cuántos hombres dormían en ese edificio? Pero cómo? La infantería inglesa no lleva cuenta de sus hombres? Cuándo cree que sabrá algo definitivo? Si no sabe… a quién llamo que sepa algo, carajo! No me diga que no puedo hacer nada! Mi hermano está allá! (Cuelga. Pausa. Suena el celular y atiende) Quién? Ah, sos vos, papá. Sí. La oímos. Mamá me llamó anoche a Kent con un presentimiento, un mal presentimiento como los que suele tener ella y… me vine. (Pausa) No se sabe nada. Sí. Ya llamé allí. Aparentemente el Sr. Blair ha volado a Washington a entrevistarse con el Sr. Bush. Eso es lo que me aseguraron. Qué sé yo qué carajo fue a hacer? Supongo que a poner en claro estrategias o tal vez se juntaron para celebrar algo con abundante whisky. No me pongo jodida, papá. Soy jodida. Sí. Cualquier cosa te aviso. No, no creo que ella quiera hablar con vos, pa. Y no creo que a tu nueva mujer tampoco le haga gracia. Sí. Chau.

GERTIE.- Qué difícil, no?

PATRICIA.- Qué, mamá?

GERTIE.- Digo: Esto de tener que esperar, que es lo único que se puede hacer, no?

PATRICIA.- (Luego de una pausa) Angustioso, sí. (Las luces bajan levemente para indicar, con música de Vivaldi, el paso del tiempo. Patricia va hacia lo que se supone la parte inferior de la ventana y se sienta con los pies hacia afuera, frente al público. Cuando las luces suben, Gertie se acerca a ella luego de ir hacia el fondo. Está doblando una frazada)

TRES

GERTIE.- Escuchaste la radio? Dijeron algo? Qué dijeron?

PATRICIA.- No. No tengo la radio aquí.

GERTIE.- No volviste a llamar al ministerio?

PATRICIA.- Sí. Llamé.

GERTIE.- Y te dijeron algo?

PATRICIA.- Nada. No tienen nada que decir. “… Tiene que esperar. Tiene que tener paciencia.” Como todos. Estoy harta de llamar y escuchar la misma respuesta.

GERTIE.- Ay, Dios. Creí que el tener muchos hijos me iba a tener acompañada y segura toda la vida. Sólo me busqué problemas.

PATRICIA.- Me parece que no es hora para autocompadecerse, mamá. (Pausa) Hubo una explosión, un atentado. (Ella les acerca una taza de té) Un atentado infame donde estaban nuestros chicos. Eso es todo lo que sabemos. (Saca la bolsita de té de su taza y la arroja lejos)

GERTIE.- No! No tires al suelo la bolsita de té.

PATRICIA.- Estoy afuera. Siempre lo hice.

GERTIE.- Sí. Y es algo que ya no aguanto.

PATRICIA.- Porque papá también lo hacía.

GERTIE.- Callate!

PATRICIA.- Por qué me hacés callar, si es cierto que papá lo hacía?

GERTIE.- Seguramente su nueva mujer no le permitirá hacerlo ahora, a menos que sea una descuidada, una mugrienta, que seguro lo es. (Se sienta junto a su hija con las piernas hacia la escena) Quiero decir, querida: Si vas a estar aquí un tiempo, corto o largo, será mejor que te adaptes a mis reglas. Quién creés que ha levantado siempre esas bolsitas de té del piso, sea el de adentro o el de afuera, para tirarlas a la basura? Yo! Tu padre y vos… nunca!

VOZ DEL LOCUTOR.- Setenta y cinco infantes han muerto y se teme que el número aumente. (Gertie se pone de pie y cambia de canal. Se escucha el sonido de dibujos animados. Patricia entra y se acerca a ella)

CUATRO

PATRICIA.- Por qué estás viendo esta huevada?

GERTIE.- Es mejor que las noticias.

PATRICIA.- Llamé a Alfred desde el celular. Ya sabe lo que pasa. También a las chicas. Pero ninguno de ellos puede venir por ahora. Ah, también llamé a Beth O’Neal.  No tiene información. Bah, no más de la que manejamos nosotros.

GERTIE.- Si no fuera por Tim O’Neal, Jason no estaría en Iraq. Le llenó la cabeza ese imbécil. Y seguramente cuando hablaste con Beth, ella se estaba ocupando en saber si algo le ha pasado a su hijito.

PATRICIA.- Qué querés decir exactamente, mamá?

GERTIE.- (Yendo a la ventana y sentándose en el alféizar) Que en circunstancias como éstas, todos sin excepción nos volvemos mezquinos, egoístas, poco solidarios. Es una de las consecuencias de la guerra, además de hacernos estallar el corazón varias veces al día. Ella se está ocupando de la situación de su hijo. Algo que parece normal, natural, lógico. Y no sabe nada de lo demás. Esa es la falta de solidaridad. Y nosotros nos destruímos queriendo saber algo sobre Jason. Nadie más lo sabe o quiere saberlo. Eso es exactamente lo que quiero decir.

PATRICIA.- (Se sienta junto a ella) Mamá: Estadísticamente es probable que ni siquiera esté herido.

GERTIE.- De qué sirven las estadísticas si estamos en el otro extremo de Europa, tan lejos de Medio Oriente y del mundo árabe?

PATRICIA.- (Yendo hacia el televisor) Creo que para tranquilizar un poco nuestras ansiedades. De veras, mamá. Calmate un poco. De otro modo esta casa es la que va a estallar, toda entera, en corto tiempo. (Breve pausa) Dios. Se me está nublando de nuevo la vista, carajo! (Se pone de pie)

GERTIE.- No, no te muevas. Quedate ahí sentada. Es mejor que te sientes!

Sentate, Patricia, no seas terca! Sentate. Sabés que es un síntoma del estrés. Pasa. (Patricia se sienta) Te vino de golpe?

PATRICIA.- Sí.

GERTIE.- Cerrá un poco los ojos. Ya va a pasar. Si llama Martha, no quiero que le digas nada. Siempre toma las cosas de una manera trágica.

PATRICIA.- Vos no? Las dos hermanas son iguales. Bueno, en realidad, no, tía Martha es más exagerada y menos peligrosa.

GERTIE.- Te agradezco tu opinión. De ella se deduce que soy un monstruo.

PATRICIA.- Yo no he dicho eso. Lo que quiero decir en realidad es que Martha actúa todo el tiempo.

GERTIE.- Sí, pero va a venir con Bob y…

PATRICIA.- … Y te van a reprochar una vez más el haber tenido tantos hijos… Lo que nunca será un juicio ecuánime, teniendo en cuenta que ellos no tuvieron ninguno. (Pendiente del televisor) Escuchá!

VOZ DEL LOCUTOR.- Irónicamente las víctimas pueden aumentar porque era domingo y muchos dormían. Es el día en que menos cumplen guardias.

GERTIE.- (Irónica) Qué bueno.

VOZ DE LOCUTOR.- Identificarlos se dificulta porque la mayoría no llevaba sus placas. Algunos serán identificados por sus dentaduras, lo que llevará su tiempo. Y la identificación de oficiales. (Gertie no puede más y entonces pone la música del equipo fortísima y así tapa la voz de locutor. Se recuesta en la tarima del fondo derecha)

CINCO

PATRICIA.- Qué hacés, mamá? Por qué hacés eso, mierda, que sabés que no puedo ni siquiera… acercarme? (Pausa. Lentamente, Patricia se pone de pie y camina hacia la ventana. El sonido de la música hace que abra los ojos y se sienta más relajada. Va al aparato y baja la música. Luego se sienta junto a su madre) Mamá. Mamá… Por qué no subís y te duchás? Hey! (Aplaude para que ella abra los ojos) Él vendrá pronto a casa. (Le acaricia la mano) Vivaldi. No “Las cuatro estaciones”. Sus conciertos para cuerdas. Cada movimiento es como una escena diferente. Recuerdo que cuando tenía seis o siete años, nos enseñaste esa música buscando en la enciclopedia. Nos la enseñaste con fotos, con discos, con… amor. (Pausa. Ella lo mira asombrada. Se incorpora apenas)

GERTIE.- Lo hice? Yo?

PATRICIA.- Sí. Lo recuerdo como si fuera ahora. Lo recuerdo muy bien. Estábamos Lizzie y yo. Sonia era chiquita y recién había nacido Jodie. (Sonríe) Era una primavera. Y después de explicarlo todo nos dijiste, viendo nuestra sonrisa; “- Vieron? Siempre hay momentos en que existe la posibilidad de la felicidad perfecta. Aunque sea momentos…” Eso dijiste. Y no lo voy a olvidar nunca. (Pausa)

GERTIE.- (Se incorpora más) Es… increíble. Casi… maravilloso. Yo… no pude haber hecho eso. No pude haber dicho eso. Dijiste que tenías seis años? Tendría… tendría mucho trabajo con todos ustedes. Cómo pude tener tiempo, con una bebé y una nena de dos años o tres, de hacerles escuchar esta música, explicarles el sentido, el simple hecho de bajar la enciclopedia de la bohardilla, tan pesada como es… y… enseñarles…

PATRICIA.- No lo sé, mamá. Pero lo hiciste. Lo recuerdo perfectamente.

GERTIE.- Lo recordás?

PATRICIA.- Sí.

GERTIE.- No. Debiste escuchárselo a Beth O’Neal. Yo no soy ese tipo de… mamá. (Pausa. Le cae una lágrima por la mejilla. Ya está sentada en la pasarela)

PATRICIA.- Bueno, qué me decís? Una ducha, te sacás la bata, te cambiás de ropa…

GERTIE.- No tengo por qué vestirme para oír malas noticias.

PATRICIA.- Lo sé, mamá. Eso es cierto. Pero van a venir las chicas. Tal vez los vecinos en cuanto se enteren. Y es posible que Bob y Martha…

GERTIE.- A Bob y a Martha les encanta la tragedia.

PATRICIA.- Vos no te pongas tensa. No te preocupes por nadie. No tenés por qué hablar o atender como si se tratara de una reunión social, porque no lo es. Yo voy a hacerlo todo por vos. (La bajada de luces y la música marcan un paso de tiempo. Durante el mismo, en la penumbra, Gertie se pone de pie, se quita la bata y se queda con la ropa que tiene debajo. Patricia se sienta frente al televisor y se sirve café)

SEIS

GERTIE.- Me imagino lo que será esta casa si vienen las chicas. Lizzie va a traer sus maletas que como siempre serán grandes y pesadas, las chicas traerán ropa para lavar…

PATRICIA.- Mamá! Cómo van a traer ropa para lavar en un momento como éste?

GERTIE.- Y como de costumbre todas preguntarán por tu síntoma y yo tendré que volver a explicarlo: “- No es nada, no se preocupen. Patricia volvió a tener problemas de visión.”

PATRICIA.- Lo siento, mamá. No puedo evitarlo. Es un problema de tensión.

GERTIE.- Yo estoy tensa, querida. Tengo acaso problemas de visión?

PATRICIA.- No. Tenés otros. (Gertie la mira, de pronto)

GERTIE.- Y vos no? Estoy en crisis, nena. No puedo estar de fiesta. Y me parece que es razonable que yo esté como estoy.

PATRICIA.- Siempre estuviste en crisis. Desde que papá se fue. No está la música un poco alta?

GERTIE.- No me interesan las noticias.

PATRICIA.- Creés acaso que Vivaldi las hará callar?

GERTIE.- Nena, no aumentes mi tensión.

PATRICIA.- Ay, mamá: Pero vos creés que existe algo en este mundo que podría aumentarla? No te engañes. Tu tensión está, ha estado y estará siempre igual. Al máximo. Es cierto que vas a vender la casa?

GERTIE.- Sí. En cuanto pueda.

PATRICIA.- Y qué dice papá? Porque yo hablé con él del tema de Jason. Él la compró, eso no podés negarlo.

GERTIE.- No. No lo niego. Nunca lo he negado. Hablá con él. Para lo que le va a importar…

PATRICIA.- Por qué no le va a importar?

GERTIE.- No te das cuenta de que él tiene otra vida, una nueva vida, ahora?

PATRICIA.- Tiene otra vida, sí. Una nueva vida. Pero nosotros seguimos siendo sus hijos.

GERTIE.- Vos estás segura? Siguen siéndolo? O han pasado a ser sus hermanitos menores que ya se cuidan solos mientras él trata de volver a vivir al lado de esa mujer y de – éste sí – su nuevo hijo de cinco años?

PATRICIA.- Qué querés decir, mamá? Qué estás queriendo decir?

GERTIE.- Lo que dije. Y yo creo que tengo razón. La estupidez de tu padre es el pretender calcular que en verdad podrá vivir una nueva vida. Cuántos años podrá disfrutar de ese chico.

PATRICIA.- Papá no es viejo. Y tiene derecho a disfrutar, lo que la vida le regale. O no?

GERTIE.- Estás equivocada, nena. Es viejo para tener un hijo de cinco años que podría ser su nieto.

PATRICIA.- Seguís hablando de él con ligereza. Total, él no está presente para contestarte, mamá.

GERTIE.- Tal vez olvides que nunca, ni cuando vivía en esta casa, estuvo presente. Ligereza para hablar de él? Por qué no podría hacerlo? Él con toda ligereza nos dejó para formar una nueva familia, no? O acaso pidió opinión a alguien, lo consultó con alguien, previó el sufrimiento de alguien?

PATRICIA.- Disculpame, no? Pero el estar fuera de su vida te inhabilita para hablar de él. Ya no sos su mujer aunque nosotros sigamos siendo sus hijos.

GERTIE.- Es posible. Pero a él poco le importa el destino de esta casa.

PATRICIA.- Cómo lo sabés?

GERTIE.- Yo lo sé. Lo he hablado con él. Tal vez quiera la mitad del dinero de la venta. Le corresponde.

PATRICIA.- Y con la otra mitad, qué?

GERTIE.- Querida, mientras viva, creo que tengo derecho a disponer de ella. Todos ustedes huyeron despavoridos cuando tu padre se fue para representar con propiedad el papel de padre amoroso al lado de su nueva mujer. Todos. Yo nunca me opuse a los deseos de ustedes. Ahora, me imagino que ustedes no se opondrán a que nosotros vivamos un poco mejor.

PATRICIA.- Esta es una casa enorme, cómoda. A qué llamás un poco mejor, mamá?

GERTIE.- Al significado literal. Sin metáforas. Vivir mejor, nena.

PATRICIA.- Y  pregunto, no? Para qué querés irte? Porque para vivir mejor tendrías que generar un sentimiento interno que todavía… me parece que se te hace imposible generar. Entonces, te repito: Para qué querés irte?

GERTIE.- No sé por qué lo preguntás. Todos saben de sobra que me agobia esta casa. Desde que Jason… se fue, alistado, es como… un mausoleo para mí. (Sus ojos se llenan de lágrimas) Me pregunto si no será ahora un… verdadero mausoleo. (Golpea un mueble y camina) No, basta. No voy a pensar en eso. (Pausa) Lo cierto, mi vida… es que… no puedo dormir en ninguna parte… Tengo pesadillas y… aquí estoy… agonizando.

SIETE

PATRICIA.- (Mirando el televisor) A ver, esperá, que hay noticias.

VOZ DE LOCUTOR.- La infantería hará algo sin precedentes. Va a preparar un listado de sobrevivientes.

GERTIE.- Sobrevivientes? Habla como si la mayoría estuviera…

VOZ DE LOCUTOR.- Esperan a quienes prestarán socorro: soldados dela Fuerza Aéreanorteamericana. Algunas unidades están diseminadas todavía. Va a tomar varios días preparar la lista. Para cualquier información pueden llamar al teléfono que sale ahora en pantalla.

GERTIE.- A ver, copiá ese número.

PATRICIA.- Es el número al que hemos estado llamando, mamá.

GERTIE.- Copialo!

PATRICIA.- Me lo sé de memoria, mamá. Podría marcarlo así, con los ojos cerrados. Y me contestarían: “Tiene que tener paciencia…”

GERTIE.- Me parece que no es el que tenés.

PATRICIA.- Está bien, lo copio. Por qué no te relajás? (Toma el número de la televisión)

GERTIE.- (Perdiendo la paciencia) Otra vez? Por qué no me relajo? Porque no puedo! (Apenas más serena) Tomaste ese número?

PATRICIA.- Sí. Tratá de relajarte, mamá, por favor… Pero para qué me gasto? Si siempre has vivido instalada en tu tozudez.

GERTIE.- Cuidado con lo que decís.

PATRICIA.- (Grita) Será posible que siempre pase lo mismo? Cada vez que vengo a esta casa?

GERTIE.- Y para qué venís, entonces, si no podés soportarlo?

PATRICIA.- Ah! De modo que no tengo que venir? Eso es lo que quisieras?

GERTIE.- Amor mío: Pareciera que no te das cuenta del momento que la familia está pasando. Pretendés que juguemos a las visitas, con el tradicional buen modo inglés? Querida: Creo que es hora de que salgas de tu mundo idealizado.

PATRICIA.- No seas ofensiva! Si creés que vine porque me moría por verte, estás equivocada.

GERTIE.- No seas tonta. Y no minimices mi inteligencia. Ya sé que nadie se muere por verme. Pero si vas a estar llevándome la contraria todo el tiempo, quisiera saber para qué viniste.

PATRICIA.- Por los chicos. Pensé que estarían todos aquí.

GERTIE.- Has sido muy amable, querida. Hubiera sido mejor que te quedaras ayudando a Lizzie en su laboratorio para el bien de toda la humanidad, empezando por tu propia familia.

PATRICIA.- Me tiene sin cuidado que ironices, me tiene sin cuidado lo que pienses. Quería estar aquí y por eso vine. Pero no a soportarte, mamá. Eso quiero decir. (Pausa) Mamá: Quiero que tomemos conciencia de lo que oímos. Es lo que oímos. Preparan una lista. Eso se hace así: Cada sobreviviente debe ser visto por un oficial para que pueda ser incluído en la lista. Eso puede tomar días.

GERTIE.- Y si el infante está herido?

PATRICIA.- Supongo que toma más tiempo. Hará falta un médico que lo certifique. (Pausa)

GERTIE.- Y si está muerto? (Silencio absoluto)

PATRICIA.- (Shockeada) Envían a alguien o llama alguien por teléfono. Un capellán o un oficial.

GERTIE.- A la casa?

PATRICIA.- Eso creo.

GERTIE.- A avisar a la familia?

PATRICIA.- No lo tengo muy claro. (Pausa)

GERTIE.- Esto… va a ser una larga espera. (Arranca la música de Vivaldi)

PATRICIA.- Larga, sí.

OCHO

(La música y la penumbra marcan el paso del tiempo. Gertie se pone un chal sobre los hombros y se coloca en la pasarela, a foro, mientras Patricia enciende un cigarrillo de pie en el costado izquierdo)

GERTIE.- Recuerdo esos partidos de rugby. Íbamos con su papá y ustedes, recuerdan? A hacer apoyo logístico, él decía. El papá de ustedes, digo. Poco después… esta casa se desmoronó.

PATRICIA.- (Fumando) No dramatices. Todavía está en pie. Y si la familia cambió no fue por un partido de rugby.

GERTIE.- Él sabía que sucedería. Y fue entonces cuando Jason tuvo ese accidente en un scram. Perdió el conocimiento en un partido en el que jugaba justo la semana siguiente a la que el padre había dejado la casa. Yo salté la valla y lo tomé en mis brazos y… lo llevé alzado a la enfermería cruzando la cancha y… le rogué, le rogué que despertara. (Se le caen las lágrimas, mientras avanza hacia el proscenio) Si no hubiese despertado, me habría muerto. Le gritaba: “- Podés hacerlo, querido. Podés hacerlo. Despertá!” Y él… espertó. (Apenas si puede contener el llanto).

PATRICIA.- Y ahora… va a volver, mamá. (Pausa durante la cual apaga el cigarrillo. Va hacia la madre) De lo que te olvidás es que después de ese episodio, se enfureció cuando supo que, delante de todo el mundo, lo habías llevado cargado como un bebé hasta la enfermería. Volaba de furia…

GERTIE.- Vos qué sabés?

PATRICIA.- Yo recuerdo bien ese momento. Además, siempre lo contó. Siempre. Aún de grande volaba de furia cuando se acordaba. Y con razón. No había necesidad de abochornarlo así.

GERTIE.- Pero qué sabés vos? Si lo tomaba a broma…

PATRICIA.- A broma? Habían traído una camilla, mamá. Una camilla rápida y mucho más cómoda que tus brazos. Pero no: Vos, la supermadre abandonada, tenías que llevarlo alzado como un bebé. Y tenía más de trece años. (Pausa)

GERTIE.- Lo siento. Tal vez tengas razón. No… no pude evitarlo. (Llora. Camina y se coloca de frente) Si ahora pudiera… cruzaría Europa e iría a buscarlo entre… los cuerpos… y… lo traería también… a pie… y alzado como un bebé. (Llora abrazada a su chal)

PATRICIA.- Es una cuestión de manera de ser.

GERTIE.- Es una cuestión de corazón.

PATRICIA.- De corazón? Por favor! No confundas. Es una cuestión de negación y neurosis…

GERTIE.- De corazón, de corazón. Qué sabrás vos de eso. Una cuestión de corazón. Eso sucede… cuando… cuando nos estalla el corazón. (Patricia deja la pasarela y camina hacia el proscenio donde está Gertie. La enfrenta)

PATRICIA.- Correcto. El tema es que aquella vez, ante las quejas de Jason porque no habías hecho lo correcto y lo habías humillado, le prohibiste jugar al rugby de ahí en más. Fue una gran frustración para él.

GERTIE.- Tenía que protegerlo! (Patricia le toma la cara con la mano)

PATRICIA.- Y ahora, mamá? Acaso pudiste protegerlo ahora? (Estalla la música de Vivaldi fuerte. La luz baja a penumbra. Gertie va hacia el rincón a limpiar el objeto de bronce, mientras Patrica se sienta frente al televisor. Cuando la luz sube Gertie escucha algo fuera de la casa, deja lo que está haciendo y se para en el centro de escena. Allí recibe la entrada de Martha a la casa por el costado derecho. Entra como tromba)

NUEVE

MARTHA.- Qué es ésto? Podés decirme qué es ésto? Qué son todas estas cajas?

GERTIE.- Oh, Martha.

MARTHA.- (Abrazándola) Dejame que te abrace, querida. Dejame que te abrace fuerte para que puedas desahogarte. Yo bien sé cómo debés sentirte. Yo lo sé muy bien. Pero en verdad, Gertie: Por qué todas estas cajas aquí? Es que alguien piensa mudarse justamente en este momento tan álgido para la familia?

PATRICIA.- Acabo de mudarme. Cómo estás, tía?

MARTHA.- Que acabás de mudarte? Aquí?

PATRICIA.- Sí, tía. Aquí. De modo que la mitad de las cajas, las llenas, son mías.

MARTHA.- Gertrude: Es cierto eso? Es cierto que se ha mudado? Y la otra mitad?

PATRICIA.- Qué otra mitad?

MARTHA.- Digo: Las cajas vacías.

GERTIE.- Pienso mudarme a otro lugar.

MARTHA.- No me digas que vas a cometer esa torpeza! No me digas que por un simple capricho…

GERTIE.- Quién habló de un capricho?

MARTHA.- … vas a malvender esta casa.

GERTIE.- No pienso malvender esta casa.

MARTHA.- Pero yo entiendo, querida. Yo te entiendo. Comprendo que no debés estar en tus cabales en este momento tan conflictivo. Así que es mejor que no me digas nada.

GERTIE.- No pensaba abrir la boca. Fuiste vos la que preguntó.

MARTHA.- Si Patricia se ha muda aquí, qué va a ser de ella? Digo, cuando vos te mudes… Y a propósito: Por qué Patricia está sentada con los ojos cerrados?

GERTIE.- Tiene problemas de visión según su conveniencia. Es un síntoma que padece cada vez que viene. Pero no porque quiere. Es porque cree en él con tal fuerza, que no puede evitarlo.

MARTHA.- Estás bromeando. Nadie puede creer fuertemente en un síntoma como si se tratara de un dogma religioso.

GERTIE.- Esto es peor. Porque el dogma se puede evitar siendo agnóstico o con una buena dosis de excepticismo. Esto no.

MARTHA.- Qué querés decir?

GERTIE.- Que depende del sistema nervioso involuntario.

PATRICIA.- Che, por qué no se dejan de joder con mi síntoma? Es mío. Respétenmelo, al menos.

MARTHA.- Simplemente, me interesaba por vos, querida, como siempre me he interesado. (Se sienta) De todos modos, Gertie: Cómo te vas a mantener si hacen la división de bienes con tu marido? No olvides que la casa es de los dos. No vas a poder disponer de ella a tu antojo.

GERTIE.- Eso ya lo sé. De todos modos tengo pensado tratar de conseguir un empleo como la gente.

MARTHA.- Un empleo como la gente… Ya veo.

GERTIE.- Qué querés decir con ese tonito despectivo?

MARTHA.- (Poniéndose de pie) Que tenías un empleo como la gente. Pero poco te importó.

GERTIE.- Si te estás refiriendo a la época en que tuve que trabajar para tu marido, me importa un comino lo que puedas decir, criticar, pontificar acerca de lo que debe ser la empleada perfecta, Martha querida.

MARTHA.- Si de verdad pensás conseguir empleo desplegando la conducta que desplegaste con Bob, no creo que dures ni un mes en él.

GERTIE.- Voy a hacerte caso sólo para que seas feliz: Trataré de portarme bien.

MARTHA.- Te lo aconsejo, mi amor.

GERTIE.- Pero no voy a permitir que me exploten.

MARTHA.- Quién te explotaba? Ay, Gertie, no riñamos, por favor! No es a discutir ésto a lo que he venido. Es lógico que estés tensa y un poco a la defensiva.

PATRICIA.- Lógico? Yo diría habitual.

MARTHA.- Te escuché, Patricia. Y sos muy injusta. Vos no sabés lo que se sufre por un hijo.

GERTIE.- Haceme el favor, callate, Martha.

PATRICIA.- (A Martha) Lo sabés vos?

MARTHA.- No tenés por qué ser tan hiriente y maleducada, amor mío. Ya sos grande.

GERTIE.- Martha: Patricia no ha querido agredirte. Estamos algo nerviosas aquí.

PATRICIA.- Probablemente, si estuviera papá, las cosas serían distintas.

GERTIE.- De acuerdo. Todos estaríamos discutiendo aquí, igual que ahora, mientras él estaría durmiendo arriba.

PATRICIA.- Qué querés decir, mamá? Que papá se desentendió siempre de los problemas?

GERTIE.- Siempre, querida. Siempre.

PATRICIA.- Sos injusta.

GERTIE.- Lo soy, porque ya nunca podré ser justa al juzgar la conducta de tu padre. Pero Dios sabe que digo la verdad y que siempre he dicho la verdad.

PATRICIA.- De la que sos dueña…

GERTIE.- No, no. En esta casa el dueño de todo siempre fue él. (Patricia marca un número en el teléfono. Madre y tía se acercan)

DIEZ

PATRICIA.- Sí, mire: Quisiéramos información sobre Jason Travies. Sí. Él al parecer estaba alojado en el edificio … Mierda! Me cortaron! (Gertie se aleja a foro)

GERTIE.- (A Patricia) Se te pasa?

PATRICIA.- (Abriendo y cerrando los ojos) Se me pasa. De a poco. Esto lleva su tiempo.

MARTHA.- (Sentándose junto a ella) Es un dolor, un cosquilleo, un martilleo?

PATRICIA.- Nada de eso. Es como si sólo pudiera ver con la mitad interna de ambos ojos sin poder saber qué ocurre a los costados. Me pone muy mal.

MARTHA.- También te pasaba en Kent?

PATRICIA.- No. Allí no me pasó nunca.

MARTHA.- Deberías volver a Kent.

PATRICIA.- Y vos, tía, deberías cerrar tu boca.

MARTHA.- Lo siento, no quise…

GERTIE.- (Sentada ahora en el alféizar de la ventana del frente)Tengo derecho, a esta altura del partido, a buscarme una vida como la gente.

MARTHA.- Pensamos que tenías una.

GERTIE.- Yo también lo pensé, no creas que no. Pero estaba equivocada, fijate.

MARTHA.- Por qué decís eso? Esta casa fue siempre muy feliz, un lugar muy feliz. Qué se yo… Les encantaba vivir en las afueras, con perros, gatos, gallinas… Eran felices.

GERTIE.- Mentiras. (Se pone de pie hecha una furia) Ésto era un gallinero. Ésto siempre estaba lleno de gallinas. Mierda, mierda, mierda por todos lados… Apestaba a gallinas.

MARTHA.- Yo recuerdo que vos te dedicabas a criarlas.

GERTIE.- Con algo tenía que alimentar a siete hijos.

MARTHA.- Es un problema tener tantos hijos.

GERTIE.- También lo es no tener ninguno. (Las luces bajan un poco. El grupo se deshace y se indica así el paso del tiempo. Martha se acerca a Patricia y comienza a cuchichear con ella mientras Gertie arregla cosas aquí y allá)

ONCE

PATRICIA.- Esperá. Tengo una amiga en el Times. A lo mejor sabe algo. (Saca una libretita) A ver, buscame…

MARTHA.- (Buscando) En qué letra?

PATRICIA.- En Times. En la te. Lo que pasa es que no recuerdo cómo se llama.

MARTHA.- Quién?

PATRICIA.- Mi amiga.

MARTHA.- No sabés cómo se llama tu amiga?

PATRICIA.- Bueno, no es mi amiga. Conocida. A ver. Si pudiera recordar… Esperá. Sheila?… No. Jenny, eso. Sí, Jenny Walters. Buscá. Encontraste el número?

MARTHA.- Sí. Dame el teléfono que llamo. (Marca y le pasa el teléfono a Patricia)

PATRICIA.- (Al teléfono) La señorita Walters, por favor. Sí, sí, gracias. Espero. (Pausa) Jenny? Patricia Travies, cómo estás? Patricia Travies, no te acordás de mí? A ver: Coincidimos en lo de Bárbara Foxhill en su casa, en Kent, hará un par de semanas, a lo sumo un mes, te acordás? Ah, sí? Claro. Ese, exactamente, sí. Sí, Bertine era mi novio. No, ya no, terminamos. Sí, sí. Doloroso. Oíme. Quiero preguntarte algo. Se me ocurrió que trabajando allí podrías saber… qué se yo… algún detalle al menos. Digo: Estarás enterada de la explosión en Kerbala, en Iraq, en el edificio de los marines ingleses. Sí. Ah… no tenés mucha información… Ninguna. Lo que pasa es que mi hermano Jason está allí, sabés? Y no tenemos noticias de cómo está. Cómo decís? Comprendo… Vos nada de nada. Podrías averiguar algo, al menos? Sí, sí. Jason Travies. Sí. Bueno. Te lo voy a agradecer, linda. Eso. En un rato te llamo. Esperá, no cortes. En cuánto te llamo? Dos horas? De acuerdo. Chau. (Corta) Pero la puta que la parió. Esta hija de puta no sé ni para qué se dedica al periodismo. Sabe menos que nosotras.

MARTHA.- A qué área se dedica?

PATRICIA.- No tengo idea.

MARTHA.- Bueno, eso es importante.

PATRICIA.- Pero no, tía. Yo sé por qué te lo digo. Se rascan todo el tiempo! Si vos la hubieras visto en Kent poniéndose en curda cuando al día siguiente tenía que cubrir una nota supuestamente importante… Bueno, a otra cosa. De todos modos, yo tengo la esperanza de que todo está bien.

GERTIE.- (La mira impávida desde su lugar frente a la ventana que da al público) La esperanza es algo bueno. Algo que hay que conservar. Ojalá todos pudiéramos tenerla con la fuerza que la tenés vos. (Se sienta en el alféizar)

DOCE

MARTHA.- Es duro. Muy duro. Siempre le digo a Bob. Es una bendición que Dios no nos haya mandado hijos. Una situación así, por ejemplo. Él no podría soportarla. Es un hombre débil. Muy débil.

PATRICIA.- Tío Bob, un hombre débil?

MARTHA.- Lo es. Siente pánico por cualquier cosa. Él dice que es temeroso de lo que se debe ser y que eso es todo.  Temeroso? Se muere de miedo ante cualquier situación límite. Y yo tengo que enfrentarlo todo. Si es casi patético.

PATRICIA.- Qué querés decir con eso, exactamente?

MARTHA.- Qué quiero decir? Qué quiero decir? Que antes de que yo me viniera para aquí, entró al baño no menos de cinco veces. Estaba cagado de miedo, eso quiero decir. Que él no podría enfrentar con serenidad la muerte de un hijo, eso quiero decir. (Gertie le pega en la mano. Martha se retrae)

GERTIE.- Querés callarte? Jason está vivo todavía. Está vivo! (Pausa breve)

TRECE

MARTHA.- Está bien. Si eso te hace bien, digo, pensar de esa manera: Viva la esperanza, querida! Ahora veo a quién sale toda tu familia. Tan esperanzada, tan esperanzada, que ninguno ha podido dejarlo todo para estar a tu lado. Bueno, lo cierto es que nadie ha podido decirnos nada todavía.

PATRICIA.- Tal vez el Sr. Blair o el Sr. Bush puedan hacerlo.

MARTHA.- Mirá, Patricia: Vos sabés cómo pensamos! Te agradecería que no habláramos de política!

PATRICIA.- Pero si no estaba hablando de política, tía. Hablaba simplemente acerca de quienes provocaron esta situación.

MARTHA.- El terrorismo internacional provocó esta situación. Y Blair no hizo más que apoyar como tradicionalmente ha hecho siempre Inglaterra, a los Estados Unidos.

PATRICIA.- Sí, claro. Y Bush aceptó su apoyo en esta guerra absurda. Una guerra que comenzó con la mentira infame de que Saddam Husseim almacenaba armas bactereológicas a espaldas dela ONU… Todopara tapar las conexiones que él y su papito tenían con los Bin Laden desde que rajaron a los comunistas de Afganistán. O tal vez antes.

MARTHA.- Estás hablando como esos zurdos que disfrutan al tratar de destruir las instituciones democráticas occidentales.

PATRICIA.- Ay, tía. Estás so british! A esta altura del partido cualquiera en occidente conoce esa conexión. Pero por Dios! Eran viejos socios!

MARTHA.- Bueno, bueno, basta de política!

PATRICIA.- Tía Martha: No es política, te repito. Es nuestra cruel realidad occidental y cristiana. El once de setiembre volaron las torres. El trece todos los Bin Laden residentes en los Estados Unidos pudieron abandonar ese país. Esa es la pura verdad. Pero es claro, era necesario encontrar para el mundo al culpable del terrorismo. Entonces había que declararle la guerra a Iraq. No sé cómo Blair puede seguir apoyando a ese bastardo!

MARTHA.- No me gusta que hables así de nuestro primer ministro.

PATRICIA.- Nuestro primer ministro es otro bastardo como el presidente de los norteamericanos.

MARTHA.- Basta! Basta! No te lo voy a permitir. Y del terrorismo qué? Debemos dejar que se expanda por el mundo y nos domine a quienes queremos el estado de derecho, la paz, la vida en familia? Nosotros somos la patria madre de los Estados Unidos. Y una madre siempre cuida de sus hijos. Esos desgraciados hijos de puta destrozaron las torres gemelas. Qué vamos a permitir? Que maten a nuestros hijos?

GERTIE.- Ese es precisamente el tema… Martha.

MARTHA.- No lo dije por Jason. Y por otra parte, Jason decidió ir y alistarse. Y vos no pudiste impedirlo. Entonces, cabía la posibilidad de que algo le pasara, no?

PATRICIA.- Podés callarte la boca, tía Martha, por favor? Por Dios! Quién puede defender al terrorismo hoy? El terrorismo es tan terrible como la guerra, o no?

MARTHA.- Que quede claro que yo no quise decir…

PATRICIA.- Mejor te callás, tía. Somos viejas conocidas. Sabemos lo que quisiste decir. Y no nos vamos a poner de acuerdo, ves? (Silencio total. Luego la penumbra y la música indican el paso del tiempo. Finalmente Gertie termina empecinada en la limpieza de su objeto, Patricia sentada en la tarima del lateral izquierdo, donde se peina. Martha se sienta en la tarima del lateral derecho)

CATORCE

PATRICIA.- Bueno, finalmente, el síntoma pasó del todo.

GERTIE.- Quieren comer algo? Puedo preparar…

PATRICIA.- Yo no quiero nada.

GERTIE.- Yo tampoco. Tengo un nudo aquí, que no me dejaría pasar nada. (Se señala la garganta) Vos, Martha?

MARTHA.- Yo estoy igual que vos, no escuchaste?

GERTIE.- No.

PATRICIA.- Quedate tranquila, mamá. Yo después hago unas salchichas.

GERTIE.- No hay salchichas.

PATRICIA.- Quiero decir que voy a comprar salchichas para cocinar.

GERTIE.- Aquí no se come esa comida chatarra. Hay pollo hervido y verduras en la heladera.

PATRICIA.- Qué rico. Prefiero la comida chatarra.

GERTIE.- Deberías cuidar tu calidad de vida.

PATRICIA.- Para qué? De todos modos nos vamos a morir.

GERTIE.- Vos querés decir…?

PATRICIA.- No quiero decir nada. Dentro de un rato voy a ir a comprar salchichas. Y también voy a comprar ese puré horrible que se hace con agua en dos minutos y que no tiene papas.

MARTHA.- Y que seguramente, provoca cáncer. (Patricia y Martha  se tientan y comienzan a reir a carcajadas. Gertie, que las mira atónita, ya que el clima es por demás festivo. De pronto, ellas la van mirando y van dejando de reír hasta el silencio total. La música subraya el camino de Gertie al centro proscenio)

QUINCE

GERTIE.- (A Patricia y a Martha, mientras camina al centro de la escena) Saben lo que le pasa a alguien cuando es aplastado hasta morir? Cuando su corazón estalla… hasta morir?

PATRICIA.- Qué pasa, mamá? Nos vas a dar una descripción para que todo el tiempo estemos llorando y sufriendo?

GERTIE.- Acaso se espera que estemos de fiesta?

PATRICIA.- No sé lo que se espera. Sé lo que esperás vos. Y lo siento, mamá. No podemos vivir nuestras vidas, ni siquiera unos días de nuestras vidas, sobre una cuerda tensa de violín, como vos. (Pausa)

GERTIE.- Lo siento. Siento no poder superar el dolor como ustedes pueden hacerlo.

PATRICIA.- Superar el dolor?

GERTIE.- No era eso lo que les decía siempre su padre? Que había que superar el dolor cuando les dolía algo, cuando se lastimaban, cuando se quebraban algún hueso? Superaron todo eso. Y no sólo eso. El dolor de panza, los espasmos bronquiales, las molestias estomacales…

PATRICIA.- Tendrías, tal vez, que pensar en otras cosas, mamá…

GERTIE.- No quiero dejar de pensar en ciertas cosas aunque me duelan! No quiero negar nada, no quiero evitar nada. Su papá los torturó haciéndolos iguales a él Supongo que en estos momentos estará pasando una agradable velada familiar.

PATRICIA.- Como de costumbre, exagerás al juzgar a papá. (Patricia se pone de pie con violencia y sale casi corriendo al jardín. Allí se sienta en el banco)

GERTIE.- Adónde vas, Patricia?

MARTHA.- Voy a acompañarla. No va a llegar más allá del jardín. Y de paso, dentro de un rato, me tocará a mí ir a comprar esas salchichas y ese puré cancerígeno. (Sale hacia el asiento mientras el silencio es total. Luego estalla la música de Vivaldi. Las luces bajan a una penumbra generalizada. Es la noche. Patricia vuelve a la casa y permanece en el rincón del teléfono. Mientras un haz de luz ilumina sólo esa zona, ella habla por teléfono en volumen bajo, mientras Gertie remienda una ropa)

DIECISÉIS

PATRICIA.- Abuela? Ah, ya sabés? No. Nosotras todavía no sabemos nada. Claro: Es muy difícil para todos nosotros. Me gustaría que le hablaras a papá. No, no para que venga. Creo que sería peor si él estuviera aquí. Me gustaría que le dijeras que le diera un poco de pelota al asunto. Y sí. Mamá hace lo que puede, pero acordate que nunca fue muy racional. Ella es así, apasionada e instintiva. Y desde que papá se fue, abandonó para siempre la sensatez. No. Los otros chicos no han podido venir. No es fácil dejarlo todo. Para colmo de males, tía Martha se ha instalado aquí y se empeña en estar como de velorio. Es una situación incómoda. Sí, haceme el favor. A ver si lo convencés a papá al menos de que llame de vez en cuando. No, mañana. Mañana va a estar bien. Una llamada de tanto en tanto, al menos. Él a vos suele escucharte. Gracias. Chau, abuela. (Cuelga. Trata de ponerse de pie, pero le cuesta. El dolor se le nota en la cara. Se toma el vientre con las manos y se queda sentada. Gertie se acerca a ese rincón en puntas de pies)

GERTIE.- Con quién hablabas?

PATRICIA.- Eh? Con una amiga. Una amiga de la residencia.

GERTIE.- Ah. Creí que con Bertine.

PATRICIA.- Te dije que terminé con Bertine.

GERTIE.- Por qué?

PATRICIA.- No sé.

GERTIE.- Es mejor que haya sido ahora, aunque te duela. Mirá lo que me pasó a mí con tu padre.

PATRICIA.- Qué pasó, mamá? Se terminó el amor?

GERTIE.- El amor? Creo que nunca estuve enamorada de él. Tenía dieciocho años, quería ser libre, salir de mi casa. Mi casa era un encierro para mí. Me casé con él y pronto me dí cuenta de que, al llenarme de hijos, me había encerrado aquí.

PATRICIA.- No es muy agradable saber que una provocó el encierro de nuestra madre.

GERTIE.- (La abraza) Oh, no, tesoro, no. No es como te lo imaginás. Esa fue su maniobra, su maniobra exclusiva, lo detestable, lo que yo descubrí después de eso que creí que era el amor. A mí la maternidad me hizo muy feliz cada vez. Cada vez, de veras. Ya lo vas a ver cuando vos seas madre. Todos me hicieron inmensamente feliz. Extremadamente feliz, en realidad. Ya lo vas a comprobar por vos misma.

PATRICIA.- Estuve a punto de comprobarlo. (Pausa)

GERTIE.- Cómo?

PATRICIA.- Estuve a punto de ser mamá. (Pausa)

GERTIE.- Y? Qué pasó?

PATRICIA.- Aborté. (Pausa)

GERTIE.- Cuándo?

PATRICIA.- Hace tres días.

GERTIE.- Tres…?

PATRICIA.- Sí.

GERTIE.- Tendrías que estar haciendo reposo.

PATRICIA.- Estoy bien. Físicamente bien.

GERTIE.- Espontáneamente…?

PATRICIA.- Por decisión propia.

GERTIE.- Era de…?

PATRICIA.- De Bertine, sí.

GERTIE.- Yo decía que no tenías buena cara. Lo noté en seguida, ni bien llegaste. (Pausa) Por qué no…?

PATRICIA.- Él no quiso asumirlo. Lo aterraba la paternidad. Imaginate, hubiera tenido que comenzar a trabajar para ayudarme a mantener al bebé. Eso era demasiado para él. Entonces… Pensé en vos, en tu frustración. Y… me pareció que era demasiado para mí sola.  No quise tenerlo.

GERTIE.- De modo que para no cometer mis errores…

PATRICIA.- Sé lo que vas a decirme: Cometí los míos. Sí. Tal vez tengas razón. Pero son los míos, mamá.

GERTIE.- Él lo supo?

PATRICIA.- Se fue. No hablamos más. Pero supongo que se lo imagina.

GERTIE.- Bueno. Yo no tengo nada que ver con tu decisión. Honestamente… y disculpame pero… no puedo apoyarla. Mi frustración fue siempre por tu padre, nunca por ustedes. (De pronto, la abraza. Se escucha bajo y en piano “Sobre el arco iris”) Ay, hijita: Lo lamento tanto! (Y sus ojos se llenan de lágrimas)

PATRICIA.- (También emocionada) Estoy bien, mamá. Todo está bien. Ya pasó.

GERTIE.- Realmente te sentís bien? Cómo te sentís?

PATRICIA.- Un poco débil. A veces… (Se emociona) siento… siento una tristeza… qué se yo… especial, no? Pero no podía ser. No podía criar sola ese hijo.

GERTIE.- Por qué no? Podrías haberlo criado aquí!

PATRICIA.- Aquí? Por Dios, mamá. Todo lo que querés es disparar de este lugar. Iba atarte de nuevo a esta casa con mi bebé? No me lo habría perdonado nunca. Nunca. Cuando llegué y dijiste que tu intención era mudarte pronto… comprendí que, a pesar de todo, de mis remordimientos, de mi tristeza, había hecho lo correcto.

GERTIE.- Y Bertine?

PATRICIA.- A él no quiero verlo más.

GERTIE.- Bueno: Eso no se sabe, hija.

PATRICIA.- Se sabe. Yo lo sé. No voy a verlo nunca más. (Pausa)

GERTIE.- Qué cosa la vida, no? Digo, si me hubiera enterado de esto antes, esta criatura habría sido…

PATRICIA.- No digas eso. No te atrevas a pensarlo, mamá, que después no podrías soportarlo. Pase lo que pase, nos informen lo que sea… Jason será siempre Jason. Las personas no se reemplazan.

GERTIE.- Lo sé. Las personas no. Pero sí se llenan los lugares vacíos con otras personas. Cuando tengas mi edad lo vas a entender. Es natural que ahora sientas una… cierta tristeza, como un estallido en tu corazoncito, nena, y tal vez algo de remordimiento. Cuando seas más grande sabrás de las ausencias y de la desesperación de la soledad. Eso, a pesar de tener siete hijos, yo lo he sentido. (Pausa) Querés café? (La música cesa)

PATRICIA.- No. Me voy a quedar viendo televisión. Puede ser que digan algo. Vos andá con tía Martha. Me querés explicar para qué se quedó?

GERTIE.- Ella es así. (Los ojos llenos de lágrimas:) Ha comenzado a velarlo cuando todavía está vivo para nosotras. (Se levanta y va al rincón hacia donde ha entrado Martha desde los interiores de la casa) Para qué te quedaste, Martha? Mirá qué molestia.

MARTHA.- Ninguna molestia. Para qué me iba a volver? Hubiera encontrado dormido a Bob. Se duerme en cualquier momento. No le importa la angustia por la que esté pasando yo. Siempre hace lo mismo. Si es un imbécil. Está viejo, eso es lo que pasa. Me tiene harta.

GERTIE.- Exagerás, como siempre. (Gertie la hace poner de pie y ambas se dirigen al centro de escena. Se sientan en sendas sillas)

MARTHA.- Exagero? Para nada. Dentro de toda tu tragedia, vos al menos tenés la suerte de no tener que soportar a un marido pusilánime como el mío con pretensiones de caprichoso. Ya no doy más.

GERTIE.- Pero, al parecer, ustedes coinciden en todo.

MARTHA.- Bah, coincidimos… Trato de coincidir con él para que no me haga la vida imposible. Es muy intemperante, Bob.

GERTIE.- Cada pareja, cada familia, tiene lo suyo. Mirá vos, mis hijos, que han sido todo para mí, creen que les he arruinado la vida. Siempre me juzgan, aunque nunca aparezcan, salvo uno o dos. Me creen loca, precipitada, absurda. Y en verdad lo soy. Lo que no saben ellos es que esta locura es la que me ha permitido sobrevivir. (Se escucha desde el televisor la voz del locutor)

VOZ DEL LOCUTOR.- Un soldado estaba filmando un video…

MARTHA.- Esperá…! (Ambas se ponen de pie y van hacia donde está Patricia, mirando el televisor. Las tres se impactan por la visión y el sonido de la explosión)

VOZ DEL LOCUTOR.- … que enviaría a su familia cuando ocurrió la explosión. (Se escucha la explosión. Gertie, los ojos llenos de lágrimas, se tapa la boca, conmocionada, para no gritar) Está al teléfono nuestra reportera. Elsie: Cómo están las cosas por allí?

VOZ DELA REPORTERA.- Nohe visto desastre igual en esta tierra. Es como si el mismísimo planeta llorara hoy esta tragedia, John. Hay tantos chicos atrapados. Como puede verse en las imágenes, el rescate continúa durante la noche. Mientras nosotros mostramos las imágenes, ustedes pueden disponer de las cámaras… Nos comunicamos después.

VOZ DEL LOCUTOR.- Gracias por esas imágenes tan terribles pero a la vez tan elocuentes, Elsie. Nosotros continuamos con la programación. (Martha baja el volumen. Gertie va hacia la tarima del frente, derecha)

MARTHA.- Dios. Pensar que anoche a esta hora todo estaba bien y hoy… Habló él?

GERTIE.- (Al borde del llanto) Quién?

MARTHA.- Tu ex-marido. El padre de los chicos.

GERTIE.- No. Habló ayer. Con Patricia. Pero no tiene nada para decir. Por eso se fue. Voy a apagar el televisor.

MARTHA.- Dejá. Por ahí dicen algo que… nos tranquiliza.

GERTIE.- A vos te parece? (Y estalla en llanto) No se puede creer. Cuando me casé con él… pensé que era feliz.

MARTHA.- Todo se te mezcla, Gertie. Fuiste feliz, seguramente. Como lo fui yo. Eso pasa, después. Pero todavía podés serlo.

GERTIE.- Quiero una vida diferente. Yo no elegí ésta. (Se acerca Patricia)

PATRICIA.- Alguien la eligió. Quiso papá tener siete hijos? Creo, mamá, que tu autocompasión ha llegado a la cumbre. Nadie decidió en esta casa que tenía que haber mal humor y desdicha siempre. Ni siquiera papá. (Pausa)

GERTIE.- Me voy a dormir. (Pausa. Las mira) Está bien. Soy malhumorada y desdichada. Ninguna de las dos cosas me gusta. En un tiempo podía reírme de los chistes de tu padre. Después, no sé por qué, dejaron de hacerme gracia. Tampoco yo tengo la culpa. Lo siento. (Arranca la música de Vivaldi. Gertie toma la bata y sale hacia el interior de la casa. Patricia y Martha se miran y luego, lentamente, la siguen. Las luces bajan más aún, mientras la música indica paso del tiempo. Gertie aparece en escena en bata y va hacia la ventana mientras Patricia, envuelta en una frazada, lee un libro en el jardín. Gertie es iluminada por la luz del amanecer. Divisa a Patricia en el jardín)

DIECISIETE

PATRICIA.- Hola, buen día.

GERTIE.- Está amaneciendo. Te traigo café?

PATRICIA.- No. Gracias, mamá.

GERTIE.- Has estado en ésto mucho tiempo?

PATRICIA.- En realidad quería ver algunos videos de cuando Jason corría. En esa época yo también corría, te acordás?

GERTIE.- Sí.

PATRICIA.- No lo hacía porque me gustara, en realidad. Corría para estar con él. Siempre lo he amado mucho. Me gustaba entrenar con él, salir con él, charlar con él aunque le llevara varios años. Y a él le gustaba que yo tratara de igualar su velocidad, aunque fuera una torpe.

GERTIE.- Recuerdo todo eso, sí. Y conseguiste los videos?

PATRICIA.- No, no están. Revolví todo, pero no están.

GERTIE.- Debe habérselos llevado tu padre.

PATRICIA.- Para qué? Papá nunca vió videos.

GERTIE.- Para tenerlos archivados y recordar de vez en cuando que tiene otros siete hijos.

PATRICIA.- Ay, Dios… (Entra a la casa, se sienta. Se frota los ojos)

GERTIE.- No has dormido?

PATRICIA.- Apenas.

GERTIE.- Y entonces, por qué te levantaste tan temprano? Dale, te sirvo café. (De los interiores entra Martha, semidormida. Va hacia la tarima de la izquierda y se sirve café. Luego se sienta en la tarima lateral de la izquierda)

PATRICIA.- No, mamá. Ya tomé. (Patricia se despoja de la frazada, quedando sentada en la tarima)

GERTIE.- Está bien. (Gertie se sienta en una de las sillas de frente al público después de arrastrar una caja con libros. Allí encuentra un retrado de Jason y dice) Ay, Jason. (Comienza a limpiar los libros que estarán dentro de la caja. En voz baja, conversa con su hija)

PATRICIA De veras te vas a mudar?

GERTIE.- Sí. Con tiempo. Pero tódo lo rápido que pueda.

PATRICIA.- Qué va a pasar con papá?

GERTIE.- Ya lo preguntaste. Siempre lo preguntás, en realidad. Y a mí me tiene sin cuidado lo que pase con él. Creo que tiene muy bien programada su vida como para que yo piense en eso, no te parece? De todos modos, es un asunto entre tu papá y yo.

PATRICIA.- Lo decís como si no nos afectara.

GERTIE.- Hija: Creo que ahora nos afecta otro asunto. El de Jason. No quiero discutir sobre viejas rencillas. (Pausa y transición) Te acordás cuando noviabas con ese chico dulce y bien educado? Ben, o Ken? Debía ser difícil para el pobre chico.

PATRICIA.- No sé por qué. Él decía siempre que yo era la dulce. Lo que pasa es que en mi familia nadie lo ha descubierto todavía. Y en verdad lo soy.

GERTIE.- Nunca has hecho demasiado esfuerzo por demostrarlo. (Pausa. Sigue colocando libros en la caja)

PATRICIA.- Se llamaba Ken. Ken Taylor. Todavía… a veces, lo veo. Él… sigue enamorado de mí. Me lo ha dicho. Digo, Ken.

GERTIE.- Claro, Ken. Como el novio dela Barbie. Novoy a olvidarlo. Sos atractiva – no sosla Barbie, gracias a Dios – pero ese look tan años setenta no te sienta, hija. Es una pena.

PATRICIA.- Ken no opina ni opinaba lo mismo. Bah, me quiere como soy.

GERTIE.- Seguramente. Si llegaran a arreglarse de nuevo, traelo alguna vez. Digo, si tenés ganas. A Ken. Así lo conozco mejor. Sólo lo ví aquella vez en…

PATRICIA.- … En mi graduación.

GERTIE.- Eso. En tu graduación.

PATRICIA.- No sé si me seduce la idea.

GERTIE.- Lo que no te seduce es la idea de que él me conozca mejor a mí. Eso se te debe antojar terrorífico. Pero podés advertirle antes que soy una bruja incorregible y mientras esté aquí yo puedo portarme bien y de ese modo quizá me tomaría algo de cariño, porque pensaría que lo hago por él, en un esfuerzo especial por agradarle.

PATRICIA (Riendo a carcajadas).- Ay, mamá! Ese no es su proceso mental. Digo: Ni remotamente se le ocurriría pensar así. Él es frontal y en verdad esta familia lo tiene sin cuidado. Pero voy a considerarlo. Digo, si me vuelve a invitar a salir y… me saco finalmente de la cabeza a Bertine.

GERTIE.- Correcto. Cómo anda tu vista?

PATRICIA.- No muy bien. Acabo de tomar unas píldoras que me recetaron.

GERTIE.- Las habías tomado anoche?

PATRICIA.- Las tomo cada vez que tengo el síntoma. Lo siento, mamá: Pareciera que con esto trato de escaparme de la angustia familiar. Pero no es así: Me viene en serio.

GERTIE.- Nadie duda de eso. (Ella se levanta)

PATRICIA.- Esperá, por favor. (Ella vuelve a sentarse) Tengo permanentemente la sensación horrible de que… no te interesa… entenderme.

GERTIE.- Eso es una tontería. (Suena el teléfono y atiende Patricia)

DIECIOCHO

PATRICIA.- (Al teléfono) Hola. Ah, sos vos, Beth… (A Gertie:) Es Beth O’Neal. Qué tal? Sabés algo? Ah… pudiste hablar con Tim! Qué bueno, qué alivio. Ah. Él está bien. Estaba con permiso. Qué bueno. Te contó algo de Jason? Sabía él algo? Ah. Ah, sí. Claro. Bueno. Gracias. Gracias, Beth. Nos alegramos por vos. Por ustedes… y lógicamente, por Tim. Sí, sí. Nos hablamos. (Corta) Dice que hace días Tim vio a Jason, pero no lo vio este fin de semana.

GERTIE.- Te dijo dónde estaba Jason?

PATRICIA.- Dijo que… Tim creía que… Jason estaba en el edificio.

GERTIE.- (Con la voz quebrada) El edificio… bombardeado?

PATRICIA.- Eso parece… Pero… pero puede haber estado también con permiso, eso dijo. Hay una gran confusión. Dijo simplemente que los chicos… no se vieron. Realmente, hay mucha confusión, mucha confusión, mamá. (Gertie, sin decir una palabra, se levanta y sale de la estructura de escena mientras se escucha a Judy Garland cantar una de sus últimas versiones de “Sobre el arco iris”. Fuera de ella, se sienta en esa suerte de banco que hay allí, en la parte derecha de escena)

MARTHA.- Es cierto lo que le dijiste?

PATRICIA.- Sí. Eso es lo que dijo Beth. Que todo es muy confuso.

MARTHA.- No debiste decírselo.

PATRICIA.- Lo siento. No tengo el don de saber decir bien las cosas. Lo siento.

MARTHA.- No quise decir eso.

PATRICIA.- Pero es la verdad. Y menos con mamá. Menos a mamá. Me pongo torpe y casi… casi agresiva. Siempre me siento como que me pone entre la espada y la pared. Lo siento. (Martha le acaricia la cara con el dorso de su mano)

MARTHA.- Querida: Encontrar culpas… no lo salvará.

PATRICIA.- (Los ojos llenos de lágrimas) Sí. Tenés razón. (Y entonces rompe a llorar desconsoladamente) Abrazame, tía Martha, por favor. Abrazame fuerte. Necesito consuelo. (Se abrazan) Sabés? A veces quisiera saber… qué significo yo para mamá. Es… como si me rechazara permanentemente. Tía: Qué significamos nosotros para ella?

MARTHA.- Mucho. (Sus ojos se llenan de lágrimas) Aunque Gertie sea difícil, no saben lo que significan ustedes para ella. No saben lo que significa para cualquier mujer… tener hijos como… como ustedes.

PATRICIA.- Idealizás. Toda la vida idealizaste. Las cosas no son así, con esa percepción romántica que tenés de ellas. Mirá: Ni una vez, ni una sola vez, ni Jason ni nosotros pudimos lograr lo que queríamos dentro de esta familia. Y no es cuestión de echarle la culpa a mamá solamente. Exteriotipos. Eso somos, eso fuimos. Todos nosotros. Nada que ver con lo que sentíamos o queríamos.

MARTHA.- Tu madre hizo lo que pudo.

PATRICIA.- Nosotros también hicimos lo que pudimos. Y fue tan poco! Ay, Jason… Lo… lo extraño tanto. (La voz del locutor resuena desde el televisor, mientras Gertie se desplaza desde fuera de la estructura hacia la tarima base y mira el aparato)

DIECINUEVE

VOZ DEL LOCUTOR.- Se especula que la causa del estallido fue un peligroso explosivo. Rastros de amoníaco conducen a la investigación hacia la posibilidad de que ésto fue la causa.

GERTIE.- (Mirando el televisor, conmocionada) Así quedó el edificio?

MARTHA.- Sí.

GERTIE.- Dios.  Tan difícil este hijo mío. Nunca pude complacerlo. Nunca. Por eso fue a enterrarse a ese lugar.

MARTHA.- No te flageles, Gertie. No es culpa tuya. Tené piedad de vos misma.

PATRICIA.- Tía Martha tiene razón, mamá. No fue por eso.

GERTIE.- Sí! Por eso! Por eso, por eso! (Está totalmente quebrada. Comienza a tener una crisis de respiración, repitiendo “Por eso”. Patricia se suelta de Martha y va a ayudarla)

PATRICIA.- Calmate! Basta, mamá! Es suficiente! Qué ganás con ésto? (Gertie cae sentada llorando con mucha angustia)

GERTIE.- Dios! Dios!

PATRICIA.- (Se arrodilla junto a ella) Mamá, no! No, por favor! No podría verte así a vos! Basta! Te lo suplico. Basta! (Gertie la mira en una larga pausa)

GERTIE.- Voy a limpiar la cochera. (Se pone de pie)

PATRICIA.- (Se pone de pie frente a ella) No es hora de limpiar nada. Es hora de que compartamos nuestro dolor, mamá. (Gertie, entonces, se echa en sus brazos a llorar desconsoladamente. Patricia la abraza fuerte y le dice con voz dulce) Sentate y calmate, por favor. Por favor. (Gertie se sienta) Así está bien. Ahora es mejor que escuchemos las noticias. (Acciona el control remoto)

VOZ DE REPORTERA.- Identificar los cadáveres es un proceso largo y tedioso. Se han contado ciento cuarenta y siete muertos. Muchos de ellos no llevaban sus placas.

GERTIE.- Ciento cuarenta y siete…

VOZ DE LOCUTOR.- Hay esperanza de sobrevivientes?

VOZ DE REPORTERA.- Se trabaja aquí bajo esa premisa. De hecho se sabe que muchos no estaban dentro del edificio. Por otra parte han hallado unos cuerpos tibios, pero no estaban vivos.

GERTIE.- No quiero escuchar ni ver ésto. Apaguen.

VOZ DE LOCUTOR.- Desde el sitio mismo del siniestro, un vocero expresó que las esperanzas se desvanecen mientras… (Patricia apaga el televisor. Hay un silencio sepulcral)

VEINTE

PATRICIA.- Querés algo fuerte, mamá?

GERTIE.- Preferiría estar lúcida cuando llegue ese oficial o ese capellán, quien quiera que sea. (No logra contener que se le caigan las lágrimas)

PATRICIA.- Está bien. (A Martha) Vos? (Martha niega con la cabeza, profundamente conmocionada)

GERTIE.- Patricia… Martha… Lo siento. (Llora profundamente conmovida) No… No podré soportarlo si está muerto. (Martha la abraza y ella llora desconsoladamente apoyada en su hombro. De pronto suena el teléfono y atiende Patricia)

PATRICIA.- Sí? Patricia. Ah, hola, Beth. No. Nada, todavía. Sí. Claro que te vamos a informar. Sí, claro. Ni bien sepamos algo. Chau. (Corta y casi de inmediato, vuelve a sonar el teléfono y Patricia, luego de una pausa, vuelve a atender) Hola! Sí. Esta es la familia. (Pausa) Mamá: quieren hablar con vos.

GERTIE.- Eh?

PATRICIA.- El teléfono. Vení, apurate. (Gertie vacila, aún sostenida por Martha)

GERTIE.- Es un oficial o un capellán? (Finalmente, se decide y va a atender. En su actitud hay algo de reina que va al cadalso) Hola. Sí, soy yo. Correcto. Sí. Voy a… voy a atender. (Pausa. Al escuchar sonríe levemente con los ojos llenos de lágrimas) Hola. Jason? Jason!

PATRICIA.- Es él? Está bien, mamá?

MARTHA.- Dónde está?

PATRICIA.- Dios mío!

MARTHA.- Está bien?

GERTIE.- (Llorando) Jason… Jason está… Oh, Patricia… (Le entrega el teléfono) Martha! (Y se abraza a ella)

MARTHA.- Decinos dónde está!

GERTIE.- Está en el aeropuerto. En el aeropuerto! Viene para aquí! (Las tres  están amontonadas alrededor del teléfono en el que habla Patricia. Martha se abraza a Gertie y ambas lloran desconsoladamente. Mientras esto sucede, en el televisor se dispara el mensaje de Jason, aquel que se escuchó al principio)

VOZ DE JASON.- “Supongo que tratan de decirnos algo. O tal vez convertirnos en héroes? Ya lo soy. Soy un Travies, y he sobrevivido a esta familia. Un beso grande para toda la tribu. Jason.” (Estalla la música en el)

 

 

APAGÒN FINAL

 

 

 

 Obra teatral registrada en Argentores y en la Dirección General de la Propiedad del Derecho de Autor. Expte. 608472. Autor original Lauro Campos. Prohibida su reproducción en cualquier medio sin autorización del autor.

 

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EL APARECIDO otro cuento de Lauro Campos

Había aparecido justo en la época en que el Generalísimo había caído en cama, enfermo para no levantarse ya más. Decían que no dormía por las noches torturado por numerosos remordimientos que sólo conocía su confesor. Había aparecido en el Convento de las Carmelitas de Granada preguntando por Sor Rosita, ese convento que estaba cerca, muy cerca de aquella casa de la calle de Elvira, próxima a la carrera del Darro y cercana a la cuesta de Gomeréz, por la que se subía a la Alhambra. Por aquella cuesta, en otros tiempos, solían subir la manolas, las amigas de Rosita, aquellas que se iban a la Alhambra las tres, a las cuatro, solas. Una vestida de verde, otra de malva y la otra, un corselete escocés con cintas hasta la cola. En esa época Rosita aún no había ingresado al convento y esperaba a aquel novio que había marchado a América. Lo recordaba muy bien. Le dijeron que Sor Rosita había muerto hacía muchísimos años. El encargado del torno lo acompañó él mismo hasta el Hospital Comunal. Se notaba que el pobre hombre no estaba bien, que tenía confusa la mente, que no distinguía entre su identidad y los recuerdos de un pasado que quizá no le pertenecía. No era apacible sino antes bien iracundo, por lo que al principio, no lo trataron muy bien en aquel hospital.

– ¡Que ya nos tiés hartos de tanto disparate junto, joder! ¡Que aquí no te conoce nadie, vamos!

Era un hombre mayor, ya canoso, de ojos intensos y pómulos salientes. Cuando lo empujaron hacia la celda pensó: «- ¿Estáis hartos de mis disparates? Pues yo estoy harto de andar y andar sin poder encontrar mi lugar, coño. Que esto ya es demasido. Que no doy más.» – Y de inmediato comenzó a pensar… «- No me conoce nadie, no…»

No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos, ni hormigas de tu casa. No te conoce tu recuerdo mudo… porque te has muerto para siempre.

– ¿Quién ha escrito eso? ¿Quién?

No te conoce el lomo de la piedra ni el raso negro donde te destrozas. No te conoce el niño ni la tarde, porque te has muerto para siempre.

– ¿Quién ha escrito eso? ¿Alguno puede decírmelo? ¿Es que no lo sabéis? ¿Es posible que esté muerto para siempre? Sí. Es por eso que nadie quiere mirarme a los ojos, ni acercarse siquiera para reconocer mi olor. Es como si estuviese apestado, porque…

Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de esta tierra. Como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados.

– No. Que no estoy muerto – dijo sollozando – Soy yo. ¡Y estoy vivo! ¿Es que no lo comprendéis? De pronto, ya no estuve. Han pasado los años y así, de pronto también, como me he ido, he aparecido.

Tenía la sensación de haber sido raptado por la luna allá en el olivar. En ese olivar donde se metía de niño para buscar a los gitanos. ¿Por qué? Tal vez eso no lo comprenda nadie nunca. Él iba en busca del cante, de eso que en lo oscuro tiene hilos de fósforo y luna. Recordaba que, tiempo después, había tenido que lamentar su afición a los gitanos. Los había traicionado, había querido ser otro, uno más de los de su generación. Sin embargo, a pesar de esa traición, los gitanos lo habían cobijado aquella madrugada infernal, cuando desde la Colonia los habían llevado, a él, a los dos banderilleros y al maestro cojo, a esa carretera que une esos pueblos iguales, Alcafar y Viznar. Recordaba haberse meado encima por el miedo en esa puta carretera. Y cuando había escuchado los disparos, podría haber jurado por la madre que lo había parido que creyó que le habían dado… de muerte. Allí, rodeado de ese particular verde de los arbustos a esa hora de la madrugada, cuando la luna da ese tono espectral a los árboles y a las plantas.

Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas…

Veía a la muerte en esa madrugada terrible mientras le disparaban por la espalda como aquella gitana que, con la sombra en la cintura soñaba en su baranda.

Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata.

Solo, acurrucado entre los matorrales, con su herida que sangraba y empapaba de rojo su cuerpo y su alma. No sabía qué hacer. Se arrastró hasta los olivares. De nuevo sería la gitanería su salvación. Ahora, se acurrucó en el camastro de aquel hospital. Lo sabía, no era fácil aceptar a un desaparecido que aparece así de pronto, de la nada, de la profundidad verde del monte donde viven los gitanos. Pero así habían sucedido las cosas. Había llegado al campamento de los gitanos más muerto que vivo. Sangrando por dentro. Sangrando por fuera.

Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando desde los puertos de Cabra.

El viejo gitano lo había mirado intensamente. Y era como si se repitiera ante sus ojos aquella escena que una vez había escrito. Porque él estaba seguro: Lo había escrito.

Si yo pudiera, mocito, ese trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa…

Había desaparecido entre los gitanos. Era el último, el único rincón que le quedaba. Y allí… había envejecido. Había envejecido mientras otros le daban por muerto. La herida que había traído cuando llegó a ese lugar, de a poco, había ido cauterizando, aunque muchas veces soñara con aquellos días terribles en casa de los Rosales.

«- No deje usted que me lleven, doña Esperancita. Dígales que no soy un comunista, que no tengo en la huerta de San Vicente una radio que comunica con Moscú. Que son imaginaciones de gente malvada. Dígaselo usted que tiene dos hijos en la falange. Que soy católico y que nada he hecho que pueda dañarme políticamente, salvo firmar algunos papeles en favor de los pobres…»

Pero ya era tarde. Sabía que sería el cordero, el chivo expiatorio en la lucha de las dos grandes facciones de las derechas, la C.E.D.A. , a la que pertenecía Ruiz Alonso, su entregador, y la falange, a la que pertenecían los Rosales. Y eso de poder retirar de esa casa de la calle de Angulo y Tablas a un poeta llamado rojo era como decirle al mismísimo Caudillo: «- Pues mire usted que esconder estos niños falangistas a un comunista en su propia casa…» Las envidias, ay. Las envidias.

Segundos después, en ese camastro del hospital, estaba recordando la otra celda, la del gobierno civil. Y a Angelina, la dulce Angelina, la criada de su madre, llevándole comida que no comería nunca y pitillos, que fumaría todos. Le había preguntado si no le había escrito Rafael. Ella había negado. Le había preguntado si despacharía una carta por él y ella había asentido. Había escrito, lo recordaba palabra por palabra:

Amor de mis entrañas, viva muerte: en vano espero tu palabra escrita.  Y pienso, con la flor que se marchita, que si vivo sin mí, quiero perderte. El aire es inmortal. La piedra no conoce la sombra ni la evita. Corazón interior no necesita la miel helada que la luna vierte. Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas, tigre y paloma, sobre tu cintura en duelo de mordiscos y azucenas. Llena pues, de palabras mi locura… O déjame vivir, en mi serena noche del alma para siempre oscura.

– ¡Pero no me escribiste! O si lo hiciste, no lo supe. Sólo supe que te habías enrolado y que en Lorca, un pueblito de Murcia que justamente lleva mi apellido gritaste ¡Federico! en la trinchera para que las balas encontraran certeras el camino, y el destino. Ay, Rafael… que todo lo he sabido junto a los gitanos. Y nada he podido hacer, vamos. Que he quedado paralizado. Envejeciendo… paralizado.

Entonces ha comenzado a llorar, a clamar porque lo llevaran con el Generalísimo o como quisieran llamarlo, que él sabía de sus lamentos y remordimientos por la torpeza de sus secuaces al llevar a cabo el intento de su muerte. Que en su arrepentimiento ha llegado a flagelarse por el pecado de asesinato. Pues ahora era el momento de aliviarle, de sacarle el peso del plomo de su corazón arrepentido. Pero nadie lo escuchaba. Nadie le creía. Creían que había vuelto loco. Y se preguntaba: ¿Por qué no había muerto realmente? ¿Acaso no habría sido mejor?

Pero había aparecido después de muchos años y nadie creía que era él, en verdad. A pesar de sus recuerdos, a pesar de sus súplicas. Él lo sabía desde siempre. En este mundo no hay lugar para los diferentes. De modo que hubiera sido mejor el disparo certero…

Me he acostumbrado a vivir todos estos años fuera de mí, pensando en cosas que estaban muy lejos. Y ahora que estas cosas ya no existen, sigo dando vueltas y más vueltas por este sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca. Si la gente no hubiera hablado, si vosotros no lo hubierais sabido, si no lo hubiera sabido nadie más que yo… esa mentira de mi genio y mi talento hubiese alimentado la ilusión de por vida. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalado por un dedo que hacía ridículo mi prestigio y daba un aire grotesco a mi genio de poeta. Y aparece gente nueva y canciones nuevas y poemas nuevos… y yo igual, siempre igual. Y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que no conozco a nadie. Y uno dice: – Allí va el viejo marica… Y otro, hermoso, con la cabeza rizada que comenta: – Ese ya no tiene quien le mire, a no ser que pague. Y yo lo oigo y no puedo sino gritar ¡Vamos adelante! con la boca llena de veneno y con unas ganas de huir, de descansar, de no moverme más, nunca, de mi rincón. Ahora lo sabéis todos: Yo soy Rosita, en verdad. Aquella que he escrito. No estoy muerto aunque merecería estarlo… Y ahora  no me queréis llevar hacia el que decidía vida y destino de todos para que me diga: «- Hijo, Federico, has aparecido. ¡Estás vivo, por Dios! Al fin puedo aliviar mi alma ante Jesucristo Nuestro Señor…» Pero no.

No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos, ni hormigas de tu casa…

Pidió:

– Por el amor de tu hijo, madre de Dios, dame la inteligencia, el dolor, el corazón, el sentimiento de un pequeñísimo pájaro negro que vuela en el cielo sin siquiera cansarse. Como el de la canción que cantaban los negros del Harlem en la época más solitaria de mi vida: «Empacando aquí estoy, susurrando mi canción, bye, bye, blackbird…. Donde alguien me espera a mí, dulce es, cálido sí: Bye, bye, blackbird… En verdad no me aman ni me entienden y duras historias oí contar de mí. Sé mi luz, sé mi paz, y estaré dispuesto ya… Blackbird… Bye, bye.»

Después, escuchó la voz de la médica que hablaba con el enfermero:

– Su discurso refiere una disociación importante en su personalidad, una tendencia irreprimible a fabular y a contar historias que sin duda ha escuchado en su juventud y que él, en su manejo esquizoide grave, atribuye como propias.

– Es así – contestó el enfermero – Que le hemos puesto seguridad máxima, vamos. Que no se pué permitir que se escape ni que llegue con sus delirios a los oídos del Generalísimo, que el pobre no se encuentra nada bien, aunque se lo oculte al pueblo. Pobre marica perturbado… Él no tié la culpa de su locura. Algo ha pasao en su vida, que le ha quitao el entendimiento pa siempre.

Él entonces se sentó en su cama. Miró el ventanuco con rejas por donde comenzaba a entrar el sol. Repitió: No te conoce tu recuerdo mudo… porque te has muerto para siempre.

Luego comenzó a mover la cabeza, primero lenta y luego más rápidamente hasta llegar a transformar el movimiento en algo compulsivo y mecánico mientras repetía:

– Ay, Federico García, para siempre, para siempre, para siempre… – de repente miró fijamente hacia la luz del ventanuco y sonrió con una sonrisa ambigua. Aún no sabía qué era lo que pasaba por su mente. Susurró: – Gracias, Madre de Dios – y después entonó » – Blackbird: Bye, bye.»

 

En homenaje a mi amigo Alberto Padró, que tanto aportó

a mi conocimiento sobre Federico García Lorca y su vida.

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LA MUJER DE LAS CEBOLLAS otro cuento de Lauro Campos

¿Sabe usted?… Estoy cansada, muy cansada de tanta equivocación sobre mi marido. Cansada, sí, cansada. (Ay, Josefina, ¡qué desgraciada eres!)

Cuando muera, que moriré pronto, lo haré deshecha en los negros de mi memoria cansada. Y al cansancio de encontrarme con Miguel habré vuelto a este cansancio de paladar amargo que me dejaron sus besos. Que un amor como el nuestro no puede deshacerse en nublos de tormenta. ¿No lo cree así?

Me he puesto de novia con él casi a finales del año 34. Yo era una muchacha morena que él veía pasar cada tarde hacia el taller. Me miraba desde su ventana, anchas espaldas, cenicienta la piel, los ojos verdes – sí, verdes, que verdes eran y no azules como decía Vicente Aleixandre. Mire, hace poco he encontrado una carta del propio Miguel en la que me dice:  «Te llevo tal, que te llevo bordada sobre mis ojos. Te bordé con una aguja negra, con un hilo de luto, sobre mis ojos verdes…»

Así era, sí. Cuando me lo preguntó María Gracia Ifach, que escribía la biografía de Miguel, yo le he mandado en una carta una hebra de hilo verde del color exacto de sus ojos. Y su pelo… Ah, brillando rojo como llamarada al sol. Por cierto que en ese camino al taller, yo no pude dejar de mirarlo, vamos.

El padre quería que se ocupara del campo, de cuidar las cabras. Pero era irremediable su gusto por los libros… Y, ¿sabe usted? … esa manía que le era propia de conar las sílabas del verso con los dedos. Se subía cada mañana a los montes de orihuela seguido por el grito de las cabras, pero hacía trampa a su padre, que Miguel tenía esas cosas: en sus alfrojas llevaba las rimas de Bécquer, los escritos agudos de Quevedo, los amores apasionados de San Juan de la Cruz. ¿Que cómo conseguía eso? Pues se lo procuraba el cura del pueblo, que sabía de su afición. Es claro, cuando bajaba del monte traía siempre papeles garabateados. Hasta que por fin el propio sacerdote le regaló aquella máquina de escribir.

Sí, señor. Su primer contacto con la Iglesia fue de disfrute, de alegría. Después… cuando el Colegio de Santo Domingo lo ha becado, comenzó su resentimiento. Y es que los becados entraban por puerta distinta a la de los internos, a los que muchas veces tuvo que servir la comida como sirviente.

De joven se hizo estrechamente amigo de Ramón Sijé, abogado y católico. Miguel en esa época ardía apasionadamente en las llamas del catolicismo. Y escribía. No podía dejar de escribir en su vieja máquina. En su primer viaje a Madrid se uniría a aquella generación llamada hijos de Góngora: García Lorca, Aleixandre, Dámaso Alonso, Alberti… Miguel, junto a ellos, era el barro arrastrado en su zapatones desde Orihuela. Y riendo como un chico me lo decía siempre: «Me llamo barro aunque Miguel me llame. / Barro es mi profesión y mi destino / que mancha con su lengua cuanto lame.»

Pero ese viaje lo hizo distanciar de Sijé con el que se habían poco menos que jurado amistad eterna. El catolicismo de Ramón le olía a «tufo sotánico», ese que no aprobaban sus amgios los intelectuales. La muerte de Sijé, tan repentina, fue vivida sin embargo por él como una traición, un castigo, una venganza. Era Dios mismo, ese Dios vengativo y terrible que nos habían enseñado en el catecismo el que lo castigaba por haberse alejado del amigo. Y lloró amargamente este castigo. «Tu corazón, ya terciopelo ajado / llama a un campo de almendras espumosas / mi avariciosa voz de enamorado. / A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero.»

Ah. Estoy cansada. Quisiera ya no hablar. Pero usted ha abierto este grifo que refresca y no puedo parar de hablar. Miguel reemplazó el amor de Dios con el mío, pobrecito amor de vuelo bajo. Y en el desahogó su escritura apasionada: «Te me mueres de casta y de sencilla. / Estoy convicto, amor. Estoy confeso…»

Nos casamos en el 36. Quedé embarazada al año, pero tuve que dar a luz donde mis padres, ya que Miguel había marchado a la guerra. Manuel Ramón, nuestro primer hijo, murió en el 38 sin poder cumplir los postulados de justicia y esperanza que su padre había soñado para él. Manuel Miguel, el segundo, nació en el 39, concebido en un encuentro furtivo con Miguel en una de sus escapadas desde el campo de lucha. Este segundo hijo, el definitivo, nunca ha podido levantar vuelo, ¿sabe usted? Nunca. Sus hijos han podido lograr educación gracias al tramite que he hecho en el Ayuntamiento. Porque Miguel…

Mire usted, que no quiero hablar más, que estoy cansada, que no quiero que digáis que Josefina Manresa se ha quejado alguna vez de la extrema pobreza en la que hemos vivido mientras él ha estado en la guerra o en la cárcel. Pan y cebolla por toda comida.

¿Cartas? Siempre.

«Josefina, amor mío: Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado al mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles te mando estas coplillas que le he escrito, ya que para mí no hay otro quehacer que escribiros a vosotros… o desesperarme. Desesperarme.

La cebolla es escarcha / cerrada y pobre / escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla / hielo negro y escarcha / grande y redonda. / En la cuna del hambre / mi niño estaba / con sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre / escarchaba de azúcar / cebolla y hambre.»

¿Cartas? Pues eso: Siempre.

«Josefina: Este dolor que me atraviesa parte de tantas cosas… De la aguja de sentirme poeta mal enhebrado de mi tiempo. del dolor a cántaros, a bocanadas, que me ha traído la vida. Mi dolor ha sido siempre un hilillo desde el que va desangrando mi poesía.

Vuela, niño, en la doble / luna del pecho. /Tú, triste de cebolla, / él, satisfecho. / No te derrumbes. / No sepas lo que pasa, / ni lo que ocurre.»

¿Y su dolor? Junto a mí, siempre.

«Josefina, amor mío: este dolor de ojos tristes y llantos rotos… ¿Vuela mi niño? Que vuele, Josefina, que vuele alto. A tí, te llevo tal, que te llevo bordada sobre mis ojos. Te bordé con una aguja negra, con un hilo de luto, sobre mis ojos verdes.»

Yo entonces preguntaba: ¿Quieres, Miguel, que tu niño vuele? ¿Y las cárceles, Miguel? ¿Vuelan las cárceles, Miguel? ¿Es que acaso ellas vuelan? Me he quedado sin voz de tanto decir tu nombre y recordar sin cesar ese color de tus ojos. Que eran verdes. Que eran verdes.

«Cartas, relaciones, cartas, / tarjetas postales, sueños, / fragmentos de la ternura / proyectados en el cielo, / lanzados de sangre a sangre / y de deseo a deseo. //  Aunque bajo la tierra / mi amante cuerpo esté / escríbeme a la tierra / que yo te escribiré. // Cartas viejas, sobre viejos, / alli perecen las cartas / llenas de estremecimiento. / Allí agoniza la tinta / y desfallecen los pliegos. // Aunque bajo la tierra, / mi amante cuerpo esté / escríbeme a la tierra / que yo te escribiré.»

O la cárcel… o la guerra. Dios. Esa ha sido nuestra vida, toda nuestra vida. La cárcel o la guerra.

«Tristes guerras / si no es de amor la empresa. / Tristes… tristes…/ Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes… tristes… / Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes… Tristes…»

Con el fin de la guerra se salvaron algunos que le insistieron que se marchara de España. ¿Se da cuenta? Marcharse de España. ¿Cómo? ¿Adónde? El pobre Migue metido en esa confusión sólo pensaba en mí y en este hijo. Pocos podían ayudarlo. Era riesgo temido tener a un rojo por conocido…. y… ha quedado detenido. Se lo había dicho mil veces: No se puede ir por la vida gritando verdades que otros esconden como mentiras. Fue preso de cárceles y presidios de media España para terminar en las sombras del Refomatorio de Alicante, con una condena a muerte dictada en juicio sumarísimo. El Caudillo pidió para el indulto que Miguel abjurara de su obcecado comunismo. Fue cuando sus amigos, aquellos que por una razón u otra se habían salvado de un destino similar fueron a verlo a la cárcel.

«- ¿Creéis que soy una puta?» Fue la respuesta dura que resonó en los muros de la prisión y se hizo eco de cara al Mediterráneo. De todos modos… la parca ya le había cogido de la mano, metiendo la tuberculosis en sus centros para que fuera muriendo irremediablemente. Su pena fue cambiando… sin que él siquiera se inmutara.

Le visité con el cura aquel 4 de marzo de 1942. Sí, aquel mismo cura que le había regalado la máquina de escribir. Yo quería casarme por la Iglesia. ¿Era mucho pedir a la vida? Sólo le quedó fuerza para decir:

«- Ay, Josefina, qué desgraciada eres… ¿Aún hueles a cebollas?»  – y antes de mirarme por última vez suplicó – «Despídeme del sol y de los trigos…»

Y no quiero hablar más, ¿sabe usted? Vida como la de Miguel y la mía ha sido como un cuento de triste final: Morir como si no acabara de morir. Morir que no muriera. Un fin que no encontrara el rabo de su fin. Como si él se obstinara en seguir diciéndome desde donde está:

«- ¿Vuela mi niño, Josefina? Que vuele alto. Sigo siendo una cárcel con ventana por donde la vida transcurre tenebrosa…» – y siguiera pidiendo a un carcelero sin darse cuenta de que ya está en libertad – «Ata duro a este hombre. No le atarás el alma.»

Dejadme sola ahora. Que no quiero hablar más. Rodeada de cebollas, vuela mi pensamiento adónde está Miguel. Vuela mi niño triste y también vuela el cielo. Y tambien… ¿por qué no, sabe usted? nuestras cárceles vuelan.

 

A la memoria de don Fernando Chao, el gran crítico de cine

cuyas cenizas reposan sobre las aguas del Manzanares.

A mi amigo, poeta y cura, Pedro Villarejo.

Sin la profundidad de los estudios que ambos aportaron

sobre la vida de Miguel Hernández, no habría podido escribir este relato.

 

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ÚLTIMO TREN A VALENCIA otro cuento de Lauro Campos

El tren.

El aire de la estación se torna irrespirable. Mi madre y yo no sabemos – no lo sabremos nunca – si la neblina que se cuela de Madrid es humedad o es pólvora. Mi madre, ya perdida en sus recuerdos, tararea en voz muy queda antiguas nanas andaluzas mientras pregunta de a ratos:

– Antonio, hijo…  ¿llegaremos pronto a Sevilla?

Yo, a pesar de que hago camino al andar, no puedo contestarle que el camino que hacemos no es hacia los limoneros sino hacia los azahares de la muerte; que no hace sino horas que me han gritado:

– ¡Que no, don Antonio, que no! Que debe usted salir de urgencia. Valencia es un buen lugar. Y si la cosa se pusiera espesa, debe usted marchar a Barcelona, o a Francia, que el horizonte es ancho y el clima de España se ha vuelto irrespirable.

– ¿Pero y mi madre? ¿Y mis hermanos?

-Lléveselos. Lo han acusado a usted de rojo. y ya sabe cómo son estas cosas.

¿Comunista yo? Era un tema para reír… o para llora. Lo había explicado mil veces. Había firmado documentos explicándolo:

Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la idea central del marxismo: me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia, veo claramente que es ésa la gran experiencia humana de nuestros días, a que todos de algún modo debemos contribuir.

Había escrito poemas explicándolo:

Creo en la libertad y en la esperanza,

y en un fe que nace

cuando se busca a Dios y no se alcanza.

– ¡Déjese usted de historias, don Antonio! Que todos saben que izó usted la bandera republicana en el Ayuntamiento de Segovia cuando se fue el Rey. Mire usted que Federico se metió en la boca del lobo y ya sabe cuál ha sido el resultado.

Federico. Qué habrá sido de él… Hasta momentos antes de subir a este tren su cuerpo no había aparecido. Pero ya son demasiados los testimonios sobre su asesinato. Él había dicho un día: «¿Sabe usted? Un día mi amigo Moreno Villa me dijo que me contaría la historia bonita de una flor…» Y cuando el cuento había acabado, él tenía hecha su comedia, terminada, única, imposible de reformar…

Cuando se abre en la mañana

roja como sangre está,

el rocío no la toca

porque se teme quemar.

En la historia de la rosa mutábile estaba el drama oscuro de la soltería de las muchachas españolas, sacrificadas por el medio social. Poco después, él mismo sería doña Rosita.

– Antonio… hijo, ¿llegaremos pronto a Sevilla?

Ay, Federico. ¿Qué pensamientos rondaban tu mente cuando tomaste ese tren hacia el abismo, hacia nuestra Andalucía?

– Cálmese usted, madre. Que pronto llegaremos.

Pero un nublo de angustia me hace cerrar los ojos y el amargor interno me cierra la garganta. El tren echa a andar. Y mi madre se adormece con el vaivén acompasado. Una sonrisa le acaricia la boca: el saboreo de una Sevilla añorada que no ha de volver a ver. Y el ritmo del tren, su traqueteo sobre los durmientes, me va llevando a otras épocas, a otras caras, a otras mujeres, a otros amores. Por un momento, el nublo de angustia me ciega nuevamente:

– Que deje usted de pensarlo, don Antonio. Que ya no hay tiempo. Embale lo indispensable y comience a caminar…

No es este camino en tren como los otros que he hecho a través de mi amada España en busca de lo propio, de lo que nos distingue. Este es un camino que me aleja de España. Tal vez, de la vida.

Ni las cartas de Guiomar pude traer conmigo. También a ellas tuve que darles muerte.

De mar a mar entre los dos la guerra

más honda que la mar…

Guiomar. Ay, Guiomar de mis últimos amores. Pilar. Guiomar para mí, nombre que suena a río, a acequia del Generalife. Guiomar – Pilar. Amor así llamado para esconderlo de las miradas ajenas, del celo ajeno, del dueño ajeno. Este esconder nuestro amor detrás de los visillos, esto de vernos a escondidas allí en Cuatro Caminos, me dolió más que todas las heridas. Mas… ¿qué podía hacer yo? Guiomar, amada mía, si supe del principio que te irías con tu marido y a mí, un viejo solo y decepcionado, no me quedaría más que la ilusión de esperar tus cartas. No me quedó sino esta ilusión y mis sueños de viejo. Guiomar, mi amor, último lazo que me ataba a la vida. Mis sueños…

Cuando el mozo se hizo viejo

pensaba: Todo es soñar;

el caballito soñado

y el caballo de verdad.

Y cuando vino la muerte

el viejo a su corazón

preguntaba: ¿Tú eres sueño?

¡Quién sabe si despertó!

– Antonio, hijo… ¿llegaremos pronto a Sevilla?

Mi madre que despierta y me despierta. Y el polvo entrando por las ventanillas del tren. Y este nudo en la garganta que se me enquista cada vez que se detiene el sueño. Una mano sobre la mano de mi madre:

– Duerma usted, madre. Pronto llegaremos. Pronto llegaremos.

Y un beso en la frente de mi madre. Otros besos, otras frentes, otros amors. Y el tacatá tacatá del ferrocarril andando vuelve a adormilar la mirada perdida y echa a volar al viento sus canas despeinadas:

– Duerma usted, que pronto llegaremos…

… bendita entre las mujeres

madrecita virginal;

algo en tu rostro es divino…

Porque esa expresión serena en el rostro de mi madre cuando ella vuelve a dormir, me lleva a Soria, desde luego, al rostro de esa muchacha a la que, viejo ya, amé con toda mi alma. Mi Leonor. Mi Leonorica. Te extraño tanto, Dios mío, que los brotes de mi alma – aquellos que me nacieron, bendito sea tu amor – se me han secado por dentro. Sólo quedan esos versos que recuerdo de memoria y tapaban mi pudor cuando nos veían juntos allá, muy cerca del Duero, recobrando juventud al beber miel de tus besos:

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.

Pero esas hojas verdes se han secado, Leonor, mi Leonorica, con el paso de los años de tu muerte al ahora. Había rogado al cielo, yo que nunca lo hacía. Había llorado. Había pedido contagiarme, morir contigo, no vivir para no verte, mi Leonor, mi Leonorica.

Mi corazón espera

también hacia la luz y hacia la vida

otro milagro de la primavera…

No hubo milagros, no, que no los hubo. Y no valieron ni el viaje a parís, ni mis promesas del sol de Andalucía. El pecho se te helaba y todo cuanto yo prometiera inútil había sido.

Y una noche de verano

la muerte en mi casa entró

se fue acercando a su lecho…

Mi Leonor… Mi Leonorica…

Mi niña quedó tranquila.

Dolido, mi corazón.

Abierta la portezuela del vagón, el sonido acompasado del tren en su caminar martillea en mi recuerdo: los funerales y el último adiós. La voz de un zagal me quita de mis cavilaciones. Todo cuanto veo es una enorme cesta de mimbre.

– ¿Rosquillas, señor?

Niego con la cabeza y el zagal sigue su camino a lo largo del pasillo.

El tren camina y camina

y la máquina resuella

y tose con tos ferina.

Y me pienso de niño, comiendo las rosquillas en almíbar que preparaba mi madre, sentado y mirando lejos, junto a mi Guadalquivir. Oh, Dios del cielo, bendito, cómo extraño, añoro y lloro a esa cinta de rocío que sabe tanto de coplas… Mi mágico Guadalquivir. Pero no es hora, no, de recuerdos. Que algunos secan el corazón. Es menester desprenderse de pasados y de cargas.

Yo, para todo viaje

– siempre sobre la madera

de mi vagón de tercera –

voy ligero de equipaje.

Y así ha de ser esta vez. Que el aire de España se ha tornado irrespirable y no se puede caminar con carga. Sin embargo, como asaltante de sueños, el recuerdo de la Plaza de la Magdalena, y mi abuela y mis siete años, se me cuelan en los centros sin que yo pueda evitarlo. Mi caña de azúcar en una mano y pensando al ver otros niños con sus cañas de azúcar en sus manos: «Mi caña de azúcar es mucho mayor». Y mi necesidad de confirmarlo al preguntar a mi abuela. Y su dulzura y su verdad al responderme: «-No, Antonio, hijo mío, la de ese niño es mucho mayor que la tuya…» Es notable, pero cada vez que me siento fracasado y melancólico, como hoy en este tren frente a la frágil figura de mi madre que duerme sin que yo en verdad pueda ampararla, se me cuela el recuerdo de la Plaza de la Magdalena y mi caña de azúcar. Pero ¿qué tengo yo que soñar? No es bueno, no. No es bueno. Sí: Los sueños secan el corazón. Pero…

… el tren, al caminar

siempre nos hace soñar

y casi casi olvidamos

el jamelgo que montamos…

Miro mis pies, mis pies cansados, hincados y encogidos en los viejos zapatos. Nunca tuve preocupación por los zapatos. Ahora se diría que, con el apuro de la huída, he puesto en cada pie un zapato de distinto par. Polvorientos, deformes, me recuerdan la escena de aquel intelectual que preguntó una vez:

– Por Dios, señor Machado… Un respetado profesor de frances, un poeta reconocido… ¿cómo no cambia sus botan tan arrugadas ya y deformes?

Y mi respuesta inmediata que atravesaba sus ojos como una veloz saeta:

– En el mundo hay dos clases de hombres: los que miran a la cara, y los que miran a las botas.

Inevitable sueño, recuerdo inevitable de quien en verdad quiere olvidarlo todo

… al andar, se hace el camino,

y al volver la vista atrás…

¡Que no! Que no quiero mirar hacia atrás. Que poco es lo que me espera delante, pero duele más lo que reposa allá, a mis espaldas cansadas.

Dormirás muchas horas todavía

sobre la orilla vieja,

y encontrarás una mañana pura

amarrada tu barca a otra ribera.

El tren aminora su caminar y comienzo a ver por las ventanillas los muelles de cemento, los andenes. Y la gente que pasa, y caras que se acercan, y miradas dolidas. Por esas mismas ventanillas entra un vapor que ya no sé si es humedad… o pólvora. ¿El clima de Madrid nos ha seguido acaso?

Finalmente, el tren se detiene resoplando, como si despidiera de un solo y fuerte soplido el humo de sus carrillos hinchados. Me asomo levemente. No es Sevilla la que nos espera. Valencia, la de torres finas, es una corta y distinta bocanada que detiene en suspenso el miedo y el horror.

Valencia de finas torres

y suaves noches, Valencia,

¿estaré contigo

cuando mirarte no pueda,

donde crece la arena del campo

y se aleja la mar de violeta?

Mi madre despierta lentamente de su sopor. Casi inconscientemente vuelve a preguntar:

– Antonio, hijo… ¿cuando llegaremos a Sevilla?

Sin mirarla a los ojos – a ella no puedo, no – apenas le murmuro:

– Hemos llegado, madre. El tren se ha detenido.

Y en su boca surcada por mil grietas pequeñas se esboza una sonrisa.

Nos incorporamos con dificultad y bajo de lo alto la única maleta. Y echamos a andar por los pasillos de los vagones detenidos buscando entre la gente una pronta salida. Ayudo a mi madre a bajar las empinadas escalerillas. Ella busca en el cielo la Giralda y en el aire un perfume especial, reconocido, viejo. Pero no hemos de hallar los limoneros, no, madre, madre mía, sino tan sólo los azahares de la muerte.

La miro fuertemente con un brazo. Con el otro sostengo la maleta. Miro los ojos que me miran en la gente que pasa. Y, con el centro de mi ser estrujado de melancolía, parece que les digo, a ellos, los que contemplan mi último camino:

Sed buenos y no más, sed lo que he sido

entre vosotros: alma.

Vivid, la vida sigue,

los muertos mueren y las sombras pasan.

Muy cerca de mis oídos resuena el silbato, resopla el vapor y rechinan las ruedas. Y el tren retoma su camino para dejarnos solos, anónimos, perdidos.

La tierra no revive.

El campo, sueña.

A mi amigo el poeta Pedro Villarejo,

 sin cuyo estudio de Antonio Machado no habría podido escribir este cuento.

Copyright by Lauro Campos. Derechos reservados. 

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SIEMPRE LA MITAD un cuento de Lauro Campos

– ¿De modo que tú lo has conocido? – preguntó ella con su voz disfónica y su inconfundible acento hispano.

La había conocido aquí, en mi ciudad natal, esta ciudad recostada junto a un río caudaloso y bello que, cada día, me regala esa belleza, él desde su cauce, yo desde mi balcón. Y esta ciudad mía que me ha dado mi pasión por el teatro y las letras y el reconocimiento razonable del público solía darme también esos encuentros impensables. Lo cierto es que ella era una profesora becada en un intercambio cultural que había venido a ver con sus alumnos aquella pieza mía sobre los inicios de la guerra civil española. Y después de la función, hablamos informalmente de detalles de la obra que tanto gustó a alumnos y profesores. Desde la dirección había exigido a los actores hablar con acento español. Y el hecho de que en el platea hubiese siempre gente nacida en nuestra madre patria provocaba en mí una cierta inquietud. No aquella vez. Los aplausos de un público estudiante en su mayoría y el interés manifestado durante la obra, me tranquilizaron. Y la charla posterior con esta profesora oriunda de Oviedo no sólo fue amena: también fue un intercambio cultural entre los dos.

– Sí. Lo he conocido cuando tenía yo quince, dieciséis años.

– Pero él era un dramaturgo franquista… – aseguró.

– ¿Cómo? ¿Por qué decís eso?

– Pues, hijo – explicó – Es lo que he estudiado durante toda mi carrera. Toda mi generación ha aprendido lo mismo.

– Equivocadamente – dije con tristeza.

– ¿Qué dices?

– Que están equivocados. Que es un disparate pensar siquiera… que él era franquista.

Tal vez aquella noche, ante su mirada azorada y mi permanente sensación de que no sólo la historia sino también la historia de la literatura y del arte se escribe por mitades, comenzó nuestra amistad.

 

– Marta, hija mía… Me muero, ¿sabes?

– No diga usted tonterías, padre, por Dios.

– No. No he de morirme ahora. Me ha dicho el médico que tengo aún unos meses. Con suerte, un año.

El anciano miró a través de la ventana de ese departamento desde donde se veía uno de los rincones más hermosos de la ciudad de Buenos Aires y entrecerró los ojos.

– Me gustaría… – dijo de pronto – dejar este paisaje.

– ¿Qué dice usted? – preguntó ella mientras arreglaba la manta sobre su falda. Pensó en las piernas de su padre, en la vitalidad de esas piernas y en la vulnerabilidad actual. Él entrecerró aún más sus ojos, como evocando algo que no veía.

– Me hace ilusión – susurró – volver a ver mi tierra de Asturias, comer las natillas que hacían en mi casona familiar, mojar sopas en el vino, saborear una rebanada grande de hogaza de pan aún caliente con una dedada de miel por encima…. Ver mis montañas, los ríos con remansos peligrosos iluminados por las historias de las gentes, las aldeas, los caminos.

– Pero usted sabe quién gobierna España, padre.

– Lo sé. Pero España sigue siendo España. No importa cuántos dictadores la sojuzguen, hija.

Y ella había hablado. Personalmente había ido a la embajada y había preguntado. Escribió una nota que firmó y dejó allí. Poco tardó en llegar la respuesta: Apretó los labios para no gritar de odio y rencor, pero no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas de los ojos. El texto decía claramente:

«El Generalísimo se complace en recibir en su tierra de origen al dramaturgo triunfador en Argentina y en toda América Latina. No sólo será su huésped de honor sino que ya ha ordenado personalmente a las autoridades de los teatros oficiales estrenen – a manera de homenaje – las principales obras del autor durante su estadia, los que lo llevarán a cabo en un esfuerzo de producción pocas veces visto en este país.»

Mientras llegaba a su departamento con su respuesta en la mano, firmada y sellada por el Embajador de España, ella no pudo dejar de pensar: Asesinado Lorca a principios de la guerra civil, muerto Hernández en la cárcel, el poner alfombra roja al regreso de su padre significaría lograr la opinión favorable de los intelectuales de la península. Aunque estaba claro que a Franco le tenía sin cuidado la opinión de los intelectuales.

 

– Ella era una de las mejores actrices rioplatenses. No me perdía obra teatral interpretada por ella. La he visto aquí en mi ciudad y la he visto en Buenos Aires, acompañado por mi abuela, otra uruguaya como ella que en su juventud había sido actriz de filodramático en su Paysandú natal. Como te digo, ella, primera figura del espectáculo que año a año hacía sus temporadas en el teatro Liceo de la capital, era… una reina del escenario. Y yo era… un muchachito adolescente, casi un chico, apasionado por el teatro y la actuación. Un día logré colarme en los camarines del teatro La Comedia luego de la función. Le expresé, con todo el pudor y la cortedad del mundo, mi admiración por ella, por su repertorio, por su talento, por su arte. Estaba haciendo en esa época un estreno de una autor republicano muy celegrado aquí en Argentina desde sus primeros estrenos. y sus obras eran representadas en casi todos los teatros estudiantiles. Yo mismo debuté luego como actor en una de sus obras. Esa actriz admirada escuchaba mis elogios en ese pequeño camarín con una sonrisa amable. Ella acostumbraba a tratar a los muchachos de mi edad de la misma manera que a los adultos: «- ¿Le gusta actuar? Estudie. Estudie mucho. Yo, antes de debutar haciendo una mucamita que sólo cruzaba la escena con una bandeja en la mano, he estudiado muchísimo, ¿sabe? Cómo caminar, cómo sentarme y, fundamentalmente, cómo decir. ¿Llega su voz a la última platea sin que tenga necesidad de gritar? Cuando llegue naturalmente, estará preparado para actuar. Y cuando eso ocurra, venga a verme a Buenos Aires.» De pronto, tras ella, apareció un hombre algo, delgado, de fina barba blanca y abundante cabello canoso, de elegantes maneras y marcado acento español. Ella, entonces me dijo: «- ¿Conoce a don Alejandro, el autor de la obra?» Sintiendo que me estallaba el corazón por la emoción incontrolada dije: «- He leído todas sus obras.» Él me extendió la mano y me la estrechó mientras ella explicaba: «- Le decía que, si quiere ser actor, debe estudiar mucho, ¿no es cierto, don Alejandro?» Él, haciendo un guiño, se acercó a mi cara con pícara expresión y me susurró casi al oído: «- Mira: Si quieres actuar, tú te subes… y ya está. ¿De acuerdo?» … ¿Entendés? ¿Entendés ahora mi indignación cuando sólo se cuenta una parte de la verdad, cuando se hace sólo una parte de la justicia? Nunca voy a olvidar las palabras de aquel dramaturgo republicano, creador del realismo poético en el teatro de habla hispana que, exiliado durante la guerra civil llegó a ser un sabio. Voy a contarte algo que no sé si sabés. Antes del exilio él ya había ganado en su país el premio Lope de Vega, nada menos, con su ópera prima, una belleza de obra teatral poética y trágica al mismo tiempo. La gran actriz catalana amiga de García Lorca, que como todos saben era republicana, le estrenó esta comedia cuando él era aún muy joven. Y fue en su tierra, protegido por esa figura que no tenía nada de fascista, que tuvo su primer éxito. Después, es claro, obligado al exilio, siguió su carrera en México y en Cuba. Recaló finalmente en Buenos Aires donde cada obra que estrenaba se convertía en un suceso. Cada parte de su vida fue parte de la verdad. Y él, próximo a partir a la otra vida, necesitó de su Asturias, de tu Asturias. ¿Entendés ahora por qué ustedes, los de esta generación, conocen la mitad de la verdad? ¿Podés entender por qué, siempre, sea cual fuere la ideología, siempre se contará… la mitad de la verdad?

Mi amiga la asturiana guardó silencio. Se limitó a apretarme fuertemente la mano. Pude notar que sus ojos estaban nublados por las lágrimas.

 

Después de haber visto las montañas de Asturias, sus ríos y sus remansos, después de haber saboreado las hojuelas, la hogaza caliente con miel, las sopas en el vino, después de haberse emocioando hasta las lágrimas con los aplausos y los ¡bravo! en cada uno de los estrenos de sus obras en su tierra, él pudo morir allí en paz.

Lo velaron con gran boato y las pompas que el Generalísimo acostumbraba a poner en marcha en estas ocasiones con las figuras más importantes de España.

Al día siguiente de su entierro, todos los periódicos anunciaban:

«Ha muerto uno de nuestros dramaturgos y poetas más notables en su regreso conmovedor a la tierra natal.»

Y ese día, en medio del reproche de algunos y el estupor de otros, comenzaba, para todos aquellos que tenían quince años como yo cuando tuve la dicha de conocerlo, la mitad de la mentira.

 

Al recuerdo permanente e imborrable de don Alejandro Casona y quien fuera dilecta protagonista de «Los árboles mueren de pie» y «La casa de los siete balcones» en Argentina, la señora Luisa Vehil.

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ALGO DIFERENTE EN EL DÍA DEL PADRE ¡ESTOY AQUÍ!

Hace cuarenta y un años que soy padre. Y hoy, en una suerte de intermedio en mi tarea en mi blog, quiero acercarles una canción que traduje alguna vez y que en mis espectáculos unipersonales suelo hacer sólo con acompañamiento de batería. Amo esta canción porque me representa. Y ahí va su letra:

¡ESTOY AQUÍ!

TIEMPOS MEJORES, TIEMPOS PEORES, VIVÍ. Y ESTOY AQUÍ.

EN ESCENARIOS, CINCUENTA AÑOS YO DISFRUTÉ Y PADECÍ.

Y ESTOY AQUÍ.

CAMINANDO SIN DESMAYOS, EN EL CAMINO TAMBIÉN LLORÉ.

DESPUÉS DEL BESO DE MUCHOS JUDAS VARIAS ILUSIONES DEJÉ.

Y PERDÍ. PERO ESTOY AQUÍ.

DE MARXISTAS Y MILITARES AMIGO FUI. TAMBIÉN BURGUESES, HIPPIES, PAQUETES YO TRANSITÉ. Y ESTOY AQUÍ.

CON UÑAS, DIENTES Y MUCHO MIEDO EN EL HORROR ME QUEDÉ AQUÍ.

ME DEFENDÍ. Y ESTOY AQUÍ.

DRAMAS, COMEDIAS MUY DIVERTIDAS, TRAGEDIAS, FARSAS HICE TAMBIÉN. MUCHAS LORQUIANAS Y SHAKESPEAREANAS HASTA «MACBETH». AY, QUÉ TUPÉ HACERLO ASÍ. PERO ESTOY AQUÍ.

TÉ CON TOSTADAS Y CON PATÉ MUCHAS VECES COMÍ. SIEMPRE SUPE QUE LA GLORIA NO EXISTÍA EN ESTE MUNDO TAN VIL. PERO EL AMOR CONOCÍ. Y ESTOY AQUÍ.

ROPA DE ARMANI, JEANS MUY GASTADOS, NO ME IMPORTARON, TODO LO USÉ. LO DÍ, LO DOY, LO DARÉ. ¡Y AQUÍ ESTOY!

INTERVIEWS MUY PELOTUDAS. CRÍTICAS RECONTRADURAS. RECIBÍ AYER, RECIBIRÉ, RECIBO HOY. ¡Y AQUÍ ESTOY!

AMENAZAS ANÓNIMAS Y LOAS NO MUY SÓLIDAS ME TUVE QUE TRAGAR. ME TRAGUÉ AYER, ME TRAGO HOY. ¡Y AQUÍ ESTOY! EL CARIÑO DE LA GENTE, LA ENVIDIA DE PARIENTES PORQUE PERSONA SOY. Y AQUÍ ESTOY. TODOS SABEN CÓMO SOY, PORQUE COMO ME VEN YO SOY. ASÍ SOY, SÍ. ¡Y AQUÍ ESTOY! BUENO, DEMENTE, APASIONADO IMPENITENTE. ASÍ SOY. ¡SÍ, SÍ, SÍ! ¡CARAJO, ESTOY AQUÍ!

MUCHOS, SIN EMBARGO, HAN DICHO ALGUNA VEZ: ¡QUÉ TIPO INSOPORTABLE ES! NO PUEDO CULPARLOS, PUES PARA LOS MEDIOCRES, LA EXCELENCIA LO ES. Y ALGÚN MAMERTO RE-TRASNOCHADO HA PREGUNTADO MUY DESPISTADO: «- ESTE MUCHACHO QUE SE CREE EN LO CIERTO, ¿ES EL HERMANO DE NORBERTO?» «ÉL ERA UN GENIO – YO RESPONDÍ – YO SÓLO, AMORES, TENGO TALENTO. Y ESTOY AQUÍ.

EN ESTOS AÑOS VÍ PASAR INVIERNOS, PADECER AL PUEBLO. NUNCA HICE DINERO MIENTRAS GOBERNABAN MUCHSO DICTADORES DE LA CABEZA ENFERMOS. Y LUCHABA, Y LUCHO, Y PERMANEZCO. ¡ESTOY AQUÍ!

DEL SACRAMENTO MATRIMONIAL LA BENDICIÓN RECIBÍ… Y ESTOY AQUÍ.

AUTÓGRAFOS, CHISMES, RECONOCIMIENTOS, ENVIDIAS SIN FIN VIVÍ. LISTAS NEGRAS, LISTAS AMARILLAS, LISTAS ROJAS Y MUCHA TIRRIA MIENTRAS TODO A RESISTIR YO APRENDÍ. DE LA MALA ONDA RAUDAMENTE HUÍ. ¡Y ESTOY AQUÍ!

ALGÚN SER RESPETABLE PREGUNTÓ MÁS TARDE: ¿Y ESTE QUIÉN ES? ¿QUÉ ES? CANTANTE, PRODUCTOR, ACTOR, AUTOR ¿QUÉ MIERDA ES, POR DIOS? SIEMPRE CONTESTO DE CORAZÓN. – ¿QUÉ LES PARECE QUE SOY? MÍRENME… ¡MÍRENME BIEN!… ¿QUÉ ENGENDRO SOY? ¡AQUÍ ESTOY! ¡AQUÍ ESTOY! ¡ESTOY, ESTOY, ESTOY! ¡¡¡ESTOY!!!

TIEMPOS MEJORES, TIEMPOS PEORES, VIVÍ. Y ESTOY AQUÍ. ME DICEN «MAESTRO» PORQUE ESTOY VIEJO. Y ESTOY AQUÍ. DEL CATALÁ ME ECHARON Y ME DISCRIMINARON EN LA COOPERACIÓN (ESPACIO NO ME DIERON POR NO SER COMUNISTA, NO IMPORTÓ SER ARTISTA…)

PERO AQUÍ ESTOY. ¡AQUÍ ESTOY, AQUÍ ESTOY, SÍ! FINALMENTE SOY ESTE, SINCERO Y RECURRENTE: PARA EL TEATRO VIVÍ.

¡MIERDA! ¡Y ESTOY AQUÍ!

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SALVAR AL INOCENTE (continuación)

IV

Y habiendo traspuesto la puerta de aquella sala de recibos del Arzobispado, allí estaba, después de casi diez años, de nuevo frente a mí, con su porte de triundafor, enfundado en una impecable sotana color natural. Allí estaba, igual, siempre igual: la expresión abierta en una amplísima sonrisa, aquella amplísima sonrisa con la que cada mañana me saludaba en los multitudinarios desayunos del seminario, luego del rezo del Santo Rosario.

Me sostuvo la mano con la fuerza que lo caracterizaba en nuestra adolescencia e inmediatamente me invitó a que tomara asiento.

– Seguramente te habrá sorprendido esto de que te llamara – dijo; y yo no me atreví a afirmar que mucho – La cosa es, Martín… que estoy en un grave… gravísimo problema.

Acto seguido pasó a relatarme su larga tragedia familiar de la que yo sabía el comienzo pero desconocía de cómo había continuado a lo largo de estos últimos años transcurridos en que no habíamos tenido relación. Salvador Arriaga, el padre, había fallecido poco tiempo después que la madre. Su hermana Mariana, la mayor, ya casada con Allende Urrutia, había tenido que vender el campo para liquidar, hecha la sucesión, los bienes a sus hermanos. Julieta y Cecilia, las dos hermanas que seguían en edad a Demián, habían seguido también su camino: la religión. Ambas habían profesado. Una era numeraria en el Opus Dei. La otra, en las antípodas ideológicas, había entrado en una orden religiosa que, sotto voce, adhería a la teología de la liberación, por lo que había dedicado su vida a la causa de los desposeídos.

– Imaginate: como si Cristo no hubiese venido a salvar a todos, a pobres y a ricos, que para eso era el Hijo de Dios y nadie ha de saber quién será el primero y quién el último, apuntó Demián mientras relataba la historia familiar.

Lo cierto es que las dos hermanas habían volcado su fortuna personal en sendas facciones de la Iglesia a las que pertenecían. En cambio, el hermano menor, Silvio, había resultado agnóstico y librepensador como Salvador, su padre. Pero ya era demasiado tarde como para interesarlo por el manejo de la administración de la estancia, por cuanto el viejo Arriaga había desechado siempre la posibilidad de que el hijo menor se dedicara a esta tarea. De modo que recibida una considerable fortuna, Silvio se dedicó a viajar por el mundo a hacer sus propias experiencias y de vez en cuando – sólo de vez en cuando – enviaba a Demián una postal del lugar donde estaba viviendo con escueta nota.

– Te preguntarás qué hice yo con el dinero que me tocó. Siendo cura seglar no he tenido necesidad de dejarlo en la Iglesia. Yo vivo de mi trabajo aquí en el Arzobispado, vivo aquí con Monseñor a quien asisto como su secretario privado. En verdad, no me falta nada. Pero mariana y Joaquín quedaron repentinamente empobrecidos, con una cantidad de hectáreas que, por sí solas, eran insuficientes para continuar cualquier emprendimiento agropecuario. Conservaron para sí el casco de la estancia, y yo puse a nombre de Ignacito, mi único sobrino, las hectáreas que me hubieran correspondido. Así y todo, el pobre Joaquín se ha visto, durante estos últimos años, en figurillas para sacar adelante la empresa, ya que las hectáreas que él iba a heredar por parte de los Allende y con las que contaba siempe papá, aún estaban en manos de la familia de Joaquín. Y Allende padre era demasiado autosuficiente como para permitirse ceder su tierra para unirla con la que les había tocado a Joaquín y a Mariana luego de la muerte de mi padre. Ni siquiera lo hubiera hecho pensando en un mayor rendimiento.

– De modo que se trata de un problema económico – me atreví a decir.

– No, no. De ser eso solamente no me habría atrevido a  convocarte, Martín.

– ¿Y qué es? ¿En qué te puedo ayudar yo, un simple maestro?

Encendió un cigarrillo que había extraído de un atado guardado en el bolsillo de la sotana, y aspiró hondo el humo. La imagen me llevó por un segundo a nuestras escapadas al río cuando éramos compañeros en el seminario. Ya en esa época Demián era un gran fumador y le gustaba «golpear» el humo en el pecho. Pero su voz me trajo al presente:

– Se sucedieron las tragedias en la familia, Martín. Hace un año murió el padre de Joaquín y él heredó la tierra prevista. Pero antes de que se pudiera poner en orden papeles y sucesiones, mi hermana y mi cuñado murieron juntos en un accidente automovilístico.

Hizo una necesaria pausa en su relato durante la cual inevitablemente pensé en el destino trágico e infeliz de esa familia que, al contrario de la mía, había tenido tantas posibilidades económicas. En un instante evoqué la quiebra súbita del frigorífico de mis padres y también la sucesiva muerte de ambos. Pero Demián, luego de dar una larga pitada a su cigarrillo, continuó su relato:

– Mi sobrino ha quedado a mi cuidado, ya ue mis hermanos se han negado sistemáticamente hasta a discutir el tema. Como te darás cuenta, aunqeu la gente me llame «padre», no soy el más indicado para tomar este rol con relación a Ignacito. Él es… un muchachito libre de dieciséis años – rió: – Olvidate de nuestros dieciséis años, Martín. En realidad es todo un hombre gracias a su desparpajo y al sufrimiento que le ha tocado transitar. Se quedó a vivir en la estancia, en «Cerros Azules», donde vivían sus padres. Allí lo sigue atendiendo doña María, la vieja criada catamarqueña que supo ser en una época nuestra niñera y que ahora hasta lo malcría. Y hasta hace poco ha tenido un maestro que le hacía estudiar sus materias para que rindiera a fin de año en Tandil o en en Mar del Plata y de ese modo no perdiera la escolaridad. Pero hace unas semanas una nueva tragedia nos conmovió: Hernán Pacheco, el maestro, un tipo que parecía sumamente equilibrado, te lo aseguro, se suicidó colgándose de una rama de uno de los eucaliptus del camino de la entrada. Lo descubrió el propio Ignacio. Algo terrible, te prevento, porque mi sobrino estaba muy encariñado con ese muchacho. ¿Quién iba a pensar que en realidad estaba tan perturbado como para …?

Detuvo su relato. Se puso de pie y encendió otro cigarrillo con el mismo pucho del anterior. Abrió la ventana del recinto y ahuyentó el humo con la mano.

– Si me ve Monseñor me caga a pedos – dijo, y a mí se me antojó que la expresión groser nuevamente nos retrotraía a nuestra amistad en el pasado – Lo cierto es que no debería fumar tanto – aclaró como disculpándose – pero este tema me tiene loco. Yo fui el que contrató a Hernán Pacheco como maestro de Ignacio. Traía las mejores recomendaciones de un excelente colegio de Mar del Plata.

Demián hizo otra pausa. Me miró a los ojos:

– Te imaginarás que Ignacito dejó de estudiar al suceder este… terrible episodio. Ya no tenemos tiempo suficiente como para que rinda libre antes de fin de año. Nuestra única poosibilidad es que alguien lo prepare durante los meses de verano y posibilitar que rinda en marzo para poder después incorporarse como pupilo en un colegio que yo conseguiría.

Luego de una pausa, continuó:

– El Vicario auxiliar, Monseñor Positano, te nombró como alguien que tal vez podría hacerse cargo de la preparación de mi sobrino durante estos meses. Dijo que te habías convertido en algo así como un experto en la educación de niños y adolescentes…

-Qué exageración – me atreví a interrumpir; pero Demián continuó:

– … que no había otro comparable a vos en estas lides y que tal vez eras la única persona indicada para hacerte cargo de él. Yo… – vaciló – me resistía a llamarte. No, no lo tomes a mal – se apresuró a disculparse – simplemente que desde que ocurrió la tragedia del accidente de mi hermana siempre pensé que debía ser alguien fuerte y decidido el que se encargara de la educación de Ignacio. No te encuadrba en ese perfil, debo confesarlo. Pero Monseñor Positano ha hablado maravillas acerca de vos, de tu talento, de la eficacia lograda en elo que hacés. y tendiendo en cuenta el desagradable episodio vivido por el pible con su anterior maestro… me atreví entonces a llamarte.

Calló de pronto, la mirada fija en un punto del suelo, mientras fumaba ansiosamente apretando el cigarrillos con el pulgar y el índice.

Fue en ese momento en que una extraña sensación de bienestar, una relajada y cómoda e inusitada sensación de bienestar, se apoderó de mi cuerpo.

Me miró de pronto, en medio del silencio. Simplemente, le sonreí.

 

(Aquí termina, pues, el primer capítulo de la nouvelle. Tal vez la continúe dentro de un tiempo. Si les interesa el tema – creo que todavía no, no es posible que se sientan atrapados por el tema – pueden conseguir el librito en la librería de la Editorial de la Universidad o en el quiosco de Córdoba y Corrientes. Pero si no, esperen, que en algun momento… continuará)

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SALVAR AL INOCENTE (continuación)

II

Y todavía me pregunto – me lo he preguntado tantas veces – por qué lo llamé aquella vez. Habían pasado diez años, sí, casi diez, sin tener noticias de él. Sin duda fue el consejo de Arzobispo y del Vicario Auxiliar lo que me movió a recurrir a él, olvidando o haciendo como que olvidaba lo sucedido en el pasado.

– Es el mejor especialista en ciencias de la educación de niños y adolescentes – dijeron – Le convendría llamarlo, Padre.

– Lo conozco del seminario – me atreví a aclarar, por si alguno de los dos hubiese indagado acerca de nuestra amistad en la adolescencia.

– Así es – replicó Monseñor – Tuvimos la desdicha de perderlo como sacerdote, pero ha seguido ligado a Nuestra Santa Madre Iglesia desde su especialización en la docencia. Para un caso tan especial como el suyo, creo que no hay en nuestra comunidad otra persona más indicada para llevar a cabo tan ardua tarea. Usted lo sabe: No será fácil abordar semejante problema y ni siquiera usted podrá ocuparse personalmente, teniendo en cuenta las tareas que realiza aquí, donde se ha convertido en nuestra mano derecha. La verdad, Padre, es que estamos viejos. Y aunque sabemos que lo necesitan en el seno de su familia, no podemos prescindir de usted. Estamos seguros sin embargo, de que esta persona pordrá hacerse cargo de la siguación al menos durante los meses de verano, en los que descansa en el colegio donde dicta sus clases. Hemos pedido todas las referencias del caso y no pueden ser más satisfactorias. Le repito: en estos últimos años se ha convertido en un experto en la educación de niños, jóvenes y adolescentes.

No me atreví a contradecir a Monseñor. Tampoco quise descartar la posibilidad de que él fuera el indicado para salvar esta situación personal que me preocupaba tanto. Sin embargo, todavía me pregunto – y me lo he preguntado tantas veces – por qué lo llamé aquella vez, introduciéndolo nuevamente como factor fundamental en mi destino y en el destino de mi familia.

III

El seminario nofue para martín el oasis que la familia había imaginado para él. Esos claustros llenos de sombra, con reglas tan estrictas que dañaban aún más la debilidad de su psicología, no resultaron por cierto el mejor ámbito para albergar su alma torturada. El aprendizaje del rito, del latín y del griego, y las profundidades para él insondables del dogma, fueron gestando un rechazo sostenido a la regla establecida, no en lo profundo de su fe, mucho más existencial y de naturaleza intuitiva, que se mantuvo intacta, sino justamente respecto de la institución jerárquica que él debía obedecer.

Los recreos, con la invariable práctica del deporte – que él siempre había rechazado – tampoco resultaron un bálsamo para su conflicto y sí en cambio frecuentemente constituían para sus condiscípulos el escape de energía tan necesario para ahuyentar la neurosis.

Sin embargo, allí en el seminario, Martín había conocido a Demián Arriaga, quien estaba en cuarto año cuando él ingresó y que, inmediatamente, se había constituído en un inconsciente protector del nuevo seminarista.

Demián Arriaga era hijo de un hacendado de la provincia de Buenos Aires, con campos cercanos a Tandil, y su vocación sacerdotal había resultado un disgusto para aquella familia, teniendo en cuenta de que él era único hijo varón y había sido señalado por el padre para sucederlo en la administración y conducción de los destinos de ese campo y la estancia, en cuyo casco residía la familia. A Salvador Arriaga, el padre, le contrariaba sobremanera la elección vocacional de su hijo, su predilección por los bienes espirituales y su desinterés por los materiales, más aún teniendo en cuenta de que Mariana, la mayor de sus hijas, la única casada de los cuatro hermanos de Demián, se había desposado con Joaquín Allende Urrutia, heredero forzosos de las hectáreas vecinas, con lo cual el feudo de los Allende ponía en serio peligro el destino de las tierras de los Arriaga, las que se pulverizarían con cada casamiento de cada hija de Salvador. Sólo una mano fuerte – y él pensaba que debía ser la de su hijo mayor, Demiancito – podría sostener la unidad de la tierra, la hegemonía del criterio y la perdurabilidad de esa estancia cuyo poderío se extendía entre la sierra y el mar, en el sudeste de la provincia.

Pero a Demián nunca le interesaron ni la yerra, ni las carreras cuadreras, ni las de sortija, ni los partidos de pato, ni la marca del ganado y menos, mucho menos aún, el estado financiero de esa tierra cedida a su bisabuelo en tiempos de Roca y que ahora su padre había transformado en un emporio ganadero. Por el contrario, el muchacho había manifestado desde muy pequeño su vocación religiosa «- Cosas de mujeres; esto es obra de la chupacirios de tu madre…» – solía reprocharle Salvador a Mercedes, su mujer, su inclinación por las letras y las artes, y ciertos deportes practicados desde pequeño como lo había sido la natación en el viejo tanque australiano de la estancia.

Cuando cumplió diecisiete años, harto ya de la manipulación paterna que había pretendido torcer su vocación enviándolo a hacer su secuendaria a un colegio inglés laico de raíz racionalista, decidió viajar a Rosario y pedir la ayuda de su tía materna, relacionada con el clero y dama benefactora del seminario cercano, quien le dio la trasitoria protección que buscaba y lo derivó de inmediato hacia su destino elegido. Esto significó la discriminación definitivamente de Demián por parte de su padre y una profunda depresión en mercedes, su madre, que murió poco después, víctima de un ataque al corazón. Demián quiso asistir al velorio pero Salvador no se lo poermitió, culpándolo de la muerte de su madre y considerándolo indigno de acercarse a darle el último adiós. Demián, que ya había entregado su vida entera a Dios, no protestó, no habló mal de su padre, y se limitó a rezar por la salvación de su pobre y sufrida madre encomendándola a la Misericordia de Jesús.

En ese entonces fue que Martín Cassina, aquel alumno de cursos posteriores, se acercó a él para darle sus condolencias y ofrecerse para lo que necesitara. A Demián lo conmovió la actitud solidaria de este muchachito agringado que eludía la mirada cuando se lo enfrentaba y que, en general, era especialmente dejado de lado por sus propios compañeros. En una oportunidad había preguntado el motivo de esa discriminación, pero sólo había escuchado respuestas evasivas de las que pudo sacar en conclusión que el muchacho tenía problemas de integración con la comunidad y que esa era la razón por la que se lo dejaba de lado.

Habiendo consultado a su confesor, éste lo instó a hacer una obra de bien que no sólo repercuriría en el carácter del joven sino que traería beneficios para toda la población del seminario, incluídos los directivos y también los profesores. Entonces, desafiando con valor el comportamiento generalizado en el alumnado, Demián tomó a Martín bajo su protección y ganó de éste su agradecimiento y sumisión.

Fue precisamente esta última calidad de la conducta la que comenzó a pesarle a Demián Arriaga a corto plazo. Porque era tal el grado de sometimiento que hacia él, en señal de agradecimiento, desarrollaba el muchacho arroyense, que esta misma actitud se convirtió en una pesada carga, en una asfixiante persecución que lo agobiaba día a día.

En un primer momento se reprochó a sí mismo esta reacción, tan contraria al desarrollo de la caridad como virtud, pero luego se dio cuenta de que no podía sopoertar este estado de embelesamiento, esta presencia sin condiciones, esta agobiante actitud de cuasi esclavitud. Tal vez él, con su carisma personal, con su charla siempre comprensiva, con su actitud siempre abierta, era el responsable, el que había provocado esta respuesta. Pero si de algo estaba seguro era de que ya no la soportaba. y cada vez que consultaba a su confesor sobre el particular era exhortado a desarrollar a fondo las virtudes de la paciencia y la caridad y a seguir comprendiendo el comportamiento de un ser desvalido que todo lo que hacía era agradecer con su desposición total la protección brindada.

Cuando ocurrieron los hechos que dieron lugar finalmente al alejamiento definitivo de Martín del seminario, Demián ya había previsto que todo sucedería como finalmente sucedió, como si su intuición le hubiera dictado con mucha anticipación en qué se resolvería esa agobiante y prolongada situación.

 

(Algo importante acerca de la estructura de «Salvar al inocente» que el lector, al tener la nouvelle toda completa delante de él, de inmediato da cuenta: cada capítulo lleva un título, y está a su vez dividido en cuatro partes. Hasta aquí hemos llegado a la tercera parte del primer capítulo que hemos denominado «la convocatoria». Cada tanto, el final se va adelantando a través de visiones que, a su vez, tienen un título. Así la nouvelle comienza con EL PRELUDIO DEL FINAL. Qué pasará ahora? Continuaré publicando en mi blog esta novela corta que tanto amo? Tal vez sí, tal vez aunque más no sea… un tramo más. Nos vemos, entonces, en la cuarta parte de este primer capítulo.)

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Para que me conozcan un poco mejor: «SALVAR AL INOCENTE»

EL PRELUDIO DEL FINAL

Pretendió hacer poner de pie a Ignacio, pero sólo consiguió que él respondiera con un fuerte empellón que lo derribó por tierra. Allí, tirado en el suelo, escuchó los gritos y las carcajadas de los malditos.

Se incorporó nuevamente, se puso de pie y con una fueza inusitada se abrazó a Ignacio: salvaría al inocente.

Sólo supo que todo había pasado luego de escuchar el alarido de los malvados al desaparecer en las entrañas mismas de la tierra: un alarido hondo y desgrarrador que le volvió a helar la sangre pero que – él lo sabía – era el preludio del final.

Así comienza mi novela «SALVAR AL INOCENTE», que fuera editada junto a otros relatos acerca de inocencia, culpas y remordimientos por la UNR EDITORA, Editorial de la Universidad Nacional de Rosario en 2004. El año anterior había sido «Sábanas de Seda» mi vuelta a la narrativa, también a través de la Editorial de la Universidad. Es por eso que, después de subir a mi blog mi MANANTIAL SALVADOR quiero acercar otro perfil de mi recreación como escritor. Lo he dicho muchas veces. Yo soy este. El ethos y el pathos, la luz y la profundidad de las tinieblas. Y qué sería de mí si no creyera fervientemente en que siempre, siempre, hay una Mano tendida hacia mí, para salvarme.

la convocatoria

I

Martín era alto, casi lampiño y, aunque ya trasitaba los treinta y tantos años seguría conservando ese aire de adolescente que permanecía en suimagen desde los catorce, época en que sus padres, dueños de un pequeño frigorífico en Arroyo Seco, cansados ya de la vergüenza que traía a la familia la ausencia casi total de virilidad en el muchacho y por consejo del tío Pancho – «- Haceme caso, hermano: ése tiene que ser cura, si no, en poco tiempo se te viste de florcita…» – lo mandaron primero a hacer la secundaria pupilo en lo de los salesianos para que después ingresara sin dificultad al seminario.

Se miro en los espejos del Arzobispado. Sí: alto, casi lampiño, con aspecto de adolescente y una cabello rubio lacio y desteñido que no podía ocultar su origen gringo ni su pasado en un pueblo tan cercano a Rosario – «ciudad», aclaraba siempre con el prejuicio de los que se sienten inseguros por no tener prosapia aristocrática y haber pasado la niñez en una localidad albergue de paperos y chacheros inmigrantes – , pero que a estas alturas casi podía ser en su físico, un rasgo de seducción.

Los años con los salesianos y luego el corto tiempo en el seminario, junto con su posterior carrera superior como maestro especializado, le habían otorgado una cultura notable. Sobre todas las cosas, habían afirmado sus rasgos hacia una masculinidad suave pero notoria y le habían dado una cierta serenidad con la que disimulaba su aún evidente timidez.

Duros, difíciles habían sido los años de la adolescencia y aún los siguientes. Los recuerdos pugnaban por salir, pero él se obstinaba en poner una barrrera a la memoria. Inconscientemente, se alejó de los espejos: Nada más difícil que evadir el recuerdo del pasado en presencia de un espejo.

Se sentó al borde de uno de los sillones. Ni siquiera en ellos se atrevía a relajarse.

Esperaba a Demián Arriaga. Al Padre Demián Arriaga. Desde que había abandonado el seminario, hacía ya unos diez años, no había vuelto a verlo. En ese instante sus propias facciones se reflejaron en la reluciente chapa de bronce del cenicero sobre la mesita a su lado. Inmediatamente, desvió la mirada. Se repitió: «- Sí. Nada hay más difícil que evadir los recuerdos del pasado si una superficie espejada nos devuelve nuestra imagen.»

Con Demián había compartido momentos que vivió, y aún vivía, como contradictorios. en verdad, no podía determinar si habían sido placenteros o dolorosos. Lo que sí podía asegurar es que lo llenaron de culpa y que sólo la misericordia de Dios Nuestro Señor había logrado devolverle su tranquilidad de consciencia.

Ahora, después de ejercer como maestro de primaria en aquel colegio religioso durante todos estos años, después de graduarse en postgrados sobre la materia educativa, había sido convocado por Demián a través de un simple llamado telefónico. Había acudido presurosamente. Esto también era inevitable: algo oscuro, secreto, tal vez inconfesable, hacía que martín acudiese presuroso al momento de ser convocado por Demián, aún habiendo pasado tanto tiempo de alejamiento entre ambos: aunque Martín pensara que ya nunca más lo llamaría después de este silencio de casi diez años.

Allí, en la sala de espera del Arzobispado, donde Demián cumplía sus funciones como secretario privado del Arzobispo, se dio cuenta – de pronto – que junto a él esperaba un joven sacerdote menudo y pálido que fumaba compulsivamente. Al notar que lo observaba, el curita lo miró con culpa.

– ¿Le molesta el humo? – preguntó.

– No. Para nada – respondió rápidamente.

El curita extrajo de su bolsillo un atado de Marlboro:

– ¿Fuma? – ofreció.

– No, no, gracias. No fumo.

– Qué suerte tiene. Yo trato de dejarlo.

– Ah.

– Como se dará cuenta, sin éxito. Es un problema de ansiedad.

Martín desvió su mirada hacia la puerta – no le interesaba hablar con ese sacerdote desconocido – justo en el momento en que era traspuesta por el Padre Demián Arriaga, pulcramente enfundado en una impecable sotana color natural.

(Tal vez, si les interesa, pronto continuaré con la historia. Como dije es una historia de culpas, remordimientos, pero fundamentalmente es una historia de inocencia mal interpretada por esas culpas, por esos remordimientos. También, es una de mis historias más amadas por mí. Hasta pronto.)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XX

Fueron varias las veces en las que, después de la Resurrección, Manantial Salvador se presentó ante sus amigos antes de subir al cielo a encontrarse con su Padre.

Esto lo vieron ellos y Miryam y la Magdalena. Y todos, de una manera o de otra, dieron testimonio de su presencia tranquilizadora.

Las ocasiones de estas apariciones fueron variadas. En un atardecer, mientras sus amigos se encontraban encerrados por temor a ser descubiertos – no hay que olvidarse que la noticia de la Resurrección había cundido por esa tierra y las autoridades ya los perseguían afanosamente -, atravesó las paredes, se puso en medio de ellos y les dijo:

– La paz esté con ustedes.

Mostró sus manos lastimadas por los clavos y su costado donde le habían clavado una lanza. sopló sobre ellos y les dio el Espíritu Santo, que un tiempo después volvería a bajar en forma de paloma y armaría flor de revuelo entre la gente – momento en que todos escucharían a los amigos de manantial predicar en idiomas extranjeros, idiomas que les pertenecían sin traductor de por medio – pero eso fue unos días después, alrededor de una semana después de lo que acontecería.

En aquella oportunidad en que traspasó las paredes, no estaba Tomás el mellizo, que tuvo que contentarse con el testimonio posterior de los demás. Y como no se contentó, volvió a aparecérseles. Como Tomás no había creído le hizo meter el dedo en las llagas. Tomás el mellizo, además de agarrarse un cagazo padre, cayó postrado en el suelo y pidió perdón diciendo:

– Señor mío y Dios mío.

Otra vez, los acompañó en una pesca y la pesca fue fructífera. Eran tiempos difíciles, tiempos en que los amigos de Manantial eran reconocidos ya y por lo tanto, perseguidos. Y una provisión de comida para salar siempe venía bien. Y en esa oportunidad Manantial, que varias veces se había denominado a sí mismo como «el buen pastor«, pidió a Pedro que, si lo amaba, apacentara sus ovejas.

Cuatro de los amigos de Manantial Salvador escribieron todo lo que sucedió, antes y después de la Resurrección. El menor de ellos, Juan, escribió:

– Yo doy testimonio de estas cosas porque las he vivid y las he escrito. Y sabemos, todos saben en realidad, que mi testimonio es verdadero.

Es por esta razón que quien escribe esta historia conocida pero ahora contada de otra manera, se emociona hasta las lágrimas cuando rememora este testimonio tan claro, tan rotundo, tan acorde a las palabras que una vez había dicho Manantial: «No juren. Cuando digan sí, que sea sí. Cuando digan no, que sea no.»

Juan, además, fue el amigo que se encargó de Miryam en su vejez. Con ella vivió como hijo muy querido en un pueblito en el Asia Menor hasta que ella, dormida, fue llevada incorrupta al cielo.

Pero antes de esto, mucho antes, cuando Manantial todavía se aparecía luego de la Resurrección ante ellos, fueron citados por él a una montaña donde se reunieron. Él ya estaba allí cuando llegaron, níveo de cuerpo y vestiduras. Al verlo, los muchachos se postraron delante de él. Manantial les dijo:

– Changos… amores míos: Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos me sigan y me amen, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he enseñado a ustedes. Sobre todo aquello de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ustedes mismos, que ha sido en definitiva, el mandamiento nuevo que yo les dejo. Y tengan la seguridad de que estaré junto a ustedes… hasta el fin del mundo.

Los amigos vieron cómo Manantial se elevaba al cielo. Se miraron entre ellos y sonrieron: Ahora sólo faltaba esperar miles de años – los que Dios dispusiese – para aguardar que Manantial Salvador volviera a este mundo a juzgar a vivos y a muertos, a buenos y a malos. Pero de algo estaban seguros: Ese sería el Juicio del Perdón y de la Misericordia, nunca el de la venganza que tantas veces enarbolan los hombres como bandera.

La salvación misericordiosa hacia todos los hombres – y esto lo habían comprendido muy bien – sería, para toda la eternidad, la maravillosa misión de Manantial Salvador.

fin                                                         En el preciso domingo de la Ascención

 

 

(Copyright by Lauro Campos. Todos los derechos reservados. Hecho el depósito de ley)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XIX

El descendimiento de la cruz fue doloroso para los que estaban allí, en el monte del Cráneo, bañados los rostros en lágrimas. Uno de los soldados murmuró:

– Aunque no lo hayan querido creer… este chango era verdaderamente el Hijo de Dios, caracho!

Miryam, de rodillas en el suelo, recibió desconsolada bajo la lluvia imparable el cuerpo semidesnudo de su hijito – porque sí, porque así es, sea cual fuere la edad, en esa situación nuestros hijos siguen siendo y más que nunca, hijitos – muerto. Magdalena lloraba a su lado muy quedamente y Juan, con los ojos llenos de lágrimas, no podía decir palabra. Tenía como un nudo en la garganta que le impedía hablar, tragar, respirar…

Se acercó a ellos un hombre rico llamado Josep el de Arimatea. Era un viejo amigo de la familia con relaciones dentro del poder pero secreto seguidor de Manantial Salvador. en voz muy baja les ofreció un sepulcro nuevo y vacío para enterrar alí el cuerpo del muchacho, ese cuerpo que él mismo ya se había encargado de solicitar junto a su amigo Nicodemo, al gobernador militar.

Tomaron pues el cuerpo, lo envolvieron en una sábana limpia: había dejado de llover. Muy austera, muy calladamente lo llevaron al sepulcro. El gobernador puso guardia en él, ya que Manantial Salvador había dicho muchas veces que resucitaría al tercer día de su muerte.

– Joder! – dijo – No vaya a ser que sus amigos roben el cuerpo y después se corra la bola de que el muchacho resucitó. A mí no me van a madrugar estos turros.

Aseguró la vigilancia del sepulcro, selló la piedra y dejó allí la guardia.

Pasado el sábado, en el amanecer del domingo, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. También las acompañaba Juana y otras mujeres. Habían preparado perfumes y esencias para aromatizar el cuerpo de Manantial Salvador, como era costumbre. Pero de pronto, un gran temblor sacudió la tierra del camposanto. El Angel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro rompiendo el sello y se sentó sobre ella muy campante. El aspecto del ángel era como el de un relámpago, así de brillante, y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto. Se pegaron un cagazo padre y quedaron echados a ambos lados de la tumba, como muertos. Entonces, el ángel les dijo a las mujeres:

– No tengan miedo. Yo sé que ustedes andan buscando a Manantial Salvador, el crucificado, ¿no es así?

Las mujeres asintieron, mudas de temor por aquello que habían experimentado unos segundos antes. El ángel entonces prosiguió:

– No está aquí, amores míos. Ha resucitado como lo había dicho en repetidas veces. Vengan a ver el lugar adónde estaba y luego vayan en seguida a contar la buena nueva a todos sus amigos.

Y de inmediato se puso a gritr como un pregonero frente al mismísimo sepulcro con esa voz ronca y potente que tienen los ángeles cojonudos, esos que verdaderamente sirven al Señor Dios.

– A alegrarse, changos, que Manantial Salvador ha resucitado de entre los muertos e irá antges de que ustedes reaccionen hacia el norte! Y allí lo han de ver!

Las mujeres, todavía atemorizadas pero llenas de una gran alegría interna que les invadía el corazón que creían deshecho, se alejaron rápidamente del sepulcro. iban corriendo unas tras otras para dar la buena noticia a los amigos de Manantial y también a su pobre madre, que tanto había sufrido. María magdalena se retrasó un poco, impactada, y se quedó allí, llorando de emoción frente al sepulcro donde se habían vivido semejantes prodigios. De pronto se dio vuelta y vio a un muchacho muy pálido que estaba muy cerca de ella y que le preguntaba:

– ¿Por qué llorás, che, María?

Al nombrarla por su nombre como siempre lo hacía – ese «che, María» siempre estaba en boca de él – ella se dio cuenta de que no se trataba, como lo había pensado, del cuidador del camposanto. Cayó de rodillas y dijo tan emocionada que apenas podía hablar:

– Maestro! – y pretendió tocarlo. Manantial retrocedió un paso y dijo:

– No. No me toques todavía que aún no he subido al Padre. Ahora andá y contales a mis hermanos lo que has visto.

La Magdalena sintió en ese momento que el corazón se le ensanchaba de dicha casi a punto de estallarle, tanta era la alegría que albergaba.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XVIII

Tal vez muchos no lleguen nunca a explicarse el valor de la maravillosa misión de Manantial Salvador. Él muchas veces lo había dicho mientras predicaba: No había venido a este mundo a cambiar nada de lo que el Padre había creado, no había venido a destruir la ley de Dios, sino, en realidad, a cumplirla. Desde los comienzos, desde toda la eternidad, él sabía que su misión consistía, finalmente, en venir a restaurar la naturaleza caída del hombre, aquel error por el que había perdido el Paraíso y había sido condenado a morir. Él, en verdad, había venido a pisotear a la muerte con su muerte, como dijeron aquellos primeros estudiosos de su vida y de su obra y de su sentido.

Dios había amado tanto al género humano que decidió encarnar su divinidad en Miryam para que él, su hijo muy amado, Manantial Salvador, del que brotaría el agua viva por siempre, salvara también de la muerte al género humano mediante su propia resurrección. Y esto, Manantial lo había dicho en numerosas ocasiones, a veces tenidas en cuenta por quienes lo escuchaban, otras, pasadas por alto.

Cuando delante de los sacerdotes del templo afirmó que ante ese templo destruído él podría reconstruírlo en tres días, estaba anticipando su propia muerte y resurrección. ¿Qué era el cuerpo de Manantial Salvador sino templo vivo del Espíritu Santo? ¿Qué era el Espíritu Santo sino ese amor indescriptible que iba del Padre al Hijo y del Hijo al Padre con tanta entidad que resultaba ser Persona?

Todo esto lo sabia desde los comienzos Manantial Salvador, desde toda la eternidad, ya que él era la Palabra. Como lo explicitaría Juan después, al principio existía la Palabra que estaba junto a Dios y que era Dios. Y todas las cosas habían sido hechas por la Palabra, porque en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres que brillaba en las tinieblas, y las tinieblas… no la recibieron. La Palabra, luz verdadera, al venir a este mndo, ilumina a los hombres. Por eso dice Juan luego: Estaba en el mundo, el mundo había sido hecho por ella pero el mundo no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. No a tener una chispa del Padre, ni una partícula ni nada de eso. Les dio el poder de llegar a ser… Hijos de Dios. ¿Se imaginan qué maravilla? Esos hijos que no nacieron ni de la carne ni de la sangre ni de la voluntad del hombre sino que fueron engendrados por Dios.

Ojalá los hombres pudiéramos llegar a entender ésto: la verdadera y maravillosa misión de Manantial Salvador, de aquella Palabra que existía en Dios y que era Dios. Y que vino a los hombres y ellos no la recibieron. Ojalá podamos comprender que, a aquellos que la recibieron cuando la Palabra habitó entre nosotros para que viéramos su Gloria… les dio el indescriptible, sublime poder de llegar a ser Hijos de Dios.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XVII

Algunos amigos de manantial Salvador lo habían acompañado a lo largo de su subida al monte mezclados en la multitud, lo mismo que su madre y la magdalena. A Miryam la acompañaba Juan, el más joven de todos los amigos, hermano de Santiago. Otros, como Pedro, después de negar que conocían a Manantial por miedo a la prisión, a la tortura o a la muerte, optaron por esconderse. Judas, pobrecito, pronto se arrepintió de su traición inútil: rápidamente se dio cuenta de que esa entrega del maestro de nada serviría. Pretendió devolver las monedas que le habían dado los sacerdotes. No se las aceptaron. Entonces, arrojándolas al piso del templo, salió corriendo y luego, desesperado, se ahorcó.

En el monte, entretanto, el cielo comenzó a nublarse. Todo ennegreció de tal manera que apenas podían verse unos a otros. Los soldados que custodiaban la cruz y que se habían sorteado entre ellos el poncho granate que cubría a Manantial, se asustaron terriblemente cuando vislumbraron aquella transformación del clima que parecía los prolegómenos de un terremoto o de un tsunami.

El pobre Manantial Salvador, lacerado, sangrando en su cruz, desgarrado tendones y músculos, dificultada la respiración por la postura, esperaba allí la hora de su muerte. Vio a Miryam esperando también allí abajo, al pie de la cruz junto a Juan y le dijo:

– Mamá, ahí tenés a tu hijo.

Luego le dijo a Juan:

– Chango, ahí tenés a tu madre.

Con ese solo gesto, con ese solo signo, Manantial Salvador convertía a su madre en la madre de todos los hombres y a nosotros, los hombres, en hijos de su madre santísima. Eso lo reconfortaba a Manantial porque era parte de su maravillosa misión, pero luego los dolores y la soledad de allí arriba lo sumían en una extraña sensación de inquietud y angustia que se prolongaba más allá de su conocimiento futuro. Llegó a decir a su Padre del Cielo:

– Decime, papá: ¿Por qué me has abandonado?

Finalmente, cuando sintió que sus fuerzas humanas llegaban al límite y que ya lo abandonaban, ellas sí, realmente, gritó:

– Papá! Perdonalos, porque no saben lo que hacen!

Dicho esto, murió. Y del cielo oscuro se desató una tormenta aterradora, una lluvia que parecía interminable. El velo del templo, como un mal augurio hacia tanta traición, se rasgó. Es que justo en medio de la vida y de la muerte, Manantial Salvador – como decía Abelardo Castillo en un texto «el que amaba a los niños y hablaba como la música» – , que había gritado eso para apelar a la Misericordia de su Padre con relación al comportamiento de los hombres, sabía sin embargo que ellos, sabían lo que hacían. Sí. Lo sabían.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XVI

Una vez que lo hubieron torturado hasta dejar cada milímetro de su carne lacerada, pusieron a Manantial Salvador un poncho granate sobre su cuerpo, le dieron un cetro que no era otra cosa que una simple rama y le colocaron en la cabeza una corona de espinas que hicieron sangrar sus sientes. Todo lo hacían para burlarse de aquel que, una vez, ante el gobernador, se había proclamado rey de reyes. Allí parecía haber terminado la cosa. Pero no: Aquellos que lo acusaban de blasfemia por decir que él era el Hijo de Dios, no cejarían en su lucha para destruírlo. Se acercaron al gobernador militar y le pidieron que lo ejecutara.

– Pero esto es un asunto religioso – dijo el gobernador que había venido de afuera y no lograba entender a estos gobernados, a este pueblo tan contradictorio y jodido que siempre le estaba pidiendo cosas y que era tan susceptible a la opinión diferente.

La cuestión es que así estuvo el pobre Manantial Salvador yendo y viniendo de la ceca a la meca para ver quién se iba a ocupar de su juicio y del pedido de condena. Bah, un asunto de jurisdicción, como se diría ahora. Y en los asuntos jurídicos allí como en todas partes la gente repetía términos en Latín que, aunque era ya una lengua muerta, resultaba eficar para señalar las cuestiones que interesaban a los poderosos. Lo cierto es que diciendo el gobernador «Ecce homo» suponemos que querían decir que allí estaba el hombre por el que pedían la condena a muerte. La imagen era terrible, partía el corazón – aún el del gobernador que era un tipo bastante frío y que no le hacía asco a la sangre – verlo tan golpeado, tan vulnerable y a la vez tan fuerte como para no emitir un solo quejido. Finalmente, el gobernador lo colocó en un balcón de la fortaleza delante del pueblo enardecido – que, cuando se enardece pierde no sólo el raciocinio sino también el corazón – y preguntó qué hacía con él. El pueblo no vaciló en gritar que quería que lo crucificaran. Que si tenían que salvar a alguien, que salvaran a un jodido llamado Barrabás. Ah, y pidió el pueblo que la sangre de Manantial cayera sobre ellos y todos los descendientes.

Era un pueblo desgolletado, miren. Porque pedir maldiciones para ellos, vaya y pase. Pero pedirlas para los descendientes… Dios, qué locura! En fin: el gobernador militar, cara de banco, queso de bola, ninininini, se lavó las manos con relación a asunto tan peliagudo donde se mezclaba lo religioso, lo político y lo jurisdiccional. Y allá fue el pobre Manantial Salvador portando entre sus brazos el transversal de la cruz – los verticales permanecían clavados en el lugar de la ejecución, un monte llamado Cráneo – a lo largo de una calle que luego denominarían vía dolorosa porque en verdad lo era. Vaya si lo era! Porque esa muerte estaba prevista que sucedería mediante una crucifixión. Pero, además, el que sería ejecutado tenía que demorar en morir para que sufriera aún más.

A Manantial lo seguían de cerca su madre, algunos de sus amigos – pocos, porque la mayoría estaban cagados de miedo de correr la misma suerte – y unas chinitas del lugar que lo seguían en su prédica desde el comienzo: la Magdalena, la Verónica y otras llamadas Marías o Miryam, que era y es nombre femenino muy común. Durante el trayecto y en varias ocasiones Manantial Salvador tropezaba con las piedras del camino y caía. Hubo una oportunidad incluso en que un chango fuerte llamado el Cireneo lo ayudó a llevar el transversal de la cruz. Pero otras veces los soldados lo obligaban a llevarlo él mismo y, como era camino cuesta arriba, un nuevo sufrimiento se agregaba a las penurias del pobre muchacho.

Cuando llegaron a lo alto del monte, le quitaron el poncho y con clavos enormes le clavaron los puños a los extremos del transversal. Después, con una soga, lo subieron hasta la altura deseada. Y clavaron sus pies con otros dos clavos al poste vertical.

Allí quedó el pobrecito Manantial Salvador, el el último escalor del dolor y el sufrimiento, crucificado en ese monte junto a otros maleantes que nada tenían que ver con él o, tal vez sí, tenía que ver lo que él siempre había predicado: la persecusión arbitraria y cruel por razón de la Justicia.

(Continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XV

El patio de la fortaleza militar donde reside el gobernante del país semeja el de una enorme y desmesurada carnicería. La sangre de Manantial Salvador ha salpicado el piso como la sangre de un cordero en el mismísimo matadero, al ser torturado de esa manera, encadenado a la columna baja de las torturas, primero con palos de madera, luego con látigos de tientos múltiples cuyas puntas culminan en trozos de metal. Un golpe y el metal se clava en la carne. un tirón y el metal desgarra el pedazo.

No vamos a cometer aquí la tontería de afirmar que todos los militares son perversos ni exquisitamente preparados para la tortura. Esa sería una postura sectaria – frecuentemente enunciada en todos los tiempos, de alguna manera lógica para el entendimiento de los hombres, ya que son los militares los que llevan a cabo las guerras y se preparan para ellas – que ni siquiera Manantial compartiría. Pero estos militares, los que gobernaban este país, aqullos a quienes los sacerdotes habían entregado a Manantial Salvador – y por algo lo habían hecho – eran expertos en estos instrumentos mediante los cuales el dolor gratuito somete a la víctima hasta dejarla inerme aún en sus reflejos de autodefensa.

Es cierto que esta vez el dolor no es gratuito. Es un padecer que salva, como salva toda Pasión. Y esa sangre que ha fluído desde Manantial Salvador como fuente inagotable de conocimiento y amor entrañará el grado máximo del saber en el hombre: Su Salvación eterna.

Y es entonces cuando los que comprenden esto en profundidad, comprenden también que nadie debe permitir que la Sangre ni la Salvación que provienen del Manantial, se pierda ni sea pisoteada. Y estallan en lágrimas de emoción al ver a Miryam y a la magdalena recoger cuidadosamente esa sangre derramada, con los lienzos provistos en secreto, tal vez destinados a curar las heridas de Manantial Salvador, por la mujer del máximo jefe militar, secreta seguidora de su prédica, la señora Claudia. Luego, mucho despues, esta mujer sería considerada por los seguidores de las ideas de Manantial, una verdadera santa.

Estas mujeres, Miryam y la Magdalena, tan cercanas en el afecto al Salvador, impotentes desde el punto de vista humano pero conocedoras mediante el sufrimiento del corazón de que todo ha comenzado y es imposible detenerlo, no han podido aplicar los lienzos sobre ese cuerpo vilmente ensangrentado, ya que a él se lo han llevado arrastrándolo como si fuese una res. Pero entonces… no hay que dejar que esa sangre se pierda. Y tratan de recogerla toda. Toda ella.

Y el corazón duele. El de Miryam. El de la Magdalena. El de los amigos de Manantial Salvador al contemplar la triste, tristísima escena.

Pero, aunque duela, el alma se reconforta con ese dolor. Porque con ellas, con estas mujeres afanadas en su amorosa, obsesiva, pertinaz tarea, todos comprenden y comprederán de una vez y para siempre – nosotros también desde nuestro lugar en el tiempo – que nadie conocerá nunca sino a través del dolor, nunca se aprenderá nada sino a través del sufrimiento. No seremos salvados, no, sino a través de Su Pasión. De la Pasión.

Y este apasionamiento desmedido y maravilloso, este recoger diariamente del patio de nuestro corazón la sangre de Manantial, es lo único que nos dará la mirada ecuánime hacia los íntimos conocimientos que buscamos afanosamente durante toda nuestra vida, del mismo modo que buscamos casi con desesperación su sentido. Y esto es algo que ni la razón, ni el éxito ni el dinero podrán darnos nunca.

Ante la visión de estas pobres – maravillosas! – mujeres recogiendo la sangre del Salvador, no importa que el corazón a veces duela. Sí. Muchas veces duele. Pero ojalá nos doliera más frecuentemente este corazón colectivo que es alimentado por el Sagrado Corazón con su sangre salvífica.

Porque siempre, siempre, será este Corazón, el que nos salve y nos hará conocer sin duda y a través del padecimiento, el mayor de los disfrutes.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPITULO XIV

El sufrimiento de Manantial Salvador tenía que suceder. No había otra alternativa. El apasionado no tenía otra alternativa, no. Pasión viene de «pathos», que significa padecimiento, sufrimiento. Eso que llamamos pasión y que algunos – muchos, desgraciadamente – desechan por considerarla una actividad inferior del corazón tan cercana a eso que llaman la concupiscencia – que según ellos nubla y perturba la inteligencia – es, en realidad, todo lo contrario. La mismísima Pasión de Manantial Salvador lo demostró.

La pasión, actividad sublime y superior del corazón, del centro mismo de nuestro ser, es el medio idóneo y necesario para reconocer profundamente y de una manera totalizadora a los otros seres que pueblan el mundo y aún el universo. No es posible un conocimiento profundo, a no ser que intervenga la mismísima mano de Dios, si no experimentamos la pasión, ese padecimiento excelso y envolvente que nos hace, en definitiva, felices.

Y en verdad, sólo a través del sufrimiento, del dolor, del «pathos», podemos conocer y aprender. Aprender de verdad, no vivir un remedo de aprendizaje vital. Por ejemplo: Quien aprende a reponerse de un fracaso – situación que siempre entraña un sufrimiento para el que lo vive – es aquel al que podemos llamar sensato o inteligente. El corazón duele, pero aprende. Y la inteligencia ordena ese aprendizaje para que sirva durante el resto de nuestra vida. Quien por el contrario no se repone nunca de un éxito – que casi siempre elude el dolor – es un imbécil. «Se la cree» y destruye la posibilidad de apasionarse por cosas diferentes aferrándose a ese mundo de fantasía que nunca deja de vivir. Porque, en realidad, le huye a la pasión, que lo hará sufrir. Ambos, fracaso y éxito son, como dijo Kipling, dos impostores que no deben tomarse demasiado en serio. Poco tienen que ver con nuestro corazón que, en su búsqueda de la felicidad, debería remontar vuelos más auténticos y no necesariamente altos.

«- Vuela bajo, porque abajo, está la verdad…» – canta Facundo Cabral en medio de exabruptos monocordes y divagues que algunos consideran casi heréticos y otros geniales. Y agrega: «- Esto es algo que los hombres… no aprenden jamás.»

¿Cómo aprender a ser feliz, entonces, dentro de este mundo intelectualizado y desafectivizado, donde cada cosa que el hombre hace es la imitación trucha de lo verdadero, el remedo lastimoso del amor? Porque lo vemos a diario: la copia incesante del suceso de programa en programa de televisión, la búsqueda infatigable del dinero, el sexo sin afecto… son las alternativas casi únicas para poner en marcha la comunicación entre los hombres. La risa es una mueca tragicómica y sobreactuada y el llanto reparador es evitado a cualquier precio.

Ser feliz, que es otra cosa, es lo que primero quiere Dios de nosotros. Y para lograrlo no hay otro camino que vivir apasionadamente, entregando el corazón a cada paso. ¿Padeciendo? Sí. ¿Sufriendo? Seguro. No hay otro camino para ser feliz. Y aunque el corazón a veces duela, es una experincia que merece la pena ser vivida con intensidad. Como la vivió Manantial, aún siendo el Hijo de quien era. Porque en definitiva – oh, naturaleza humana contradictoria y paradojal! – el sufrimiento genera siempre el mayor de los disfrutes.

(continuará)

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CAPÍTULO XIII

Manantial Salvador fue finalmente entregado por Judas a los quisquillosos sacerdotes que, a su vez, lo entregaron al poder político.

Hay que entender a Judas, pobre. Él amaba a Manantial, y lo amaba con sinceridad. Pero ya estaba cansado de reclamarlo que hiciera la revolución armada para liberar al país de tanta opresión, cosa que Manantial desoía sistemáticamente, ya explicamos por qué.

Judas, finalmente, no entendió esta actitud. Se encabronó, qué joder. La vivió como una traición ideológica ignorando que lo que proponía manantial iba más allá de las ideologías. Y ya se sabe a lo que puede llegar la respuesta de aquello que se vive dentro de las ideologías, cuando no se respetan. Judas era, al decir de Niní Marshall en su personaje de Catita, un «inteletual». Y desde una postura que se denominó dentro del mundo filosófico como «inmanencia» no entendió un carajo del pensamiento «trascendente» de su amigo. Dicho en buen cayetano: Le parecía injusto que Manantial instara a un cambio de mentalidad sin llevar a cabo activamente, en los hechos y dentro de la sociedad la revolución que planteaba individualmente y en palabras. Él quería el cielo en la tierra, y punto.

No es cierto que hubiera querido quedarse con el dinero. Las treinta monedas con las que lo entregó fueron simplemente la concreción de un pacto: los sacerdotes querían estar seguros de que Judas no se arrepentiría de su entrega.

Esa noche, en que todos los amigos dormitaban en un huerto bajo los olivos, Manantial Salvador pasó la noche más terrible de su vida. Pero aún más: Fue la noche más terrible de toda la humanidad. Porque fue la noche en que el miedo nació al mundo y reinó sobre el amor y aún sobre el odio. Y en verdad, el miedo es imposible de soportar. Es más terrible que el dolor, que cualquier sufrimiento. Manantial dialogó con su Padre del Cielo esa noche, aterrorizado ante la soledad en la que lo sumían sus amigos que no lograban mantenerse despiertos para acompañarlo. Llegó a suplicar a su Padre:

– Si es posible, apartá de mí esta copa que tengo que tomar. Pero no se haga mi voluntad, paá, sino la tuya. Yo sé bien cuál es mi misión.

Llegó a sudar sangre. Y esto no era ni cosa de magia ni algo sobrenatural, no. La gran tensión en que estaba el pobre Manantial hizo que le estallaran los pequeños vasos capilares de su cara y de su cuerpo.

Cuando los soldados invadieron el huerto para apresarlo, se encontraron con un espectáculo doloroso e ignorado: Debajo de un olivo estaba arrodillado el pobre Manantial, ese muchacho que no tenía ningún aspecto de subversivo, aterrado, cubierto de sangre, y resignado – claro – a su propia entrega.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XII

Manantial Salvador mandó a dos de sus amigos a entrevistgarse con un buen hombre que él conocía y que vivía en la ciudad, a fin de que le prepararan – a todos ellos – la cena de Pascua. Pidió un buen asado – es sabido que Manantial no era para nada vegetariano, que lo fascinaba la carne asada y las empanadas y no consideraba por ésto que comiera cadáveres ya que sabía que el Señor había puesto en el mundo a los demás seres para servir al hombre – , buen vino, y pan fresco. también alguna ensalada, por cierto, pero como acompañamiento. todo quedó arreglado en casa de este hombre que tenía un salón de reuniones en la planta alta de su casa, a la que se accedía por una angosta escalera desde el patio.

Entonces, Manatial se propueso entrar en la ciudad y lo hizo montado en un burro ue le prestaron a tales fines. Fue traspasar el límite de la ciudad y el pueblo comenzó a aclamarlo enfervorizado. Según Nati Mistral, esto es común a todos los pueblos cuando se entusiasman con alguna personalidad. Gritan «Que viva, que viva!», pero bastará que uno entre la multitud diga «Es un hijo de puta, hay que matarlo…» para que inmediatamente griten «Sí, hay que matarlo, hay que matarlo!». El pueblo, en verdad, es muy voluble en sus manifestaciones, así como no hay posibilidad de ejercer el poder sin corromperse si hablamos de la clase dirigente. A otra cosa: Lo cierto es que en esta ocasión el pueblo aclamaba a Manantial Salvador que entraba en la ciudad grande montado en su burrito. tal vez esta fue la última vez en que se lo vio públicamente ostentando una gran sonrisa, una plácida y divertida sonrisa. Lo cierto era que el cariño del pueblo lo hacía muy feliz, la proximidad de los niños, las sonrisas de los pobres. En el fondo, muy en el fondo él, que lo sabía todo, que sabía cómo iba a terminar todo, tenía la secreta esperanza en que la redención del pueblo se daría así, simplemente por aclamación. Pero también sabía que no era una esperanza sino una ingenua ilusión.

Cuando se reunieron a festejar la Pascua – sus amigos en el salón y las mujeres en otra habitación no por una postura machista sino porque así se estilaba – él realizó un rito que después, mucho después, dio lugar a un sin fin de discusiones teológicas. Y no sólo eso: En tiempos que sobrevinieron llegaron a armarse verdaderas guerras santas – oh, términos irreconciliables, oh, absurdo! – por la distinta interpretación que se le dio a esas simples palabras de Manantial. Lo que confirmó lo que se dijo alguna vez de él – y él mismo lo dijo de sí mismo – que no había venido a traer paz sino contienda. Pero esas luchas posteriores fueron de tal entidad que hubieran entristecido enormemente a Manantial, que era en sí mismo la Paz.

¿Cuál fue ese rito? Habiendo terminado de comer, Manantial Salvador tomó un pan y partiéndolo después de bendecirlo, lo repartió entre sus amigos diciendo:

– Tomen y coman todos de él, porque este es mi cuerpo.

Y por cierto hizo referencia a su misión, que era la salvación de los hombres. Luego tomó el vino y habiéndolo bendecido, lo dió a beber a sus amigos diciéndoles:

– Tomen y beban todos de él, porque esta es mi sangre.

E hizo referencia a una nueva alianza del pueblo con Dios. Finalmente dijo:

– Haga esto en conmemoración mía.

Esta palabrita, «conmemoración», fue la que dió lugar a contiendas feroces. porque algunos interpretaron que el pan y el vino, cuando luego fue repetido el rito en el tiempo, se convertían verdaderamente en el cuerpo y en la sangre de manantial Salvador. Otros creían que se trataba sólo de elementos consagrados que no sufrían una «transubstanciación» como la llamaron los teólogos tradicionales partidarios del universalismo. Los reformista, siglos más tarde, lucharon por la otra postura. Y ambos se llamaron entre sí herejes y blasfemos, que era lo mismo que habían llamado los sacerdotes de esa época a Manantial Salvador. Murió mucha gente en defesnsa de las dos posturas. Y ambas posturas trajron aparejadas interpretaciones distintas  de otras palabras pronunciadas también por Manantial Salvador. Y así sus seguidores se fueron dividiendo en sectores absurdos, inimaginables. Sabemos que, en este momento, los seguidores del pensamiento tradicional están revisando el tema de la transubstanciación. Y que el que los sigue puede en verdad creer una cosa como la otra hasta que se decida definitivamente cómo debe interpretarse. Hay algo sin emgargo que es menester consiganar se elija la postura que se elija, que en definitiva será lo que hará la gente, elegir: ese pan y ese vino consagrados no han de ser nunca más pan o vino común, de los que uno compra en los negocios, porque a través de ellos ha pasado, simplemente, una «conmemoración» especial, la mano de Dios y cada vez que se realice el rito será como una ventanita que se abra en el Cielo para que nosotros podamos compartir algo de esa verdad.

Esa noche, después de haber celebrado el rito, Manantial aseguró a sus amigos que sabía que uno de ellos lo entregaría. y ante las protestas de todos… simplemente, guardó silencio.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO XI

Manantial Salvador no sólo predicó fuertemente a lo largo del territorio recorrido. De vez en cuando se mandaba algún milagro y de ese modo la gente, siempre proclive a engancharse en el pensamiento mágico, quedaba maravillada y renovaba su convencimiento de que estaba verdaderamente frente al Hijo de Dios Vivo. No le convencía a Manantial que esto fuera el mejor método para ganar adeptos. Pero ya se sabe: la gente espera siempre prodigios. Y si estos tienen que ver con la salud, mejor. De modo que un poco por pedido de su madre y otro porque la gente se lo reclamaba casi con violencia, lo hacía.

Así, convirtió el agua en vino en unas bodas de unos amigos poco previsores de su madre, curó a la suegra de Pedro con gran disgusto de éste, que ya pensaba en sacarse a la vieja de encima, curó a paralíticos, a ciegos, a leprosos. Llegó a hartarse de que se le reclamaran curas constante: el pobre no daba abasto a los pedidos de estos enfermos que el Pami atendía, sí, pero con tan pocos medios. Y estaba, como ya se dijo, el empecinamiento de recurrir a sanadores para agregar a la cura el elemento mágico y que la cura fuera… de golpe. Nada de tratamientos largos, de esas transiciones terapéuticas como la quimioterapia que a uno lo dejan debilucho por las drogas fuertes, no. La gente quería milagros, en definitiva. Y si el sanador era el Hijo de Dios en persona, ah, caracho!, no sólo la cura resultaba instantánea. Había que ver el dique que se dan los sanados. «A mí me curó el hijo de Dios…, a mí me curó el Salvador…» andaban diciendo por ahí con cara de elegidos. Eso sí, cuando Manantial sanaba en días de guardar se las veía en problemas siempre. Los sacerdotes jodían con que no podía venir de Dios alguien que no santificaba las fiestas como lo enenciaba el mandamiento.

También resucitó a varrios. Y ojo, que esto no era joda. Había una secta que se llamaban a sí mismos «Los alegres saduceos», que siempre estaban con expresión amargada y no creían que la resurrección fuera posible. Manantial, entonces, para convencerlos – aunque ellos siempre comentaban que se trataba de un truco infame digno del circo más rasca – resucitó entre otros a la hija de Jairo, que no era el cantante. También a su amigo Lázaro, que vivía en Betania con sus hermanas Marta, la diligente y maría, la contemplativa. En realidad Lázaro había decidido morirse porque ya no aguantaba a las pesadas de sus hermanas y medio que se sorprendió cuando la voz de Manantial Salvador atravesó la piedra del sepulcro ordenándole que se levantara y andara.

– Y bué – dijo resignado – si Manantial quiere que siga aguantando a estas molestas y, además, esto sirve para dar testimonio, me voy a levantar y voy a andar. Y volvió a la vida mientras la gente lo recibía con grandes júbilos.

Esto de la Resurrección era un tema que lo metió a Manantial dentro de la calumnia de ser blasfemo y aún herético. Es que era un pueblo que había olvidado por completo aquello que ya había dicho hacía muchos años el profeta llamado Ezequiel, repitiendo palabras que atribuía al Señor Dios: «Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de ustedes. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.»

Pero el pueblo en general, con relación a esta profecía, como si oyera llover. nada de nada. Ninininini. Un asco. Qué pueblo tan empecinado, mi Dios.

Por último hay que consignar que Manantial multiplicó varias veces peces y panes para que los pobres pudiesen comer. Esto fue muy mal recibido por los empresarios a quienes Manantial arruinaba sus respectivos negocios.

Los amigos, mientras tanto, lo instaban a que se mantuviera alejado de las grandes ciudades. Los poderosos que en ellas habitaban le habían echado el ojo y así como habían dado caza a Juanito el que bautizaba y le habían cortado la cabeza, ya estaban planeando pescar a Manantial y darle el castigo merecido por insurrecto, por revolucionario, por mal llevado, por cagador del orden instituído, por molesto y – esto era lo más importante para los sacerdotes – por blasfemo. No era cuestión de que este muchacho loco anduviera de un lado al otro diciendo muy suelto de cuerpo que él era el Hijo de Dios, mientras ellos, que habían estudiado todas esas cosas de la religión, quedaban como imbéciles e ignorantes ante tales afirmaciones.

Pero Manantial Salvador era empecinado. Sabía que tenía que ir hasta el fondo de la cuestión para que su prédica tuviera vida perdurable. De modo que se dispuso a entrar a la gran ciudad para festejar allí la Pascua. Y ese fue el principio de la agonía de Manantial Salvador.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO X

¿Qué más se puede contar de este muchacho que, un día, al cumplir los treinta años, decidió dejar su pueblo de tierra arcillosa para salir a recorrer el país y ayudar a quienes necesitaban de su Palabra? Podemos dar testimonio de que Manantial Salvador hablaba en parábolas y, en parábolas, enseñaba cosas a la gente. No era por hacerse el difícil. Se sabe que la parábola está hecha por un sin fin de metáforas que en realidad expresan una verdad tan nívea que, más clarito, échenle agua. Y esto no pretende ser una definición sino simplemente una aproximación explicativa del método que utilizaba Manantial Salvador para llegar a la comprensión del pueblo.

La parábola, en realidad, fue considerada por Manantial como el medio idóneo para que esa gente endurecida por el odio y la incomprensión le prestara atención, aunque no podemos asegurar que siempre comprendieran los que Manantial quería expresar. Sus amigos una vez se lo preguntaron:

– ¿Por qué les hablás con parábolas? Nos da la sensación de que se quedan en bolas.

Él les respondió:

– Ustedes son unos privilegiados, unos suertudos. Se les ha concedido la Gracia de conocer los misterios del Reino de los Cielos. Pero a ellos no.

Y allí nomás se mandó una metáfora que dejó – esta vez sí – en pelotas, pero a sus amigos. Dijo:

– Porque a quien tiene, se le dará más todavía. Pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene – y antes de que sus amigos protestaran, aclaró – Por eso les hablo por medio de parábolas: Porque miran y no ven. Oyen y no escuchan ni entienden. Vean, changos: Así se cumple la profecía antigua de nuestro pueblo, aquello que dijo el Profeta:  «Por más que oigan, no comprenderán. Por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido. Tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos. Para que sus ojos no vean y sus oídos no oigan. Y su corazón no comprenda y no se conviertan. Y yo no los cure.»  Felices en cambio los ojos de ustedes, porque ven. Felices sus oídos porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y sin embargo no lo vieron, oír lo que ustedes oyen, y sin embargo no lo oyeron. Pero para ellos, amores, para el pueblo, he de hablar en parábolas y así he de anunciar cosas que estaban ocultas desde la creación misma del mundo.

Y allí nomás, Manantial Salvador se ponía a gritar como loco diciendo que el Reino se parecía a un hombre que sembró semilla buena en su campo pero que mientras dormía vino su enemigo y le sembró cizaña en medio del trigo. Y, claro, sentenciaba:

– Arrancar la cizaña significa peligro en arrancar también el trigo. hay que dejar que crezcan juntos y entonces sí, arrancar primero la cizaña y quemarla y después recoger el trigo y ponerlo en el granero.

Y también decía, siempre en voz alta – Manantial era un poco gritón como su primo Juanito, sobre todo cuando quería que le prestaran atención – que el Reino se parecía a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Es la más pequeña de las semillas pero, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte incluso en un arbusto. Y también decía que el Reino se parecía a un poco de levadura que se mezcla con harina, gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa. Y lo decía en voz alta, casi gritando en medio de la gente que lo seguía. No existía en ese tiempo los equipos de sonido ni sonidistas que le dieran a su voz un volumen más alto ni un tono más sofisticado y seductor.

Pero con todo esto Manantial Salvador explicaba el Reino de Dios y aunque algunos se quedaban en bolas, es verdad, otros – al menos algunos – entendían. Sí, amores: Entendían.

(Continuación)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO IX

En esa región por la que transitaban Manantial y sus amigos y seguidores, habitaba en una casa muy blanca enclavada en el cerrito y adornada con luces de guirnaldas de colores, una chinita que, habiendo salido de la pobreza del pueblo, había escalado ciertas posiciones ejerciendo la prostitución. No eran muchas las ventajas que había logrado, de todos modos, por cuanto ya se sabe que el camino elegido iba inevitablemente ligado a detalles supérfluos pero necesarios, valga la paradoja, para mantener la posición: vestidos caros, maquillaje traído de la capital, cremas untuosas para mantener en buena forma la piel y, para el consumo de los clientes, abundante bebida y el protagonista ineludible de la degradación: la droga.

Pero lo cierto es que la Magdalena, que así era llamada la chinita, gozabade cierto prestigio profesional tanto entre la gente del pueblo como entre aquellos que ejercían autoridad.

La Magdalena, que se llamaba en verdad María y había nacido en un pequeño caserío llamado Magdala, era ciertamente bella: tenía ojos renegridos, cabellos brillosos y boca carnosa. Era aún joven y su cuerpo se conservaba por tanto terso y bronceado, y se adivinaba excitante a través de los vestidos caros que usaba.

Ni bien Manantial comenzó a predicar en la montaña, la Magdalena se obstinó en concurrir a sus prédicas. Podría hacerlo. Se había librado hacía tiempo de rufianes y meretrices que habían controlado en sus inicios su actividad y era ahora libre de concurrir adónde quisiera disponiendo de su tiempo libremente. Al escuchar a Manantial, sintió de inmediato en su corazón una gran conmoción: Parecía que aquel muchacho le hablaba a ella, que la comprendía, que la perdonaba y – esto era lo más importante de sus sentimientos – parecía que la cobijaba con sus palabras de comprensión.

Manantial Salvador también se sintió turgadamente atraído por aquella muchacha y su belleza particular. No tenía nada de extraño: él era un hombre hecho y derecho y, como tal, podía sentir en sí mismo atracciones como aquella. Lo que pasaba es que él sabía muy bien a esas alturas que en su interior convivían dos naturalezas, la humana y la divina. Así era: Su Padre había cubierto con su manto de fertilidad eterna a su madre cuando aún era una virgen y de esa manera la naturaleza del padre le pertenecía junto a la humana. Pero, al mismo tiempo, y por esta misma razón, Manantial sabía que la voluntad de su Padre era la de concebir un Hijo Unigénito que salvaría al mundo. De modo que pensó que no estaría bien que esa unión de naturalezas – que los teólogos posteriores denominaron «unión hipostática» vaya uno a saber por qué – se transmitiera a través de su unión con una mujer a hijos multigénitos que luego andarian por allí queriendo salvar al mundo sin saber cómo hacerlo y pidiendo ayuda al autor del Código Da Vinci para subsistir y explicarse la razón y el sentido de su existencia. A partir de allí, Manantial Salvador decidió vivir su castidad sin culpas, con felicidad, con tranquilidad, sin considerarse un bicho raro por su decisión y sin siquiera preocuparse del asunto.

El tema era que la Magdalena no tenía tan claro los motivos de esta decisión, por lo cual lo buscó bastante sin saber cómo llamar a esa atracción que lo unía inevitablemente a él. Andrew Lloyd Webber, el compositor inglés de comedias musicales, escribió de inmediato su ópera rock al respecto y le dedicó un tema muy bonito denominado «No sé cómo amarle».

En determinado momento, estando ella presente en una comida en la que Manantial le pregúntó a Pedro y a sus demás amigos acerca de qué era lo que la gente decía de él, acerca de quién era y Pedro, en medio de numerosas respuestas respondió sin vacilar «- Vos sos el Hijo de Dios Vivo…», allí ella lo comprendió todo. Sintió tal remordimiento por el despliegue de su seducción como por su vida pasada que se echó a los pies de Manantial y los mojó con sus lágrimas. No tenía cómo dejar de llorar esta chica, tal era el arrepentimiento por haber tentado a un hombre tan santo.

Seguía llorando y llorando tirada a los pies de Manantial, mojándolos con lágrimas y hasta con mocos. Manantial permaneció silencioso y tranquilo ante la mirada de todos los comensales. Entonces Miryam, que también estaba presente, se acercó y le dijo en voz baja:

– Oiga, m´hijito. Dé por terminada la sesión de llanto. Que esta muchachita no tiene cuándo acabar y no está bien que gente como ella ande haciendo papelones delante de todo el mundo en casas de personas decentes, ¿entiende?

Manantial Salvador miró a su madre y le dijo:

– Mamá: Porque ha amado mucho, sus pecados han sido perdonados. Y ahora todo lo que necesita es Amor. ¿Entendés vos?

Miryam, que se encabronaba con facilidad pero en verdad era dulce y comprensiva – un dulce de leche como se dice ahora – entendió de inmediato, sí, las palabras de Manantial. Él, entonces, le dijo a Magdalena:

– Tus pecados te han sido perdonados. Tus errores y aún tus descuidos. Ahora, andate en paz.

Después giró la cabeza hacia Pedro y le pidió un pañuelo descartable para limpiar los mocos de sus pies. Y a partir de ese momento, Miryam y la magdalena fueron tan unidas como carne y uña.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO VIII

Allí en la montaña, Manantial Salvador encontró que los hombres vivían con mucha tristeza, que las penurias de supervivencia y la convivencia de confrontación que las autoridades imponían como regla día a día, los había hecho muy infelices. Entonces un día ordenó a sus amigos que reunieran a la gente en la ladera de la montaña. Todos fueron subiendo y cuando se hubieron sentado, él se sentó abajo, sobre una piedra. Y allí comenzó a decirles:

– Felices los que tienen alma de pobre porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tiene paciencia porque recibirán la tierra. Y los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados. Los que tengan misericordia con el prójimo… obtendrán la misericordia de Dios. Y serán felices. Y los que tienen el corazón puro serán felices también porque lo han de ver caa a cara. Felices los que trabajan por la paz: serán llamados hijos de Dios. Felices los perseguidos por practicar la justicia: a ellos también les pertenecerá el Reino. Felices ustedes, changos, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie de mil maneras a causa de mí. – hizo una pausa y mirándolos con una gran sonrisa, prosiguió – ¡Alégrense, entonces! No estén así, tristones. Ustedes han de tener una gran recompensa en el cielo como hoy la tienen los que los precedieron en la lucha por la verdad, e eso estén seguros. No estén tristones, queridos, que uestedes son la sal de la tierra. Si la sal pierde su sabor… ¿con qué volverá a salar? Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de la montaña. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón. hay que ponerla alto para que ilumine bien, ¿se dan cuenta? Así debe brillar ante los ojos de todos la luz que hay en ustedes. Alta y fuerte, para que los hombres se enteren de sus buenas acciones y de esa manera glorifiquen al Padre que está en el Cielo.

Volvió a hacer una pausa. Suspiró hondamente pensando en los males que asolaban la alegría de la gente. y dijo:

– No entren, pues, en la confrontación inútil, estéril, los unos contra los otros. Esa confrontación que proponen los que pretenden dividirlos. Aún hoy se dice y se piensa en el «ojo por ojo y diente por diente». Qué disparate. No devuelvan el mal por mal. Al contrario. Al que quiera quitarles el poncho, dénle también la camisa. Den al que les pide. Denlo todo, que lo material no sirve, changos. Por otra parte… – siguió diciendo y mmientras lo decía hacía dibujitos en la tierra con una ramita de árbol – … amar al amigo y odiar al enemigo es fácil. En el amar al enemigo está la cosa por muy difícil que parezca, cheycitos. en rogar por aquellos que nos persiguen. Así serán hijos del Padre que está en el Cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y caer la lluvia sobre justos e injustos. El que ama solamente al que lo ama… ¿qué recompensa merece? Eso lo hace cualquiera sin esfuerzo. Traten de ser perfectos, queridos míos, amores míos. Eso los acercará al Padre. No oren a los gritos como los hipócritas para ser vistos por los demás, ni juzguen, ni acumulen tesoros inservibles.

Levantó la mirada y los miró honda, abarcativamente. Se diría que sus ojos miraban a cada uno de los que lo escuchaba. Aseguró:

– Finalmente, no se inquieten por el mañana, que el mañana se va a inquietar por sí mismo. No piensan en el mañana ni las flores del campo ni los pájaros que vuelan. Y el Padre del Cielo vela por ellos y los cuida. ¡Cuánto más hará por ustedes, entonces, hombres con miedo y poca fe! Busquen el Reino y su Justicia. Y lo demás se les dará por añadidura. Cada día con su alegría… y cada día con su aflicción.

Cuando los hombres que escuchaban a Manantial Salvador dejaron la montaña después de haberlo escuchado hablar de bienaventuranzas, de la felicidad y de la necesidad de confiar en la Providencia del Padre, curiosamente no estaban más felices, no. Todo lo contrario.

Es que el hombre es bicho raro, pensó Manantial Salvador para sus adentros. Vive obsesionado con la ganancia material, con el aquí y el ahora, con la sensualidad, con el poder y con el dinero. Quiere revoluciones sangrientas en las que la vida humana no se respete si importan réditos materiales. Ama las guerras con tal de conseguir una ganancia. Estimula el odio para provocar aún más las divisiones y poco le importa el valor del planeta ni la vida de los seres que crecen en el mundo. De nada sirve hablar del Amor, se dijo Manantial, en estas épocas, cuando el odio se ha confertido en el objetivo fundamental de la vida y el miedo en el instrumento de la dominación.

Pero se puso de pie y se fue con sus amigos tratando de no deprimirse. Al menos les había enseñado a esos hombres la oración al Padre, ese que no era sólo de él sino de todos. y no dejó entonces que la tristeza lo abatiera a él también.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO VII

Manantial Salvador ya tenía el convencimiento de los alcances de su misión. Sin embargo, su Padre del Cielo, ése que había grabado a fuego en su corazón esos mandatos ineludibles, aún no se los había explicitado de una manera sencilla, digamos, popular, como para que él los enseñara de una forma directa y comprensible.

El tema del agua en esas tierras había sido siempre un problema serio. Su madre siempre le recordaba una historia sucedida hacía muchísimos años, cuando el pueblo entero se tuvo que mover de lugar al mando de don Moisés, un hombre que en esos tiempos era respetado por cómo había manejado los intereses de la gente en aquel lugar donde vivían como esclavos. Pero es claro, para el traslado, tuvieron que cruzar el desierto. y allí el pueblo tuvo sed y comenzó a protestar contra don Moisés acusándolo de que su maniobra había sido temeraria, que para qué carajo se habían liberado de aquellos, los de la tierra donde residían y no sé cuántas cosas más. El pueblo siempre protesta y está disconforme con sus líderes en algún momento. No ve más allá de sus narices y olvidan pronto el bien común.

– ¿Para qué nos hiciste salir de esa tierra? – le gritaban al pobre, que estba más muerto que vivo tratando de salvar la situación. La verdad es que poco faltaba para que lo mataran a pedradas. Pero entonces el Señor Dios le dijo a don Moisés que, con su vara, esa que usaba para apoyarse al caminar, dijera Niní Marshall el báculo, con perdón, golpeara una roca, que de allí brotaría el agua para beber. Un lugar que, más adelante, cuando el pueblo ya se había trasladado, se llamó Villa Provocación, por los berrinches que había hecho el jodido pueblo.

Y sí. Era así. El tema del agua había sido en esa tierra motivo de querella. Por eso un día, en que manantial Salvador había llegado con sus amigos a una ciudad a predicar y ellos se habían ido a comprar unos sandwiches para almorzar, se sentó al lado de un pozo que los de allí llamaban Pozo de Jacobo.

Era el mediodía y Manantial se moría de sed. una mujer estaba sacando agua del pozo y él le pidió de beber. La mujer le dijo:

– Habrase visto! Ustedes vienen de afuera con muchas ínfulas, chiquilines malcriados. Pero piden lo que se les antoja a nosotros que, según ustedes, somos un pueblo de cuarta. Estos nenes de ciudad, Dios mío!

– Yo no he dicho nunca eso – afirmó Manantial – Pero te digo que, si conocieras quién soy, me habrías ofrecido vos misma agua sin pedírtela y mi padre te habría dado agua viva.

– De esas que arden? – preguntó asustada la mujer.

«- Pero qué bruta, pensó para sí Manatial. Después sonrió a la mujer y le dijo, arrepentido de su soberbia:»

– Estoy hablando del agua que te salvará.

– ¿Que me salvará de quién? – preguntó nuevamente la mujer.

– Mirá – dijo Manantial – el que beba de esata agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo puedo dar… nunca más volverá a tener sed, esa es la cosa. El agua que yo puedo dar convertirá al que la tome en un manantial del que brotará agua hastga la vida eterna. Por eso le llamo «agua viva». ¿Entendés?

La mujer lo miró confundida. No. No entendía muy bien. Pero lo mismo lo miró casi con admiración.

– Veo que sos algo así como un profeta, chiquilín – dijo – Un profeta jovendito pero profeta al fin. ¡Y yo que pensé que eras un chanta! – luego se ensimismó en el paisaje y murmuró – ¿Sabés una cosa, che, chango? Mis padres y sus padres adoraron a Dios en esta montaña. Pero hay algunos de ustedes que dicen que Dios atiende en la capital.

Manantial entonces le dijo:

– Creéme… Está llegando la hora en que ni en esta montaña ni en la capital se adorará al Padre. En realidad en estos tiempos se adora lo que no se conoce y yo propongo adorar lo que conocemos. Adorar al padre significa poner la mirada en el prójimo. Pero se acerca la hora y en verdad ya ha llegado en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere Dios.

– Tenía entendido… – dijo la mujer entrcerrando sus ojos y perdiéndolos aún más en el paisaje – que el Enviado debe venir para anunciarnos todo.

A lo que Manantial respondió:

– Yo soy ese Enviado. Yo, el que habla con vos, chicita.

Y en ese momento comprndió, de una vez y para siempre, que ese er el alcance de su misión, que él era el mismísimo manantial salvador del que brotaba, para toda la eternidad y la salvación del mundo, el agua viva.

(continuará) 

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO VI

Cuando Juanito murió atrapado por las autoridades y el capricho de la familia gobernante que arbitrariamente le cortó la cabeza para mostrarla a sus amistades en una bandeja, Manantial Salvador sintió que era el momento de hacer una pausa en su trabajo.

Solo, lentamente, se encaminó al desierto. No quiso que nadie lo acompañara. Allí, en la planicie desierta, sin embargo, no le esperaba un remanso de paz y de reflexión, no. Todo lo contrario. Lo esperaban serias y dificultosas pruebas. Porque si bien lo abandonó la mirada acusadora y de reproche de Judas, en ese lugar desolado lo esperaban los desafíos más terribles con los que nunca había soñado siquiera.

Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Extrañaba la pasta de mamá, que por entonces no era la de la marca del aviso. Fue en ese momento en que apareció ante él un muchacho hermoso de mirada dura y más o menos de su edad. Llevaba un carrito de pochoclos, pero en vez de maíz en su interior había piedritas. Con una sonrisa burlona le dijo a Manantial:

– Ey, Manantial! ¿Por qué si sos el hijo de quien pensás y decís que sos, no convertís estas piedritas en maíz para que puedas hartarte de comer pochoclos? Manantial pensó para sus adentros, como Nacho en el cine, «adoro las palomitas de maíz», y notó que su pensamiento medio que le salió en tono neutro, pero respondió:

– El hombre no vive solamente de pochoclos, pochoclero, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

El muchacho de mirada dura lo miró con fastidio. Pensó: «Es más vivo de lo que pensé». Luego se perdió en la llanura desértica gritando:

– Pochoclos! Pochoclero! – tratando de esa manera de tentar a algún otro gil.

De pronto apareció ante Manantial una avioneta de lujo, con un piloto y una azafata muy amable que lo invitó a subir a la cima de la Ciudad Santa en excursión. Manantial Salvador aceptó, pero cuando fue depositado en lo alto del templo, escuchó la voz del piloto de la avioneta que seguía dando vueltas diciéndole:

– Ey, Manantial! Si sos el hijo de quien creés que sos, dale, tirate desde allí arriba y así tu papito le dirá a los ángeles buenos y obedientes que te sostengan y te depositen alli abajo sin que tus pies ni tu cuerpo se lastimen con las piedritas!

Manantial contestó:

– Está escrito que no me tentarás, ángel caído.

Pero entonces apareció una alfombra mágica como la de Aladino en la película de Disney. Sobre la alfombra venía planeando el joven de mirada dura, de pie sobre ella, todo vestido de blanco. Un modelo hipponcho, todo lleno de flecos largos, también blancos. Era toda una aparición, lo tiró de las patas. De un envión subió a Manantial en la alfombra y lo depositó en la montaña más alta de las que rodeaban el desierto, justo justo al borde del precipicio. Allí le dijo:

– No seas pelotudo, Manantial. Que vos, como todos, desde tu condición de hombre, también te sentís atraído por mí, por lo que yo te puedo ofrecer. Entregate a mí, abrazame y besame. Yo soy descendiente de aqullos jóvenes de Sodoma que una vez descubrieron cuál era el amor verdadero: la adoración del propio cuerpo. Cuando vos me adores, yo te daré todo lo que ves y aún lo que no ves ahora: todas las riquezas del mundo. Vos sos mi perdición, Manantial. Estoy perdidamente enamorado de vos, pero no puedo darte mis riquezas si no me adorás.

Manantial empujó a aquel joven que se perdió en el precipicio con una extraña mirada de asombro, mientras le gritaba:

– Retirate, Satanás! No vuelvas a acercarte a mí. Porque en un lugar está escrito: Adorarás solamente al Señor tu Dios. Sólo él es el verdadero Amor, amor que vos no podés sentir. Vos no podés amarlo y en eso reside tu corrupción.

De pronto, se sintió aliviado. Aparecieron unos mensajeros con alas en sus espaldas y luces en sus miradas. Le acercaron pan y agua y le sirvieron. Después, volvió a reunirse con sus amigos y decidió a partir de allí reemplazar a Juanito en su grito. Notó cómo su voz se volvía más aguardentosa cuando gritaba:

– Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca!

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO V

Pero fue con la llegada al grupo de un muchacho llamado Judas cuando comenzó a perfilarse en el ánimo de la gente que lo seguía, que este seguimiento se debía a la convicción íntima del pueblo de que Manantial los liberaría de la presión política de los que gobernaban. Y era cierto eso de que la situación se tornaba verdaderamente sofocante alrededor de los habitantes de ese lugar, los agobiaba y a la vez se compadecía con la existencia de toda esa gente de la que se valían los gobernantes para desplegar su autoritarismo.

Pero ojo, no se trataba sólo de este gobierno, no. en todos los tiempos la cosa había sido igual, si no peor, lo que no convalidaba el desastre actual en el que convivían los gobernantes corruptos con los fariseos que decían que se ocupaban de los pobres, pero cuya misión era precisamente sumir al pueblo en la miseria para quedarse ellos con toda la riqueza que podían. Y estaban los jueces que fallaban siempre  a favor de ellos. Y los escribas, que confeccionaban las leyes a medida de la ambición de la clase gobernante. Y también estaban los sacerdotes, es claro, que confundían generalmente a la gente con prohibiciones emergentes de su represión, y la enunciación de falsos pecados.

Y siempre fue igual, siempre. No importaba quién había gobernado. La injusticia había asolado siempre esa tierra y era lógico que la muchedumbre estuviera siempre a la pesca de alguien que los salvara y los reivindicara de tanto sufrimiento.

Pero también fue allí, en ese momento, en que manantial se dio cuenta de que su misión trascendía el deseo de la gente. Que, en verdad, él había venido a este mundo para salvarlo… pero de otra manera. Lo material era importante, eso era verdad. Era necesario que el pueblo comiera. Pero también él sabía que no sólo de pan vive el hombre y que nadie podía ser servidor de dos patrones, del dinero y de Dios, como lo era toda la clase gobernante. Por eso, era necesario que el pueblo comprendiera que solamente el Amor salvaría a esa gente desesperada de desesperación, y no el dinero ni el bienestar material.

Así, ante los reclamos y los reproches de Mateo y de Pedro y de los otros, él trataba de corregir los errores de percepción, al menos en los que lo rodeaban. Pero Judas… Ah, Judas era otra cosa. era como si se confabulara con Simón Zelotes, que venía de una familia muy politizada y radicalizada, en una batalla verbal sobre el tema de la lucha de clases, del colonialismo, del imperialismo, de la opresión de las masas. Ambos, muy cabrones, generalmente coincidían y el destinatario de toda esa catarata verborrágica acerca de la injusticia social era él, él mismo, Manantial Salvador, que debía absorber sus reproches con paciencia, sabiduría y una cierta distancia sobre el tema.

Porque manantial podia decirle a los otros y aún a Simón Zelotes, desbocado, desaforado, iracundo Simón Zelotes:

– Vamos, muchachos: Déjense de romper las pelotas. Mi misión no se trata de lograr algo material para el pueblo. Eso sería un chiquitaje. Mi misión va más lejos.

Y entonces ellos callaban. Sí, callaban porque el respeto a Manantial estaba por encima de las incomprensiones o las diferencias. Pero Judas… Ay, no: Judas lo miraba siempre de ese modo como diciéndole:

– No nos engañes, Manantial Salvador. No nos engañes. Vos sabés muy bien qué es lo que espera la gente de vos. Y si ese no era tu plan ni tu supuesta misión, pues tendrás que adecuarla al deseo popular, porque si no, pronto te darán la espalda.

Manantial Salvador llegó a sentir miedo ante esa mirada, a veces. Y siempre pensó que esa mirada también era el precio que tenía que pagar en su inevitable sacrificio.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO IV

No había caso: Juanito seguía molestando con sus palabras soeces, insultantes, al orden costituído. Eso, en los países democráticos no tenía cabida. Dónde quedaba, si no, el llamado «orden constituído»?

El gobierno de turno tenía gente que, cada tanto, impedía la salida de un diario, cerraba una radio o un canal de televisión. O metía preso a alguien que dijera algo inconveniente a los intereses del gobierno. Sí. Eran épocas difíciles, de gran intolerancia ideológica.

Por el canal oficial se emitía diariamente un programa de gente que, tarde a tarde, se reía a carcajadas y con sorna – se suponía que de esa manera se desarrollaba humor – de lo que expresaba la gente que no pensaba lo mismo. Es que era un tiempo en que la consigna era reírse de la gente y no con la gente. Entonces, la crítica respetuosa por las ideas del otro, desaparecía siempre en un reproche tonto y mercenario. En una oportunidad, la gente de ese gobierno, disfrazada tras unos tontos lameculos, mandó a hacer fotos de tamaño natural de todos aquellos periodistas que se oponían al régimen con un blanco en el centro para que los niñitos, ante las carcajadas y el festejo de sus padres, escupieran a los opositores. También en esa oportunidad muy poca gente habló, por miedo, por cobardía o por falta de memoria de tiempos pasados muy difíciles. Alguna voz se oyó que decía quedamente «- Qué sigue ahora? Estrellas amarillas y triángulos rosados prendidos a las mangas? Quién sigue ahora?» Pero en verdad no hubo protestas de entidad. Todo estaba dominado.

En una oportunidad mandaron a unos movileros a interrogar a Juanito, el rebelde primo de Manantial, que tanto los jodía con sus críticas. Él siguió repitiendo que no era él quien iba a salvar la situación, que no lo persiguieran. Aseguró que él era solamente una voz que gritaba en el desierto y que, si él desaparecía, vendría otro a clamar contra la injusticia. Pero pretendió aclarar – y no aclaró nada porque el periodismo que se vendía no era muy culto, como suele suceder cuando el cuarto poder olvida su verdadera función, por lo cual sólo logró confundir aún más a los mediocres movilero – que después de él venía alguien que, en realidad, lo precedía, porque existía antes que él. «- Antes… después…? – se preguntaron los movileros literalmente en pelotas.»

– Sí. Desde toda la eternidad me precede – dijo. Y agregó: – Yo no lo conocía pero he venido a esta parte del monte a bautizar con agua para que él fuera manifestado. Él va a bautizar en el Espíritu – dijo – Él es el Cordero de Dios.

Para qué! Se armó un kilombo de la madona. Movileros y gente del gobierno se pusieron como locos y juraron los primeros que no le harían un reportaje más y los segundos que eliminarían a ese imbécil que se lo pasaba haciendo escándalo en el monte y a las orillas de ese río mugriento.

Mientras tanto eran más y más los que se acercaban a seguir a Manantial Salvador. A Simón se le agregó Andrés, su hermano, que no eran los hijos de Sarita Corvalán, eran otros. Manantial tuvo la ocurrencia de llamar Pedro a Sim{on. Y aseguró que Simón llamado Pedro sería la piedra sobre la que él edificaría un edificio, institución, movimiento, partido o lo que fuere, porque él no tenía idea en ese momento adónde llegaría en su misión. Después lo siguió Felipe. Felipe encontró a Nataniel y lo acercó también a Manantial. Y se acercaron Tomás el mellizo, Simón Zelotes y varios más.

Recorrían esa tierra siempre seguidos por esas mujeres que los cuidaban, que los asistían amorosamente. Y así fue como comenzaron a llamar Maestro – tanto los muchachos que lo seguían como la muchedumbre – a Manantial Salvador.

(continuará)

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MANANTIAL SALVADOR (continuación)

CAPÍTULO II

A los treinta años Manantial Salvador tuvo una inquietante e irrefrenable necesidad de decir un mensaje a la humanidad. Pero la humanidad estaba mucho más lejos y era más abarcativa que aquel pueblito de tierra arcillosa.

Se lo dijo a su madre. Le dijo que no tenía más remedio que emprender un viaje. le dijo que sabía que sería un viaje maravilloso como la misión que entrañaba y a la vez, doloroso: Lo sabía, la meta era el sufrimiento. Pero debía partir.

Su madre, que ya no continuaba en actitud triste sino contemplativa, comprendió que, cuando no se alejara mucho del lugar, podría esperarlo en casa. Pero que, si se decidía a ir más allá, podría seguirlo con la compañía de sus parientes más cercanas, unas gordas divinas con las que compartía cotidianamente su vida. en realidad, no sabía qué clase de mensaje quería dar su hijo – «- Este chico – pensaba – tiene una imaginación… Se le ocurre cada cosa…» -, pero ella era una madre posesiva, aunque no sería así como se la recordaría en la historia, y no estaba dispuesta a que Manantial se metiera en problemas sin su fiscalización personal. Manantial se metió en problemas lo mismo. Y a ella le tocó compartir su sufrimiento. Había hecho muchas cosas por él: Desde aceptar el mandato de tenerlo hasta convencer a Josep, ese buen hombre que se convirtió en su marido, de que se hiciera cargo de él como padre. Y Josep llegó a amarlo de verdad y a hacer de ese chico que de pequeño tenía vocación por los prodigios, un buen carpintero, tal vez un poco desmesurado, pero, fundamentalmente, una buena persona.

Sí: Miryam era una mujer empecinada. Tal vez su ascendencia judía o siciliana – no lo sabía muy bien – le había dado ese carácter impetuoso y decidido. De modo que en esa oportunidad optó por no abandonar a su hijo en su peregrinar aún indefinido. Y como sus parientas las gordas ya estaban más que aburridas de vivir en la apatía de ese pueblo pequeño, no vacilaron en aceptar acompañarlas. El tener que caminar mucho las incentivó al entusiasmo del viaje: tal vez reducirían de peso.

También sus hijos, los primos de Manantial, decidieron seguirlo: Y Santiago y juan, los hijos de don Zebedeo. Y hasta Simón, el que se ganaba la vida pescando en la laguna del pueblo lo dejó todo para acompañarlo. Y muchos muchachos más a los que les encantó la idea de salir a conocer mundo. Manantial pensó en ese momento que, aunque entendieran muy poco de sus metas, ese era un buen comienzo: Unos cuantos amigos siguiendo su destino y unas pocas madres protectoras que se dedicarían a cocinarles la pasta y lavarle los calzoncillos.

(Continuará)

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